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20-10-2017 Notas

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Por Victoria Béguet

Desde el S-Bahn –tren urbano elevado que atraviesa el centro de Berlín a la altura de los segundos pisos– Morábito imagina una escena probable. Una pareja, tentada por el paso del tren y alguna que otra mirada oportuna, mantiene relaciones sexuales con las cortinas abiertas. El autor se pregunta si mostrarse así “en un destello” es de verdad ser vistos. Se pregunta también si ver una escena así, a esa altura y velocidad no es acaso ver la esencia de la cópula. La reflexión breve, formulada distraídamente y como al pasar, no es ociosa (ni tampoco pretende ser provocadora) en También Berlín se olvida (Gog &Magog). En el ensayo de Fabio Morábito, la indagación en torno a los alcances de la mirada y, más específicamente, la mirada del extranjero, parece suscitar en el autor algo así como un asombro discreto y es el motor del texto. El interés por la historia de Berlín, por su pasado, en cambio, resulta difuso. Dicho de otra forma, Berlín, ciudad emblemática, no es otra cosa para Morábito que un grato pretexto literario para adentrarse en otros territorios (tal vez) igual de inquietantes.

Se trata de un texto organizado en trece capítulos que operan como escenas breves, captadas gracias a la observación, más o menos indiscreta y más o menos irreverente. El extranjero/viajero –Morábito vive un año en Berlín gracias a una beca que le permitiría trabajar en un libro de cuentos– es acá siempre voyeur. Así, se suceden escenas o impresiones inconexas y furtivas. El autor se pregunta si el cielo de Berlín no es en realidad su río, siempre en movimiento, siempre cambiante; y el río, en cambio, su cielo, estático, inalterable: “El berlinés no tiene la experiencia heracliteana de la corriente que es el verdadero encanto de los ríos”. Descubre en los kleingarten, pequeños jardines que se mantienen y cuidan afanosamente, un gusto tanto por la miniaturización de la vida, como por un ejercicio inquietante de corrección y contención permanente, en violento contraste con la espontaneidad del bosque. También encuentra que el paisaje urbano se puebla de forma insólita de grúas y que predomina el color gris. Un color que “no agobia con su belleza (…) que obra en el espíritu como una lija que quita sedimentos inútiles”.  

La forma fragmentada revela cierta astucia por parte del texto. Frente a un tema complejo, sobre el que tanto se ha dicho, Morábito opta por una estructura abierta, inconclusa. Asimismo, un bien calibrado tono lúdico le ahorra poses de solemnidad (la solemnidad siempre es forzada y torpe) y las impresiones que ofrece Fabio Morábito de la Berlín contemporánea están ancladas en un registro poético. (Tal vez, Morábito, como poeta, prefiere argumentar con imágenes). Por otra parte, conservan algo de la descripción aséptica de una escenografía.

Con el idioma se da una lucha curiosa. El alemán se convierte rápidamente en obsesión para el autor y en ejercicio mnemónico y absurdo. Elabora listas de vocabulario que memoriza “como si las rezara”, en rituales que describe mitad en serio mitad en broma como de expiación. Siente una especie de voracidad por aprender el idioma, voracidad apenas comprendida. Al margen, podría sugerirse que los idiomas merecen ser aprendidos así, con auténtica desesperación, como si se tratara de un asunto de vida o muerte, porque, al fin y al cabo, lo es. En todo caso, no logra, según sus palabras, establecer un lazo de intimidad con el idioma. En También Berlín se olvida, Morábito se descubre así voyeur intranquilo y frustrado, consciente de que la suya –pretender develar las leyes que rigen una cotidianeidad foránea– es una empresa tan equívoca como necesaria. Estas reflexiones también admiten otra acerca de su oficio, el de la escritura, el que lo lleva a esa ciudad: “Al fin y al cabo, la lengua literaria es una lengua extranjera, la más extranjera de todas, la más inasible de todas”.

 

También Berlín se olvida
Libro de Fabio Morábito
Gog y Magog, 2017

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