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Por Cristian Rodríguez
¿Quo vadis?
Si no caben dudas ya que el psicoanálisis es una práctica de la anticipación lógica en la lengua, y que interroga no sólo el discurso de lo dado por cierto, lo propio del discurso universitario, sino también de ese otro avatar ligado al sufrimiento silente y cotidiano que nombramos falso discurso capitalista, también es cierto que nos encontramos en la confluencia de una época que llama a la adivinación lisa y llana. Los hechos sucesivos de eventos completamente fascinantes y mágicos de la realidad argentina, nos llevan a pensar que ya lo supraterrenal no será del orden de la iglesia sino que ha tomado los subrogados de su lógica a favor de la estructura del estado. Si alguna vez pensamos que en Argentina lo que se instauraba con esta “restauración conservadora” que impulsó Cambiemos, junto con vastos sectores del electorado argentino que continúan aplaudiéndolo -y aplaudiéndose la cara-, la moda resonante y al uso para la región, era sencillamente una lógica de la concentración desmesurada y obscena de la riqueza, y de la infatuación -por otra parte- de una propaganda totalizante que interpretamos como posverdad, sabemos ya que no se trata de otra cosa que de la rancia estrategia de persecución y arrasamiento de la diferencia de la propaganda impulsada por Goebbels como Ministro de Propaganda Nazi.
Llevado por la oferta de la época, consideré que no alcanzaría para sostener la práctica en mi consultorio con supervisiones, trabajo de escuela, orientaciones clínicas, lecturas y espacios de interlocución dialécticas de la relación entre saber y verdad, grupos interpares, entre otras estratagemas de supervivencia, sino que debía montarme -tal como indica la lógica de la pulsión en su relación con el objeto, un montaje surrealista- a esta nueva panacea de la verdad mágica, total y deglutida.
¿Te entregaste?, preguntarán ustedes. No del todo, ya verán.
Tengo una cierta repulsa por este gobierno y por los status quo que coquetean con el Estado de Excepción, debo reconocerlo, de tal modo que no iba a alcanzarme con escuchar o leer a los gurúes de la city porteña o los terratenientes provincianos, ni mucho menos me alcanzaría con sentarme horas a recibir la iluminación restallante de la verdad televisada.
Opté, como alternativa, por consultar al gran Mentalista Jodidini, personaje ficticio que nos ayudará con sus revelaciones cortadas a cuchillo ritual no habían logrado que mi fe en él menguara.
Un turbante es un turbante. El vector ARA San Juan
Hace exactamente un año Jodidini, en una de las incontables consultas que le hice -intentando producir algo de magia en esta época de desierto intelectual y afectivo, en esta época de oscurantismo y persecución por la lógica de algo que ni siquiera es la ratio del despotismo ilustrado, sino la fe ciega, allí, en su siempre abarrotada consulta, Jodidini me señaló: el Submarino Ara San Juan está en la profundidades de un conflicto de intereses ligados a la soberanía, al submarino lo torpedearon los ingleses por navegar, presumiblemente, fuera de la millas determinadas como soberanas para nuestra plataforma continental ¡Madre santa: qué revelación brutal!, pensé, voy a dejar el consultorio y la práctica clínica . Confieso: incluso tuve la impostergable fantasía de ponerme el turbante en la cabeza.
Ya mis colegas y amigos me habían advertido: no es lo mismo un médium que un adivinador, no cometas ese error conceptual irreversible. Si claro, entiendo perfectamente esa diferencia, pero el brillo fetiche de un turbante es irresistible, un turbante es un turbante, pensé. Si el psicoanálisis favorece la posición del médium, lo que Jodidini propone es del orden de un falso discurso porque promete totalidad de sentido. Tanto como lo que hace este gobierno con su estrategia comunicacional. Yo, por mi parte, contrargumenté: Jodidini apenas levanta -pensando en el “levare” freudiano respecto al develamiento del inconsciente-, levanta información que anda por ahí, “que anda dando vueltas”. No nos pongamos hippies, sentenció otra colega en la reunión de escuela -se trata de Anastasia Culet-, esa referencia oblicua a los albores del Rock Argentino puede ser tomada como una apología de la resistencia durante los años de plomo, como una provocación, un provocare, llevar la voz en la dirección de una novedad, de una invención que no sea sólo retroacción de sentido, sino invención subjetiva, un “entre” las oscuras dictaduras a lo Onganía y el lance amoroso de una sensualidad que enmascara en el discurso analítico ese otro oscuro objeto que nosotros los analistas nombramos deseo. Me advirtió sabiamente que mi propuesta promovería ciegas persecuciones. Ninguna invocación al amor -y el psicoanálisis hace precisamente con el amor de transferencia- ni a la lectura -y nuevamente, el psicoanálisis promueve la atención flotante como único “destino” del devenir postrero del sentido en los efectos del significante- es posible en una época de odio y persecución, en una época de cosificación de la pregunta dialéctica y de instauración de la relación de semejanza como lógica de la sospecha.
Exactamente, dije, al fin alguien que interpreta lo instantáneo de un decir. ¿No se trata de eso una práctica psicoanalítica: un devenir incierto, una subversión subjetiva? Sí, pero de este modo irán a desollarte una vez más, sentenció Culet. Hace también un año, en los alrededores de otra Ley infame, una estética de la represión en una convulsionada Plaza del 19 de diciembre de 2017, sobre el debate en Senadores de la Reforma Previsional, estuvo a punto de producirse un acontecimiento que hubiera prometido la belleza del camino, la promesa tal vez de una experiencia casi budista, el camino es lo que se hace al andar, ese andar sin pensamientos que es a un tiempo poético y también místico, exquisitamente psicoanalítico respecto del atravesamiento de una experiencia analítica, un atravesamiento que Lacan nombró “atravesamiento del fantasma”. Por el contrario, se estigmatizó un modo operacional del control social al servicio del vaciamiento institucional. Lo mismo con el tornado que acabamos de atravesar con el G20 en Buenos Aires, para el cual inventaron atentados del terrorismo internacional, enemigos de la nación, narcotraficantes internacionales. Ante esto, no retroceder.
Si es así como se produjo la posible disolución del psicoanálisis freudiano en los alrededores de la Segunda Guerra Mundial, cuando Freud consiguió su salvoconducto a Inglaterra, fuera de la Alemania Nazi, a cambio de una forma literaria, una “letera” sagaz, que por adscribir al régimen nazi, sospechosamente, en un escrito que utilizaba una lógica mordaz, casi ligada al chiste y al disparate, contra el cinismo organizado del nazismo, ganaba para sí una vida que no sería otra cosa que una manera no sólo de terminar sus días, sino de dar aliento a la esperanza -ese porvenir de una ilusión- al psicoanálisis como práctica científica, de una ciencia que años después Lacan retomaría como ciencia de la conjetura, como ciencia de la exploración dinámica, como cualidad, y nos permitiría aquí, ahora, a estos olvidados argentos en situación de opresión, poder postularnos como freudianos y lacanianos en el preciso instantes de ese “retorno a Freud.”
Cuando Lacan propone la disolución -lo hace en su último Seminario, el 27- como proposición teórica y clínica que permite entender el devenir de la práctica para los próximos cincuenta años. Y estamos atravesando esa instancia hiperconcentracionaria del status mundial para la cual sólo es posible la disolución como modo de atravesar no sólo la época, sino la aplastante posición del discurso unívoco, univalente; y nosotros por contrapartida bregamos y obligamos la carta a favor de una escritura de la diferencia, a favor del atravesamiento de la experiencia humana como experiencia de una realidad transdimensional, hologramada, a partir de retomar la lógica de la división subjetiva propuesta por Lacan y del propio Freud en la postulación de la primera experiencia de satisfacción.
Esta metapsicología es asimismo un programa de inscripción del lazo humano para época siniestras. Freud sabía. Freud escribe a favor del nazismo fantoche, genial elucubración dialéctica, para neutralizar la totalidad del fanatismo concentrado a favor de una diferencia que hace con la división estructurante.
Volvamos a Jodidini y sus adivinaciones
Que Jodidini tenga la posta, que se las sepa todas, eso, eso no lo hace un lector, definió mi amigo y psicoanalista Josele Prieto, sólo lo vuelve un repetidor, un automático que deja por fuera cualquier intento de elaboración, un elucubrador de verdades comunes, de ratios compiladas en la lógica del discurso oficial. Allí ya no habrá invención. Eso no es la diferencia que propone la repetición, tal como la entiende el psicoanálisis, sino que se propone como simple iluminación sin mediación, bajando directamente de dios o de alguna divinidad.
Pensé y dije una vez más: exactamente como se comporta la estrategia comunicacional de este gobierno: la información viene de dios o de alguna voz indubitable. Eso propone una religio de los acontecimientos que será a priori, necesariamente, y no por efecto de un recorrido pulsional. Es de algún modo, un antivitalismo. Y acotó, en este caso mi otro amigo y colega Lambda Solaris: de todos modos, ¿qué opinan del patológico hallazgo del submarino? Nuestro presidente tiene superpoderes, porque justo al año de hundirse y justo un día después del acto homenaje, y justo un día antes de finalizar la búsqueda, lo encuentran. Menos mal ¡Qué suerte para la patria!
Allí, precisamente en ese momento crucial, recordé al colectivo que reunido debatía clínica psicoanalítica junto con avatares de la política contemporánea ¿Alguien duda que el psicoanálisis es otra cosa que una política libidinal, y que lo que Lacan nombró discurso psicoanalítico sea otra cosa que una política del discurso? Recordé entonces al respecto las palabras de aquel lejano diciembre del 2017, un Jodidini auténtico, en medio de la consulta que le realizara en persona, su turbante ígneo, su expresión profunda y sin embargo mundana, “plantaron a Santiago Maldonado, retrasaron lo del Ara, lo harán por casi un año. Probablemente hayan sido los misiles ingleses. Siempre estarán entre nosotros los ingleses y los anglosajones. Entre el éxtasis y el agotamiento Jodidini avanzaba trabajosamente, la respiración entrecortada, un orgasmo de iluminación arrebatado. Santiago Maldonado y El submarino Ara San Juan son apenas dos variantes de la lógica del desaparecido. Son desaparecidos. Luego cayó de bruces sobre mí, completamente desmayado.
Paredón y después
Dicen que el submarino no está despedazado, dicen que no hay presupuesto suficiente para rescatarlo, dicen que en realidad Jodidini sólo entrevió la sombra del Ara San Juan, y que sacaron otro armatoste viejo y descolado de la Base de Mar del Plata y lo acaban de hundir para complacer la mirada internacional que se yergue, más colonizadora que nunca, sobre nuestra nación por nacer, por nunca nacer.
Mientras tanto pienso en mis secuelas éticas, estéticas -si es que el psicoanálisis es incluso, también, una estética del hacer letra-: he vivido equivocado. Voy a tener que ir a un centro de rehabilitación y reeducación tipo Guantánamo. Lo merezco, estoy corrompido por la lógica del significante, me pudrió la cabeza hace años “La Interpretación de los sueños” de Freud, la doctrina del develamiento de lo inconsciente y la doctrina de los sueños que es ni más ni menos que la lógica del significante y la dialéctica deseante. Estoy arruinado. Hoy me siento un poco kaka.
Por suerte tengo a mis amigos. Mientras escuchamos TN -a nuestro pesar y en el fondo de los bares porteños- y en la televisión se informa sobre ese nuevo traje antibombas y una hora después la insigne Ministra Bullrich anunciaba que había encontrado un paquete explosivo en el aeropuerto, por supuesto en medio del paro aeroportuario, coincidencia de la vida, ¿no?, mi amigo Sicómoro Glande, voz operística, carnal, sobre todo teatral, siempre escénica, me señala: urgentísimo, no hace falta que vayas hasta Guantánamo. Acá tenés el Centro de Reeducación espiritual Gerardo Morales. Es hermoso, cercano, queda en Jujuy, al alcance de un pasaje de aerolínea low cost.
Gracias digo, estoy necesitando un correctivo, como en las viejas buenas épocas de la última dictadura cívico militar. Estoy necesitando sentir -esa variante de la jouissance lacaniana, pero en otra clave, la del goce Otro agazapado- otra vez “ese” miedo, mucho miedo, el miedo que toca el tuétano y hace trastabillar los huesos. Ese miedito que corroe el alma, ¿te acordás? Como olvidarlo. Ese miedito de lo social como campo de concentración extendido.
Pero elijo volver a lo de Jodidini, como si todavía quedara allí un resabio de verdad inoculada al menos, un resto de cosa psicoanalítica, aunque degradada por el turbante facilitador.
Mientras espero, larguísima espera entre señoras postizas con perritos falderos yorkshire, pendejos aburridos absortos en sus dispositivos multimediáticos, hombres de negocios invocando al dios mercado del sistema financiero, rezándole su San Antonio a los flamantes y a un tiempo etéreos Botes, Lebacs, Lelic, y otras tantas yerbas alucinógenas o al menos antidepresivas. Todos fugando hermano.
En principio, como diría una ex presidenta, fugando cerebros, fugando capital, fugando consumo interno, fugando desarrollo industrial, fugando soberanía política e independencia económica, fugando justicia social a manos de esos pocos, fugando tecnología, fugando territorio, robando, siempre creyendo que seremos los ganadores de la figurita difícil que completa el álbum del Mundial, los ganadores morales del balón dorado, dejándonos robar. Jodidini sale de sus aposentos y relumbra como dios pagano. Me señala y dice: “puede pasar”.
¿Cuándo, pero cuándo, cuándo nos volvimos tan imbéciles?
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