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Por Martina Kaniuka
I
Cuando escribo esto, lo hago consciente de que, seguramente, no sean muchas las compañeras que estén de acuerdo con mi opinión. Tecleo rápido cada palabra, intentando sin embargo, moderar exabruptos y modelar cada frase con justeza porque sé que cuando una historia está á la mode, son muchas las cosas que se dicen y al fin y al cabo, no se dice nada y necesito decirlo: desconfío del cuento de la criada.
Anteayer Hollywood se vistió de luto en los Golden Globes y decidió adaptarse, fiel a su estilo, a la coyuntura. El monstruo glamouroso cada año ha destinado, a lo largo de su historia, un lugar en la agenda para cada una de las problemáticas sociales que, desbordando la pantalla, le exigían algún gesto -que por supuesto y como es su costumbre- eludiera la posibilidad de un verdadero cuestionamiento o transformación radical y materializara el verdadero leit motiv que lo financia: el haberse constituido históricamente en la fachada más efectiva para la propaganda norteamericana.
Así, por ejemplo, cuando el tema de los mass media en el año 2012 era el terrorismo –por supuesto jamás refiriéndose al ejercido por la nación del american dream sino a aquel originario de Medio Oriente, de turbante en la cara, idioma hostil, siempre presente en los fantasmas de la sociedad norteamericana: ese miedo a un enemigo culturalmente opuesto que, casualmente, es siempre dueño de importantes recursos energéticos- la ganadora de la estatuilla, con mención de Hillary Clinton incluida, fue la olvidable Argo.
En el año 2016 el turno fue para los curas pederastas y el abuso infantil, y la película premiada fue Spotlight: como resultado, la estructura eclesiástica continuó incólume sin mayores cambios que algunos traslados de locación de los pedófilos con sotana.
El movimiento de actrices organizadas contra el acoso sexual y el abuso en los lugares de trabajo, “Time´s up” (se acabó el tiempo) bajo la consigna #MeToo (Yo también), arribó a la alfombra roja este año en la entrega de los Golden Globes.
Luciendo sus extravagantes y esplendorosos atuendos de negro, lucieron sus pedidos de justicia también en los discursos donde desfilaron críticas a las diferencias salariales, a los acosos sexuales denunciados públicamente por actrices y a algunas historias de mujeres comunes que, retratadas por las serie y película -¿casualmente?- ganadoras (The Handsmaid´s tale y Three Billboards Outside Ebbing, Missouri), ponían en pantalla temas que, en nombre del feminismo, la Academia posibilitó tratar.
II
“El cuento de la Criada” (The Handsmaid´s tale) de Margaret Atwood, es la novela que, escrita en 1984, dio origen a la serie del mismo nombre que la firma Hulu, sacó al mercado del on demand este último abril.
La novela, que no ha recibido más que críticas elogiosas, dicen anticipa o fue concebida con una especie de poder oracular: adoptando la forma del diario de Defred (Elizabeth Moss en la serie), la historia transcurre en un futuro distópico en que la República de Gillead se ha constituido, con la excusa del terrorismo islámico, en un estado despótico, teocrático, donde la libertad de prensa y los derechos de las mujeres han sido abolidos. La sociedad de Gillead es, precapitalista porque ejerce el comercio mediante el trueque, y está estratificada en clases que, de acuerdo a su adhesión a las normas del gobierno imperante, son destinados a los confines de la sociedad o desterrados a morir por la polución en las Colonias.
Hasta aquí, no parece acontecer nada muy distinto a lo que ocurre en algunos regímenes existentes en naciones de estructuras políticas casi tribales, e incluso a algunas de las democracias occidentales donde la “igualdad de condiciones” posibilita que quienes “no se esfuerzan lo suficiente” caigan en los márgenes al vacío.
Sin embargo, el ingrediente más inquietante de la historia es el hecho de que, como producto de una catástrofe ecológica, la fertilidad materna ha descendido a niveles catastróficos, convirtiendo a las mujeres fértiles- a las que les quitan hasta el nombre- en “criadas”: un bien escaso que el gobierno usufructúa mediante una ceremonia, que no es más que el eufemismo de una violación, amparada en citas de la biblia para posibilitar que las clases dominantes puedan perpetuarse.
Dicha “ceremonia” tal vez sea acaso lo que me haya imposibilitado considerar al libro de Atwood tan revolucionario como lo han perfilado. Con una prosa prolija aunque no impactante, la autora desliza pequeñas resistencias que en el plano de los deseos y pensamientos de Defred, se gestan.
A la hora de la violación, despojada de cualquier tipo de sentimiento esperable -careciendo del asco, de la vergüenza, de la bronca, de la violencia, de la miseria- con asepsia y hasta sarcástica, Atwood reemplaza la resistencia por la despersonalización y Defred se evade de aquello desgarrador que Atwood denuncia o simula denunciar (y que tal vez sea uno de los aciertos de la serie). Como una especie de, también repudiable, naturalización cotidiana en las relaciones de pareja cuando a veces el “no” deja de significar “no”.
Pero entonces: ¿por qué tiene tanto éxito el cuento de la Criada?
Precisamente porque no trasciende el mero cuento. Porque interpela pero solo de acuerdo al nivel de empoderamiento de la lectora, que puede concluir en la explicación del caso (Atwood incluye una especie de explicación de la novela para principiantes, denominada “Notas históricas sobre El Cuento de la Criada”, cuyas explicaciones son además esbozadas por un hombre), o puede vincularse con la realidad y metamorfosear en una descripción algo naiff de los horrores que cotidianamente y por fuera de metáfora alguna, padecemos las mujeres.
Prueba de esto, es la visita de la autora a la Biblioteca Nacional en diciembre del año pasado, donde señoras de la oligarquía local, que no practican más que el feminismo de puertas adentro y en talleres literarios de té con masitas, sin cuestionar un ápice de los números que descendieron estrepitosamente en materias de presupuesto económico para la Prevención de la Violencia de Género o la falta de políticas para la legislación en materia de aborto, se reunieron para celebrar la febril imaginación de la autora.
A esta altura lo más destacable del libro, es en mi opinión, la introducción: único pasaje en que Atwood, tal vez consciente de la ambigüedad que gravita por algunas de sus páginas, decide posicionarse rescatando los valores que quedaron sujetos y a la libre y “desinteresada” interpretación.
III
Oprah Winfred sacudió a los espectadores con su discurso. También con un cuento de la criada: el de su madre, empleada doméstica de los suburbios de la nación del sueño americano.
Agradeció en el medio de la oportuna campaña presidencial que lanzó esa misma noche; “a todas las mujeres que han sobrevivido años de abuso, porque ellas, como mi madre, tenían hijos que criar, cuentas que pagar y sueños que hacer realidad”. Les agradeció por haber sobrevivido a pesar de no ser escuchadas y prometió que el tiempo de la cultura rota por hombres poderosos terminaría.
Son palabras poderosas pero -podrán coincidir o no- que no trascienden a intereses económicos, políticos y oportunamente redituables.
Las palabras de Oprah Winfred serán verosímiles cuando quien las pronuncie no haya recibido la Medal of Freedom, por parte de Obama, que tiene de progresista el logro de matar ciudadanas y niñas iraquíes, iraníes, pakistaníes y afganas, sin olvidarse de las mujeres y niñas de Somalía y Libia y Yemen, por si acaso, con drones, a un click de distancia. Sólo en 2016, 20.000 fueron las bombas que el líder- que la oradora que se dice feminista apoya- lanzó sin distinción sobre niñas, mujeres, hombres y ancianos, en esos países.
Tampoco se refirió al hecho de que aquellas mujeres a las que agradece haber sobrevivido, no son víctimas de otra cosa que del sistema capitalista y la opresión del sistema del mercado mundial: Estados Unidos tiene uno de los niveles más altos de desigualdad de ingreso, medido según el coeficiente de Gini, entre los países del mundo con mayor ingreso. Las mujeres, son siempre las más afectadas en las crisis económicas y son las primeras en quienes recaen la desigualdad salarial y la flexibilización laboral (y por supuesto no cobran los suntuosos cachets hollywoodenses).
Se ha referido a las injusticias y recordó a varias de sus compatriotas de color, lo cual es loable, pero sin embargo no han proferido en toda la ceremonia –ni ella ni sus camaradas del espectáculo- ni una sola palabra sobre la detención ilegal e injusta por parte del Estado de Israel –fuego amigo de Estados Unidos- de la palestina de 16 años Ahed Tamimi a pesar de que la campaña mundial de #FreeAhedTamimi ha sido insoslayable.
La película premiada “Three Billboards Outside Ebbing, Missouri”, trata sobre la búsqueda de justicia de una madre a quien asesinaron a su hija, y no se escuchó una sola palabra sobre el movimiento de mujeres que alrededor del mundo, bajo las consignas de Ni Una Menos y Vivas Nos Queremos, se han manifestado contra los femicidios.
Tampoco se han manifestado sobre las consecuencias que para mujeres y familias enteras, el Muro construido en las fronteras con México -que nada tiene que envidiarle al Muro de Atwood en Gillead- acarrea (o tal vez sea porque el turno de la problemática le tocó en la ceremonia de los Oscars del año pasado).
Ni hablar de denunciar los modelos y estereotipos de mujeres que desde la pantalla se venden al mejor postor de los cárteles de moda y el negocio de la indumentaria, la cosmética, la industria de la belleza y la lucha inacabable por alcanzar la juventud eterna. Vistieron de negro, algunas exhibiendo los cuerpos cadavéricos y otras la banalidad de los cuerpos que escapan a las inclemencias del tiempo abrazando el bisturí y tomando distancias abismales de los cuerpos naturales y la fisonomía de las mujeres.
Como a las palabras se las lleva el viento, tal vez al interior de los movimientos de mujeres, haríamos bien en demandar y exigirles a quienes pretenden perfilarse como nuestras portavoces, al menos la coherencia.
Los derechos nunca se han ganado con discursos y el giro de Hollywood hacia el feminismo, no será jamás el hilo de Ariadna que nos permita alcanzar ni la igualdad, ni ganar la pulseada que la violencia de género, con glamour o sin él, nos gana en todos los ámbitos, todos los días.
La pelea no podrá ser a través de una pantalla. Tampoco a través de las páginas de un libro. Es y será en las calles. Siempre. Todo lo demás, es y será un mero cuento.
Etiquetas: #MeToo, #NiUnaMenos, #VivasNosQueremos, Elizabeth Moss, Feminismo, Golden Globes, Hillary Clinton, Hollywood, Margaret Atwood, Martina Kaniuka, Oprah Winfred, Time´s up, Violencia de género