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27-02-2018 Notas

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Por Sebastián Rodríguez Mora

Es muy difícil llegar hasta la primera foto publicada por @corderodedior en su Instagram. Quien escribe ha buceado varias veces en busca de tocar el fondo, pero antes se quedó sin aire, recibió un Whatsapp importante, se quedó sin batería. Ahora scrollea con una mano en la versión web desde su pc y la otra en la pantalla del celular, dado que en ambas tras un buen rato de cargar y cargar fotos la interfaz de la red social se tilda y pide reintentar. Mientras espera a que Instagram le permita continuar su camino, quien escribe hoy observa imágenes que reconoce de cuando @corderodedior las subió y lo impactan, lo fascinan con su potencia sutil, dejada, sin ninguno de los reparos estéticos que se le imponen en silencio a cada nuevo usuario de la red social más exitosa de los últimos años. 2 de mayo de 2017, vuelve a romperse la versión web, la última foto que puede ver quien escribe muestra en muy mala calidad un mostrador de pizzería, un hombre que ríe movido, deformado. Del otro lado del mostrador la espalda de una mujer compacta y teñida de un rubio horrible, aún más desmejorado por la luz pobre del lugar. Bastante más arriba, el 18 de febrero de 2018, la leyenda del fútbol argentino René Houseman fuma sentado en un umbral cualquiera, con uno de los últimos modelos de camiseta de la Selección puesta. 117 favs, seis comentarios.

¿Tiene sentido llegar hasta el final? Sigamos, algo indica que es preciso para comprender. En el celular se avanza mucho más rápido que en la versión web: 20 de marzo de 2014, un auto estacionado a 45° en la calle, desprolijamente envuelto con dos géneros distintos. Del margen derecho superior surge una cabina telefónica circular verde y amarilla, como las de Entel. Por contexto, por las fotos que rodean a esa foto, puedo entender que @corderodedior está en Río de Janeiro.

Y por fin llegamos a la primera foto de la cuenta. Hace media hora que quien escribe comenzó a scrollear. El 22 de noviembre de 2013, @corderodedior publica un colchón viejo y sucio sobre la vereda. El cordón amarillo despintado entra en la imagen como un rayo precarizado y se mete bajo el colchón. La foto tiene epígrafe: “colchones de fe”. Resulta sorprendente que exista un epígrafe en esta cuenta, en adelante ya no los habrá. Usar Instagram, mirar publicaciones de otros, publicar uno mismo, precisa siempre de un anclaje de sentido. Una story de una pared blanca resulta para cualquier usuario algo erróneo, producido contra la voluntad del efector, antes bien que un intento particular, una búsqueda conciente. @corderodedior, 27 de noviembre de 2013, cuando casi nadie, al menos en Argentina, tenía Instagram, publica una imagen totalmente negra. No hay epígrafe, no hay figura. Sólo se ven las marcas de grasa epitelial de los dedos de quien escribe sobre la pantalla y el reflejo de su rostro.

El Instagram de @corderodedior tendrá para la fecha en que este texto se publique cerca de 12700 imágenes y 1100 seguidores. Son más de ocho imágenes por día, sin parar, desde fines de 2013. Podemos trazar series entre ellas. O quizás no, pero el usuario de instagram precisa siempre y como el agua en el desierto la posibilidad de semantizar lo ofrecido. Enumeremos: está la serie de carteles que anuncian shows en boliches de cumbia, la serie de autos destrozados, la serie de los locales comerciales viejos (casi siempre cerrajerías, talleres mecánicos, buloneras, a veces panaderías o mercados), la serie que podríamos denominar “mundo Ascenso” que contiene instantáneas con personas y objetos relacionados a las categorías subterráneas del fútbol argentino. Luego es posible establecer un gran universo de imágenes sueltas, al borde de lo intrascendente, en las que @corderodedior parece insistir porque algo hay allí que lo atrae. Esta cuenta parece funcionar por acumulación a ambos lados de la pantalla: para el artista, las temáticas se intercalan a lo largo del timeline; para el espectador las series y las repeticiones estallan de sentido, permiten detener la ansiedad indagatoria. Acaso la pregunta precisa sea ¿qué es lo que está viendo ahí? ¿Qué debo mirar para ver con los ojos de @corderodedior? Y por extensión, ¿quién es, qué hace en su vida, cómo piensa?

18 de marzo de 2014: @corderodedior está en Brasil y fotografía un tráiler gigantesco y verde militar con pequeñas ventanas enrejadas. La silueta de un caballo saltando con su jinete, la inscripción ploteada HARAS IMPÉRIO EGÍPCIO. ¿Entienden la sensación que produce, están viendo la imagen? ¿Por qué alguien llamaría a su centro de producción y entrenamiento de caballos de carrera IMPÉRIO EGÍPCIO? El artista –no tenemos otra opción más que llamarlo así– parece tirar de los finísimos hilos sueltos que la realidad ofrece constantemente. No retira todo el hilo, no se lo lleva para conservarlo completo; apenas lo asoma, corta uno o dos milímetros y lo guarda en esa cajita monumental que conforma su cuenta de Instagram.

Fue posible indagar un poco sobre el titular de esta cuenta. De hecho, en las fotos en las que fue taggeado, aparece un muchacho en sus treintas, de barba y pelo algo largo, vestido con la camiseta de Deportivo Español, abrazado a otro muchacho que resulta ser el cantante y guitarrista de Sombrero, una banda del indie porteño. @corderodedior, nos informa uno de sus allegados, sostiene Darío Dubois Dúo (DDD), una banda sin dudas experimental –su nombre refiere a un excéntrico jugador del Ascenso argentino que jugaba con la cara pintada como Kiss– con lejanos ecos a estructuras jazzeras, batería y máquinas, guitarras procesadas, algo ambiental y oscuro. La experiencia de atravesar la cuenta de @corderodedior se hace más profunda si la stalkeamos con DDD como banda de sonido incidental.

20 de diciembre de 2017: @corderodedior publica la imagen de un galpón de chapa plateada, en el que destacan sobre la pared también de chapa dos manchas grandes de suciedad. Resulta inverosímil, si se presta atención, cómo es que fueron hechas esas manchas gigantes, de unos seis o siete metros cuadrados a la altura del primer piso del galpón, que cae recto sin ninguna repisa o balcón sobre el que alguien pudiera haberse subido y manchado la pared. Quien escribe estas líneas confiesa que esa imagen le remite como única explicación –no necesariamente cierta, pero plausible, imaginable– que un gigante con las manos llenas de ceniza se las haya limpiado sobre esa pared de aluminio. @corderodedior tiene algún tipo de cariño por ese galpón: desde que su cuenta existe, lo ha retratado más de diez veces, a diferentes horas del día y con distintos climas, siempre el mismo ángulo y la misma posición para observar las dos manchas que ennegrecen la chapa en una esquina incierta de Buenos Aires.

¿Para qué sirve Instagram? ¿Qué está bien y qué no se hace allí? No estoy hablando de lo que los administradores de esa red social permitan que se vea (no podemos publicar pezones femeninos ni genitales en un grado de claridad muy grande, eso lo sabemos). La pregunta es qué resulta interesante, qué vale la pena; otra vez, dónde está el sentido en Instagram. @corderodedior parece haber encontrado la costura que une la sociabilidad reglada y el límite abismal de su estética. No retrata cosas feas o impresionantes, no hay en él sensacionalismos: su búsqueda captura la sutileza de lo que se mira sin prestar atención, la levísima belleza de una pared vieja en la que se lee CHICAGÓN COLA FÁCIL, dos carteles que coinciden y explotan de polisemia, la sonrisa siniestra de Michael Jordan en una publicidad de pilas Rayovac, el misterioso orden de una pila de bolsas de escombros, la melancolía de un cd tirado sobre un retazo de pasto reseco, la impotencia política de un cartel ajado y a medio arrancar con la cara del último candidato opositor a jefe de gobierno porteño, en suma, todas aquellas cosas invisibles y descartables a ojos del Borges que se agacha y observa su Aleph.

 

 

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