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Por Barbara Pistoia | Ilustraciones de Monica Cook
Acostada, boca arriba, miro fijo los movimientos circulares y suaves de la lámpara, alentados por el ventilador. Miro fijo y preparada, esperando que estire sus tentáculos.
Siempre que presiento lo peor, sucede. No funciona a la inversa. Es como si pudiera controlar el futuro inmediato en reacciones solamente negativas hacia mi persona.
Se asoma un tentáculo y me sujeta del tobillo, se asoma otro tentáculo y me sujeta el otro tobillo.
Los recuerdos cercanos, los que tienen un año de vida, dos, a lo sumo tres, vienen siempre. O, en realidad, son el presente pasivo. Entonces te hacen sostener lo que creías que iba a ser, lo que alguna vez sentiste posible. No puedo controlar el pasado que ya viví, y que me obliga a sostener lo que no va a ser.
No es que presiento siempre lo malo y se cumple, es que él me domesticó a esperar lo peor para dármelo después. Me calma ese dato, no me calma mi fe.
El tercer tentáculo irrumpe con tal violencia que, sin querer, golpea con la puerta y la cierra de golpe. Redirecciona y me agarra del cuello. Prácticamente me sienta. Mientras, veo venir al cuarto tentáculo hacia mí. Me suelta el pelo, lo tironea fuerte. Me gusta. Me humedezco.
Y llega el quinto tentáculo para sacarme la ropa interior.
Extraño el mordiscón en la espalda, con él gimiendo profundo sobre mí, con todo su peso al que resistía estando boca abajo. Yo siempre sonreía cuando cogíamos. Él nunca. Yo era feliz cuando cogíamos. Él no sabe ser feliz.
Sale el sexto tentáculo y me penetra.
Quiero entregar el alma. Estoy exhausta. Quedé anulada, dispersa, desolada. No soy yo. Todo es él en esta casa, y en este cuerpo que funciona como casa. No soy yo, es el hogar construido sobre lo falso.
El séptimo tentáculo termina por romper la lámpara. El ventilador se apaga, huele a cortocircuito y comienza a llover. Lo único que me asusta del momento es que pare de penetrarme.
Y no, no para de penetrarme. Me siento, al fin, nuevamente complacida. Correspondida. El tentáculo siete me toma de la cintura, quedo suspendida parcialmente en el aire.
Antes de perder el alma quiero volver al gusto de su verga. Me regodeo en el recuerdo, saboreo, siento en mi boca la textura, puedo volver a olerlo, y, en el desborde incontrolable de saliva, hago presión entre mis dientes como volviendo a estirarle la piel.
Los días duran siglos, quiero detenerme ahí. Mi lengua en su verga. Pero el octavo tentáculo ya debe estar por venir y se llevará el alma. Ya no habrá más que pensar y repensar.
Forcejeo con el tentáculo que me tira del pelo, quiero torcer un poco mi cabeza, dejar el cuello desnudo y receptivo, invitándolo al octavo tentáculo a que se lo apropie. Guardo mi alma ahí, por eso no sé callar el te amo, te odio, te mato, matame.
Siento el deseo de tocar los tentáculos. Quiero tocar al que me penetra y al que me mantiene suspendida. Me estiro un poco. Los toco. Los miro. Mis dos manos tocan a los 7 tentáculos, los acaricio con la mano toda abierta. Voy recobrando algo de fuerza en cada roce, los acaricio fuerte. Me lleno las manos de carne. Ahora yo también los tengo agarrados, los llevo a mi boca. Chupo sus ventosas sin dejar de mirarlos.
Acabo.
Sé que me equivoqué mucho pero ahora no, no hay falla ni error: falta un tentáculo venir por mí, mi cuerpo no duda. No duda y goza. Y vuelvo a acabar.
La certeza es poderosa, y la penetración también.
Los tentáculos se desacomodan y me penetran aleatoriamente, ordenan y despiertan a cada uno de mis órganos.
No me dan respiro, pero disfruto, realmente disfruto. Los tentáculos no paran. El tiempo, contra todas las creencias, sí. El octavo tentáculo no llega, pero no importa, ya soy uno de ellos.
Etiquetas: Barbara Pistoia, Erotismo, Metamorfosis, Monica Cook, sexualidad