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Por Luciano Lutereau | Ilustraciones: Matthew Grabelsky
1.
La fantasía del “príncipe azul” consiste en la expectativa de que un hombre podría amar espontáneamente. Muchas mujeres esperan a un hombre que las ame, pero los hombres no aman. A veces, aprenden a amar a la mujer que los ama, pero para eso necesitan tiempo. Es como dice la canción de Serrat: “Si algún día, después de amar amé, fue por tu amor”. El varón siempre ama con un amor prestado. Amor y masculinidad son incompatibles, aunque no nos guste esta idea. Y esta incompatibilidad es la que sintomatiza la histeria masculina (que no es la histeria de una mujer, pero en un varón, sino algo muy distinto). Es lo que nos enseñó Fito Páez con su “amor después del amor”. No es común que después de una relación una mujer tenga miedo de no volver a amar nunca más. Los varones sí.
2.
La fantasía del “príncipe azul”: consiste en la expectativa de (muchas mujeres de) que un hombre las “saque” del ámbito familiar. Como tal, es una variante del rapto como fantasía de seducción. Se verifica en mujeres a las que les cuesta no estar en pareja o que no pueden salir con un tipo sin pensar una relación posible. Esperan demasiado de hombres que apenas conocen, incluso a veces los sostienen. Porque bajo ese lazo está la culpa por haber dejado la familia de origen. Si no están de novias, van los fines de semana a la casa familiar (o hablan por teléfono seguido). A esto se refería Freud cuando decía que la mujer no sale del Edipo. Estas mujeres hacen de un pelo una soga: conocen a un hombre y esperan de él… lo que esperan del padre. Esperar del padre un hijo quiere decir que sólo conciben salir de una familia… con otra familia. Si una mujer no disfruta primero de estar sola un poquito, como para gustarse a sí misma y tener una vida social exogámica, sólo se va a encontrar con esos boludos ocasionales que son los príncipes azules.
3.
Anoche en el grupo de estudio sobre histeria nos dimos cuenta de algo muy importante. Hay una diferencia crucial entre el sketch de Francella sobre “la nena” y el de Olmedo sobre “la bebota”. ¿Por qué uno produjo tanto rechazo, y el otro no, si son tan parecidos? En este último, el padre era quien acompañaba a la joven, lo que demuestra que el Manosanta no era un sustituto del padre; es decir, no podía ser el padre quien “descargara” a la joven. En el sketch de Francella, esta posibilidad se confirma (porque en el inconsciente, lo posible es efectivo). Por eso este sketch causó una indignación tan grande. Porque ponía en escena la fantasía fundamental de la que se defiende la histeria: la seducción por parte del padre.
4.
La idea del sujeto como negatividad, “falta en ser” o “afanisis” es una fantasía de histérico: la suposición de un sujeto “puro”; así como la idea de un acto de cuyas consecuencias es preciso hacerse cargo, o “algo” de lo que responsabilizarse, es una fantasía de obsesivo: la reducción de lo impuro por lo propio. Habría que llamar a estas posibilidades de neurotizar la teoría: neurot(eor)ización.
5.
“Porque una casa sin ti es una oficina”, dice Sabina en una canción. Algo parecido dice Fito Páez en otra: “Y cuando tardas en venir, mi cama es una cama de hospital”. Es la misma idea que transmiten Benjamin Biolay y su esposa Chiara Mastroianni en A house is not a home. Como si el hombre sin una compañía estuviera arrojado al autismo del goce fálico: el trabajo y la enfermedad, dos maneras impersonales de vida. Quizá por eso nos enfermamos en momentos de duelo, o hacemos del trabajo una manera de escapar. Los enamorados no se resfrían, ya lo decía Freud. Me recuerda a un muchacho que cuando tuvo que vivir solo después de una separación, compró cada objeto según el gusto de alguna ex. Una forma de seguir viviendo entre ellas. Y a veces ocurre que la mujer se va, y el tipo queda viviendo en la casa sin mover siquiera una lámpara. Así por años. Así de adherente es el goce del falo. Por eso se entiende que en una versión en vivo de la canción, Sabina reemplace “oficina” por “embajada”. Un lugar en el que la vida es diplomática, una ficción, puro semblante sin cuerpo. Para tener un cuerpo hay que estar con otro.
6.
Muchos pacientes tienen fantasías en las que roban algo. Muchos jóvenes roban de manera inmotivada en la adolescencia. Cotidianamente se roban besos, miradas, claves de mail de la persona que se ama. Con el robo ocurre lo mismo que con la violación: algunas mujeres tienen la fantasía (y eso no quiere decir que lo quieran, sino todo lo contrario) de ser violadas (o, para no usar un término tan fuerte, usemos uno más “neutro” de la historia del erotismo occidental: “de ser raptadas”) y siempre este acto violento y antisocial es aquel en que se manifiesta el deseo. El robo sitúa una relación por fuera de la simetría especular, y esa ruptura es el deseo. Ya lo decía Deleuze: “El deseo ignora el intercambio, no conoce más que el robo y la donación”. Quizá podría decirse que se roba a quien no suele dar. ¡Qué importante sería pensar esta cuestión en el marco de un debate sobre la delincuencia juvenil y la baja de imputabilidad! Los paranoicos siempre tienen miedo de que los demás les roben. Por lo general los paranoicos tienen poco para dar. Los paranoicos odian el deseo. En el diván los pacientes roban palabras, roban tiempo cuando piden ir al baño después de la sesión o demoran en salir mientras otra persona espera (a la que entonces hacen esperar; siempre me gustó notar el contrapunto entre quien se viste rápido y sale casi sin saludar, y quien puede tomarse 10 minutos lánguidos), roban todo el tiempo, y está muy bien. Que el psicoanálisis pueda ser una paranoia invertida, quiere decir que a los analistas nos encanta que nos roben. Y al paciente que quiere irse rápido le decimos: “Robame tranquilo, no te vayas corriendo que no hiciste nada malo”. Este aspecto es muy importante para pensar la culpa en los tratamientos. Esos son, a veces, los momentos más importantes de los análisis. Como la vez que una paciente se olvidó una bufanda y cuando volvió a buscarla yo me la había puesto: “¿Querés que te regale mi bufanda?”, le pregunté. En fin, bajo la apariencia civilizada de una sociedad moderna (o incluso posmoderna) laten nuestros deseos profundos y salvajes. Quizá nunca dejemos de seres primitivos, o como canta el Pity Álvarez: “Indios latinos con guitarra eléctrica y comunicados a través de Internet”.
7.
Hay una fantasía típica en muchos varones: se erotizan al poner celosas a sus mujeres. No se trata de que las mujeres “sean” celosas, sino que actúan una fantasía edípica del varón. El erotismo de esta fantasía es una variación de la fantasía que Freud llamó “Pegan a un niño”. Se trata de varones que no pueden estar en presencia de su mujer sin seducir a otra. Podría ser la situación de que, en una fiesta o cualquier lugar, miren a otra mujer; o incluso que en una conversación le den la razón. No hay nada más seductor que darle la razón a alguien (por eso el dicho popular es que se la da a los locos). “¿Qué te hacés el copado con fulana?”, pregunta la mujer herida. No es que ella sea una controladora, sino que es un gesto dedicado: él se hace retar, y así se defiende de su deseo (el de ella) con otro deseo (el de él) y por eso el deseo es el deseo del otro. La hipótesis de los celos histéricos o femeninos (que son diferentes) sería restrictiva para entender esta situación. Es una típica fantasía edípica en varones: si me reta, soy un niño travieso y transgresor, así me cuida, me protejo de su deseo con su amor, como lo hace un niño con su mamá. El fundamento último de esta fantasía, que reduce la mujer a la madre, es evitar que la mujer sea el padre. Una mujer, para un hombre, es la madre o el padre: si es la madre, él es niño; si es el padre, está castrado. Si está castrado, desea y si desea tiene miedo de la pasividad que implica el deseo (en el varón), porque un deseo se padece: lo muestran las canciones que hablan de cómo una mujer “roba el corazón” u otra parte del cuerpo (que simboliza el falo). Freud no tenía razón (prefiero dársela a una mujer): el varón nunca sale del Edipo, y queda atrapado en la seducción paterna; mientras que las mujeres sí pueden salir a través del encuentro con un hombre (si alguna vez logran la decepción del padre). Los varones siempre son endogámicos, la exogamia sólo es femenina.
8.
El análisis es análisis de la fantasía. Lo trabajamos en un grupo de supervisión hace unos días. Una mujer relata que se peleó con su novio antes de ir a visitar a su padre. Su novio le había contado que iría a una despedida de soltero. Ella le reprochó la práctica de los hombres de divertirse vulgarmente con mujeres en dichos eventos. “Pero nosotros vamos a ir a comer pizza, no vamos a alquilar minas”, dijo él. La interpretación, entonces, es que el reproche era para el padre. Ella recuerda que siempre (y todo lo que se narra con “siempre” lleva a la fantasía) le molestó la vida amorosa de su padre. En una época, éste salía con muchas mujeres. A ella la indignaban (y la indignación siempre lleva a la fantasía) las infidelidades. ¿Por qué dice que el padre era “infiel” si no tenía una pareja estable? ¿A quién le era infiel? Por un lado, ella se identificaba con las mujeres que no sabían de otras mujeres, y con el silencio con que cubría al padre. Dividida entre las mujeres seducidas (y abandonadas) y la complicidad paterna. Hasta que un día eligió no callar, y el padre le dijo “Estás loca”. “Loca”, el mismo término que el padre había usado para referirse a su madre antes de que la pareja se separara. La fantasía queda formulada: el reproche de infidelidad reprime el deseo con que el padre la sedujo y la convirtió en mujer. A partir de ese episodio, ella dejó la casa paterna. El incesto era posible.
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