Blog
Por Andrés Pinotti
Convicción salió a la calle el 1º agosto de 1978 con un claro rol como actor político y social vinculado a los intereses de la Marina y de Emilio Eduardo Massera, con quien el director del diario, Hugo Ezequiel Lezama, tenía una estrecha relación. Lo más interesante de la historia del medio tiene que ver con lo ambiguo de su derrotero periodístico. Con tan solo mencionar que desde sus editoriales Convicción reivindicó las maniobras de la dictadura y defendió la “lucha antisubversiva”, cualquiera podría afirmar que el diario y su equipo periodístico estaban ligados estrechamente a los intereses de la Junta. Pero no. La historia de Convicción serpentea en un sinfín de contradicciones y paradojas que puso a los periodistas en el ojo de un debate que aún hoy persiste, y que se renueva frente al papel que ocupan los medios actuales en el campo de la política.
La pluma editorialista más fuerte de Convicción era la de su director Lezama, un poeta y escritor de orientación liberal, admirador del mundo anglo, que conoció a Massera en la década del 60. A los pocos meses de perpetrado el golpe del 76, el Almirante lo convocó para que le escribiera sus discursos y se sumara de esa forma a su proyecto político, que tenía que ver con absorber todo el poder político de la nación una vez que pasara a retiro y así aspirar a la presidencia en una futura democracia. En ese marco, entonces, se cimentaba la figura de Hugo Ezequiel Lezama: un tipo que quienes lo conocieron aseguraron que su único criterio de selección al momento de elegir a los periodistas para el diario era que escribieran bien. De esa manera armó una redacción que, a pesar de lo que cualquiera podría suponer -y tal vez sea esta la mayor rareza del diario- era súper heterogénea. El equipo de periodistas se repartía entre liberales cultos, izquierdistas de distinto pelaje, una gran fracción peronista y varios radicales. Todos de reconocida trayectoria.
Dentro de esa lógica, entonces, cabría preguntarse. ¿Conocían los periodistas cuáles eran las consecuencias del poder del medio para el que trabajaban? Más allá de cada una de las ideologías que pululaban en la redacción, junto a sus respectivas representaciones, existía algo concreto del quehacer periodístico: una conducta discursiva. Si tenemos en cuenta que no es posible contar con evidencias que prueben o justifiquen por qué determinados periodistas prestaron su pluma en Convicción, quizá el punto de discusión sea el del sentido común: el único fondo de evidencias compartidas por todos, que de algún modo garantiza límites y consensúa sobre el sentido del mundo. Aunque sea a través del ejercicio del sentido común (si es que no les alcanzaba con leer editoriales terribles) aquellos periodistas tendrían que haber sospechado que formaban parte de un proyecto, como mínimo, fascista. Quizá la única forma de poner en análisis la ideología de un periodista que pasó por Convicción (sin juzgar con el dedo acusador) sea sometiéndola a análisis, objetivándola y haciendo algo de teoría sobre el periodismo en el lugar donde en realidad debería hacerse puramente periodismo.
En ese sentido, ¿existen mandamientos de honorabilidad ética y profesional periodística? No. Pero si hacemos un intento podríamos decir que un buen periodista debería informar con seriedad, no caer en ficciones informativas, no cooptar espacios institucionales que deben ocupar otros actores, evidenciar los hechos de forma panorámica. Sin embargo no existe ninguna lista oficial de lo que un profesional del periodismo puede o no puede hacer.
Lo único cierto acá es que resulta ilógico pensar que en un diario de la Marina, con un director que aborrecía al peronismo y al marxismo, pudieran congeniar tantas ideologías juntas. Pero así funcionaba Convicción, mientras Lezama, que integraba el equipo directivo y editorial junto al politólogo Jorge Castro, el crítico de cine Héctor Grossi y Mariano Montemayor, publicaba editoriales y columnas de opinión sobre la sociedad “inmadura” y “enferma”, y justificaban la violencia de estado como la única cura a “los males que aquejaban al país”.
Por Convicción pasaron, a lo largo de cinco años, periodistas como Carlos “Charly” Fernández, Rubén Ortiz, Martín Olivera, Ricardo Cámara, Edgardo Arrivillaga, Gerardo Heidel, Pascual Albanese, Alberto Malagrino, Daniel Muchnik, Luis Domeniani, Oscar Delgado, Nelson Marinelli, Alberto Guilis, H. Rodríguez Souza, Alejandro Horowicz, Claudio Uriarte, Roberto Mardaraz, Ernesto Schóo, Any Ventura, Vicente Muleiro, Julio Ardiles Gray, Pablo Sirvén, Mauro Viale, Enrique Macaya Márquez, Fernando Niembro, Daniel Juri, Pedro Larralde, Jorge Dorio, entre otros. También hubo periodistas que eventualmente colaboraron, como Luis Alberto Romero o María Moreno.
Si alguien se toma el trabajo de googlear la trayectoria de los periodistas que pasaron por Convicción, verá que prácticamente en la de ninguno aparecerá el dato de que pasaron por las filas del diario. Los pocos que se animaron a hablar sobre su experiencia allí afirmaron que nunca nadie fijó límites ni impuso censuras. Como dijera Jean Paul Sartre: “Nunca fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana”. Pese a eso, según Daniel Muchnik en el libro Aquel Periodismo, en la redacción “en cierto momento, se dijo, apareció un ‘controlador’ que resultó ser un capitán de navío que sembró sentimientos de vigilancia y persecución entre los redactores”.
Si pudiéramos reducir todo el debate a su cuestión práctica podría decirse que como la dictadura fue una suma de cotos de poder –y claramente Convicción era parte de unos de ellos- los periodistas que integraban su redacción podrían haber sentido una especie de “resguardo” si se limitaban a hacer su trabajo. Pero al mismo tiempo de acá se pueden desprender otras preguntas: ¿Es un periodista un trabajador que puede estar ajeno a la coyuntura?, ¿puede trabajar de forma automática como quien pega suelas en una cadena de producción fabril?, ¿no es acaso la tarea periodística una forma de intelectualizar un problema, una postura, por más superflua que ésta pueda ser?
Desde tiempos inmemoriales se sabe que el periodista es un sujeto que piensa en el presente con el objetivo de incidir en la actualidad. Y esa forma de incidir ha tenido que ver con la toma de dos caminos: el de la resistencia o el de la conservación. Ya es un lugar común poco festejado el pensar que un periodista, a veces, aunque no le guste lo que hace, se limita a cumplir su trabajo, y que al fin y al cabo todo responde a una cuestión de mercado y de producción, y que es la única forma que tiene de llenar la olla en su casa. Acá no está en debate eso, no se debate el ritmo de la producción periodística sino el modo de producción. Un modo que podría pensarse en dos variantes de implicancia: hacia adentro del campo periodístico o hacia las colegas, y otro hacia afuera, hacia la gente. Quizá sea en ese espacio que queda entre dicha división donde se cuela el problema de la ética periodística. Que en realidad no es un problema. Se vuelve problema cuando el desenlace está determinado. Todos conocemos el desenlace de la dictadura militar. Por lo tanto conocemos el desenlace o la implicancia que pudo tener un medio que celebró ciertas prácticas durante esos años. De acá lo interesante de repensar el diario Convicción. Cuando la relación de la ética y la política se cruzan por una tragedia definitivamente existe un nudo problemático. Por eso sería necesario que quienes no cuentan su paso por medios como Convicción lo hagan, que los que lo evitan de los datos de las solapas de sus libros lo agreguen. Y no a modo de castigo sino como ejercicio para la memoria y para seguir apuntalando el debate de: ¿mi verdad o la verdad del medio para el que trabajo?
Es de público conocimiento que la mayor parte del staff del diario de Massera venía del falleciente diario La Opinión, donde los periodistas ya sabían quién era Hugo Ezequiel Lezama y cuáles eran sus intenciones. De hecho, en 2010 la periodista Alicia Dujovne Ortiz publicó un texto en Página/12 con el título “Il corriere della Massera”, en el cual contó cómo Lezama intentó persuadirla para que la joven periodista de La Opinión se sumara a las filas del nuevo medio gráfico que estaba vinculado económica e ideológicamente con Massera.
“Avenida del Libertador, policía en la puerta, amansadora en un living con una gigantesca reproducción de la fragata Sarmiento y, distribuidas por los sillones como al desgaire, armas. Un gordo entra en la habitación, señala divertido el armamento y dice: ‘Disculpe, los muchachos se olvidaron unas cositas’. Después se instala bajo un enorme crucifijo clavado en la pared, consulta un papel invisible, escondido entre el escritorio y la barriga, y arranca suavecito: ‘Yo a usted la quiero para el diario, me gusta cómo escribe’”. Así relataba Alicia Dujovne Ortiz el momento en que Hugo Ezequiel Lezama le proponía ser periodista estrella del nuevo diario que pronto estaría en la calle. Después de un interrogatorio durante el cual el director del medio se encargó de conocer las “inclinaciones” de Dujovne Ortiz -le preguntó si era comunista, si su única hija era de su marido y si era judía- Lezama finalizó la charla afirmando que esperaba que la periodista se sumara pronto a su equipo: “Ojo que el puesto es para usted, acá la espero, después no me venga con macanas, mire que yo soy muy bueno pero…”, sentenció Lezama en aquel encuentro de 1978. Después de eso Dujovne Ortiz huyó despavorida a París y ahí se quedó.
Pese a todo lo dicho Convicción, de alguna manera, era el diario más opositor de todos. Otra ambigüedad. En primer lugar porque criticaba fuertemente la política económica de Martínez de Hoz. Ahí se veía la fragmentación interna de la dictadura y las fuerzas. El que aprovechaba eso era Lezama, a quien le encantaba ocupar el rol de censor de las políticas de gobierno que él y sus allegados creían inconducentes. Paradojicamente, el diario se permitía sermonear al régimen mientras otros medios preferían callarse. Por las dudas.
Así y todo se usaban las páginas para que Massera, sus amigos de la Marina y Lezama criticaran con fiereza a los Estados Unidos por su política exterior en defensa de los derechos humanos y por sus críticas a la Argentina. Pero nunca se dejaba de pelear el frente interno y se usaban todos los calificativos posibles para pegarle a Videla como el hazmerreír de los “militares duros”.
En un país donde se vivía en peligro, todo eso se publicaba en Convicción. Un lugar donde aparentemente convivían posiciones de todos los colores y donde sucedían cosas inexplicables. ¡Ahí ocurrió el primer conflicto laboral en un medio bajo la dictadura! Claudio Uriarte, periodistas ya fallecido, contó alguna vez que junto a un gran número de compañeros presentaron un petitorio por la reincorporación de un redactor que había sido despedido. El redactor finalmente no fue reincorporado; pero tampoco hubo represalias ni contra los organizadores ni contra los firmantes.
A pesar de eso en Convicción no era todo color de rosas. Quien piensa que la intimidación a Alicia Dujovne Ortiz fue lo más álgido que presenta la historia del medio, se equivoca. Porque se comprobó, producto de denuncias de sobrevivientes de la ESMA, que hubo tres personas que trabajaron en los talleres gráficos del diario (Gráfica APUS) como mano de obra esclava, sin beneficios ni sueldos. Los tres eran llevados a los talleres y ahí hacían tareas de diagramación de páginas, entre otras cosas.
Convicción fue un claro reflejo de una cultura política enquistada dentro de una lógica militar que se fundó dentro del binomio amigo-enemigo y que tenía como premisa principal la eliminación del Otro, la instalación de un presunto clima de guerra y el revanchismo. En ese sentido, la lógica del medio tuvo que ver con ponerse en la vereda contraria de los grupos movilizados en busca de un cambio social, lo que lo llevó a reivindicar las acciones ilegales que se producían en el marco de esa “lucha”.
En sus páginas, el medio interpretó un período histórico desde el maniqueísmo y, sostenido por la Marina, apuntaló intereses de poder. Pero el hecho de haber nacido en vinculación con el régimen y haber estado ligado a la vida militar, hizo que Convicción, inevitablemente, sucumbiera también con la finalización de la dictadura. Dejó de salir a la calle dos meses antes de las elecciones de octubre del 83.
A cuarenta años del lanzamiento de su primer ejemplar, y a casi treinta y cinco de su desaparición, queda como puntapié para el debate conocer la forma en la que los periodistas que trabajaron en su redacción interpretaron esa aventura periodística, desde lo individual y lo grupal, desde un medio ambivalente que produjo realidad social como experiencia colectiva.
Etiquetas: Andrés Pinotti, Convicción, Dictadura militar 1976, Emilio Eduardo Massera, Hugo Ezequiel Lezama, Periodismo