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02-07-2018 Notas

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Por Enrique Biondini

Hice la secundaria en una escuela técnica. En primer año teníamos a un compañero taiwanés. Había siempre un grupo que se burlaba y se reía de su modo de hablar. Todavía no había sido importado el concepto bullying y los hostigamientos se resolvían o bien a las piñas «a la salida» o bien con el abandono de los predadores o de las presas. Los primeros expulsados por otras razones. Las segundas hartas de tanta violencia se cambiaban de escuela, en el mejor de los casos.

Wei Chi-Hong, que así se llamaba, era un alumno ejemplar. En dibujo técnico cubría su mano derecha con una franela para no manchar la lámina con los restos de grafito. Se esmeraba mucho en Lengua e Inglés, materias en donde todo le costaba el doble, también por los ataques estúpidos y xenófobos. Era cuestión de que Wei leyera en voz alta o dijera «I’m chinese», para que tres o cuatro pibes se lanzaran a la burla. «Tu hermana se llama Pamelachu», «Tu vieja es una geisha», etc.

Wei no reaccionaba pero pocas veces vi una mirada con tanta ira. Con el tiempo entendí que su aparente pasividad en realidad era un gesto de inteligencia. Lo que más enojaba a sus ofensores acostumbrados a la explosión inmediata de los ofendidos. Cuando hace unos años hubo una ola de incendios en casas de muebles de la zona de Flores y Paternal, obra de un pirómano chino, quise creer que era Wei. No lo era.

https://www.youtube.com/watch?v=NrIhvFECCw4

En el cuento «La causa justa», de Osvaldo Lamborghini, el trabajador inmigrante Tokuro cansado de la laxitud de las bromas y el lenguaje con doble sentido, obliga a sus compañeros de trabajo a aceptar las consecuencias de sus palabras. En el clima jodón de un partido de fútbol de compañeros de trabajo, uno le dice otro: “Si yo fuera puto, te la chupo”.

Tokuro oye la frase en modo literal y encierra a todos en el vestuario hasta que se consume la «promesa» contenida en las palabras.

Tokuro encarna un mundo donde las palabras engloban una praxis, un sentido de la ética y la acción. En sus compañeros ve la falta de correspondencia entre el lenguaje de los argentinos y sus acciones: dicen cualquier cosa sin comprometerse con la cosa.

David Viñas hablaba una y otra vez de una práctica llamada titeo. Un sujeto en una posición dominante se burla de un sujeto-sujetado en una posición subalterna para el espectáculo de las clases dominantes. Procedimiento iniciado por los niños bien de la oligarquía para burlarse de los trabajadores «gringos» venidos al país en masivas migraciones. Era la reacción de una minoría temerosa de la «plebe ultramarina» obligada a defender sus privilegios de todos los modos posibles.

Viñas sigue el recorrido del titeo y señala su «democratización» mediante la TV. Será Sofovovich y más tarde Tinelli quienes desarrollen un titeo para todos, que sirve para socavar las costumbres en común de la clase trabajadora y volverla enemiga de sí misma, rompiendo la solidaridad al interior con prácticas de estudiantina donde burlarse del diferente y subordinado se convierte en un espectáculo.

Los grupos de las redes sociales constituyen inmensas máquinas sociales donde la masculinidad argenta, opresora y patronal se construye a base de fotos, videos, gifs y memes.

El titeo heterofascista de Néstor Fernando Penovi sobre la chica rusa expresa la norma y no una excepción de los ciudadanos argentinos. Penovi es la realización del hombre argentino en su máximo grado. ¿Cómo podría no serlo?

No hay lugar para el asco ni la reacción exagerada, para competir por quién es más políticamente correcto. Mientras veamos en los Penovi sólo a un individuo y no a un ejemplar de un sistema aceitadísimo seguirá el veneno corriendo por las redes, volviendo más fuerte el dominio y la opresión.

Pero algo ha cambiado y este tipo de agresiones recibe un tipo de atención en otros momentos imposible. Los movimientos de mujeres han corrido el campo de lo visible y aquello que hasta hace poco se ocultaba emerge con brutalidad.

Un régimen de sensibilidad nuevo, potente y menor, escandaloso para la educación sentimental de los machos y sus cómplices rompe las complicidades y traza nuevas afinidades electivas.

Los Penovi del mundo están condenados a muerte. La muerte de su modos de reproducción social.

Crece la impugnación a tales prácticas pero también la resistencia de un orden que no va a ceder sus privilegios sin violencia. Vemos con lo que fuimos construidos. Las costuras de nuestra existencia están a la vista, rugosas, ásperas con pliegues y puntas deshilachadas. Y no alcanzan las palabras, mucho menos las disculpas, si no encarnan otros modos de vida en común más justos. El mundo de la crueldad podrá vencernos pero siempre habrá quien de pelea hasta el final.

 

 

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