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Por Luciano Sáliche
I
“A veces las cosas pasaban y ahí tocaba estar, sin poder hacer nada”, escribe Santiago Craig en Formosa, el primer cuento de Las tormentas (Entropía, 2017). Un hombre recién madrugado recibe a dos tipos de traje en la puerta de su departamento. Los hace pasar sin saber bien qué necesitaban. Todavía algo dormido les pide que le digan en qué puede ayudarlos, pero de su boca sólo salen desvíos. Mientras tanto, uno de los dos anota todo en un cuaderno. Esa situación incómoda se prolonga hasta volverse un cuadro delirante, gracioso y por momentos tenebroso.
La frase aparece cuando el protagonista, Segundo Deleany, sale de la casa rumbo al trabajo. Los tipos siguen allí, esperándolo, en su hogar. Deleany no entiende cómo pasó todo: que hayan entrado y que sigan ahí sin que él entienda muy bien qué es lo que querían. ¿Cuáles son esas veces en que las cosas pasan y no se puede hacer nada? Cuando las personas dejan de estar en el centro de la escena, cuando se empequeñecen y el mundo se impone con su catarata de situaciones.
Cuando regresó del trabajo, los dos formoseños —de Formosa eran los tipos de traje— seguían ahí. Continuaron dialogando sin saber qué querían, por qué habían golpeado su puerta, por qué estaban ahí. ¿Cómo sostener esta escena en un lapsus de la trama, una suerte de vacío narrativo que, y pese a ésto, se mantiene positivamente inquietante? ¿Por qué y cómo es que funciona un cuento así? La respuesta está en esta palabra: clima.

«Las tormentas» (Entropía, 2017) de Santiago Craig
II
Literatura y clima están mucho más relacionados de lo que parece. Quizás es mejor empezar hablando del lenguaje. Hay algo impersonal en el clima. Nuestro idioma no sabe cómo pararse frente a los avatares meteorológicos. Cuando llueve, ¿quién llueve? Cuando hace calor, ¿quién hace calor? Cuando amanece, ¿qué carajo es lo que amanece? La gramática llama a estos verbos unipersonales o terciopersonales porque no tienen sujeto, salvo los usos metafóricos. Pero, como bien sabemos, la metáfora es una trampa del lenguaje, una intención poética, un elástico estético. Es decir: literatura.
En términos críticos, cuando hablamos de clima en literatura nos referimos al ambiente que generan las palabras, las imágenes retóricas, la construcción de una atmósfera que, más bien implícita en el devenir de la historia, se vuelve clave a la hora de capturar la atención del lector y llenarla de sensaciones. Como si fuera, digamos, la envoltura de la trama. La literatura argentina está llena de buenos escritores que saben cómo construir un buen clima. Incluso hay momentos en que esa “atmósfera narrativa” se vuelve literal.
Por ejemplo, en la novela Glaxo. Cuando Hernán Ronsino escribe que “las luces resbalan sobre el asfalto mojado” hablamos de un detalle que, desde luego, no modifica la trama, pero da cuenta de una sensación: ese asfalto mojado es melancolía pura y más sabiendo que que la historia de Glaxo ocurre en Chivilcoy. ¿Sabén en qué se convierte esa ciudad después de que unas gotas potentes empapen todo? Pero por otro lado, la frase da cuenta de un fenómeno meteorológico: la lluvia. En ese sentido es que se da el doble juego: las personas —en la literatura: los protagonistas— se empequeñecen y el mundo se impone.
III
Santiago Craig es porteño, nació en 1978 y tiene dos libros previamente publicados: los relatos de El enemigo en 2010 y los poemas de Los juegos en 2012. Las tormentas es el último. ¿Qué hay en Las tormentas? En principio: ocho cuentos. El título del libro toma el nombre de uno de los relatos y le agrega el artículo las. ¿Por qué? Pareciera que se trata de una suerte de cábala para no romper la lógica de los dos anteriores, y tal vez en ese gesto se encuentre algo fundamental de la literatura de Craig: la superstición, que, al fin de cuentas, es creer en una fuerza sobrenatural —el clima sería la fuerza natural— que empequeñece a las personas.

Santiago Craig
Los ocho cuentos son de una meticulosidad pocas veces vista entre lo que se escribe habitualmente. Hay algo obsesivamente artesanal en el armado de cada relato que da la impresión de que la decisión detrás de cada palabra ha sido largamente pensada. La poesía ahí hace su aparición reclamando la supremacía olvidada de la cotidianeidad. Por ejemplo, en el cuento Tormentas, se lee: “La lluvia es una rima perezosa que cuelga de los sauces, la puntuación de una charla entre gorriones encima de las tejas tibias”.
Aquí, los personajes —aburridos y alienados como en la realidad— sobreviven a la monotonía que, de vez en cuando, les da magia. Le roban, como dice en el cuento Hacer un pozo y meterse adentro, “pequeñas libertades ganadas a cuentagotas a una rutina que se había vuelto sólida como una trinchera de bolsas apiladas”. Porque la historia de la humanidad es una sucesión de, como escribe en el cuento Hoy pasó tu papá por casa, “siglos de sentido común encriptado”.
IV
Las tormentas es un gran libro porque construye —desde un silencio humilde y sin ningún tipo de ambición— pequeños universos de una profundidad inusitada. No le alcanza con narrar tramas, sino que va al fondo: personajes diminutos que caminan bajo un clima avasallante que los envuelve hasta ahogarlos, como golondrinas muertas de miedo en medio de una tempestad. Ese es el poder del clima en la literatura, de la meteorología literaria: el de una fuerza narrativa, cuasi mística e impersonal que, trabajada como en este libro de Craig, arrasa con todo, incluso con el lector.
Las tormentas
Entropía, 2017
Santiago Craig
191 páginas
Etiquetas: Clima, Hernán Ronsino, Literatura, Meteorología, Santiago Craig