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31-07-2018 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

¿Qué hay después de la muerte? Desde acá sólo se puede especular. Los optimistas visualizan un paraíso o una cadena de reencarnaciones. Los pesimistas, un fundido negro; una máquina que se apaga para siempre. Pero nadie lo sabe con exactitud, entonces la imaginación es infinita. ¿Qué es lo peor que podría pasar? ¿Que los muertos se comuniquen con nosotros, los vivos? ¿De qué hablan tus muertos?

Hace más de cien años se publicó un libro, un poemario, que ensaya esta escena con un nivel de humor que tajea la solemnidad del tema. Antología de Spoon River es el nombre. La escribió un abogado cuarentón que hacía unos años había empezado a coquetear con la literatura: Edgar Lee Masters había escrito dos poemarios, un ensayo y algunas obras de teatro, entonces una idea se posó sobre su cabeza y jamás se fue. Spoon River es el nombre de un pueblo ficticio y lo de antología se debe a que este libro reúne los poemas de sus lugareños… muertos.

Luego de un poema inicial titulado «La colina» que se pregunta dónde están todos esos vecinos que se fueron muriendo de a poco —la respuesta se repite: «todos están durmiendo en la colina»—, lo que sigue es una larga serie de poemas cortos. Cada uno tiene la firma de un muerto y en esos versos —una suerte de epitafio autobiográfico— se exponen su pena, su cuenta pendiente, su tristeza, su bronca o el culpable de que su cuerpo ahora esté bajo tierra. De esta forma, el pueblo es una ebullición de chismes, y el cementerio, su monolito.

«Una galería de voces», dice el poeta y traductor Gerardo Gambolini en el prólogo de la nueva edición de este libro que acaba de publicar Ediciones en Danza. Es un rescate. El rescate de un clásico. Un libro que aún hoy preserva un humor negro disruptivo, ácido e incómodo. ¿En algún momento la muerte dejará de ser un tabú? No lo creo. O quizás sí, pero cuando estemos muertos.

Antologia de Spoon River (Ediciones en Danza, 2018)

II

La Antología de Spoon River resultó ser un éxito. Comenzó publicándose en la revista literaria El espejo de Reedy desde el 29 de mayo de 1914 —bajo el seudónimo de Webster Ford— y la serie se extendió durante dos años hasta que salió la primera edición encuadernada en 1915. Ese año se vendieron 19 ediciones. Para la de 1916, Masters le agregó 35 nuevos poemas a los 209 iniciales. Cuando Ezra Pound leyó este libro, sin medias tintas, sentenció: «¡Por fin! América ha descubierto a un poeta». En cuatro años, la Antología de Spoon River vendió 80 mil ejemplares, y hacia 1940 ya contaba con 70 ediciones. Nadie supo cómo ocurrió: era una idea, aunque simple, brillante. Todos aclamaron este libro… todos menos…

Los personajes de Masters no son reales, sin embargo están basados en los ciudadanos de Petersburg y Lewistown, lugares donde él creció. A estos lugareños el libro les resultó una ofensa, por eso fue prohibido en las escuelas y bibliotecas de Lewistown hasta 1974. De hecho, su madre, que formaba parte de la junta de la biblioteca, votó en contra de que el material circulara. Sin embargo, como se sabe, toda prohibición propone una penumbra que invita a habitar ilegalmente. «Cada familia en Lewistown probablemente tenía una hoja de papel o un cuaderno escondido con su copia de la Antología, diciendo quién era quién en la ciudad», aseguró el historiador local Kelvin Sampson.

En 1924 se publicó una secuela, El nuevo Spoon River, donde el pueblo ficticio estaba más urbanizado, como si fuera un suburbio de Chicago. No le fue muy bien y, no contento con ello, Masters publicó un ensayo en 1933 titulado La génesis de Spoon River, donde relata cuánto le costó escribir sobre esas historias y cuánto se equivocaron sus detractores al creer que acertaban adivinando quiénes eran sus personajes.

Si bien se basa en un imposible de muertos parlantes, la Antología de Spoon River contiene un realismo crudo, sagaz y poco habitual para la época. Basta con pensar el contexto: son los tiempos de las vanguardias estéticas como el surrealismo y el dadaísmo. Del lado oeste del Atlántico, Masters narra el más allá de un mundo caótico, resentido y desigual. Por ejemplo: el juez Somers se pregunta por qué Chase Henry, «el borracho del pueblo», tiene una tumba de mármol con pastos crecidos, mientras que él —prestigioso abogado— permanece en el olvido.

«Henry me embarazó / sabiendo que yo no podía dar a luz una vida / sin perder la propia», dice una tal Manda Barker. «Ustedes los vivos son tontos de verdad / que no conocen los métodos del viento / y las fuerzas invisibles / que rigen los procesos de la vida», grita Serepta Mason, mientras que Chase Henry aconseja: «Tomad nota, almas prudentes y pías, / de las vueltas de la vida / traen honor a muertos que vivieron en el oprobio». También hay un poema de amor entre un hombre y su perro, y en el siguiente, la esposa de ese hombre explica por qué decidió echarlo de su casa. El libro es un mapa, una constelación post mortem, perspectivas líricas de un pueblo en llamas que ahora, que muchos de sus lugareños están muertos, pueden tirarse con todo el odio que en vida callaron.

Tumba de Lee Masters en el cementerio de Oakland.

III

Hacia 1924, Masters pateó el tablero de la tradición. Él era abogado, al igual que su padre. Decidió dedicarse a la literatura. Su cabeza hervía en ideas y sus manos presionaban sin cesar las teclas de una reluciente máquina de escribir. Quería narrar, necesitaba narrar.

Se divorció, se volvió a casar y se mudó a Nueva York. La fama literaria no lo volvió a abrazar nunca, sin embargo produjo una extensa y jugosa obra: publicó muchos poemarios y novelas, piezas teatrales, una buena cantidad de biografías —de Abraham Lincoln, Mark Twain y Walt Whitman, por ejemplo— y participó del movimiento literario llamado Renacimiento de Chicago. Su praxis política se centró en combatir el belicismo imperial de Estados Unidos —en ese momento se tendía una guerra contra España por la «independencia» de Cuba— y en dar testimonio de una sociedad despiadadamente clasista.

Un 5 de marzo de 1950, Edgar Lee Masters suspiró por última vez. Estaba en Melrose Park, Pensilvania, cuando la parca golpeó a su puerta. ¿Habrán sido leves golpecitos o la habrá derribado? A partir de ese momento, se convirtió en uno más de sus personajes, un ex abogado devenido en escritor que recita su historia.

En el cementerio Oakland en Petersburg donde está enterrado, circula una leyenda. Dicen que hay que agacharse, apoyar la oreja sobre su lápida y esperar unos segundos hasta oír el sonido de su voz: una puteada en verso desde el más allá.

 

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