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06-11-2018 Notas

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Por Leticia Martin

Voy al teatro. Me invita mi prima por mensaje instantáneo: “estoy en una obra de danza teatro, Leti, vení a vernos”. Le digo sí un poco de compromiso. Es mi prima, ya sé, pero recién empieza + danza teatro + circuito off porteño = miedito. Imagino una muestra de fin de año de un instituto de danza, un exceso de música y mucha expresión corporal. “Imagino” es una palabra demasiado linda para esas elucubraciones que hago sin saber. No imagino, hablemos bien, pongo en acción todos mis prejuicios. Pero es mi prima y no puedo negarme. Entonces invito a mi hija que, por alguna extraña razón, acepta acompañarme. Así como estamos, sin mucho “atuendo teatral” salimos a pie hasta el teatro, en Boedo. Todos los caminos conducen a Boedo. Al llegar veo al resto de la familia italiana, todos en exceso felices, sonrientes, expectantes. La prole conurbana en el circuito off, pienso. Parece un asado de esos que hacemos en Tapiales, o en Lomas del Mirador. Sin embargo hay algo extraño en el aire esta vez. Mucho más público que de costumbre. Sobrada ansiedad. Alegría. Ganas de festejar.

Las luces se apagan y cuatro chicas ocupan la escena sin pedir permiso. No bajo la guardia, sigo reactiva un largo rato más. Parecen las diablitas de Tinelli –pienso. Esto no me va a gustar, no voy a poder dejarme convencer. Miro a mi hija, atenta al escenario, el cuerpo escultural de mi primita –que ya es una tremenda mujer que hace y deshace con su cuerpo en las tablas– la pura destreza del resto del elenco. La música sube. Es un famoso tema de los ochentas que remite a una película de boxeo. Rudeza, entrenamiento, esfuerzo. Las diablitas avanzan sobre el escenario. Copan todo. Son demasiado hermosas. Tienen muy poca ropa. No fallan cuando bailan a la par, nunca las veo trastabillar.

Pero de pronto el clima festivo se apaga, las luces de talk show bajan, y esas mujeres esculturales pasan a ser mujeres reales de jean y remera, andando descalzas por el espacio, atravesadas por la educación y la cultura. Minas que hablan, interactúan, se pronuncian. Y ese estereotipo futbolero televisivo se deshace en un abrir y cerrar de ojos. Mi hija no parpadea. Hasta me parece que abre más grandes los ojos para capturarlo todo. La obra comienza a proponer distintos estereotipos de lo femenino y lo masculino para luego abordar escenas de violencia simbólica. No quiero adelantar nada en este sentido porque el impacto de algunas escenas necesita tanto de la sorpresa como de mi silencio.

¿Es para otro la trabajosa construcción de la feminidad? ¿Cuál es el imperativo categórico que la sociedad contemporánea pide a las mujeres? ¿Cómo hay que ser, estar en el mundo, moverse, pensar? ¿Está estereotipado hasta el modo en que debemos amar?

La obra se abre como un abanico en cuestionamientos y preguntas, ideas y más preguntas. Entonces, todo lo que era prejuicio se convierte en elucubraciones, relaciones teóricas, pensamientos que empiezo a anotar en mi libreta casi a ciegas, y ya no me distraigo hasta el final.

En El malestar en la cultura Sigmund Freud asegura que el sufrimiento de la humanidad tiene una raíz social, especialmente cimentada la frustración que los ideales que la propia cultura genera. Esas mismas normas que inventamos para protegernos de la desdicha, son las que provocan más desdicha. Ser aceptados es una necesidad que todos los seres humanos tenemos. Sin embargo la lista de ítems a cumplir por las mujeres (impuesta o autoimpuesta) es mucho más larga que la de los varones. ¿Por qué? Porque la mujer, con sus “consumos femeninos”, moviliza buena parte del mercado de bienes y servicios, convirtiéndose en blanco preferido de la publicidad. Ámame, sin volverse ideologizada o teórica, encuentra esos subtextos de la sociedad de consumo y los desviste en apenas una hora de ficción dramática. Pero lo hace de forma lúdica y entretenida. Siempre in-crescendo. Siempre yendo a más. Por eso muestra las contradicciones y mandatos de un modo gráfico y con una estructura narrativa de viñetas que se ensamblan y a la vez dejan vacíos que no explican ni cierran las escenas en una interpretación unívoca y preconfigurada.

Y mi prima está ahí, con otras actrices y bailarinas de su generación, haciendo con su mirada nueva un contradiscurso que me deja muda. Poniendo el cuerpo. Ejerciendo si libertad de expresión. Haciendo que el vapuleado teatro off de Buenos Aires dialogue con los medios masivos, con la banalidad, la moda, el mercado de estupidización femenina y las imposiciones culturales. Siento algo bastante parecido al orgullo. Un calor en el pecho, una bocanada de oxígeno. Miro a mi hija que sigue atenta, a mi lado. No quiero escaparme por la tangente emotiva –razono. Tomo nota de mis prejuicios, una vez más. Los preconceptos me alejan de la verdad, si algo así existiera. La experiencia me hace pensar, me pone en el campo de batalla. Imagino muchos diálogos de este tipo entre las generaciones de mujeres futuras y los discursos hegemónicos que irán estableciéndose. Una generación de personas muy distintas, decidiendo qué ser y cómo, sin condicionamientos, con menos juicios, con más libertad. Eligiendo qué buzón comprar y cuál no.

Pero además, para terminar, me llama poderosamente la atención que Ámame dramatiza estas cuestiones sin ceder al valor artístico, sin abusar de la coyuntura, por buscar instalarse entre los debates actuales. La propuesta, además de ser visualmente atractiva, es honesta, austera desde lo escenográfico, y logra funcionar efectivamente porque el público ríe, se emociona y aplaude, se siente perturbado y asqueado por momentos, pero nunca se distrae. Y no solo el público acostumbrado a ver este género, o el musical teatral, sino todo aquel espectador con ojo crítico y herramientas para analizar actuaciones, puesta en escena y modos de narrar.

Ámame
Tercera temporada 2018
Fechas: Sábados 10, 17 y 24 de Noviembre
Horario: 21 hs
Lugar: Teatro La Mueca (Cabrera 4255- Palermo CABA)
Intérpretes: Bárbara Castells, Lucila Sasson, Mailén Valle y Sofía Arroñade
Directora: Florencia Savoia

Entradas Anticipadas 2×1 en:
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