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Por Luciano Lutereau
1.
En una carta Freud dice que Nietzsche fue el “primer psicoanalista”, me recuerda el crítico rosarino Alberto Giordano.
2.
En 1909, Freud hace una distinción interesante entre el “pensamiento del obsesivo” y el “pensamiento obsesivo”. Luego dice que harían bien los filósofos en dedicarse a la clínica, para evitar los vicios del segundo.
Uno de esos vicios es un uso defensivo de la idea de causa que, por ejemplo, lleva a pensar en términos de “origen”. Todas las preguntas en términos de origen están mal planteadas. Si incluso es una neurosis obsesiva lo que se quiere pensar, por esta vía se llegará a encontrarla en la temprana infancia, como si siempre hubiera estado ahí. El problema es que esa búsqueda de lo que estaba antes, es encubridora: tapa la culpa. La pregunta por el origen es una maniobra culposa. Cuesta creer que Freud no haya tenido La genealogía de la moral en la cabeza mientras escribía este historial, aunque jamás lo cita. En la intimidad Freud amaba a Nietzsche, en otros textos se hacía el que no lo conocía. Freud era más histérico de lo que pensamos. Su desafío fue pensar la obsesión, pero de una forma que no sea obsesiva. Por eso el modelo que eligió fue la histeria, en la que el salto al síntoma en el cuerpo implica –como dice– algo que no puede ser pensado.
Freud era menos racionalista y cientificista de lo que se dice. Siempre mantuvo la distancia entre clínica y fundamentación, como una manera de enfatizar que el psicoanálisis no se puede justificar. Es un acto, no una teoría.
3.
Algunos varones aman la verdad, otros aman a las mujeres. Amar a una mujer es, en principio, amar un semblante. El más común de todos: el de la mujer débil, que necesita protección, es el más típicamente masculino.
Los varones no aman la belleza. Algunos varones aman la verdad, otros aman los semblantes. La mayoría ama la verdad, por un tiempo y, cuando se enamora de una mujer, se detiene. Pocos aman la verdad más que a las mujeres. Aristóteles dijo que amaba a Platón (su mujer), pero más a la verdad. Es un conflicto masculino, desde que el mundo es griego: la división entre la verdad y la mujer. ¿Lo esperable sería que un varón ame más la verdad que a una mujer? Esa es la salida del filósofo, que explica por qué la mayoría (de los filósofos) suele quedarse soltero (aunque algunos tengan pareja). Como los sacerdotes, que ponen a Dios en el lugar de la verdad. No hay diferencia entre un cura y un filósofo. Así se entiende el acto de Nietzsche. La solución por el lado del psicoanálisis, no puede ser ni una ni otra. Consiste en destituir el conflicto, como cuando –de vez en cuando– un varón pone a una mujer en el lugar de la verdad, o el analista advierte que la verdad es femenina.
4.
A partir del punto anterior, la escritora Cecilia Szperling me comenta que las mujeres también pueden padecer ese conflicto. Le respondo que sin duda las mujeres también padecen conflictos masculinos.
5.
A partir de la escritura de este artículo, invento una regla mnemotécnica: Nietzsche se escribe con “zs”; Szperling con “sz”. Ya no me voy a olvidar.
6.
Esta semana di una clase para unos colegas de una institución pública. No pude desarrollar lo que había pensado. Quería hablar de algo, pero a partir de una pregunta terminé hablando de otra cosa. En el medio se me ocurrió algo que no había pensado y lo expuse. Ahora pienso que, a veces, los oyentes-alumnos pueden encarnar también la función de analista. Cuando preguntan insistentemente, o piden que diga algo más sobre otra cosa, ¡a veces ni dejan que tenga un fallido que ya se ríen! En otro tiempo me molestaba no poder decir lo que quería decir en una clase; ahora me molestan los públicos demasiado lacanianos (como esos analistas que no hablan); lo mismo me pasó como analizante: me fastidiaban al principio las intervenciones de mi analista.
Otro amigo rosarino escribió una vez: “El sujeto es fastidio”. Yo conocí ese síntoma, que todavía conozco, aunque ahora me fastidia todo lo contrario, que me dejen hablar solo. Para eso hay que darle a una clase el ritmo de una sesión. Por eso Lacan decía que el psicoanálisis se enseña en posición analizante, no como profesor.
7.
Hace un tiempo me pasó algo que todavía me hace pensar. El año pasado me consultó una persona. Después de algunos meses, me dijo que le recordaba a su analista anterior. Yo sabía que había tenido una experiencia previa de análisis. En ese momento no me interesó preguntar mucho más, ahora sí me contaba que cuando quiso regresar a ese análisis, se enteró de que la analista había muerto. Cuando dijo el nombre, descubrí que hablaba de la mujer con la que yo me había analizado varios años. Se lo comenté, se sorprendió, me dijo que no lo sabía (¿cómo iba a saberlo?) y que tenía que ver con algo del tacto, que si bien éramos dos personas diferentes (yo todavía no soy una mujer sexagenaria), sentía que había un trato común.
Así la palabra “tratamiento” tuvo otro sentido para mí y me hizo acordar de cuando me encontré en APdeBA con la que fue mi analista a los 5 años: al saludarnos, me salió abrazarla sin saber quién era, recién después se presentó y le pude decir en chiste: “Perdoname, es que hace más de 30 años no nos vemos”. Esa sensibilidad que permanece, que no es personal, que se comparte y es eterna, es para mí el mayor misterio del psicoanálisis, lo que hace que esta práctica implique una experiencia irreductible al concepto, que me encanta pensar, no para entenderla, sino para que me siga haciendo pensar.
8.
Si Nietzsche, para Freud, fue el “primer psicoanalista”; yo quisiera proponer un segundo filósofo devenido analista, Henry Bergson y esta frase de La energía espiritual: “Nuestra existencia actual, a medida que se despliega en el tiempo, se duplica así con una existencia virtual, percepción de un lado y recuerdo del otro. Nosotros producimos electricidad en todo momento, la atmósfera está constantemente electrizada, circulamos entre corrientes magnéticas; sin embargo millones de hombres han vivido durante miles de años sin sospechar la existencia de la electricidad. También, pudimos pasar, sin darnos cuenta, al lado de la telepatía”.
Etiquetas: Filosofía, Friedrich Nietzsche, Jacques Lacan, Luciano Lutereau, Psicoanálisis, Sigmund Freud