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Por Leandro Germán
El 17 de marzo de 1991, el Napoli de Maradona enfrentó al Bari en un partido válido por el campeonato italiano. El Napoli se impuso 1-0 con gol de Gianfranco Zola. Maradona fue sorteado para el control antidóping. El análisis arrojó un resultado positivo: Maradona había consumido cocaína. El astro fue inmediatamente suspendido por la Federación Italiana y se trasladó a la Argentina. Corrado Ferlaino, presidente del Napoli, le soltó la mano, se dijo entonces. Ese 17 de marzo es un parteaguas en la vida de Maradona. Comenzó a escribirse entonces la historia de los infinitos retornos, del Maradona que cae, se levanta, vuelve a caer y vuelve a levantarse.
En abril de 1991, el gobierno de Menem atravesaba acaso el más grave de los muchos escándalos que jalonaron su gestión. La secretaria de audiencias y ex cuñada presidencial, Amira Yoma, había sido acusada en España de lavar dinero del narcotráfico junto a su ex marido, Ibrahim al Ibrahim, un sirio que, a pesar de no hablar siquiera castellano, había sido designado al frente de la Aduana. Fue en ese marco que se produjo, el 26 de abril, el recordado episodio de la calle Franklin, en el barrio de Caballito. Maradona fue detenido por la policía y acusado de tenencia y consumo de drogas. Los testigos aseveraron que el periodismo había llegado al lugar mucho antes que la policía, advertido de que algo importante iba a pasar. Durante varios días, la detención de Maradona desplazó de las tapas de los diarios a Amira Yoma y a las narcovalijas. «¡Cuando el pueblo haga el control antidóping…!», tituló socarronamente Prensa Obrera. La revista menemista El Gráfico aportó lo suyo al escándalo sugiriendo insidiosamente que Maradona había sido encontrado en una cama en compañía de otros hombres, todos desnudos. El Gráfico, entonces dirigido por Aldo Proietto, escribió una de las páginas más infames de la historia del periodismo deportivo argentino.
Pero Maradona se levantó y volvió. El 4 de octubre de 1992 debutó oficialmente como jugador del Sevilla, dirigido por Carlos Bilardo. Fue uno de los tantos retornos que protagonizaría a lo largo de la década del 90. El siguiente fue en Newell’s, el 10 de octubre de 1993. Poco antes, había sido citado por Alfio Basile para jugar el repechaje contra Australia luego del estruendoso 0-5 ante Colombia. Maradona volvía a vestir la albiceleste.
Sobre el dóping positivo tras el partido contra Nigeria es poco lo que se puede agregar. Dentro del plantel argentino que disputó el Mundial de EEUU, Maradona gozó de una suerte de extraterritorialidad: lo que era válido para el resto no lo era para él. Por eso tuvo un preparador físico que no rendía cuentas ante el cuerpo técnico ni ante nadie. Fue una catástrofe anunciada. «Me cortaron las piernas». No sólo a él.
Pero Maradona, de nuevo, se levantó y volvió. Una vez más. Maradona volvió a vestir la camiseta de Boca en un partido oficial el 7 de octubre de 1995. Fue el día de «Segurola y Habana 4310».
Pocos meses antes se había producido uno de los acontecimientos más relevantes de su historia política (porque Maradona tiene, además de su historia como jugador, una historia de entrelazamiento con la política): su reconciliación con Menem. Maradona siempre supo que el episodio de la calle Franklin había sido armado por el menemismo. A fines de 1993, Maradona había declarado que su político preferido era Federico Storani. Poco antes de las elecciones del 10 de abril de 1994 había sostenido que, de votar, votaría por Chacho Álvarez. Pero el dóping positivo tras el partido con Nigeria lo transformó prácticamente en un muerto civil. Un paria, un réprobo: Maradona estaba socialmente muerto. Sólo quienes vivimos esa época recordamos cómo fue castigado sin piedad por los medios de comunicación. Guillermo Coppola ideó un plan para devolverle a Maradona su condición ciudadana. Había que levantar la excomunión, rehabilitarlo socialmente. Una política de «deshielo». Con gran sentido de la oportunidad, Maradona presentó su reconciliación con Menem como movida por un sentimiento humanitario frente al padre que acababa de perder trágicamente a un hijo. El admirable timing de Coppola quiso que, en algún momento entre el 15 de marzo y el 14 de mayo de 1995, es decir, entre la muerte de Carlos Menem Jr. y la reelección de Menem, se produjera el encuentro entre el astro y el primer mandatario. El plan de Coppola tenía un segundo capítulo: la reconciliación con el periodista Bernardo Neustadt, uno de los que más duramente lo había castigado. Maradona no dio el OK. «Llego hasta acá», dijo.
Boca no ganó el Apertura ’95. Marzolini dejó su cargo y el domingo 3 de diciembre, el día del 4-6 frente a Racing, Macri derrotó a la dupla Alegre – Heller.
Dirigido por Bilardo, el Boca de Maradona tampoco obtuvo el Clausura ’96. Desde su retorno al club, en octubre del año anterior, Maradona había esquivado todos los controles antidoping. En un reportaje con El Gráfico, Alfredo Davicce, presidente de River, sugirió que Maradona había gozado de la protección de la AFA. Hay una foto que es desgarradora: es un primer plano de Maradona antes de enfrentar a Estudiantes en la Bombonera por la penúltima fecha del Clausura ’96. La foto, que fue tapa de la edición de El gráfico del 13 de agosto, muestra a un Maradona ido, con la mirada perdida en la nada. Maradona no podía con su alma.
Pero Maradona volvió a levantarse y protagonizó su última vuelta. Se incorporó al Boca dirigido por Veira para disputar los últimos partidos del Clausura ’97 en julio. Por la primera fecha del Apertura de ese año, Boca derrotó a Argentinos Juniors por 4-2. Pero Maradona fue sorteado para el control antidoping y el resultado volvió a dar positivo. Correspondía una suspensión pero, pocas semanas después, un fallo escandaloso del juez federal Claudio Bonadío habilitó a Maradona a seguir jugando. Disputó algunos partidos hasta que llegó el último, un River – Boca jugado el sábado 25 de octubre de 1997. Victoria xeneize por 2-1. Maradona sólo jugó el primer tiempo. Astrada fue el encargado de marcarlo. En el entretiempo fue reemplazado por Juan Román Riquelme. Cuatro días después, el miércoles 29 de octubre, Maradona dijo adiós para siempre.
El autor de estas líneas, hincha de Boca, sintió alivio al enterarse de la noticia. Alivio por él, por Boca y por Maradona. Alivio porque, hasta entonces, Boca era noticia exclusivamente por motivos extradeportivos. Boca tendría que armar un equipo que no tuviera por eje a Maradona, dejaría de ser noticia por los sucesivos escándalos y Maradona, que era una sombra de sí mismo, podría dedicarse a tratar su adicción.
El martes 4 de enero de 2000 comenzó otro capitulo. Ese día, en Punta del Este, Maradona fue internado en terapia intensiva. Se habría tratado de una sobredosis. El episodio modificó la percepción social de la relación entre Maradona y las drogas: no se trataba sólo de que el consumo de drogas lo había llevado a incurrir en dópings positivos. También se podía morir. Era su vida, ya como jugador retirado, lo que estaba en juego. El 4 de enero de 2000 comenzó a escribirse el capítulo dramático de la relación de Maradona con las drogas.
Maradona decidió radicarse en Cuba. Se instaló en La Pradera, una suerte de spa que contaba con un equipo de psicólogos a los que Maradona nunca recurrió. Desde Cuba se dedicó a preparar su partido homenaje.
El fútbol mundial homenajeó a Maradona en la Bombonera el sábado 10 de noviembre de 2001. En un país que se venía a pique, en el que se avizoraba que el desastre era sólo cuestión de tiempo, sólo Maradona quedaba en pie. Ese día Maradona comenzó a erigirse en Maradona Institución. La Institución Maradona que vence al tiempo. En un país ya devastado pero que aguardaba ansioso una mayor devastación, Maradona hizo las veces de catalizador. Algunos meses antes, a mediados de ese año, Aerolíneas Argentinas había estado a punto de cerrar. Algo se había activado en la memoria de los argentinos y entonces Aerolíneas se había transformado en causa nacional. Una empresa que había sido ejemplo y orgullo, el recuerdo de lo que Argentina había llegado a ser. A diferencia de otras empresas públicas, no había habido, en el menemismo temprano, un clamor favorable a su privatización. El conflicto ante la posible quiebra de Aerolíneas había sido un catalizador: el presente del país amenazaba con tragarse su mejor pasado. Pero a Maradona no. A Maradona no lo iba a arrastrar al desastre esa Argentina que se iba a pique. Si el conflicto de Aerolíneas había sido un catalizador, Maradona fue otro. Los miedos, las esperanzas y los recuerdos se dieron cita esa tarde en la Bombonera. El mundo se derrumba y nosotros nos reenamoramos de Maradona. Ahí estaba él, hablándole a la multitud desde el centro del campo de juego. Maradona como bien intangible. Sólo nos quedaba Maradona. Para el cataclismo anunciado sólo era cuestión de sentarse a esperar. Ese día lloramos.
El Boca – Chicago válido por el Clausura 2004 se jugó por la mañana el domingo 18 de abril. Maradona, que estaba radicado en Cuba, fue a ver el partido. Había seguido de largo. La noche anterior no había dormido. Parecía que se caía del palco. Una de sus hijas tuvo que sostenerlo. Terminó internado en terapia intensiva. La Clínica Suizo Argentina se transformó en lugar de peregrinación y rezos. Maradona como D10S empezó ahí. Maradona fue elevado a la condición de divinidad en el momento preciso en que más humano se revelaba: nada nos humaniza más que la muerte o que la conciencia de la muerte. Maradona zafó. Quiso volver a Cuba. Sus familiares trataron de impedirlo: querían que se quedara en Argentina para tratar su adicción. Los abogados de su familia encontraron el resquicio legal para impedirle salir del país. Fue internado en la clínica de Parque Leloir. «Hay uno que se cree Napoleón y cuando yo le digo que soy Maradona se me caga de risa», contó Maradona poco después.
En agosto de 2004, durante su internación, Maradona conoció a Néstor Kirchner. Maradona había jurado en 2002 que no retornaría al país mientras Duhalde fuera presidente: aún estaba abierta la herida del caso Coppola. En 1996, Hernán Bernasconi, juez federal de Dolores ligado al entonces gobernador, había encarcelado a Guillermo Coppola en una causa por tráfico de drogas. Coppola terminó libre y Bernasconi destituido y preso. Kirchner había llegado a la presidencia de la mano de Duhalde. Maradona venció la reticencia y se entrevistó con Kirchner. Le pidió que lo ayudara a volver a Cuba. Kirchner le respondió que no podía hacer nada habiendo un juez de por medio. Maradona logró volver a Cuba luego de finalizar su tratamiento.
Ya recuperado, se dio el gusto de tener su propio programa de televisión. Adrián Suar le produjo La noche del 10. Lo necesitaba Maradona y también lo necesitaba Canal 13, desplazado al tercer lugar en la medición de audiencia por el Canal 9 de Hadad, que contaba entre sus figuras a Marcelo Tinelli, desvinculado a fines de 2004 de Telefe. Debutó con La noche del 10 en agosto de 2005. Canal 13 recuperó el segundo puesto.
Algo del Maradona que se cae y se levanta, se cae y se levanta se reactualizó cuando, en 2010, dirigió a la Selección Argentina. Se lo vio recuperado y radiante.
Hace unos meses, Pablo Alabarces sostuvo que «Maradona funciona como síntoma contracultural en los 90 y como síntoma redundante en la década siguiente». La tesis tiene un problema y es que Maradona fue, en los 90, un jugador en actividad y, en la década siguiente, un jugador retirado. De los cuatro Mundiales que disputó, dos tuvieron lugar en la década del 90. Todo lo que Maradona tuvo de «contracultural» o «antisistema» en los 90 no lo tuvo por antimenemista (fue nombrado embajador deportivo por Menem pocos días antes del inicio del Mundial de Italia) sino, fundamentalmente, por su enfrentamiento con el establishment de la FIFA. Maradona pasó, además, gran parte de la década kirchnerista viviendo en el exterior. Hay dos variables: «clima cultural» (menemismo – kirchnerismo) y otra que alude a la condición de Maradona (jugador en actividad – retirado). Se puede elegir una. Se pueden elegir las dos.
Nací en 1974. Seguí casi toda la carrera de Maradona. Me siento un contemporáneo suyo. Para escribir este texto apenas tuve que chequear algunas fechas. Si tuviera que escribir sobre Eva Perón o el Che Guevara, por mencionar a otros dos íconos de la argentinidad, tendría que ponerme a leer. No me saldría nada de un tirón. Con Maradona es diferente, porque tuve el privilegio de seguir su carrera en tiempo real.
El 29 de octubre se cumplieron veinte años de su retiro definitivo, del día que dijo adiós para siempre. Su último partido fue cuatro días antes. Muchos pensaron que se trataría de un adiós temporario. No lo fue.
Hay un Maradona que maravilla y otro que conmueve. El que conmueve es el que se sobrepone a sí mismo. Ese es nuestro mejor Maradona.
Para nosotros y para todos: Diego Armando Maradona.
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