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08-05-2018 Notas

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Por Luciano Lutereau

1.

Hoy en día se habla mucho de la maternidad. No obstante, creo que pocos llegan a decir lo arduo de ese pasaje para una mujer.

En particular, de las fantasías que muchas veces aparecen, una recurrente es la de morir (en el embarazo, en el parto, en los primeros años del hijo, etc.) como si la maternidad inscribiera algo de la propia muerte. Nunca leí un libro de los que ahora se escriben sobre lo materno que toque este punto. Y lo comprobé casi siempre en mi práctica con mujeres embarazadas.

En efecto, tener un hijo es morir un poco. Es abandonar la omnipotencia de la vida juvenil. El joven no teme la muerte, salvo la de los padres. Y ocurre que muchas mujeres, al quedar embarazadas, ya no fantasean con que los padres mueran (lo que no quiere decir que este temor desaparezca). Por lo tanto, al quedar embarazadas, cometieron la fantasía parricida. El temor a la propia muerte es, por un lado, cancelación de la omnipotencia juvenil, pero también efecto de la culpa por el parricidio. Con el tiempo, la fantasía de la propia muerte se transforma en la fantasía de la muerte del hijo. Este movimiento expresa que el ser-para-la-muerte sólo pudo ser una fantasía existencialmente machista, porque las fantasías de las mujeres que van a ser madres demuestran que, después de cierto momento, vivir se vuelve una obligación: se vive para los hijos. Como decía Winnicott, esta transformación maternal también es el trasfondo de la paternidad.

2.

A veces las mujeres que son madres se angustian ante un berrinche o capricho de sus hijos. Sin embargo, los berrinches o caprichos son algo importante para el crecimiento del niño. La madre se angustia porque siente que no puede hacer nada para calmarlo, y es importante que así sea: esa impotencia es constitutiva de la maternidad, porque pone en cuestión la omnipotencia de la mujer que cría al niño. Hasta ese momento, ella sentía que criarlo era saber qué darle y todo lo que una madre puede darle a su hijo es la teta. Dicho de otro modo, la impotencia (y la angustia) rompe la identificación de la madre con la teta y permite que ella pueda ser mujer de otro modo con el niño. Esto demuestra que es el niño el que desteta a la madre con su angustia (la de ella). Y si madre suficientemente buena es la que da la teta, subjetivar la angustia de la impotencia confronta con la fantasía de ser una “mala mamá”. Y sentir que se es mala mamá produce culpa, por eso los niños no sólo empiezan a hacer berrinches después de dejar la teta sino que también les dicen a sus madres que tienen la culpa de todo.

3.

Un amigo escritor me cuenta que escribe una nueva novela. No quiere un argumento original: es la historia de un hombre que, en determinado momento, logra matar. Sin desesperación, era una opción y la realizó. Un capítulo narra la historia del personaje. Fue criado por la abuela. Le pregunto si materna o paterna. Responde lo segundo. Le digo que no es verosímil. Le sugiero sea la abuela materna, porque si la madre entregó el hijo a su madre el argumento es más sólido. La maternidad de una mujer rompe de alguna manera el vínculo con su madre. Puede ser que recurra a ella o acepte sus consejos, pero estas son formas de la culpa. Una culpa necesaria, porque de otro modo el hijo ocuparía un lugar de desmentida de la castración: sería el falo que la hija da a la madre. Es lo que ocurre en esta novela, cuyo protagonista no es un asesino, sino un tipo que no quedó marcado por la deuda. Por eso puede matar a una mujer sin resquemor. No es un hijo sano del patriarcado, sino un bendito entre las mujeres. Con la crianza de una abuela paterna esto no hubiera sido posible. En este último caso, podría haber sido un gran hombre, un gran criminal, no un tipo que mata sin más. La novela de mi amigo es el reverso de El extranjero de Camus, por eso le propuse el título Bendito tú eres.

4.

El lazo incestuoso de un varón con su madre tira más que un pelo de mujer. A esto se refería Freud cuando decía que este vínculo es el único que no contiene elementos agresivos. Esto quiere decir que es un amor (el de una madre) que no se puede negar, es decir, del que no es fácil soltarse. A la madre se le puede echar la culpa, pero no se la puede odiar. Por lo tanto, un varón tiene pocas posibilidades de salir de este lazo. Una es la paternidad, que no es lo mismo que embarazar a una mujer, porque bien se puede tener un hijo para dárselo a la madre. Sin embargo, la paternidad (cuando es tal) es incompatible con la posición de hijo. Eso me decía una amiga, cuando me contaba afligida que en el día del niño, en la casa de la suegra, hubo regalo para todos menos para el bebé que ella lleva en su vientre. No pudo evitar sentirse triste por su bebé, porque pensó que no tenía lugar en esa familia. Se fue a llorar a una habitación. Entonces vino su marido y la consoló. Su marido, que se enoja por cualquier boludez y la caga a pedos por cualquier pavada y ella no lo soporta, sí, ese tipo vino a consolarla. Entonces ella pensó que no estaba tan mal que su bebé no tenga lugar en la familia de su esposo, que ella le estaba haciendo un lugar en esta familia que armaron juntos, que su marido es un pelotudo con mil defectos (como todos los maridos) pero que en este aspecto hay que ponerle una ficha, porque la eligió a ella para tener ese bebé que le permite, al menos, poner un pie fuera de esa relación endogámica.

 

* Imagen de portada: Detalle del cuadro Las Tres Edades de la Mujer  de Gustav Klimt pintado en 1905.

 

 

 

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