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Por Luciano Lutereau | Ilustraciones: Julián Landini
1.
Mi amiga L. siempre fue muy vergonzosa con los hombres. Por eso se esconde en Tinder, aunque sin mucha suerte. Hace poco hablamos y se reprochaba su vergüenza otra vez. Le dije que peor es no tenerla, que incluso puede ser una pasión muy seductora. En la semana me contó que se anotó en curso, dispuesta a conocer a alguien poniendo el cuerpo. Es un seminario sobre Mao y la revolución cultural. Hoy me escribe para contarme que son todas mujeres y un tipo que no se sabe qué es. Pobre chinita, otra vez caerá en la red del Imperio.
2.
Mi amiga M. lee a Judith Butler y me pide que le recomiende un libro sobre psicoanálisis y género. Le sugiero La diferencia sexual. Fue a la librería y lo pidió como “La pequeña diferencia”. Me lo cuenta riéndose. Le digo que son unos pocos centímetros, pero diferencia al fin, ¿no? Me animo a contarle un secreto: tengo un diente de más. Donde la gente “normal” tiene la serie paleta-diente-colmillo, yo tengo paleta-diente-diente-colmillo. Mi dentista dice que soy un caso famoso en congresos. Una especie de mutación. M. se ríe y dice: “Te sobra un diente”. Me quedo pensativo y respondo: “Tengo un diente de más, no me sobra un diente”. M. agrega: “Es cierto, y que yo no tenga, no quiere decir que me falte”. ¿Puede haber mejor definición de la envidia del pene que creer que no tener es que falte? ¿Puede haber mejor definición del “feminismo espontáneo de la histeria” (como lo llamaba Dio Bleichmar) que creer que lo que está de más, sobra?
3.
Converso con mi amiga L. acerca del perspectivismo en Nietzsche. Me da un ejemplo que no me convence, pero que propone una imagen incuestionable: la voz de Dread Mar I es insoportable en sus baladas de pathetic reggae, mientras que es terriblemente seductora cuando canta de invitado con Dancing Mood. “La única voz propia es la extranjera”, concluye.
4.
Converso con mi amiga D. respecto de algo que conversamos de ayer. Ella dice que los hombres nunca tienen paciencia, no sólo en los reclamos sexuales. Le pregunto por qué dice eso. Le pregunto también por qué piensa que los hombres hacen de lo sexual un termómetro de la relación (en el sentido de que una pareja que coge parece que está bien). Le digo que hay una respuesta en Freud para eso. D. se pone impaciente. Me dice que no sólo los hombres hacen eso, y me cuenta la situación de una pareja en la que la chica le recrimina al chico que tengan poco sexo y que, encima, él mire pornografía. Es una idea interesante: supone creer que el placer de coger puede sustituir al goce autoerótico de mirar. Es una fantasía histérica. Se suma el hecho de que muchas parejas se separan en el summum de la relación sexual. El sexo es lo que menos une a dos personas. La pregunta que se vuelve importante, entonces, es por qué muchas personas dicen que se quedan en una relación por el sexo. Mi amiga dice que se trata de cuestiones “culturales”. Yo le digo que más que algo cultural, es estructural a la diferencia de los sexos. Nadie puede gozar sin suponerle un goce a otro. Y la deserotización hace pensar en la infidelidad o en alguna otra forma de frustración. No importa que el otro no quiera coger, sino que es vivido como algo que el otro no da. Eso engancha mucho y erotiza el reclamo mismo. Mi amiga insiste en que hay “algo preestablecido” acerca de cómo debe funcionar una pareja. “Una vez por semana, al menos, hay que coger”. Le propongo que eso que llama “cultura” lo piense en términos pulsionales. Es por alguna satisfacción pulsional (en una fantasía u otra) que alguna gente cree que “tiene que” coger una vez por semana. Lo normativo siempre tiene un fundamento erótico. Ella me pregunta si hay algo que no lo tenga. Tiene razón, por eso el culturalismo (y las ideas de socialización, educación, etc.) no me convence, lleva al relativismo, mientras que como analista prefiero el “pulsionalismo”, que lleva a unas pocas fantasías. Todo lo cultural se sostiene en algunas fantasías inconscientes. Y las fantasías no son simbólicas, sino piezas de lo real, respuestas fijas a la roca dura de la castración.
5.
¿Puede haber algo más atractivo que una mujer con sentido del humor? Mi amiga V. me cuenta que salió con el muchacho que le gusta y, al despedirse, él le dijo: “Te dejo en la B”. Se refería a la línea de subte, pero como ella es muy inteligente, bromeó: “Siempre me dejás en la B”. A partir de ese equívoco, empezó entre ellos un idioma común para gastarse como equipos en busca del ascenso. Qué suerte que V. no se identificó a la más básica de las fantasías histéricas: declararse seducida y abandonada. No creo que su saber-hacer con el humor se deba a que trabaja de analista, quizá sí a que hizo su análisis para encontrar una posición femenina.
6.
Mi amiga S. me recuerda que la semana pasada dije que “marido ideal” es el que escucha. Y me confronta con que ayer haya planteado que a un tipo, cuando habla, se le para. Su pregunta es: entonces, ¿el buen marido es impotente? Respondo, porque se trata de una cuestión muy importante: 1. Que un hombre escuche no excluye que hable; por lo tanto, al “marido ideal” se le para; 2. Un “marido ideal”, como todo ideal, no es real; 3. No es lo mismo un “marido ideal” que un “buen” marido; 4. Un “buen marido” siempre es impotente; por eso el mejor marido para una mujer… es otra mujer; 5. La heterosexualidad es un invento de la medicina del siglo XIX; 6. Sólo se puede ser heterosexual por fastidio u obstinación; 7. “Fastidio” y “obstinación” son dos palabras más sencillas para hablar de deseo; 8. “Fastidio” y “obstinación” es equivalente a la distinción “masculino” y “femenino”.
7.
Mi amiga J. dijo algo que me dejó pensando: “Nosotras podemos hacernos las tontas y hacer que una pregunta no parezca más que una pregunta, mientras que al varón se le nota el deseo más fácilmente, habla y ya se le ve la intención”. La diferencia sexual no es anatómica, sino entre modos discrecionales de mostrar el deseo. Lo voy a escribir en mi diario íntimo.
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