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Por Bárbara Pistoia
Fe&minismo #6
Francia
5 de abril de 1971. Le Nouvel Observateur publica un manifiesto bajo la consigna Je me suis fait avorter (Yo tuve un aborto). En realidad, más que una consigna era una declaración: 343 mujeres reconocidas confesaban haber abortado. Esta acción, considerada una de las máximas expresiones de desobediencia civil francesa, pasó a la historia como Le manifeste des 343 salopes (El manifiesto de las 343 putas) gracias a la tapa que le dedicó Charlie Hebdo unos días después de su publicación. Con ilustración de Cabu, el diario se preguntaba “Qui a engrossé les 343 salopes du manifeste sur l’avortement?” (Quién embarazó a las 343 putas del manifiesto sobre el aborto?), y una caricatura de Michel Debré, por ese entonces ministro de Defensa Nacional, respondía “C’était pour la France!” (¡Fue por Francia!).
“En 1971 estas mujeres corren el riesgo de ir a prisión” tituló la revista, y en esa línea dejó toda la hipocresía a la vista: ¿cómo se atreverían a llevar a juicio y encarcelar a todas esas mujeres de alto perfil público? Entre las firmantes se encontraban Catherine Deneuve, Agnès Varda, Marguerite Duras, Simone y Hélène de Beauvoir, Monique Wittig, Iris Clert, Annie Cohen-Solal, Josiane Chanel, Françoise d’Eaubonne y Anne Zelensky. También estaba la actriz Jeanne Moreau que, según cuenta la leyenda, fue la impulsora de este encuentro de voces femeninas, y fue quien, además, pensó que era importante agregar al pedido de la legalización la necesidad de que sea gratuito.
El inicio del manifiesto no dejaba espacio a la duda: el aborto será legal o seguirá siendo clandestino, pero no va a dejar de ser: “Un millón de mujeres abortan cada año en Francia. Ellas lo hacen en condiciones peligrosas a causa de la clandestinidad (…) Yo declaro ser una de ellas (…) De la misma manera que nosotras reclamamos el libre acceso a los medios anticonceptivos, reclamamos el aborto libre”.
La prestigiosa abogada, ensayista y política Giséle Halimi, militante reconocida de derechos humanos, las acompañó mucho más que con su firma. Además de fundar la agrupación Choisir la Cause des femmes (Elegir la causa de las mujeres) para protegerlas, fue fundamental para organizarlas porque, tal como advertían en el manifiesto, “El aborto libre y gratuito no es el objetivo final de la lucha de las mujeres. Por el contrario, sólo corresponde al requisito más elemental, sin el aborto libre y gratuito la lucha política ni siquiera puede comenzar”.
Por eso, no se quedaron en el Yo tuve un aborto, rápidamente pasaron a las calles y a que sus voces en los medios repliquen su posición y los requerimientos. El manifiesto, valga la redundancia, se manifestaba y crecía, era un reclamo vivo, como todo aquello que se vive en carne propia; y servía para que otras mujeres se hagan eco, puedan reconocer su historia o la de una cercana a ellas, amigarse con esa historia y ya no sentir temor. Ahora que ya no estaban solas, además, podían salir a cambiar la historia para que otras no repitan sus experiencias complicadas, dramáticas, con toda la desolación extra que trae consigo la clandestinidad. Una clandestinidad que no se limita solamente al momento de la operación, empieza antes, empieza en el instante en el que se pone en duda si seguir o no con un embarazo, si es posible o no continuar con ese embarazo en los casos donde la salud de la mujer está en riesgo; una clandestinidad que, siguiendo esta lógica siniestra, se extiende después de realizado el aborto, y en esa extensión se acumulan mandatos y silencios, cuando no riesgo de muerte o la fatalidad irremediable.
“La complejidad de las emociones relacionadas con la lucha por el aborto indica con precisión nuestra dificultad de ser, el daño que tenemos para persuadirnos de que vale la pena luchar por nosotras (…) Hasta ahora solamente los esclavos han experimentado esta condición de no tener libre disposición sobre su cuerpo, en la modernidad esta condición solamente permanece sobre nosotras. El aborto libre y gratuito, además, es también una forma de parar con la vergüenza sobre el cuerpo porque para con la humillación”. El deseo era unánime y redentor. Al cambio de paradigma que provocó decir Yo tuve un aborto le seguía la sensación de libertad concisa que daba la idea de realizarlo en un marco legal, donde la única voz esencial sería la propia: “Ya no estarás avergonzada de ser una mujer (…) No queremos tolerancia, nos opondremos a cualquier ley que pretenda regular de alguna manera la decisión propia sobre nuestro cuerpo. No pedimos caridad, queremos justicia”.
Hay dos situaciones que se vuelven fundamentales para acelerar los tiempos y profundizar la presión social: una es un juicio a una menor por abortar, la otra es un nuevo acto de desobediencia.
Marie-Claire Chevalier era una chica de 16 años embarazada por una violación del que era su novio. Decidió abortar. Su violador fue y la denunció. Este caso se conoció como El proceso de Bobigny. Halimi fue la abogada defensora de la adolescente, también de su madre acusada de complicidad junto a otras dos mujeres. Nuevamente “les salopes” usaron su llegada a los medios y sus recursos para que cada jornada del juicio, que se dio entre octubre y noviembre de 1972, haya manifestaciones, actividades y, sobre todo, información circulando. Organizaron una agenda mediática donde solamente hablarían del caso, de los peligros del aborto clandestino, de la injusticia social que implicaba la clandestinidad y la penalización, y de la necesidad de cambiar con urgencia la ley. Además, dieron garantías a los testigos y aportaron testimonios. Marie fue finalmente liberada, y su madre debió pagar una multa de 500 francos.
Al año siguiente, en febrero de 1973, y nuevamente en Le Nouvel Observateur, sale un nuevo manifiesto: 331 médicos admiten haber hecho abortos. Esta nueva desobediencia pone en jaque a las instituciones y organismos de salud. Se genera una interna feroz. Pero también sucede algo muy similar a lo que sucedió con las mujeres: el eco. Así, se empezaron a sumar médicos que estaban dispuestos a hacer abortos y a acompañarlas. Se comenzó a hablar en primera plana del procedimiento, respaldando lo que las mujeres venían diciendo y reclamando, y comenzaron a divulgarse lugares donde podían encontrarlos para acceder o recurrir a ellos si así lo necesitaban. Por supuesto que no se quedaron solamente ahí, los médicos también exigían concretamente el cambio de la ley vigente y reclamaban por el aborto libre y gratuito.
En 1974, apenas asumida como ministra de Salud, la abogada y política Simone Veil presenta el proyecto de ley y logra que se habilite el debate. Fueron tres días intensos, violentos, nada que una sobreviviente de Auschwitz como ella no pueda tolerar, pero lo cierto es que el debate logró niveles agresivos impensados, en el que los que se oponían llegaron a utilizar su paso por los campos de concentración y a recordarle cómo fue que perdió a toda su familia en ellos. La agresividad también se vivió afuera del recinto: su casa amaneció con pinturas que la insultaban y la acusaban de asesina, y se cansó de recibir amenazas de todo tipo, incluyendo regalos sorpresas que traían crucifijos y sangre. Ella misma diría que era un blanco fácil: una mujer judía pidiendo por el derecho a la interrupción del embarazo frente a un montón de hombres. Nada pareció alterarla, logró llevar cada una de las más delirantes discusiones y acusaciones al eje central: o se salva a las mujeres o se las deja morir. El planteo tomaba otra forma, se hablaba por primera vez de una emergencia de salud pública.
Noviembre de 1974 tuvo su final justo. Finalmente, la ley salió con 284 votos a favor y 189 en contra. Se promulgó en enero de 1975. Y acá se abría otro camino: supervisar el cumplimiento, las condiciones en las que se daba, atender los testimonios y acompañarse. Más de una vez volvieron a las calles, más de una vez volvieron a trabajar en leyes a fin de actualizar las vigentes y también por las ampliaciones lógicas que surgen de los procesos sociales.
El Manifiesto de las 343 es un hecho mediático sin precedente, no solo por esa desobediencia inicial sino por cómo afectó socialmente. Los medios franceses hoy siguen haciendo hincapié en la incomodidad que generaron y en cómo lograron desnudar toda la hipocresía burguesa, dejando expuestos, sobre todo, a políticos, jueces y religiosos, dándole luz total a ese entramado que, a su vez, era donde se sostenía el negocio de la clandestinidad, por eso muchos preferían mirar a un costado, aunque también, claro, por sus propios secretos. Sin querer, dibujaron un nuevo escenario y una nueva manera de vivir la libertad de expresión y los posicionamientos políticos, más allá de lo partidario, haciendo político lo personal —aunque hoy ya suene una obviedad y, permítanme, un cliché (y ustedes con razón me dirán que los clichés por algo lo son…)—, haciendo uso de su poder ciudadano y explotando al máximo sus lugares de privilegio.
El otro aporte de valor a largo plazo que no se escapa de ninguna de las biografías de estas mujeres es el feminismo en sí. Muchas de las firmantes -más las que se fueron acoplando en el proceso- admiten que fue a partir de este momento en el que se descubrieron haciendo algo por ellas mismas, por sus cercanas y por otras desconocidas, redescubriéndose como mujeres y en relación con otras, reconociéndose así, por primera vez, como feministas, término del que tantas veces quisieron escapar, pero la historia las empujó a que se dejen encontrar por lo inevitable.
Argentina, Año 2018
“Somos mujeres pariendo una ley, vamos a hacer que nazca”, dijo una Dolores Fonzi emocionada, fuerte y convincente. “Estoy acá porque una amiga actriz me preguntó qué hacíamos, y a la semana éramos 500 actrices”, explicó. Así nace, entonces, el colectivo Actrices Argentinas, entre las que figuran Muriel Santa Ana, Jorgelina Aruzzi, Jazmín Stuart, Carla Peterson, Griselda Siciliani, Lali Espósito, Florencia Peña, Cecilia Roth, por nombrar solo algunas. Junto a ellas nacieron también otros grupos autoconvocados formados por mujeres de diferentes ámbitos culturales. Todas comenzaron a compartir un recorrido ensambladas con los diferentes sectores del feminismo que desde hace muchos años busca que el aborto esté en agenda, sea debatido, tratado y logre su marco legal. Tanto las actrices como las escritoras, las artistas plásticas y fotógrafas son acompañadas por muchos de sus colegas masculinos que se calzan el pañuelo verde y suman su voz. Está bien, salvo María, ninguna mujer se embaraza de un ave: el aborto también, hasta cierto punto, los involucra a ellos.
¿Por qué es importante que todas estas figuras estén, participen, hablen, cuenten, se expongan? En principio, porque tienen una llegada que va mucho más allá de lo que podemos realmente imaginar. Están entrando en casas donde quizás nunca se habló, o se habló condicionalmente. En segundo lugar, porque su presencia compensa jornadas maratónicas en donde el único objetivo es desinformar y alarmar. La participación mediática, pero pública en general, las muestra comprometidas, hablando con responsabilidad, preparadas para soportar lo impensado, pero sobre todo con información indispensable, esa información que no solo se basa en el saber, que se enriquece y profundiza desde el sentir. En tercer lugar, ¿por qué no deberían hacerlo? Este camino que eligen recorrer muchas de nuestras figuras culturales no es demasiado diferente al de las francesas, salvando las diferencias lógicas de escenario y coyuntura.
Hay algo que suele perderse de vista. Las leyes, que son las que dan un marco a las transformaciones culturales, necesitan de una sociedad despierta, informada, que sostenga no solo su cumplimiento y actualización, sino que también comprenda que las políticas públicas, le toquen o no su vida personal, más allá de sus recursos y elecciones, son indispensables para el crecimiento de un país (detalle que los propios políticos, a veces, parecen olvidar).
No todos tenemos la misma formación, la misma manera de ver y comprender los procesos, los hechos, no todos tenemos a mano las herramientas para ir más allá de lo que creemos y vemos (o de lo que nos hicieron creer y se nos muestra). Hay personas que necesitan datos duros, hay otras que necesitan testimonios, que les cuenten historias para poder entender, para poder empatizar, o simplemente para que ciertos temas le despierten su interés. Es menester, entonces, mirando fuera de nuestros microclimas, pensando en el largo y ancho del país, dejando de lado los escenarios ideales en los que desearíamos que las cosas sucedan, que la información circule, que el pedido se haga oír, que todas las voces se hagan una. No hay manera de hacerse escuchar si no se expresa. Esto —que algunos intentan asociar con la manipulación o extorsión, porque hablar de presión social les exigiría una acción política concreta— es la democracia.
“Tal como cada dos años lo hacen ustedes, esta vez nosotras les pedimos su voto. Les pedimos su voto para terminar con la muerte, la cárcel y el silencio”, dicen las Actrices al comienzo de lo que fue el primer comunicado oficial como colectivo. “No estamos a favor del aborto. Estamos a favor de la despenalización del aborto. Y por eso mismo, estamos a favor de la vida. De todas las vidas: también la de aquellas mujeres que arriesgan sus cuerpos en manos de un negocio siniestro y clandestino”.
https://www.youtube.com/watch?v=5rc2eAkWYN4
La escritora Claudia Piñeiro en su exposición en el Congreso profundizó esta idea: “Nos quieren robar la palabra vida”. Otro punto importante de la intervención de la escritora fue recordar cuando se debatió y votó por el matrimonio igualitario: ¿cuántos hoy cambiarían el voto negativo que dieron esa vez por uno positivo? Mejor pensado aún, ¿cuántos hoy no se aferrarían a creencias personales y fundamentos delirantes para votar en contra de algo que existe, que sucede, que es, que debe ser? “El día de mañana sus hijos les van a preguntar cómo votaron esta ley, y cuando ustedes respondan que lo hicieron en contra verán en sus miradas el horror”.
El saldo del debate fue esperanzador y preocupante por igual. En cuanto a fundamentos no quedaron dudas, y desde ahí varios indecisos comenzaron a coquetear y/o a confirmar su voto positivo, incluso algunos que a priori estaban en contra se permitieron rever. Frente a esta contundencia no se hicieron esperar las amenazas y presiones por parte de la Iglesia, medios y personajes afines.
Nuestros diputados deberían mirar al mundo. Sin ir más lejos, Irlanda, uno de los países más católicos, hace apenas unas semanas logró la legalización. Italia, hogar del Vaticano, tiene el aborto legal hace más de 40 años. Pensar que es una cuestión de religión y actuar en función de una creencia personal delata un nivel de ignorancia e impunidad escalofriantes, inexplicablemente grave para el lugar que ocupan. No atender las referencias de la ONU, de la OMS, los números alarmantes de mortalidad y cómo disminuyen a partir de la legalización, no atender la posición y los fundamentos —a favor— de los ministros que más relacionados están con el tema (Justicia, Salud, Ciencia), no atender a los especialistas que aportaron información sostenida en investigaciones y prácticas habla de la impunidad, la comodidad y de lo tan al paso que se toman la banca que ocupan. No hay razón para votar en contra del aborto legal si se ponen en el rol de funcionarios públicos, el único rol que les cabe cuando entran al Congreso.
Lo que nos separa irreconciliablemente de los que están a favor del aborto clandestino no es la vida o la muerte, tampoco son las creencias, es, básicamente, el mundo real. Los llamados “pro vida” discuten si una mujer debe o no abortar, y eso no está en discusión: la mujer aborta, y seguirá haciéndolo. “Salvemos las dos vidas” es una consigna mántrica, que, como tal, pareciera creer que con tan solo desear algo se puede cumplir. No dan argumentos sólidos ni consistentes para saber cómo pretenden llevar adelante esa salvación. No los dan porque ese “salvar las dos vidas” habita lo inexistente, un plano oscuramente mágico en el que, además, se permiten el lujo más déspota de todos los lujos, que es el de obligar a una mujer a parir y, en ese antojo, empujarla a riesgos irreversibles.
Es una gran oportunidad la que tienen nuestros políticos por delante. Una de esas oportunidades que se presenta ocasionalmente y que les exige estar a la altura de la historia, una historia que se escribe en presente, aunque en este caso, y por años de indiferencia y desdén sobre el tema, Argentina está escribiendo desde el pasado.
Si estos políticos dejan pasar esta posibilidad de llevar a Argentina hacia un país más justo, igualitario y más libre no tendrán próxima oportunidad: este cambio también trae consigo la frescura de las nuevas generaciones que no repetirán el error de olvidar los nombres y las caras de aquellos que usan su voto para ir en contra de lo que la sociedad reclama.
Diputados, el tiempo de ustedes es hoy. El de los derechos siempre llega, más temprano que tarde, si no será con ustedes, será con otros, pero ahora está en sus manos. Sean lúcidos, no están ahí para purificar o salvar su alma, están ahí porque la sociedad los puso para legislar. Hagan historia. Hagan de Argentina un país con educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir.
* foto de portada: Prensa Obrera.
Etiquetas: aborto, Barbara Pistoia, Charlie Hebdo, Claudia Piñeiro, Derecho al aborto, Dolores Fonzi, Fe & Minismo, Feminismo, Marie-Claire Chevalier, Simone de Beauvoir, Simone Veil
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