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30-11-2017 Entrevistas

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Por Pablo Milani

Julia González es periodista y poeta. Actualmente dirige la agencia Claxon Comunicación y se dedica -desde 2005- al periodismo como cronista del suplemento No en Página/12. Fue docente de periodismo y curadora de los ciclos de poesía Cronotopo y ¡Que viva la poesía!. Entre 2015 y 2017 vivió en Baja California Sur, México y después de siete años de silencio editorial, acaba de publicar La proyección en el mapa (Peces de ciudad, 2017), escrito entre ambos países, como una línea cronológica que se cuenta del presente al pasado.

¿Cómo fueron tus inicios en el periodismo?

Los ’90 me marcaron a fuego para pensar en el periodismo como, no sólo mi oficio, sino también como una forma de ser. Quería pasar los días conectada al presente social y político. Había empezado Letras pero el contexto que se vivía en el fin del menemato me pedía urgencia y compromiso. Así lo sentía. Dejé Letras, hice el terciario en TEA y a los tres años estaba escribiendo en Página 12, el diario que me representaba en aquel entonces, el que leía cuando iba al colegio y con el que me informaba cuando todo era frivolidad, neoliberalismo y miseria. Yo quería escribir como esas firmas que leía en Página.

¿Pensás que es más difícil ahora que cuando vos empezaste? ¿Qué cosas cambiaron en el medio?

Pienso que es más difícil ahora porque se transgredieron límites éticos que jamás hubiera imaginado, porque no sólo se oculta información, sino que se manipulan los hechos y se engaña a una comunidad que cree, a lo mejor ingenuamente, mira la tele, escucha la radio, sigue a líderes de opinión cuyos discursos validan. Otra mala noticia es el mapa de medios que no permite pluralidad de voces. Siempre creí que el periodismo era una misión de vida, la idea siempre fue “hacer el bien”. Ver que Luis Novaresio ganó el premio más importante de radio me llena de nihilismo, una vez más.

En este camino te vinculaste con la poesía y publicaste varios trabajos hasta La proyección en el mapa. ¿Encontrás alguna relación entre ambos géneros?

La relación que encuentro con la poesía es la lectura. Para escribir una nota tengo que leer, informarme, investigar. Para escribir poesía, también. Pero hay puntos que son opuestos totalmente porque el periodismo no es libertad, no puedo decir lo que se me canta de la forma que quiera. En cambio en la poesía los límites se desdibujan, al menos en el momento de crear.

¿Qué importancia tiene tu estado de ánimo a la hora de escribir hacia un lado o hacia el otro?

No sé si es un estado de ánimo, es más bien es una conexión con algo, una mirada hacia adentro, una voz que surge y sé que tengo que poner por escrito ese dictado.

Después de siete años publicaste un nuevo libro de poesías ¿De qué te nutriste en estos años? ¿De qué te sirvieron?

En estos siete años publiqué plaquettes de poesía (publicaciones breves), Fina ropa blanca (Difusión Alterna) y La fisiología del amor (Nulú Bonsai). También hubo dos libros de poesía escritos y corregidos pero por alguna razón no me decidí a editarlos. Uno era de desamor y el otro de amor y me parecían lugares harto comunes en la poesía. El amor y el desamor son instancias en la vida que conocemos todos, en diferentes medidas, ¿quién no se ha enamorado? ¿Quién no ha sufrido por amor? La proyección en el mapa me parece un libro más completo, que trasciende el amor de pareja y lo supera, hay algo más que tiene que ver con la pulsión de vivir, con una energía vital que descubro a partir de la muerte de mi hija. El libro está atravesado por un tema que no le pasa a todo el mundo y quería comunicarlo, necesitaba abrirme de esta forma.

¿Escribir La proyección en el mapa fue un escape o un refugio?

Sin dudas fue un escape y fue un refugio a la vez. Había una especie de conexión con la cual yo podía concentrarme y escribir estos textos. Tuvo que ver el momento particular el cual estaba pasando, momentos que están a flor de piel mientras están sucediendo.

¿Cuánto influyó la geografía?

Influyó un montón porque estaba asistiendo a otra forma de vivir. Me fui de una ciudad muy grande y problemática, como es Buenos Aires, y terminé en México, en Baja California Sur, un lugar muy pequeño y bello, pegado al Pacífico, así que el paisaje era muy importante. Había como una invitación a escribir, acerca de cosas que estaban muy dentro de mí y que dolían tanto. Sentía una herida muy grande y el escribir fue muy oportuno. Delante de mí había un mundo inmenso por descubrir y en el cual recalar.

En esa herida muy grande que mencionás, ¿qué cosas realmente te pudiste llevar con vos y qué cosas no? ¿Cómo sanaste las heridas en este viaje?

Es muy loco porque uno dice “te vas pero siempre seguís siendo vos. Creo que el irse ya representa un quiebre. Lo que sí te puedo decir es que irse era algo necesario, acá no íbamos para ningún lado. En Buenos Aires no había proyección de nada, no había un objetivo. Corríamos una zanahoria que al mismo tiempo sabíamos que no íbamos a alcanzar nunca, impedimentos de todo tipo. Y eso corresponde a un mismo contexto social que era el que estábamos viviendo en ese momento (NdR: mediados de 2015). Yo, cuando me fui, me llevé mis problemas pero no perdí el tiempo, me dediqué a darles función.

¿Cómo te relacionaste con las cosas nuevas?

Hay algo muy fuerte que tiene que ver con el mar y creo que está representado en el libro. Toda mi vida quise vivir en el mar. Nunca me imaginé que iba a lograrlo, y menos, vivir en otro país. Siempre me pareció demasiado jugado. Se ve que había un deseo fuerte pulsando durante mucho tiempo, que finalmente se dio. Fue azaroso caer en esa península porque íbamos a ir a otro lugar en el medio del continente, Guanajuato, pero después terminamos yendo ahí. Fue el primer lugar de México que nosotros conocimos y fue mágico llegar ahí. Yo estaba entregada, me quería ir, sea al lugar que fuera.

¿Qué es lo que más te costó?

Estaba medio sola. Estábamos con Martín compartiendo los mismos códigos, muy cerrados también. Éramos un equipo compacto, íbamos a todos lados juntos. Fue un momento de pura exploración y el paisaje tiene mucho que ver con esa sensación.

Busco limpiarme de tanto ruido decís en uno de tus poemas. ¿Te sirvió tomar otra perspectiva de las cosas?

Siempre fui consciente de que estaba yendo a una sanación. Yo era consciente y responsable de hacer, con ese tiempo, con esa distancia, con ese otro lugar, que valiera la pena. El dejar todo, andar con una maleta y dos vestidos, maximizarlo de la mejor manera posible para limpiarme del ruido. Yo estaba enojada en Buenos Aires, con el sistema de salud, con la violencia obstétrica. Acá ya habíamos perdido todo. Lo que venga de aquí en más, va a ser mejor, ese era mi pensamiento. También era todo desconocido. Fuimos a Guatemala a hacer nuestras visas de trabajo y teníamos que pasar por Chiapas. Fue muy complicado porque nos hablaron muy mal de las condiciones de las rutas al llegar desde el Caribe a Chiapas y cruzar la frontera a Guatemala por tierra. Hubo momentos de tensión pero no tenían que ver con el entorno. También entendí que una puede ir y venir, que puede hacer una vida distinta a lo que nos dijeron que tiene que ser. No aferrarse a las cosas fue un aprendizaje. Yo vine también con otra cabeza con respecto al consumo. No quiero llenarme de cosas que no necesito.

¿De qué te sentiste lejos estando en México?

Extrañaba la cuestión arrabalera de la urbanidad. Extrañaba esto: el bar. El argentino, en el exterior, carga con un montón de conceptos peyorativos pero también estando lejos te das cuenta que ese concepto peyorativo es el que a uno también lo representa. Yo extrañaba un lugar de pertenencia, un lugar adonde ir. Extrañaba mucho poder hablar rápido y que me entiendan. La cercanía de poder encontrarme con alguien al menos por quince minutos. Extrañé mucho la ciudad que es lo que ahora tanto me molesta.

Ya en la vuelta. ¿Cómo encontraste Buenos Airees y cómo te encontraste vos en la misma ciudad de la que te habías ido?

A veces lo siento como una derrota. Es muy difícil esta ciudad después de que conociste otra forma de vivir. De que es posible vivir bien. Acá es un lugar para darse la cabeza contra la pared todo el tiempo. El otro día iba caminando para lo de una amiga, me tomé el subte, me bajé en Medrano y caminé algunas cuadras. No me gustó. Hay algo que está pasando, una energía muy densa. Siento que las cosas no van a cambiar, no van a mejorar. Nos hicimos muy competentes y a los palos. Hay tanta competencia, tanta gente buena en lo que hace en cada ámbito, que hay que esforzarse horrores para algo que quiere. Por suerte todo ese esfuerzo valió para estar en México.

Con respecto a Catalina, tu hija muerta al día de nacer y a quien le dedicaste tu último libro, ¿qué aprendiste de esa experiencia?

Catalina es mi maestra. Yo sé que me vino a enseñar algo, así lo creo. Desde el primer momento me negué ponerme en el lugar de la víctima. No me gusta, no quiero ser así. Entonces peleo dentro mío para trascender situaciones tan límites. Obviamente es un dolor indescriptible, sigue estando. Pero le agradezco absolutamente que me haya dado la posibilidad de parir. Algo que está fuera de este mundo, es una locura, algo animal. Ahí entendí cuando las mujeres se agrupan y hablan de la maternidad y se reconocen como mamíferas. Viví un momento sobrenatural. Hay una conexión muy fuerte con un lugar que yo no conocía. Sin dudas no es la tierra, es otra cosa.

Recién mencionaste que Catalina vino a enseñarte algo, ¿qué cosas te enseñó para poder seguir?

Me enseñó que siempre se puede ser un poco más fuerte. Me enseñó que estoy viva y que la vida sigue siendo buena, más allá de esos agujeros enormes que te quedan. Y por eso siento que tenemos que hacer valer la vida que tenemos. Tratando de tomar buenas decisiones e ir para adelante con una actitud más optimista, hacia la vida, con energía vital. Me enseñó a enfrentar una situación que está como vedada, no se habla. Me pasó en mi familia, por ejemplo, que elegían no hablar para protegerme, pero en realidad no me protegían. Yo quería hablar de ese tema. Y si lloro no importa, ya se me va a pasar. La idea era que nos ayudemos entre todos.

Como periodista especializada en rock. En todo este recorrido y entre tantas emociones mezcladas, emulando a los Stones. ¿Qué lugar ocupó la música? ¿Pudiste encontrar una banda de sonido?

La música es fundamental, siempre. Como todo el espacio estaba acotado entre nosotros dos, coincidimos mucho con Martín. Escuchamos las bandas que nos gustan y no nos salimos de eso. Teníamos un “compilado chingón” en el auto que incluía Duro invierno (Riff), Motorhead (Hawkwind), Revolver (The Beatles), Una casa con diez pinos (Manal), entre otras. La música de esa época tiene que ver también con la banda de sonido de una película que se llama Hell´s  Belles. Es rutera, para salir a la ruta. La escuchábamos en nuestro primer auto, que luego de cuatro meses de ahorro pudimos comprar. Salíamos a la ruta, al desierto, y plantábamos la carpa en la orilla del Pacífico y esperábamos el atardecer. Hacíamos un fuego y dormíamos con el ruido del mar. Una noche, cuando nos vino a visitar mi hermano Leo, vimos las luminiscencias de la espuma. Fue increíble.

 

 

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