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20-12-2018 Notas

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Por Bárbara Pistoia | Ilustración: Mana Morimoto

Fe&Minismo #10

Esta guía de lecturas busca acercar propuestas en donde el feminismo es protagonista desde lo sustancial de lo narrado, por eso, gambetea lo académico y los nombres comúnmente asociados al feminismo. Y no, no responde a ninguna lógica parecida a las listas de “los mejores del año” e intenta ir más allá del arbolito de navidad, más bien busca (y encuentra) otra forma de honrar el recorrido, de revisar y percibir el tiempo que nos toca para darle forma a la voz propia.

1
El abanico de seda, de Lisa See. Ediciones Salamandra, 2006

En el año 2002 la autora viajó a Hunan, provincia sureña de China, para llegar al fondo de lo que luego se convertiría en esta novela histórica que, en realidad, es una pieza de belleza y sensibilidad absoluta.

Basada en la relación de Lirio Blanco y Flor de Nieve, se nos invita a descubrir el profundo mundo del Nu Shu, un sistema secreto de escritura silábico y milenario exclusivo de mujeres, acunado en dicha región, que surge como una vía de escape al sistema de opresión al que eran sometidas, que las excluía, incluso, de aprender a leer y escribir, mientras que los hombres, para más, gozaban de su propia escritura llamada Nan Shu.

Si bien El abanico de seda transcurre en el siglo XIX, el origen del Nu Shu data del siglo III, y recién fue descubierto a principios de 1980; durante todo ese tiempo, salvo las mujeres orientales que mantuvieron la tradición, nadie supo de su existencia.

Traídas al mundo para parir, eran educadas para estar prontas a casarse, aun siendo unas niñas. Sus actividades se limitaban a ser soporte de las casas y en muchas de las regiones no accedían a ningún tipo de educación. Entre los pocos aprendizajes garantizados que tenían estaba coser y bordar. Además, eran sistemáticamente aisladas, primero a fin de lograr la máxima concentración en su camino hacia el casamiento, y, una vez casadas, se las separaba de sus familias y pasaban a ser objeto de la familia del esposo y la agenda que sus costumbres impusieran.

Lo que los hombres no imaginaron fue que a partir de esas pocas herramientas que les dieron, no sólo encontrarían la forma de comunicarse entre sí, sino que irían mucho más profundo, invitándose unas a otras a una transformación compuesta, en principio, como red de contención, consuelo, catarsis, para luego, finalmente, construir su propio mundo de intimidad, vinculación y exploración femenina y humanista.

Los caracteres del Nu Shu están basados en un sistema fonético a partir de la escritura masculina, pero rompiendo su lógica y creando una nueva. Para poder ganarle al aislamiento y al silencio que se le imponía sin despertar sospechas, las mujeres siguieron cumpliendo con sus actividades y agenda con la misma disciplina de siempre, por lo que la comunicación se funde cuando encuentran en el bordado de esos caracteres sobre diferentes objetos, pero principalmente en abanicos, la salida justa para su expresión. Así, comienzan entonces a intercambiar mensajes y a generar diálogos a corazón abierto, por eso también se suele decir que es una escritura de “lágrimas al sol”. Varios estudios indicaron que era recurrente el anhelo por la luz, un anhelo literal, ya que en sus orígenes esas mujeres no podían salir solas de sus casas, pero también era simbólico y espiritual porque venía acompañado de la idea de lo celestial. Históricamente su transmisión fue, sobre todo, de madres a hijas, entre hermanas y/o cuñadas.

El libro cuenta con la bendición de Yang Huanyi, última hablante de este lenguaje, quién se encontró con Lisa See para ser guía fundamental de su viaje e investigación, y falleció dos años después del encuentro.

2
Escribir, de Marguerite Duras. Tusquets Editores, 1993

“Una mujer que escribe: los hombres no lo soportan. Es cruel, para un hombre. Es difícil para todos” reflexiona en una de las primeras páginas de este libro Marguerite Duras.

Si bien no es una de sus publicaciones más destacadas, Escribir es esencial; es un texto en el que Marguerite se atraviesa por ella misma y genera una lectura cruda de sus posiciones y posicionamientos, todos relacionándolos con su expresividad y su expresión en firme, dejándose devorar por su intimidad. Por lo que también, inevitablemente, se vuelve un libro procesal, testimonial, misterioso e inexplicable, en el que habla desde una unicidad dirigida a otra, o sea, potencia lo subjetivo de cada experiencia lectora provocando un texto vivo, que, como tal, se torna incómodo por momentos, así como también liberador y agobiante.

“Rara vez he estado absolutamente sin amantes”, cuenta. Luego, en algunos párrafos posteriores, remarca “La soledad no se encuentra, se hace”. Página tras página Duras se hace aguda y presencial, tanto como para llegar a hacerlo personal: “La soledad, la soledad también significa: o la muerte, o el libro. Pero, ante todo, significa alcohol. Whisky, eso significa”.

En su escritura puede oírse su respiración, nos deja de cara frente a su pulsión, una pulsión salvaje y atormentada en la que fuerza un aislamiento ilusorio, pero que nunca escatima cuerpo ni palabras. Nos pone en un lugar, entonces, de confidentes, de compromiso y de responsabilidad, porque eso ocurre cuando uno sabe un secreto, pero, también y para más, cuando es inspirado. Y Escribir inspira, porque escribir también es romperse, rearmarse, desconocerse y reencontrarse.

Todos los feminismos deberían conducir a Marguerite Duras. Porque sí y porque construyó desde el centro de sus entrañas una voz potente sobre su ser mujer a través de todos los repliegues posibles ideológicos y del goce.

3
Verano, Karina Noriega. Planeta, 2018

¿Cuáles son los límites entre la ficción y lo biográfico? Leer a Karina Noriega es ir una y otra vez a esa pregunta. En pleno uso y abuso de la llamada “literatura del yo”, la escritora toma los guantes y noquea el ritmo habitual de la primera persona para hacer un texto que se lleva puesto todos los tabúes sobre la vida sexual femenina, incluso los tabúes de las propias mujeres.

Como una cazadora de experiencias, Carolina, la protagonista que, al igual que la autora, es una escritora que trabaja en una revista, comienza varias relaciones con hombres del espectáculo. No hay ninguna página en la que no quede claro que su búsqueda no es el amor, su ambición, espiritual y material, está en otro plano: necesita de esos encuentros para curtirse de las nuevas historias que volcará en su próximo libro, pero, también, para alimentar un apetito prácticamente ancestral.

No hay posibilidad alguna de que semejante ambición suceda sin una absoluta conciencia del deseo, y Carolina (¿o Karina?) lo sabe: todo deseo necesita movimiento, por lo que semejante ambición, entonces, sucede consecuente a un goce soberano.

Sigilosa y estratégicamente, pero no por ello menos sentimental y sensible, Verano bordea las cornisas de lo informal sin dejar de profundizar en lo que su voz cantante ve y palpita, entendiendo lo que en la ligereza emocional moderna muchas veces se pierde de vista: toda banalidad descansa sobre la oscuridad y no hay relación que no sea un riesgo.

Al igual que en su novela anterior, Punta del Este (Planeta, 2015), Karina Noriega nos empapa de guiños pop. Por un lado, la narrativa fluye de manera tradicional hasta que comienza la convivencia con literales conversaciones de chat. Y todos sabemos cómo son los chats entre amantes, cómo empiezan, crecen y se transforman a partir del ritmo real de la relación. Y por otro, nos trae a referencia diferentes citas musicales seleccionadas con buen gusto, pero, sobre todo, con una clara ideología de su placer que funcionan como un estado mental.

“Siempre choco con el mismo auto” canta David Bowie al principio del capítulo en el que Carolina nos habla de su familia: un padre obrero y sindicalista, una madre “convertida en ama de casa” que se proclamaba feminista y le había prohibido a su marido seguir boxeando, mientras que ella dejaría atrás el modelaje y su trabajo de secretaria. “Nadie estaba muy feliz”, suspira la protagonista.

Así, Karina Noriega nos muestra la otra verdad inescapable de Carolina: no necesita tomar distancia de las frivolidades circundantes porque básicamente ella no está ahí, solamente asiste como una pasajera en tránsito que se sumerge en el ambiente, lo saborea, lo burla, lo vomita, lo lame, pero su voz fundamental es otra y es la que la guía hacia ese destino ávido con el que fantaseaba desde niña en un departamento del conurbano.

4
Una caperucita roja, de Marjoraine Leray. Óceano, 2013

Parte de la fuerza primordial de este libro es que está enmarcado dentro del género libro-álbum. Ese universo fascinante en el que imagen y texto interactúan vivazmente para la construcción del relato y no pueden existir el uno sin el otro. Para más, otra de las características principales de este tipo de libros se encuentra en que los detalles pasan a ser fundamentales y la narrativa puede iniciarse o desembocar en la tapa, en un lomo, en un recorte anexado, en un margen, por lo que son verdaderamente un estallido para los sentidos.

Partiendo desde ahí, entonces, queda claro que no estamos frente a una Caperucita más, la escritora e ilustradora francesa, haciendo un muy buen uso de sutilezas y maniobras, hace de su versión un breve relato de acción y superación.

Limitando toda la atención al Lobo y a la niña, concentrándose en remarcar sus personalidades, el mismo cuento de siempre nos llega absolutamente consciente de su época.

La historia empieza con el Lobo queriendo sacar a la niña del camino elegido. Para sorpresa del susodicho, tras décadas y décadas en la que su deseo fluctuaba armoniosamente, ella da el batacazo, pone los puntos sobre las íes, y -como quién no quiere la cosa- se planta frente al “machito” diciendo “a mí con este discurso ya no”.

Sin prescindir de las famosas expresiones “para verte mejor, para escucharte mejor y para comerte mejor”, esta versión juega con su significancia y la revierte. Pone a Caperucita a la misma altura, literal, del Lobo, conversan cara a cara, de par a par, se acercan y se alejan, ambos manejan los tiempos de la conversación, los dos hablan y exclaman sus sensaciones.

Toda esa perversión tradicional y (no tan) oculta que se presenta a partir del deseo comestible del Lobo también está, pero aparece sobrevolando suavemente las propias posturas que la misma protagonista decide utilizar para romper las excusas y planteos que él le dice.

Es un libro que con simpleza desentrama complejidad y fortalece el camino del “No es No” para comenzar a conversarlo con los más niños, dejando en claro que el único GPS que toda Caperucita debe tener en cuenta es el que la lleva de su propio deseo hacia su decisión.

 

 

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