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20-02-2018 Notas

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Por Luciano Sáliche

Hace unos días, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de la Juventud anunció una convocatoria a periodistas. Con el comodín brilloso de la pasantía, buscaban chicos menores de 24 años “con espíritu olímpico” para que trabajen gratis. Una ironía siniestra, teniendo en cuenta el difícil momento que atraviesa el sector. Para muchos trabajadores, esa es una de las puertas de entrada al mundo del periodismo.

Es que la bancarrota capitalista parece no tener, lo que se dice, un momento cúlmine. Quizás todo se trata de un estado de caída permanente, una foto que congela la degradación, una línea hacia abajo, la decadencia, que no termina nunca por estrellarse contra el suelo. Trabajar en un medio de comunicación en la República Argentina implica entender ese gesto: la precarización laboral está siempre presente, como un fantasma que ya no se oculta, que aparece incluso antes de que las luces se apaguen. En 2016, según un informe del Sipreba (Sindicato de Prensa de Buenos Aires), se perdieron 1285 puestos de trabajo —359 despidos directos, 409 por cierre de medios, 517 retiros voluntarios—, lo que habla de varias cosas: por un lado se trata de puestos que no se recuperan, de puestos suprimidos en las empresas, recortados; y por otro lado es una manera maniatar los que están adentro, en el mercado laboral, pendientes de no quedarse afuera. En este momento, el Sipreba prepara el informe sobre los despidos en 2017 y los resultados no parecen ser mucho mejores.

Con la agudeza que otorga la ficción, Sonia Budassi (Bahía Blanca, 1978) pone todo este alborotado y decadente mundo del trabajo en Periodismo, un libro de cuentos que publicó en 2010 y que el año pasado se reeditó —en una versión corregida y aumentada— por 17 grises. Para ser precisos, se trata de seis cuentos que narran las peripecias cotidianas de trabajar en el centellante universo de la comunicación. Su prosa —bien pulida y galopante— mantiene la trama en un presente permanente, pero siempre mirando hacia adelante. ¿Qué hay allá, al frente, hacia donde somos dirigidos como lectores? Aunque cueste ver bien por la toxicidad del ambiente, siempre una mínima pero necesaria redención.

Portada de la nueva edición de «Periodismo» de Sonia Budassi

Ahora un recuento breve, fugaz y sin spoiler. El primer cuento, Nada para hacer, narra el entusiasmo de una estudiante de periodismo que llegó del interior y ahora es, justamente, una pasante, “una esclavita nueva”, (“Yo me alegro de que ésta, la tercera pasantía de mi vida, sea paga; no es una gran suma pero excede los viáticos”) que, de pronto, se da cuenta que “disfruta más siendo niñera que viviendo una supuesta experiencia laboral”. El segundo, La medida, es un recorrido ascendente por un conflicto gremial dentro de una empresa que incluye un paro de dos meses, la radiografía computada de los actores que se erigen y se erosionan —desde los más incendiarios hasta los más chupamedias y carneros— y la certeza solidaria de que “si no estás con la asamblea, estás con la patronal”.

El tercer cuento se llama Sí, quiero y es la persecución algo neurótica de una periodista a Carlos Tevez porque quiere entrevistarlo, quizás escribir su biografía, pero también es la dificultad por hacer, de un discurso tan repetitivo y monotemático como el fútbol, algo interesante. Tenía que despedirme es el que sigue: una periodista que abandona la redacción y encuentra verdades tristes como esa tendencia predominante de los periodistas que se ven como “militantes de una objetividad que falla filosóficamente hace ya demasiadas décadas” o la imposición casi irreversible de la multitarea (escribir, editar, sacar fotos, recortarlas, grabar videos, etcétera). Completan el libro Campaña, un relato —el único donde el protagonista es varón— que se mete en los pormenores de una productora donde la informalidad legal y las miserias del trabajo full time no sólo alienan las conciencias sino que las hacen derretir sobre el fuego de la avaricia empresarial; y el último, Palco de prensa, un safari emocional a cargo de la prensera de una legisladora oficialista que se va a tener que plantear, pues otra no queda, “cambiar de área; el periodismo es muy amplio”.

Sonia Budassi

Habría que deshilachar un poco esa idea que dice que no son buenos tiempos para el periodismo. ¿Por qué no habrían de serlo? Las empresas de medios ganan más que nunca y bajo el paraguas irónico de la posverdad no temen en hacer de su noticia un chicle mercantil. Quizás habría que decir que no son buenos tiempos para los periodistas que se ven inmersos en una profesión apasionante pero encerrada en un mercado laboral hostil y miserable. El libro de Sonia Budassi trata de echar luz sobre todo esto, afinar la vista, hacerla más nítida para que, aunque esté muchas veces obnubilada por los delirios de grandeza (“en este lugar nunca se habla de trabajadores”), es necesario entender que la única forma de separar la paja del trigo es mediante la conciencia de clase. “Nos une el cansancio, el maltrato sufrido, trabajar mil horas y no que casi nadie llega a fin de mes”, escribe, y más adelante: “Prefiero ser la consciente orgánica de tal cosa a la escéptica independiente libre pensadora, destructora por omisión”.

Y si bien “la lucha es más compleja de lo que creí” y están los que tienen una “vocación vigilante”, primero hay que entenderse trabajadores para salir de este pozo. El periodismo es un oficio maravilloso, necesario, crítico por naturaleza y sagaz; lo irritante son las condiciones que muchas veces se imponen para ejercerlo. Periodismo no es un libro triste, es más bien un libro lúcido y realista. Hay que bancarse las bofetadas de lo real: “Entre la resistencia y el sometimiento, pasás un límite telaraña, lo ves difuso y lo atravesás casi sin sentirlo; algo se deshace suave. Eso es la adaptación.” Un pesimista es un optimista bien informado, decía Mario Benedetti y no mentía. Primero hay que enfrentar el desencanto, es algo que necesitamos sentir, para después, cuando la marea baje y sólo quede espuma, lanzarnos a mirar el mundo, mirarlo de frente.

 

 

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