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Por Cecilia González
Hace 6 meses, un joven de 28 años llamado Santiago Maldonado desapareció durante una represión de una fuerza de Seguridad en la Patagonia argentina.
Su historia dejó ver lo peor y lo mejor de la sociedad argentina (que, por otra parte, no es tan diferente a otras sociedades).
Unos minimizaron y justificaron la desaparición de Santiago. Lo culparon de su propia tragedia. En algo andaba.
Diferentes y antagónicas fuerzas políticas lo usaron para sus propios fines. Especularon con pérdidas y ganancias de votos en plenas campañas electorales.
Hubo quienes denunciaron, sin sustento alguno, que aquí había “una dictadura” (¿olvidaron cómo es una dictadura real? ¿En serio?).
Hubo quienes aplaudieron la represión, la desaparición de Santiago y hasta su muerte.
Algunos más, sin intereses partidarios de por medio, entendieron la dimensión, la gravedad de que una persona desaparezca en democracia. Se indignaron de manera genuina y salieron a protestar, a preguntar en dónde estaba Santiago Maldonado.
Con el cuerpo desaparecido, los canallas inventaron las versiones más insólitas para desacreditar a la víctima y a su familia.
Con el cuerpo encontrado, los canallas quisieron hacer creer que acá terminaba todo. Su versión: “Santiago murió ahogado porque no sabía nadar. Mala suerte. Además Gendarmería lo perseguía porque estaba bloqueando una ruta, que es delito federal. Si no cometiera delitos no le hubiera pasado nada”.
Las miserias no terminaron con el hallazgo del cuerpo. ¿Se imaginan que les desaparezca un hijo o un hermano y que después de casi tres meses lo encuentren muerto en el mismo lugar en el que ya lo habían buscado?
Eso fue lo que le pasó a la familia Maldonado, pero en lugar de compasión y empatía generalizada, hubo (nuevas) difamaciones en su contra.
El Estado dejó sola a esta familia. Una y otra vez, la ministra de Seguridad y el secretario de derechos humanos los acusaron de no colaborar en la búsqueda. El gobierno no permitió que una comisión de Naciones Unidas ayudara en la investigación. El gobierno pidió y actuó por fin con prudencia, cuando ya era muy tarde.
Al día siguiente de la elección de octubre, le pregunté al presidente Macri por qué había celebrado su triunfo en las elecciones con globos, música y papelitos mientras el cuerpo de Santiago todavía estaba en la morgue. Me respondió que había hablado con la mamá y le había dicho “que yo sé lo que es para una madre porque vi a mi madre, cuando mi hermana falleció, lo afectada que estaba”. Comparó lo incomparable.
Hoy, a seis meses de la desaparición de Santiago Maldonado, seguimos preguntando qué pasó.
Etiquetas: Cecilia González, Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Santiago Maldonado