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15-03-2018 Notas

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Por Leandro Germán

Si algo tiene de fascinante la Revolución Libertadora es que logró unir a católicos, liberales y nacionalistas (y también a algunos «socialistas») contra el peronismo. La coalición nunca se rompió y el predominio de un ala u otra (vgr. la sucesión de Lonardi por Aramburu-Rojas y el «ni vencedores ni vencidos» por los fusilamientos de José León Suárez) se tramitó ordenadamente. Contra ese telón de fondo, el macrismo es mucho menos interesante, aunque recoge algo de ese legado. Si bien su personal político se nutre de «liberales modernos» y de «católicos conservadores», difícilmente su base social se deje asir por cualquiera de las dos categorías. Lo más probable es que la mayor parte de la base social del macrismo sea doctrinariamente «oportunista»: ni liberales ni católicos ultramontanos.

Los Avelluto, los Lucas Llach, los Iglesias Illa son los «liberales modernos» del PRO. Respecto de los dos primeros (un gestor cultural y un economista), lo más probable es que el liberalismo de uno haya culminado en el punto exacto en que empezó el liberalismo del otro. Lo que en uno es punto de partida, en el otro lo es de llegada. Avelluto dijo en alguna oportunidad que había aprendido de Beatriz Sarlo que existía «otra forma de ser de izquierda», a saber: que era posible ser de izquierda y que te gustaran los Beatles. Los tres mencionados están a favor de la despenalización de las drogas, de la despenalización del aborto y del matrimonio entre personas del mismo sexo. Ser de izquierda es, para los Avelluto, básicamente ser liberal en el terreno de las costumbres. Lo más probable, de nuevo, es que Avelluto haya dicho «si soy liberal en todo, ¿por qué no puedo serlo también en economía?» Primero como lifestyle, luego como weltanschauung. Y que Llach haya recorrido el camino inverso: «si soy liberal en economía, ¿por qué no serlo también en el terreno de las costumbres?» Primero como weltanschauung, luego como lifestyle. Que el kirchnerismo haya hecho propio parte del programa de reforma de las costumbres no dificultó el deslizamiento, lo que prueba que no todas las modulaciones posibles del liberalismo otorgan a los elementos que conviven en ellas el mismo peso específico. La «normalización política» post 1983, que operó al nivel de las instituciones políticas pero también al de las «agendas» sociales, generando izquierdas y derechas «blandas», hizo el resto.

Portada de «Cambiamos» de Hernán Iglesias Illia

Poco después del triunfo de Macri, Hernán Iglesias Illa publicó un libro titulado Cambiamos en el que justifica su rechazo al kirchnerismo por sentirse «más en sintonía con Brooklyn que con La Matanza». Más allá de la extravagancia de considerarse parte de una nueva «Generación del ’37», es el espíritu que permea a los liberales del PRO. No es un segmento cuantitativamente significativo: ¿cuántos votantes de Cambiemos conocen Brooklyn? Es, sí, culturalmente potente.

El «ala liberal» de Cambiemos, sin embargo, es tan reaccionaria como su contraparte conservadora. Los liberales del PRO echan mano desinhibidamente a la teoría de los dos demonios a la hora de discutir la dictadura (alfonsinismo de derecha) y hasta de justificarla a su manera: no en vano la dictadura combatió a formaciones políticas para las cuales la Constitución no valía el papel en el que estaba impresa. Ejemplo de ellos es otro liberal, Gustavo Noriega, un ex izquierdista que no defiende abiertamente a la dictadura (hoy por hoy casi nadie lo hace) pero que carga las tintas en la ausencia (real) de pergaminos democráticos en quienes la combatieron. No es exagerado afirmar que han sido los liberales, más que los conservadores, quienes han rehabilitado la teoría de los dos demonios, porque lo han hecho con la «legitimidad» de un pasado no procesista. Su prédica contiene, con todo, un núcleo de verdad a menudo escamoteado por el progresismo: no se luchó contra la dictadura en nombre de la democracia. Por eso son furiosamente macartistas. La democracia acoge incluso a quienes no creen en ella, disparan. Los liberales pueden llegar incluso a ser reaccionarios hasta en su liberalismo. Por ejemplo, a la hora de defender el derecho al aborto con argumentos eugenésicos. El año pasado, Sergio Berensztein dijo que el delito en Nueva York había descendido porque, gracias al aborto, los negros habían dejado de tener tantos hijos.

Pablo Avelluto, ministro de Cultura de la Nación, y Lucas Llach, vicepresidente del Banco Central

La democracia es el gran hallazgo de la derecha. Aprendieron (lo aprendieron en los 90 en compañía del peronismo) que en democracia podían llegar incluso más lejos que en dictadura. Sólo por ello esta derecha «aggiornada» a las «nuevas agendas» merece el mote de «moderna» (esa vieja aspiración izquierdista). Lo merece menos por lo que pueda llegar a opinar respecto de la marihuana que por el «descubrimiento» de la democracia. Los sueños de la razón izquierdista de la transición democrática produjeron la derecha que nos gobierna. Pero los sueños del monstruo, nos tranquilizan los democratizantes, producen razón. Como sea, con ella culmina el proceso de normalización política iniciado en 1983. Sus otros atributos, los de siempre, los conocemos de sobra.

 

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