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Por Pablo Milani
Martín Felipe Castagnet nació en La Plata en 1986. Es doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es traductor y docente. Su primera novela, Los cuerpos del verano (Factotum, 2012) ganó el Premio a la Joven Literatura otorgado en Francia. En 2017 publicó Los mantras modernos (Sigilo, 2017). En charla con Polvo, habla del cambio de vínculos gracias a las redes sociales, de su predilección por el haikus y entre otras cosas, de por qué se fue de su ciudad natal para vivir en Buenos Aires.
En tu novela Los mantras modernos hay un epígrafe de Marcelo Bielsa que dice: “Del futuro hablaré sólo si estoy obligado a ello”. Más allá de la frase, muy irónica por cierto. ¿Por qué elegiste a Marcelo Bielsa en un libro de ciencia ficción?
Un buen epígrafe recorre un texto y ofrece una lectura paralela que sin él no tendría. En la medida que me voy acercando a la versión final del texto, termino recortando los epígrafes hasta alcanzar uno, y me parece positivo que no tenga que ver con lo literario, para que no haya un juego de espejos de la literatura reflejándose a sí misma. En cambio me parece muy productivo traer gente de otras disciplinas que iluminen el texto literario. Es traer agua ajena hacia el molino propio. En este caso, citar a un director técnico ya es de por sí disruptivo; no es la figura que uno espera para abrir un libro y menos uno de ciencia ficción. Por otro lado, Bielsa desarrolla un proyecto propio, y me parece que el lector puede esperar lo mismo de la novela.
“La gente desaparece. El sentido común permanece” es una frase de la novela. ¿Es posible que el sentido común permanezca aun desapareciendo gente? ¿Y más aún en nuestro país?
En la novela la acepción desaparecidos se resignifica, es decir no pierde la acepción nacional que nuestra historia le dio, sino que la guarda pero se amplía a otros sentidos más literales. Si algo quedó demostrado durante la dictadura es que la vida continuaba, la normalidad continuaba. Se hizo un Mundial de fútbol, salimos campeones, se festejó en la calle. Yo no había nacido, pero si hubiera estado presente en esa época probablemente hubiese salido a festejar. No puedo juzgar a los que salieron a festejar. Me parece que es importante pensar que en cualquier situación de fin del mundo, como lo fue la dictadura, o experiencias donde caen las formas, se puede vivir civilizadamente. En ese caso el mismo gobierno es el encargado de impartir terror, esa es una situación del fin del mundo. Me parece que la mejor manera de encararlas, desde lo literario, es reconocer que en esas situaciones siempre hay un componente, quizás para no volvernos locos, que es aferrarse a que hay cierto núcleo de normalidad que prosigue y que siempre va a proseguir. Es decir, no tomar las narraciones como algo alejado de la realidad, como algo alejado de nuestras costumbres sino asociarlo a lo que nos pasa. Asociar una idea de un apocalipsis, no como algo completamente ajeno, sino como algo que puede suceder sin interrumpir nuestros quehaceres cotidianos.
En la entrevista que te hizo Lamberti para Eterna Cadencia hablás de la vinculación entre adultos y jóvenes y decís: “Si hay algo para lo que sirve la ciencia ficción es para explicar cómo es la vinculación actual entre las diferentes generaciones.” Con respecto a la ciencia ficción, ¿De qué forma se posiciona este género con respecto a los demás? ¿Crees que la ciencia ficción funciona como contrapeso del resto, o más bien es un desprendimiento?
La verdad no sabría bien qué responder en el sentido de que ni siquiera estoy seguro de que Los mantras modernos sea ciencia ficción, juega con lo fantástico y el borde entre estos dos géneros es bastante difuso. Los teóricos de la ciencia ficción considerarían que mi libro no es de ciencia ficción, así que como autor me cuesta hablar de la ciencia ficción con autoridad. No creo que la ciencia ficción sea diferente a otros géneros, lo que sí creo es que éste género se tiene permitido pensar mejor las tecnologías actuales. Dentro de la narrativa es el que mejor lo hace, aunque podría no serlo. El realismo, si tal cosa sigue existiendo, en ningún momento intenta pensar las tecnologías, que sólo aparecen como electrodomésticos para señalar que es la realidad en la que vivimos; es decir, funcionan como muestras de nuestra realidad pero no las piensan. Precisamente la ciencia ficción por su capacidad de imaginar libremente, o casi lo más libremente posible, y a la vez de cómo se fue desarrollando el género a través del siglo XX, se terminó transformando en el monopolio de pensar las tecnologías. Lo que hoy precisamente vincula a los niños, los jóvenes y los mayores y principalmente los diferencia, son las tecnologías. Cómo utilizar una computadora, el uso de las redes sociales. Y ahí se da vuelta todo lo que entendíamos de chicos de lo que significaba ser adulto, lo que significaba la experiencia del anciano. El crecimiento exponencial de las tecnologías domésticas ligadas al ocio llevó a que los que lo empezaran a dominar sean los chicos más que los grandes. Entonces invierten esta noción que solíamos tener de chico que el mayor es el que sabe y el chico es el que no sabe. Si la ciencia ficción es el género que se dio el lujo o se tomó la potestad de analizar mejor las tecnologías vinculadas a la informática entre las diferentes generaciones, entonces por ende me parece que la ciencia ficción es uno de los mejores géneros hoy para pensar las relaciones, la identidad. ¿Qué significa ser viejo hoy? ¿Qué significa ser niño?
Vos mencionas que ahora el niño le enseña al adulto. ¿Y para los grandes temas de la humanidad? El amor, la religión, la política, la guerra. ¿Eso cambió con internet o se mantiene igual?
Eso no cambió; lo que se innova son en las dinámicas, por ejemplo Tinder. Ahora podemos estar en contacto con gente de otros lugares más fácilmente pero creo que todo lo demás permanece igual. Sigue predominando una cultura del odio, más que de la tolerancia. No hay una revolución de la forma de pensar la religión o de pensar las relaciones humanas. Cambian ciertas dinámicas pero en el fondo no creo que esté cambiando nada relativo a esos grandes temas. Lo que sí cambia es la circulación de información, y eso sí va a traer consecuencias.
Issac Asimov, en su libro Sobre la ciencia ficción dice que el avance del género es acumulativo y que cada avance tiende a impulsar otro más veloz. ¿Cuál es la siguiente ciencia ficción? ¿Qué es lo que viene después de internet?
Ojalá supiese la respuesta así la patentaría. Hoy en día se está empezando a borronear la frontera entre el mundo real y el digital; ya se pierde esta distinción. En un mundo donde internet es omnipresente. Me parece que el próximo gran escritor de ciencia ficción es el que pueda imaginar un mundo posterior a internet, porque Asimov logró predecir internet y Arthur C. Clarke también. ¿Qué viene después? Cuando escribí mi primera novela, Los cuerpos del verano, internet todavía no estaba tematizada. Se replicaba la manera más burda de estar en internet, como gente chateando, pero no la sensación de estar en internet, no los modos de relacionarse. Ahora por suerte es fácil encontrar narraciones que tematicen internet, sobre todo desde ese enfoque imaginativo que tiene la novela. Precisamente por eso creo que ya es hora de dar el siguiente paso, no sólo de internet sino sobre un post internet, ¿pero quién puede estar a la altura de ese desafío? Es una pregunta que me hago cada tanto. Hay una frase de Hernán Vanoli: “En el futuro pagaremos para no tener internet”. Creo que tiene la belleza de microrelato y es una primera visión sobre el futuro del internet.
¿Es posible, entonces, que la ciencia ficción haya sido creada para aniquilar definitivamente el paso del tiempo?
El ser humano en el fondo es un animal, por más que ontológicamente nos apartemos de los animales y de las otras especies. Para empezar, nosotros mismos nos llamamos seres humanos, no humanos, como si fuésemos seres y los demás no. Y cuando decimos animales, dejamos afuera el hombre como si no lo fuera. ¿Por qué? Porque nos creemos especiales. A partir del desarrollo de la cultura podríamos decir que sí, lo somos… pero no tanto. En la historia del planeta y eventualmente del universo, el humano ocupa una porción diminuta, microscópica, entonces más allá de todo lo que hemos podido crear y haber podido llegar a los límites de la galaxia, nos vamos a morir. ¿Por qué? Porque no somos tan especiales.
Nacemos, nos reproducimos y morimos…
Claro, por eso en Los cuerpos del verano hay algo que me pareció importante, casi como un mandato: esa vida artificial viene después de la muerte; no la evita. Morir es un requisito obligatorio para acceder a ese paso. La idea de pasar nuestra conciencia a una computadora no es una idea que haya inventado yo, pero precisamente estaba pensada como un modo de evitar la muerte y a mí me pareció importante en esa novela subrayar que se tenía que pasar por la experiencia traumática de la muerte. El humano siempre va a terminar muriéndose. Incluso en esta presunta inmortalidad en la web, el epígrafe recuerda que esa web está basada en máquinas que también se cuelgan, que también fallan y que también van a perecer. Así como nosotros nos vamos a morir como individuos pero también la especie se va a extinguir y con nosotros, o quizás después, también se van a extinguir las maquinas que creamos.
¿Cómo vivís el proceso de traducción? ¿Te sentís escritor también cuando traducís? ¿Es diferente cuando escribís para vos?
Además de los trabajos por encargo, a mí me gusta traducir haikus. Estudio japonés hace algunos años y mi nivel no es lo suficientemente bueno como para hacer una traducción de narrativa, pero sí me alcanza, junto a un buen diccionario, para abordar los tres versos de un haiku. Por cómo funciona el idioma japonés y la construcción del haiku, hay un montón de espacios libres en el que el lector tiene que interpretar, y en este caso el primer lector es el traductor. No hay nada más diferente que versiones diferentes de un mismo haiku y por eso disfruto hacer mi propia versión y encontrar las diferencias con las versiones ajenas. A veces cuesta crear una narración de cero y ponerle el cuerpo a una nueva novela. En esos descansos, entre el reposo entre novela y novela, mi plan es irme a la playa con mi librito de haiku y hacer el ejercicio de encontrar muchas versiones en un solo texto. Si tengo un objetivo en prosa es ese: que en una frase, exactamente con las mismas palabras, se puedan leer dos cosas diferentes.
En esa misma entrevista que te hizo Lamberti te declarás adicto a las redes sociales. ¿Cuánto hay de vanidad en ese estado de exposición permanente, de querer significar algo para el otro, de querer mostrarse aunque no sea como es uno?
A mí me gusta mucho una frase que repite Daniel Molina (@rayovirtual en Twitter): “No somos adictos a las redes sociales porque es el entorno en el que vivimos, como decir que somos adictos a las ciudades”. A la vez creo que hay un límite, cuando por ejemplo uno tiene la vista cansada y sigue en el teléfono, le duele el brazo de twittear y sigue en la computadora. Entonces, en lo personal, sí me reconozco adicto. Porque hay síndrome de abstinencia. Los que dejaban el campo y se iban a las ciudades, no sé si luego tenían síndrome de abstinencia de la ciudad. Quizás estaban muy contentos de irse a su casa en el campo. En cambio con las redes, al menos en mí caso, busco cada tanto estar lejos de las redes pero una vez que lo hago también me cuesta estar lejos; esa ambivalencia es lo que yo llamo adicción. Dentro de esa adicción, por una parte está alimentar nuestro narcisismo. Vernos expuestos, reflejados en la mirada del otro, conseguir la aprobación del otro. Pero no creo que sea únicamente vanidad, creo que es exposición. La exposición puede ser vanidosa pero también puede ser humillante y creo que en eso radica lo mejor de las redes sociales. Mi red favorita es Twitter, que, como el haiku, tiene un trabajo muy preciso sobre la cantidad de límite de caracteres. Por eso lamenté que haya pasado de 140 a 240. No tanto porque lo hayan extendido, sino porque siento que lo extendieron demasiado. Si lo hubiesen extendido a 180 o 200, hubiese estado a favor, 240 caracteres me parece demasiado. Y una de las diferencias que tiene Twitter con respecto a las otras redes es que precisamente trabaja mucho la autodepreciación, la autocrítica. Expone nuestras bajezas, nuestros engaños, nuestras mentiras. Hay mucho trabajo de ironía en Twitter, mucho más que Facebook, donde es casi imposible ser irónico, porque la gente no lee las redes de modo irónico. En Twitter es permanente el humor negro, el humor mordaz; la exposición no es vanidosa y creo que eso tiene mérito. En vez de un ejercicio de lamento y autoculpa, encuentro mucho humor en reseñar las propias falencias y con eso sí estoy a favor.
Vamos a suponer que internet se cae ahora. No existe más, y en 20 años le tenés que explicar a un chico que nace hoy, qué era internet. ¿Cómo le explicarías?
Le diría que internet fue la posibilidad de hacer grupos de amigos, de generar una identidad grupal. Internet para una persona que no la conoce es poder decirle que uno nunca está solo en sus gustos. Si sos fanático de los mosquitos, vas a encontrar fanáticos de los mosquitos. Creo que todo está o va a estar en internet, entonces precisamente la gracia es escribir sobre lo que no está en internet, sobre lo que se borra en internet. Nunca va a poder ser El Aleph que lo contenga todo, pero tiende a eso. La red intenta ser lo más completa posible y eso le permite a uno relacionarse distinto, no considerarse el solitario, el individuo suelto, triste.
Mientras haya internet vas a estar acompañado…
Exacto, si uno quiere sí. Incluso de una manera agresiva. Uno puede relacionarse agresivamente con otras personas. Internet siempre le permite a uno vincularse de cualquier manera con la gente que tiene sus mismos intereses. De hecho creo que es el problema, lo que ahora llaman la burbuja. Eso se mostró mucho con las elecciones, tanto en Argentina como en EEUU, que el triunfo de las elecciones terminó siendo sorpresiva porque cada uno veía su propia burbuja, a los que pensaban como uno. Esa es la construcción identitaria que tiene internet.
¿Entonces internet terminó con la soledad? ¿O es mucho decir?
Como dice Donnie Darko “siempre nos morimos solos”. Yo no diría sentirse menos solo, pero sí creo que con internet se siente más acompañado en la soledad. Internet es la banda ancha de los Corazones Solitarios del Sargento Pepper.
Tu primera novela Los cuerpos del verano fue premiada en Francia. En 2017, un importante jurado de la Feria del libro de Bogotá te incluyó entre los mejores 39 escritores latinoamericanos de tu generación. ¿Qué cambia una distinción así a la hora de escribir, o a la hora de presentarte frente al mundo, en tus pares o en tu propio ego?
A la hora de escribir no cambia en nada salvo para mal, porque uno puede creer que esos premios son sobre uno y no sobre las obras. Corre el riesgo de considerar que la próxima obra de uno va a estar en el mismo nivel que las anteriores, como si ya estuvieran premiadas de antemano. Incluso si es sobre la trayectoria y no sobre una obra en particular siempre se está premiando el conjunto de obras del escritor pero no las futuras obras del escritor. La otra posibilidad es que levante la vara para seguir mereciendo esta distinción. En lo personal espero no necesitar ningún premio; en todo caso, espero que sea un estímulo para mantener la vara alta, o incluso para probar cosas nuevas. Muchas veces uno como autor se queda en lo que ya sabe, en lo que ya maneja, precisamente porque fue premiado, porque gustó. Y es al revés, en lo personal es cambiar eso, es innovar con respecto a uno mismo. En ese caso lo que más ayuda en los premios es la vinculación con los otros autores elegidos, con otras industrias editoriales. Creo que eso es lo más positivo que tiene un premio: la difusión, la posibilidad de acceder a lugares que el libro no hubiese llegado. Ser ubicado en otro ecosistema, por ejemplo el latinoamericano, ayuda a dejar de pensarse únicamente como escritor argentino y descubrir que se puede escribir diferente. Uno lee a los clásicos y lee a los autores nacionales, y de afuera lee solamente a los que llegan. Las posibilidades literarias son inmensas y llegan demasiados pocos libros. Nosotros tenemos una cultura muy grande de traducción, pero aun así hay un montón de autores latinoamericanos que nos perdemos por el tamaño limitado de nuestro mercado editorial.
Naciste en La Plata y después te mudaste a Buenos Aires. Dejaste una ciudad más tranquila con respecto al desenfreno que se vive en una ciudad inmensamente grande en todo sentido. ¿Te modificó en algo a la hora de escribir? ¿Es importante el lugar geográfico como escritor?
La Plata no es una ciudad tranquila. Es la capital de la provincia más complicada del país. Su centro es muy chico y en ese centro están todas las dependencias gubernamentales. Todos los días hay una protesta, un piquete, o un paro. Obligatoriamente hay que pasar por el centro para llegar a cualquier lado y eso es una experiencia bastante violenta para una ciudad. En las afueras es distinto, y aunque ahora creció mucho todavía conserva ese tono suburbano. Yo crecí entre la tranquilidad de City Bell jugando con los muñequitos en calles de tierra como fueran montañas, tirándome a la pileta, caminando de noche solo. La Plata es donde nací, donde estudié, donde me fui a vivir solo por primera vez, donde tuve mi primer trabajo. Pero siempre crecí a la sombra de Buenos Aires porque al mismo tiempo la gran ventaja y desventaja que tiene La Plata es que está muy cerca de Buenos Aires. ¿Por qué ventaja y desventaja? Ventaja porque permite que haya una comunicación muy grande entre ambas y yo fui el principal beneficiado. Eso le impide aislarse, pero al mismo tiempo no puede dejar de estar a la sombra. Por ejemplo Rosario pudo desarrollarse, a La Plata le cuesta más salirse de la sombra de Buenos Aires, independizarse, precisamente por estar muy cerca. Cuando yo me vine a vivir a Buenos Aires, en La Plata no había ningún foco editorial, sí había el foco de la música. Cuando yo me fui de La Plata hace cinco años no se había producido esta emergencia de circuitos editoriales independientes que sí estaban en Buenos Aires. Entonces me vine a Buenos Aires para estar en contacto con ese mundo, con ese tipo de trabajo, con ese entorno, con esos contactos. Por suerte La Plata ahora sí tiene una escena literaria que creció mucho, con varias editoriales independientes y un circuito de presentaciones, de eventos, de grupos de lectura. Claro que podría haberme quedado a incentivar ese movimiento, pero no lo hice y me alegro que otras personas mejores que yo lo hayan hecho.
Recientemente lograste el Doctorado en Letras. ¿Qué viene de aquí en más?
La verdad no lo sé. Creo que fui un privilegiado por tener una beca de la universidad para realizar mi doctorado, así que en ese sentido no veo el doctorado como un logro contra la corriente sino con haber cumplido con mi trabajo. A mí me pagaron para hacer el doctorado. Creo que es algo que le saca épica pero que hay que ser agradecido con las políticas públicas universitarias que permiten la formación de jóvenes investigadores. Es un trabajo que me permitió hacer muchas cosas además de formarme como doctor en Letras, y voy a estar siempre agradecido con mi universidad.
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