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Por Bárbara Pistoia
Fe&Minismo #2
“¿Por qué a usted no la mataron?” le preguntaban a diario los alumnos que visitaban la casa de la familia Mirabal, ya convertida en museo, a Dedé, la única hermana que sobrevivió a la atroz dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. Ella respondía “para poder contarles la historia a todos ustedes”.
El 25 de noviembre de 1960 fueron hallados los cuerpos de Minerva, Patria y Teresa junto al de Rufino de la Cruz, su chofer. Estaban destrozados con saña y dedicación, con la misma saña y dedicación que los años anteriores recibieron todo tipo de abusos de parte del dictador. Lo que Trujillo no imaginó nunca es que los cuerpos rotos y el montaje armado alrededor de ellos queriendo hacer pasar todo como un accidente —“Tres mujeres y un chófer perecen en un vuelco” titulaban los medios— no serían el fin de la resistencia que las hermanas comandaban sino el principio de la liberación de República Dominicana.
Nacidas en Ojo de Agua, municipio de la provincia Salcedo, llamada hoy Hermanas Mirabal, hijas de Enrique, un comerciante y hacendado exitoso, dueño de varias fincas y propiedades, y de Mercedes, conocida como Chea, la familia ya era una de las más acomodadas y reconocidas de la región cuando El Generalísimo tomó el poder.
Las hermanas compartían su pasión por el arte, la poesía y la jardinería. Eran sumamente compañeras entre sí y podían pasar horas arreglando las flores mientras recitaban poemas.
Dedé, que falleció en el 2014, fue la única que se mantuvo apartada de las actividades políticas, pero no fue ajena a ellas: mientras la familia prácticamente perdía todo, se puso al frente del hogar y fue un sostén emocional clave. Luego del asesinato de Patria, Minerva y Teresa adoptó a sus sobrinos para criarlos junto a sus hijos, “desde el más profundo amor e integridad, porque no había que dejar que los cuerpos de mis hermanas se convirtieran en cuerpos del pasado, pero tampoco debíamos olvidar que se trataba también de nuestra historia personal. Ellas, nuestros padres, nosotros, todos somos personas…”, reflexionaba con sabor a súplica para intentar desmitificar y que la vida siga su curso lo más fluida posible, sobre todo, para los niños (que a medida que fueron creciendo se ganaron un lugar destacado en la política, ciencia y cultura dominicana).
Cuando la casa familiar pasó a ser un museo, Dedé le puso especial atención al jardín porque “si hay un lugar en el que están es aquí. Puedo escucharlas entre las flores, las siento cerca, me dirán que es la brisa, pero no, sé que están aquí, es que siempre estábamos en el jardín; todos estos árboles y flores de hoy son de la tierra de nuestra infancia, tierra cuidada por la familia, pero sobre todo por Minerva y Patria”. No en vano, el libro biográfico que escribió se llama Vivas en su jardín. La memoria le costaba más a la hora de hablar de Teresa, “la bebé adorada de la familia, su vida fue acabada justo cuando empezaba a florecer, tan dulce siempre. La admiración que sentía por Minerva conmovía a todos”.
Entre las primeras medidas impuestas por Trujillo, a las que los Mirabal desobedecieron de manera inmediata, se encontraba la obligación de poner en las casas un retrato del dictador como manifiesto de apoyo y hacerlo socio de sus negocios, o sea, debían rendirle cuentas, darle ganancias y/o entregarles mercadería o animales.
Estos requerimientos terminaban siendo verdaderamente fatales frente a la negativa de las familias que conocerían sin limitaciones hasta donde podía llegar el horror bajo su mando, un mando que encontró en la explotación sexual de las mujeres dominicanas un móvil para acumular y ostentar poder, instalar terror y manipular intereses económicos.
El festín sexual de Trujillo tuvo la complicidad obvia y el trabajo activo de sus hombres de confianza, pero también de los diferentes padres, hermanos y esposos que entregaban a las mujeres de las familias a cambio de cargos, dinero, animales, etc.; la voracidad aumentaba de la mano de la desesperación y del terror que se imponía cada vez que un “no” rozaba las órdenes trujillistas. No faltaba el que entregaba a las mujeres a cambio de nada y por puro respeto y adoración a la figura del dictador, también llamado y festejado como El Jefe, entre varios de los honores y títulos que ponderaban su masculinidad y su absoluto poder.
Tenía, además, un grupo especial de hombres que visitaban continua y azarosamente las casas en busca de adolescentes y preadolescentes. ¿Cuál era el destino de esas niñas y jovencitas? Ser desvirgadas por el Benefactor de la Nueva Patria. Como suele pasar en estos casos, una vez usadas por el líder, pasaban a ser el tentempié de todos los demás hombres que multiplicaban los abusos sobre ellas.
La mayoría de los testimonios coinciden en que pocas actividades lo apasionaban más al Jefe que recibir a las vírgenes. Una era mantener relaciones sexuales con las hijas y esposas de los hombres más cercanos a él, haciéndolo delante de ellos y de sus hijos. Otra, las hermanas Mirabal.
Minerva fue la primera en quedar cara a cara frente al horror trujillista. Fue durante el secundario en la escuela Inmaculada Concepción, una de las más prestigiosas y elitistas, a la que fueron también sus hermanas, que escuchó como una de sus compañeras relataba el asesinato de su padre por orden del tirano y cómo había sucedido todo el desarme de su familia, económico y emocional, consecuentemente a la persecución que ejercían sus hombres.
Una vez que conoció los detalles de lo que estaba sucediendo no pudo ser indiferente. Junto a Manuel Tavárez, con quien se casaría tiempo después, y sus hermanas y cuñados, Leandro Guzmán y Pedro González, decidieron hacerle frente desde el movimiento revolucionario 14 de junio. La casa de Patria, que se llamaba así por haber nacido el Día de la Independencia, se convertiría en el centro de reuniones secretas y almacén de armas.
“La juventud no debe estar tranquila frente a Trujillo” respondía María Teresa cuando le decían que era demasiado joven para arriesgar su vida, “sí, quizás lo que tenemos más cerca es la muerte, pero esa idea no me amedrenta, buscamos anular los privilegios, libramos una lucha por lo justo sin pensar en los beneficios personales». Minerva repetía “Si me matan, yo sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte” frente a cada amenaza o advertencia que recibía. Esa expresión la trascendió por completo y se volvió una bandera de lucha que flamea a través de los años y los continentes, siendo levantada por mujeres —recordemos que el 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer en memoria de ellas— y también por hombres, demostrando que sí, que estaba en lo cierto, que sin dudas era posible volverse aún más fuerte.
La obsesión que tenía Trujillo con las Mariposas, tal como se las conocía en la clandestinidad, no era solamente política, era, sobre todo inicialmente, sexual. Minerva fue su debilidad desde que la conoció en una fiesta ofrecida por las autoridades de la provincia. El rechazo de ella fue inmediato y audaz. “Si yo mando a mis hombres a conquistarla no va a poder negarse” le dijo él, a lo que ella respondió: “¿Y si yo los conquisto a ellos?”. Lo que vino después fueron varias fiestas más organizadas con el único fin de convencerla, a lo que la familia respondió con sucesivas negativas y ausentándose en esas reuniones.
El tiempo pasaba y apremiaba: El Generalísimo no sólo no lograba tener a Minerva, sino que los movimientos de resistencia crecían y las voces en su contra se hacían escuchar cada vez más fuerte con las Mirabal a la cabeza. Empezó así un círculo vicioso en el que las órdenes que bajaba se repetían una y otra vez. Las secuestraban, torturaban, las violaban, las encarcelaban y las liberaban para seguir hostigándolas, porque ese era otro fetiche reconocido del tirano: cuando no mataba no era por piedad, era una clara señal de que iría por más. Ellas nunca detuvieron su accionar político.
La tensión a lo largo de 1960 había sido constante y extrema hasta que llegó a un punto sin retorno luego de la última liberación de María Teresa y Minerva.
Liberadas, sin perder tiempo, sabiendo de las presiones que comenzaba a recibir Trujillo de parte de los organismos internacionales y reconociendo el encendido contexto latinoamericano, se juntaron con sus compañeros y pensaron un nuevo levantamiento. Al enterarse, el dictador dio la orden al Servicio de Inteligencia Militar de terminar de una vez por todas con las Mirabal. El escenario estaba servido en bandeja: se concretaría cuando las hermanas visiten a sus maridos que estaban presos en Puerto Plata.
“Ese 25 de noviembre, en esa última visita a la cárcel, mis cuñados quisieron convencer a Minerva y Teresa de mudarse y que dejen de viajar para visitarlos, porque el rumor que teníamos es que planearían simular un accidente, como ya habían hecho tantas veces los sátrapas trujillistas” contaba Dedé, pero a esa altura la orden ya había sido dada y el plan estaba en marcha.
De regreso a Ojo de Agua, luego de visitar a sus maridos, el auto en el que viajaban María Teresa, Mirabal y Patria fue finalmente interceptado. Así lo relató Ciríaco de la Rosa, uno de los autores materiales: “Después de apresarlas las condujimos al sitio cerca del abismo, donde ordené a Rojas Lora que cogiera palos y se llevara a una de las muchachas. Cumplió la orden en el acto y se llevó a una de ellas, la de las trenzas largas (María Teresa). Alfonso Cruz Valerio eligió a la más alta (Minerva), yo elegí a la más bajita y gordita (Patria) y Malleta, al chofer, Rufino de La Cruz. Ordené a cada uno que se internara en un cañaveral a orillas de la carretera, separadas todas para que las víctimas no presenciaran la ejecución de cada una de ellas. Ordené a Pérez Terrero que permaneciera en la carretera a ver si se acercaba algún vehículo o alguien que pudiera enterarse del caso. Yo no quiero engañar a la justicia ni al pueblo. Traté de evitar el desastre, pero no pude, porque de lo contrario, nos hubieran liquidado a todos”.
La casa de la familia Mirabal se llenó de vecinos. Salcedo fue de las provincias más resistentes al régimen así que no fueron sorpresivas las movilizaciones y levantamientos, pero algo había cambiado porque ese escenario se empezó a repetir en todo el país.
La obscenidad insaciablemente patriarcal del Generalísimo —con todo el peso que a lo largo y ancho el concepto patriarcal abarca y no desde una mera observación cualitativa, cultural contemporánea o ligeramente discursiva— fue la columna vertebral de su mandato pero, como boomerang, también fue su Talón de Aquiles: la resistencia organizada para liberar a la República Dominicana tuvo como protagonistas a muchas mujeres y su caída se volvía inevitable a partir del asesinato de las tres hermanas que fueron la cara de esa resistencia.
Con un país absolutamente conmovido e interpelado, los dominicanos empezaron a hablar a viva voz del anhelo de justicia en memoria de las hermanas Mirabal y se fundaba en esa búsqueda el sueño de la liberación, haciendo hincapié histórico en los derechos de las mujeres. Ni las manifestaciones ni los levantamientos, a esta altura ya moneda corriente, parecían inmutar al tirano.
A los seis meses, Trujillo era asesinado. Un dato: sus restos permanecen en el cementerio municipal de El Pardo, cerca de Madrid, al que la prensa española llama “la última morada franquista”; cada intento de traerlo nuevamente para República Dominicana se vio truncado por el rechazo y la presión social.
Luego de su asesinato, su hijo apodado Ramfis (que demostró que sí era posible ser peor que su padre, portador de una violencia y locura mitológicas) y varios de sus hombres de confianza (que hicieron todo tipo de malabares para ganar poder y/o salvarse), en una especie de resaca trujillista, desentendían cada vez más el escenario de ese momento llevando a nuevos extremos el régimen heredado, ya roto por donde se lo mire.
Las Mariposas sobrevolaron entre los motivos principales de ese proceso de democratización que nació el día que Trujillo decidió terminar con ellas, pero también funcionaron como brújula más allá de sus tierras, incluso, más allá de su época y llegando a nuestra actualidad. “Estaban muy adelantadas”, decía Dedé. Sí, lo estaban, lo están. Y en esta Latinoamérica de democracias endebles, tan frágiles como voraces, trascender la siempre manoseada memoria, parafraseando bastante a Susan Sontag, para abrazar la reflexión, no es poca cosa, es más bien justo y necesario.
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