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16-05-2018 Notas

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Por Germán Beloso

Quizás hoy lo mejor de la literatura argentina esté circulando tangencialmente, fuera del circuito de las grandes ventas, de los monopolios editoriales que atestan las librerías con etiquetas que prometen al lector una lectura inolvidable. Carlos Ríos circula silbando bajo por afluentes que rumbean lentamente, pero de esos que alimentan finalmente el curso de la gran literatura.

Ríos nació en Santa Teresita en 1967, estudió Literatura en la ciudad de La Plata y desde 2001 a 2006 vivió en México, donde apareció La recepción de una forma (2006), su tercer poemario. Anteriormente, en Argentina se habían publicado Media Romana (2001) y La salud de W. R. (2005), sus primeros poemas. La narrativa aparecerá recién en 2009 con Manigua, que ahora acaba de ser publicada junto con El artista sanitario en una editorial independiente de Valencia, España. Pese al desfase temporal entre la poesía y la narrativa, Carlos Ríos afirma que desde siempre escribe en simultáneo poemas y relatos. “En mi cabeza es todo lo mismo, no hay pasajes entre registros porque el estado de la lengua es el mismo. En mis libros la narrativa surge en los poemas y al revés. Hay rareza en lo que se cuenta y el modo de disponer las palabras no se queda atrás en el retaceo o expansión de significaciones. Esto, dicho así, podría sonar categórico y da la imagen de un autor que es consciente al cien por ciento de su trabajo sobre los procedimientos, pero la verdad es que no es así. Soy un escritor improvisado que produce sin mapeos previos”.

Sucintamente, Manigua relata el ocaso de una tribu africana, su protagonista tiene que ir en busca de una vaca para celebrar el advenimiento de su enésimo hermano, de no conseguirlo será condenado a morir. Años más tarde, la travesía de ese mandato se convierte en relato: Apolon, el encargado de esa misión, le cuenta a su hermano agonizante la peripecia que tuvo que realizar para que él llegase al mundo. En su segunda novela, Cuadernos de Pripyat, aparecida en 2012, el protagonista regresa a su ciudad natal, una ciudad fantasma a causa de la radioactividad, donde todo parece haber quedado suspendido, sin vida, y donde no habría posibilidad de continuación para ninguna historia. En Obstinada pasión, publicada en 2015 en Chile, el tiempo y el espacio conformados por el pasado común de una pareja parecen un inmueble vacío sin vida después de la separación; ella, al ver un día a su ex con otra mujer, decide desahogarse en una escritura trasnochada y alucinada, como una Casandra pero del pasado, escribiendo desde las llamas. Por momentos una ridícula pasión que desboca en un torrente de odio y amor que alcanza en esa misma sintonía la poesía. En esa escritura el lector puede adentrarse en los sucesos que vivió la protagonista a partir del momento en que se separó hasta el presente mismo de la escritura. Desde esos diferentes pasados, destruidos, perdidos, endebles, según Ríos, “sólo es posible recuperar, a medias, un sistema de aproximaciones. Tras el desastre hay que reconstruirlo todo, incluido el pasado y los futuros tentativos; tal vez desde allí se llegue a un presente posible, un aleteo de vida en medio del caos”. En muchas de sus novelas los personajes escriben; muchas veces pareciera que lo hacen para anular un vacío o detener la muerte, pero en realidad Carlos piensa que “las historias escritas exhiben la fragilidad de nuestra condición. Ya lo ha dicho Nezahualcóyotl: ‘como una pintura / nos iremos borrando’. La literatura es indicio y manifestación de ese borramiento”.

Carlos Ríos dice que sí, que el espacio, el tiempo y la ausencia reaparecen en muchos de sus libros. “Menos como insistencias que bajo la forma de dimensiones temáticas: espacio, tiempo y pérdida como el triángulo donde es posible emplazar un relato. El juego de filiaciones se dirime ahí”.

El lector podrá identificar en su literatura sitios y ciudades, sin embargo los percibirá con extrañeza, porque en realidad esos espacios conocidos o identificables se presentan como constructos, como si Ríos tomase el planisferio y lo replegase superponiendo fronteras y geografías y allí, en ese nuevo espacio, surgiesen las ficciones. Podría decirse que el otro espacio creado por Ríos es el lenguaje, un lenguaje extraño, poético, donde la historia, aun cuando narre un lugar común como el después del amor, encuentra una nueva luminosidad. En ese trabajo con el lenguaje Ríos erige las ficciones, de hecho, sostiene que “para que sea una ficción, tiene que decir algo como ningún otro medio que use las palabras como vehículo de significación pueda decirlo. Las ficciones surgen, muchas veces, gracias a esa especificidad”. De esto se desprende la importancia que le da al lenguaje, ahí radica la fuerza de su literatura. De todos modos, estas entradas a sus obras son tan solo una posibilidad, no la reducen, y cada lector encontrará las suyas.

Así como para sus personajes “la escritura y sus relatos son vitales por dentro y por fuera de la experiencia literaria”, así también lo son para Carlos, en quien la literatura posee una presencia material muy fuerte. “A diario estoy rodeado de libros que llevo y traigo por donde vaya, también armo los libros de la Oficina Perambulante”. Se refiere a un proyecto editorial personal, “un sistema modesto de autoedición” en el que Ríos produce libros de pequeño formato (10 x 7 centímetros), lo que “hace posible que en un mismo día pueda escribir una historia y producir el librito correspondiente. A su vez, la brevedad exige tomar posiciones ‘drásticas’ frente a los procedimientos: experimentar, además, en un cerco estrecho, el de una economía reductiva, tan actual”. Las tapas de esos libritos salen de cartones que va encontrando en las calles, y la extensión de cada libro son dieciséis carillas que diagrama en un viejo programa de edición. El resto del trabajo es artesanal: cortar el cartón, el papel, abrochar y refilar. “Hay una condición de exclusividad que trato de mantener: los relatos y poemas que publico en la Oficina Perambulante no están en otros libros míos ni en internet. Fueron escritos especialmente para la colección y conviven sin problemas con mis otros libros. También armo packs con rescates literarios, textos de coyuntura –como el poema construido con tuits de Donald Trump, armado por Chris Rodley en Australia y traducido por los poetas mexicanos Diana Garza Islas y Sergio Ernesto Ríos– y otras colaboraciones, como el relato ‘El mes de las moscas’ de Sergio Chejfec y los dibujos de Dani Lorenzo. Siempre llevo un set de libros en la mochila, vendo y regalo por donde vaya”.

La escritura dentro de la vida de Ríos forma parte de un ejercicio diario, dos o tres páginas. “Ahora estoy escribiendo una novela larga y el método es abrir el archivo y escribir un capítulo en cualquier parte; más adelante llegará el momento de organizar esas páginas, aunque no se trata de remezclar lo escrito, sino de agregar escritura para ir de un capítulo a otro”.

Pensar las ficciones de Carlos Ríos es pensar también el lugar de cierto tipo de literatura que (dentro de un panorama general, en el que lo más visible se impone desde las grandes editoriales y las grandes cadenas de librerías) encuentra refugio en un circuito de editores independientes. La literatura que despliegan estas pequeñas editoriales no solo está sostenida por el criterio estético de cada pequeño emprendimiento, sino también por los lectores mismos. Quizás las editoriales independientes estén restableciendo una lectura fundada no en las imposiciones del mercado, cuyos valores estéticos están fuertemente mercantilizados, sino en una experiencia de pasiones genuinas que buscan compartirse. Esos canales de topo, no obstante le permitieron publicar en Chile, en Brasil, en España, en Uruguay y en Francia. A este respecto, Ríos sostiene que no le interesa llegar a un lector específico o vinculado a una geografía determinada, sino que, en todo caso, “siempre es mejor que los libros circulen y se lean por fuera de las mediaciones de su autor, quien ya hizo demasiado al momento de fijar una versión de alguna historia”.

Lo que se desprende del caso Ríos y de otros tantos, es, por un lado, que no necesariamente un escritor deba ser absorbido por un gran sello editorial para pasar la frontera, independientemente de que luego publique en alguno de ellos; por otro lado, abre algunos interrogantes a los lectores: ¿dónde se está yendo a buscar literatura?, ¿cómo llegamos a los grandes libros?, ¿cuánto de lo que se expone en vidrieras brilla genuinamente sin el artificio del señuelo? Y esto, dicho sin caer en reduccionismos ni maniqueísmos, puesto que grandes autores también se encuentran allí. Pero es necesario señalar que hay una literatura de contrabando que genera murmuraciones, que no se mide en número de ventas sino en experiencias transmisibles de fervores que no quieren quedarse solos y sí ser compartidos. “No venderás, o venderás en cuentagotas” le advirtió el escritor mexicano Daniel Sada a Carlos Ríos. Sin embargo, para el escritor argentino, asumir esto “es poder escribir, con total libertad, de cara a las editoriales que más arriesgan”. Carlos Ríos viene silbando bajo, pero a un alto nivel de producción, en 2014 aparecieron En saco roto, Cuaderno de Campo y Lisiana, coeditadas por Estructura Mental a las Estrellas y Bajo la Luna. También, ese mismo año publicó dos libros de poemas: Unidad de traslado, en Píxel Editora, y Deserción en Ch’ongjin, en la editorial hogareña Barba de abejas. A su vez, en 2015 la editorial Club Hem editó Rebelión en la Ópera. Cada una de esas pequeñas ficciones es un ejercicio nuevo con el lenguaje y quizás tengan poco que ver con lo dicho anteriormente. De todos modos, lo que sí puede afirmarse es que su lectura, al igual que ciertas obras de arte, deja huella, crea mundo. Es que hay ciertas sintaxis, ciertas metáforas, ciertas palabras clave que (como le dice el personaje Apolon a su hermano moribundo) “hacen que tu memoria sobreviva al deterioro del cuerpo”.

 

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