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22-01-2018 Notas

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Por Patricio Porta

¿Por qué habría que rezar por el último monarca absoluto de un estado europeo que vive con todas las comodidades? ¿Por qué habría que rezar por el líder supremo de la iglesia católica, un imperio en decadencia desde hace rato gracias a su historial? En serio. Se llevaron puestos los diez mandamientos.

Llegaron a América de la mano de los conquistadores, impusieron sus dogmas, quemaron gente que pensaba distinto, se llenaron de oro. Y así. Un imperio. Aferrados a sus doctrinas y atrincherados en el vaticano, fueron perdiendo influencia: arrancaron con el lobby, lavaron guita, corrompieron y, de paso, no pocos curas se volvieron pedófilos.

Me gustaría saber por qué hay que rezar por alguien que promueve la misma ortodoxia que Wojtyla y Ratzinger, que no da lugar a las mujeres en la jerarquía eclesiástica, que se opone a sus derechos reproductivos, que es un activo militante pro homofobia, que jamás va a llevar a los hechos lo moderado y obvio de sus discursos, aunque lo tilden de revolucionario. La reacción de los miembros del clero habla más de cómo van las cosas en la iglesia que de las buenas intenciones de Bergoglio. Y la fama de reformista que algunos le atribuyen deja en claro que los estándares del vaticano nunca entraron en la modernidad.

¿Cuáles son los aportes sustanciales de la iglesia católica en temas urgentes para la humanidad como el crecimiento demográfico, la desigualdad económica y el calentamiento global? Solo retórica compasiva y pasajes de la biblia. La madre Teresa no curaba a los enfermos, rezaba por ellos. Los dejaba morir mientras se atendía en hospitales bien equipados cuando tenía alguna dolencia. Esa es la justicia social de la iglesia.

Foto de la misa del Papa Francisco en Iquique, Chile

Algunas viejas conservadoras de acá lo seguirán respetando, aunque con recelo, por su investidura. Otros creen más en el oxímoron que en los milagros: el Papaprogre. Inexplicablemente, Francisco tiene su grupo de scouts que lo sigue a todas partes y se permite una libre interpretación de sus declaraciones para poder convertirlo en referente legítimo de causas que difícilmente cuadren con los intereses de la iglesia. Pero el problema no es él. Bergoglio viene a levantar su negocio, que no anda muy bien. El problema no es si lo ningunea a Macri o le pone cara de culo a Piñera. Nos puede parecer un lindo gesto o podemos pensar que es un maleducado, que un jefe de estado electo por un par de hombres que visten sotanas no debería menospreciar a otros jefes de estado elegidos democráticamente. El problema no es Francisco, es la iglesia. Muchos cristianos saben que el cristianismo no está en lo que predica el vaticano. Ahora muchos católicos se están dando cuenta de lo mismo. Ese es el verdadero problema.

La foto de su misa de despedida en Iquique, Chile, dice mucho. ¿Por qué habría que rezar por un hombre que salió en defensa del obispo chileno Juan Barros, acusado de encubrir las violaciones contra menores cometidas por su mentor, el sacerdote Fernando Karadima? Francisco encanta cuando habla de generalidades o mitiga el culposo discurso católico con un tono de abuelo pícaro, pero queda desnudo al momento de defender sin ambigüedad la doctrina construida por el vaticano. Eso explica por qué las pocas veces que el clero reconoció casos de abusos decidió apartar al responsable o desplazarlo lejos del lugar del delito. No confían en la justicia terrenal.   

Creo que no deberíamos rezar por Bergoglio si no defendemos los principios que reivindica e intenta imponer la iglesia, pero es un pensamiento personal. Aunque se entiende que pida que recen por él.

El problema es más grande que Francisco.

 

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