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18-07-2018 Notas

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Por Alexandra Kohan

«[…] ese carácter que, según apunté, conlleva la angustia, el de ser lo que no engaña.»
Jacques Lacan

“Esto no anda sin construcciones auxiliares”, dice Theodor Fontane en su novela Effi Briest y la frase es citada por Sigmund Freud al menos en dos oportunidades: en la conferencia número 23 de las Conferencias de introducción al psicoanálisis, “Los caminos de la formación de síntoma”, y más tarde en El malestar en la cultura, de 1930. La frase de Fontane le viene muy bien a Freud para mostrar que nadie puede soportar la vida cotidiana -una vida que trae dolores, desengaños, angustias y padecimientos casi constantes- tal como nos es impuesta, sin procurarse algún artificio. Mientras que, en el primer texto, la construcción auxiliar es la fantasía, ese “parque natural” preservado de los reclamos del comercio y la industria que resulta tierra fértil para que crezca todo lo que quiera hacerlo (incluso “lo inútil y lo dañino”), en el segundo texto, en cambio, se refiere a tres clases de “calmantes”: “distracciones que nos hagan valuar un poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas”. En definitiva: se trata de saber hacer con las miserias, esas que el psicoanálisis pretende transformar en infortunios corrientes, en lugar de pretender anularlas. Porque si el psicoanálisis trajo algún alivio, ese alivio tiene que ver con no prometer la felicidad permanente —Freud cita a Goethe: “nada es más difícil de soportar que una sucesión de días felices”—. La felicidad sólo se presenta de forma episódica y lo que nos hace gozar es, justamente, la intensidad del contraste. Y porque el sufrimiento, como señala Freud en el mismo texto,  amenaza desde el cuerpo propio, desde el mundo exterior y desde los lazos con otros seres humanos.

Si bien la idea del agobio de la vida y de los modos de soportarlo no es una idea original de Freud y se puede ubicar anteriormente en distintos pensadores, lo cierto es que cobra en él una forma decisiva: los avances de la civilización nos requieren cada vez más renuncias, esas renuncias producen síntomas y el síntoma no es signo de patología sino del modo de arreglárselas con el malestar en la cultura, con eso que no anda. El psicoanálisis es, en ese sentido —junto a la noción de síntoma en Marx— el único que concibe al síntoma, no como signo de una enfermedad, sino como una solución, como un acto subjetivo, singular y preciso de cada quien para hacer un poco más soportable aquello que se presentará de modo ineluctable. Los efectos de estas renuncias, los síntomas, cobran nuevas formas según la época y la interrogación acerca del modo en que retorna aquello que fue reprimido, aquello a lo que debimos renunciar (la satisfacción irrestricta de todas las necesidades pulsionales) pone a pensar a distintos autores cada vez y desde disciplinas diversas.

La idea de salud y enfermedad no queda afuera de la erótica de una época. Esa erótica pretende erigir una moral de los cuerpos todos, hacer de todos ellos un cuerpo universal; una moral que no para de prescribir formas de sufrir y de disfrutar. En las antípodas de esa moral, el psicoanálisis viene a decir, en los distintos momentos —desde su fundación hasta hoy—, que un cuerpo nunca es un cuerpo universal. Y por eso mismo el psicoanálisis es subversivo cada vez, en todas las épocas. Subversivo y resistido. Porque pone a jugar una desestabilización que muestra el modo en que la moral sexual de cada época aliena a los sujetos. Incluso o, sobre todo, cuando esa moral es la de la diversidad, la tolerancia y la libertad, cuando esa moral se cifra en el imperativo a disfrutar y a no pasarla mal, a eliminar cualquier pathos de la vida cotidiana; en definitiva: es un imperativo voraz que le inyecta ferocidad a la imposibilidad estructural. Entonces, la forma particular que cobra el síntoma en esta época es el rechazo al síntoma y a la angustia.

«Angustia» (Ediciones Godot, 2018) de Renata Salecl

Ahora bien, ¿qué sucede cuando al síntoma, una de las construcciones auxiliares, se lo pretende rechazar? En Angustia (2018), Renata Salecl, filósofa, socióloga y teórica jurídica nacida en Eslovenia, se sirve del psicoanálisis para contestar de algún modo esa pregunta, leer esos efectos actuales, las respuestas contemporáneas a lo que da en llamar “la tiranía de las opciones”. Si, como diría Sartre, “estamos condenados a la libertad”, eso asume hoy la forma de sujetos atosigados por el drama de necesitar saber quiénes son, qué harán de sus vidas, qué proyectos llevarán adelante. Salecl lo señala al comienzo del libro: “ahora, el sujeto lucha con el peso de convertirse en una persona que le guste. Paradójicamente, esa libertad de elección aumenta la sensación de ansiedad y angustia y culpa que sufre la sociedad de hoy”. La autora no deja de lado el filo político del asunto y, siguiendo a Freud, propone que “aunque la angustia es parte de la subjetividad humana y todo el mundo la experimenta de una manera individual, no debe olvidarse el hecho de que la ideología afecta el sufrimiento humano”. En tiempos del capitalismo post industrial el aumento de angustia “contribuye al statu quo porque quienes están constantemente preocupados por su propio bienestar no suelen desafiar los mecanismos de poder”.

Pasando por el comunismo, el 11 de septiembre, la emergencia del HIV y la caída de los socialismos reales, en un tono amable y con una escritura accesible pero no menos rigurosa, Salecl analiza de manera sagaz y precisa los modos de la angustia, la localización del peligro y la manera en que esos hitos cambian la geografía de los cuerpos, trazan nuevas fronteras. El modo en que se van diluyendo los límites entre exterior e interior (¿de dónde viene, entonces, el peligro?), hasta ir conformando un enemigo interno que hace que prolifere el consumo de objetos defensivos contra los virus, también hace que, al mismo tiempo, “la industria farmacéutica se hace cada vez más rica vendiendo todo tipo de drogas anti angustia y hay otras corporaciones que alientan a los estadounidenses a usar la llamada «terapia de compras» para calmar el miedo”.

Con la filosofía y el psicoanálisis, especialmente con Freud y Lacan, Salecl delimita de manera atinada la distinción entre angustia y miedo, la función de la fantasía; muestra el modo espeluznante en que se pretende, por medio de drogas, que los soldados en la guerra no sufran angustia por tener que matar y la fortuna del fracaso de dicha empresa; se detiene en la angustia en la maternidad y en la falsa idea de que los padres no tienen que tener secretos para sus hijos; destaca la proliferación del género testimonial como intento de “curar la angustia” y muestra cómo pretender “contarlo todo”, lejos de calmar la angustia, la exaspera. Sin embargo, la proliferación de las llamadas “terapias de la memoria recuperada” que pretenden llegar al episodio traumático cuestión que ya Freud vio fracasar se inscriben en la “emergencia de la industria de la autoayuda, que trata de proveer guías para conocer estrategias y técnicas para manejar y dominar los traumas y la angustia”.

Renata Salecl

Lacan dice que el capitalismo rechaza las cosas del amor, porque el amor implica la falta, la incompletud, mientras que el capitalismo nos pretende completos y sin angustia para poder seguir produciendo. Salecl se hace eco de esa idea y destina un capítulo aparte a las angustias del amor destacando cómo, hoy en día, en cuestiones del amor, “cuando la angustia se percibe como algo que hay que aniquilar o por lo menos minimizar y en la que algunos gurúes de la industria de la autoayuda convencen a todos de que el amor es solamente cuestión de opción, lo que se ve es una cultura del consejo que trata de encontrar soluciones para la angustia del amor”.  Se trata siempre de las representaciones de la angustia, del peligro y de los miedos forjadas por la cultura de masas. Porque “esta «nueva» era de la angustia nos sugiere que la angustia es algo de lo que uno debería librarse o algo por lo menos que debería tratar de controlar. La forma en que se presenta la angustia en los medios populares nos da la impresión de que la angustia es el verdadero obstáculo para el bienestar del sujeto”. En ese punto, Salecl analiza agudamente el cambio en la publicidad de Paxil (un antidepresivo): un primer aviso que muestra que la angustia altera la percepción de la realidad haciéndola peligrosa y amenazante, y un segundo aviso, después del 11 de septiembre, que muestra que no es el sujeto el que distorsiona la realidad, sino que la realidad es “amarga y deprimente”, pero que “con la ayuda de Paxil esa imagen se altera hasta convertirse en algo alegre y feliz”. En ese cambio se cifra el desplazamiento de la geografía del peligro y, por consiguiente, de qué cuerpos se trata para el poder.

Si este análisis nos interpela, es porque interroga lúcidamente el presente, que, en el momento de la publicación original de este libro, es el presente del 2004. Quizás habría que seguir estas coordenadas para interrogar la exacerbación de todo ello a la luz de los desarrollos de la técnica y las redes sociales. Lo que Angustia, de Renata Salecl, viene a recordarnos con Lacan es que la angustia tiene relación con el deseo y que el deseo es ya una protección contra la angustia. Deseo, angustia y síntoma son indisociables. Por eso siempre nos quedará el síntoma como resistencia al moralismo adormecedor de cada época. ¿El moralismo actual?: que vivamos una vida tranquila, en armonía, sin pathos. Con un deseo normalizado en una supuesta tolerancia a lo diverso. Que vivamos una fiesta libre, llena de éxtasis. Que seamos dueños de nosotros mismos, que nos refugiemos en el individualismo (un individualismo cada vez más siniestro que rompe con los lazos comunitarios). Que vivamos una vida plena, sin síntomas, sin angustia. Que seamos transparentes a nosotros mismos, que sorteemos la opacidad; en definitiva: que vivamos sin inconsciente. Y lo que Angustia lee en ese imperativo es que produce los peores efectos: una vida intentando rechazar la angustia será una vida absolutamente adaptada a los modos de producción del neoliberalismo, que pretende arrasar con la subjetividad, con la singularidad de los cuerpos, con la fantasía: con lo inútil y lo dañino. Si la angustia, como señala Salecl, se percibe hoy en día “como algo que uno tiene que ser capaz de controlar […] lo cierto es que olvidamos o casi olvidamos que la filosofía y el psicoanálisis analizan la angustia como una cualidad esencialmente humana, no una que paraliza sino, por el contrario, la condición a través de la cual los sujetos humanos nos relacionamos con el mundo”. Por eso la angustia es una resistencia ya que, finalmente, es la que nos despierta de un mantra adormecedor en el que pretende subsumirnos el poder. Es una resistencia hoy y lo fue siempre: desde que, Freud ,y más tarde Lacan, la pudieron circunscribir hasta los tiempos actuales en los que no habría que olvidar que, como señala Salecl, “una sociedad sin angustia sería un lugar muy peligroso en el que vivir”.

Angustia
Renata Salecl
Ediciones Godot, 2018
Traducción: Márgara Averbach
216 páginas

* Renata Salecl es filósofa, socióloga y teórica jurídica nacida en Eslovenia. Es miembro desde 2017 de la Academia de Ciencias de Eslovenia, investiga en el Instituto de Criminología de la Facultad de Derecho de la Universidad de Ljublijana y es profesora en el Birkbeck College de la Universidad de Londres. A su vez, todos los años da clases en la Facultad de Derecho Benjamin N. Cardozo en Nueva York sobre psicoanálisis y derecho y también dicta cursos de neurociencia. Estará en la FED el sábado 11 de agosto a las 18 en el Centro Cultural Konex. 

 

 

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