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Por Luciano Lutereau | Ilustración: Pedro Tapa
1.
El enamoramiento termina cuando se descubre que de lo que nos enamoramos en el otro fue, una vez más, de nuestro síntoma; ahí empieza la posibilidad de amar al otro.
2.
Si tuviera que situar una particularidad en el análisis de muchas mujeres hoy en día, diría que es el conflicto entre relaciones eróticas en las que el amor falta (y que las deja en un lugar de reclamo sufriente) y relaciones amorosas en las que deseo queda afuera (en las que prima la culpa: porque ¿quién puede odiar a alguien que lo ama?). De este modo, odian a aquel cuyo deseo les importa, padecen culpa por la ternura.
Puede ser que este conflicto se viva en relaciones simultáneas, puede ser el pasaje de una relación a otra: primero con un novio malo (“malo” es todo aquel de cuyo deseo nos podemos quejar), luego una pareja tan amable como poco excitante.
Ahora bien, esto que parece histérico, no tiene nada que ver con la histeria; sólo se podría pensar como histérico si se cree que todas las mujeres lo son. En realidad, está más cerca de la noción freudiana de “complejo de masculinidad” que del tipo clínico de la histeria.
Es una idea para pensar: las mujeres del siglo XXI padecen un conflicto típico de los varones del siglo XIX. El indicador clínico fundamental es la culpa, que lleva a que mujeres no puedan (¡como varones impotentes!) dejar a sus parejas por miedo a lastimarlos (¿qué sería de ellos, pobrecitos?) o a verlos como víctimas. Jamás una histérica le dejaría a un varón el lugar de víctima, nunca a una mujer (histérica o no) le tembló el pulso a la hora de decir “No va más”.
3.
“No es lo mismo coger por amor que coger a cambio de amor” escuché decir a una mujer hoy y me pareció de una precisión prístina.
4.
“Mi amor, una vez, por lo menos una vez, ponete del lado de las soluciones y no del lado de los problemas, no puede ser que vos te conviertas en un problema más cada vez que tenemos un problema” escuché que una chica le decía a su pareja cuando pasó delante mío. La sabiduría en la pareja es todo un tema.
5.
El sábado terminé de dar clases en la carrera de especialización de la UBA y se acercó a saludarme una colega con la que hace muchos años tuvimos algo y terminó todo mal. Ahora está cursando la carrera, cuando la vi no noté que estaba embarazada. Cuando me di cuenta dejé de temerle. “¿Puedo?”, le pregunté y acerqué la mano a la panza. “¿Querés tocarme?”, me dijo burlándose de mí. “La panza”, dije mientras apoyaba la mano. Me sentí idiota por la aclaración.
Unos minutos después pensé que había dado una clase sobre el cuerpo y la caricia y ahí estaba, acariciando una panza. La felicité. Ella me dijo: “Vos estás igual, siempre tan… productivo”. Se rió. “No me desees el mal, ¿es el primero?”. “No, el segundo. Tu hijo es famoso, ¿sabías?”. “Me imagino”. Nos despedimos.
6.
Ayer recién pude ver El hilo fantasma. No sé aún si me gustó, pero recomiendo verla. Leí una crítica en la que se diagnostica al protagonista como perverso (por el cliché de la relación con su madre, su forma de reducir la comida a mero alimento, etc.). No es una mala interpretación, pero quizá es algo mucho peor que equivocada: es poco interesante. Aunque sí podría serlo si más allá de la categoría puntual de la que el protagonista sería ejemplo, podría pensarse que ese perverso es todo varón cuando conoce a una mujer, en la que le interesa todo (como dice el chiste de Groucho Marx) menos ella: “Me gusta todo de ti, pero tú no”, también dice una canción de Serrat. Es lo propio del deseo fálico, que no hace lazo, que es la perversión masculina por excelencia, al punto de que todo perverso es un enamorado del falo (como lo demuestra el fetichista).
En la película, él está enganchado con ella, pero no quiere nada de ella. Ahora bien, la pregunta correlativa y que mejor muestra la película, es: ¿qué quiere una mujer de un hombre que no quiere nada de ella? Así la película lleva hasta el límite el secreto de la voluntad femenina: la obstinación. Sólo por empecinamiento las mujeres quieren el amor de los hombres; una de esas formas de ser “cabeza dura” es la histeria y, donde la histeria ya no existe, tanto mejor el amor de una mujer (como hoy en día muchas lo prefieren), ya que hablar de “amor masculino” es una contradicción. Otro modo de obstinación ya no es querer que el varón ame, o que quiera otra cosa que su falo, ahí empieza otro camino, diferente al de la histeria, que es el que la película muestra. “El perverso y la mujer” podría haber sido un título alternativo.
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