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28-01-2019 Notas

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Por Facundo Basualdo

I

Cómo se aborda la realidad es una pregunta que se hace en las escuelas de periodismo desde sus comienzos. Antes de contar, se pregunta con qué palabras y recursos, a través de los testimonios de quiénes, desde qué lugar se ubica para observar. Sin embargo, en estos años, ya no es nuevo creer que el periodismo se parece bastante a literatura de ficción con pretensiones realistas. Redacciones cruzadas por los más diversos intereses, operaciones o negocios, alejaron la realidad de sus producciones noticiosas y la frontera entre lo que sucede y la invención narrativa está cada vez más difusa. En otras palabras, cada vez hay más periodismo de fake-news, de minuto a minuto, de realidad ficcionada, y también hay más ficción realista o “basada en hechos reales”.

En Latinoamérica, decía el escritor y periodista García Márquez, la vida supera los límites de la fantasía y por eso nos hemos tenido que esforzar para creerla. El colombiano argumentaba así su teoría sobre el realismo mágico, el género en el que se destacó, aunque valdría para describir la actualidad del tratamiento periodístico. Si bien es cierto que la historia entera podría contarse a través de la disputa en el relato de la realidad, el desborde de tecnologías de la información inundó con demasiado barro este siglo y esa disputa necesita, también, ser abordada con la pausa de los libros y no la urgencia de los diarios. Así podría revisarse lo que se dijo y se dice de la realidad, como si se escribiera una fe de erratas de forma constante.

II

Maximiliano Barrientos (Bolivia, 1979) escribe la novela En el cuerpo una voz (Eterna Cadencia, 2018) en la que asesinan al presidente indio de Bolivia y narra la crisis que se desata. El estado de derecho deja de existir y las brigadas se masacran entre sí en el Oriente. Dieciocho años sin república, doce de interna sangrienta entre esas brigadas, donde el paisaje es de sangre, torturas y muertes.

El punto inicial del colapso, como en la primera guerra mundial, es la muerte del presidente indio, colla. Hay sobrevivientes, hay, finalmente, calma. Se crea la Nación Camba y se pone en funciones el Ministerio de Cultura que es, un detalle notable, el encargado de volver sobre los hechos, contarlos, recuperarlos. En pocas palabras, de reconstruir la memoria de ese pueblo que, por más que ahora lo abrigue otro nombre, vive, o sobrevive, en el mismo territorio. El protagonista, contratado para hacer esa tarea, es uno de los sobrevivientes. Y en el entrecruzamiento de los relatos –el del colapso y el de la paz–, se explican los motivos y la necesidad de reparación, colectiva e individual, que se tornará venganza.

Agarramos el libro y desde el principio, incluso desde antes, sabemos que es ficción, que se trata, fue dicho, de una novela. Sin embargo, es difícil que no vuelvan a la mente las imágenes de lo que pasaba en la Media Luna oriental boliviana en 2008, cuando los collas eran perseguidos, linchados, asesinados en la calle, por fuerzas oscuras conducidas por una derecha sanguinaria que no estaba de acuerdo con ceder la renta petrolera del llano de Bolivia, mucho menos porque esa decisión fuera tomada por un presidente indígena. Evo Morales, presidente desde tres años antes, había planteado una revolución y el país estaba en plena transformación: la construcción de ese relato necesitaba de una realidad que lo acompañara. Morales sorteó esa crisis, impuso la política, luego ganó elecciones incluso en Oriente, y este año, una década después, va por un nuevo mandato. No fue asesinado, eso lo permite la libertad que admite la ficción –siempre flexible, expansiva– que propone Barrientos, desde un realismo visceral.

En el cuerpo una voz, de Maximiliano Barrientos

III

En Titanes del coco (Emecé 2015), la novela de Fabián Casas, el gerente del diario en el que trabaja el protagonista sueña con un diario sin periodistas. No lo sabemos pero ese diario podría llamarse, sintetizando, Fake news. Aquel diario novelado por Casas, que no pareciera tan lejano de la realidad, grafica de algún modo lo que hace un tiempo se decreta como el fin del periodismo. Al menos, con el ejemplo de ese tipo de periodismo que se adelanta a crear hechos, datos, realidades, con grandes tiradas o puntos de rating.

La disputa, otra vez, tiene que ver con los tiempos de abordajes y también con cruzar esa hegemonía, teniendo en cuenta que todos creemos estar informados porque leemos uno, dos, tres diarios. Parar la pelota de la coyuntura, indagar más en el fondo, bucear en los grises de lo que suele presentarse como blanco o negro, es un desafío a la época, una necesidad contra los relatos ficcionales presentados como realidad. Hablar de disputa es sincerar el lugar que se habita, desde donde se observa. No somos ajenos, se escriben –al decir de Mariano Dubín– partes de guerra, aunque aún se ovacione la objetividad.

IV

En el bar de la cuadra, hay una chica venezolana atendiendo las mesas. En el kiosco de a la vuelta, también. Alguien me cuenta que un venezolano en Uber le dijo que mandaba mil pesos argentinos para allá y la familia podía vivir tranquila. Otro me cuenta que una venezolana no aguantó más allá, que se tuvo que ir porque la situación era invivible. Venezuela, desde Buenos Aires, se tantea así: mientras a veces pareciera que Buenos Aires desde Buenos Aires ni siquiera se tantea. El país caribeño también se mira a través de lo que dicen los medios, con tamiz negativo todo lo que tenga al actual presidente, Nicolás Maduro, como figura. No sólo en Buenos Aires, sino en gran parte de la región y más allá también: para batallar contra eso es que el escritor y periodista Marco Teruggi publicó Mañana será historia. Diario urgente de Venezuela (Sudestada, 2018).

93 días de un período que abarca los últimos –poco más, poco menos– tres años, que de alguna manera continúan su anterior libro Lo que Chávez sembró (Sudestada, 2015) que lo cierra el 30 de marzo de 2015. Está escrito en formato de diario personal: confesiones, miradas, diálogos, detalles de cada viaje por el llano, por la selva, por el Caribe, por Caracas. Quedan manifiestas las dificultades populares para vivir, o sobrevivir: todo aumenta, el bolsillo está ajustado antes de empezar el mes, la semana, el día. Los anuncios van modificando el rumbo, las vivencias también. Se resiste, se aguanta, se discute. No se trata de una cuestión de formas, sino de fondo: hay una revolución en marcha, hay un pueblo en permanente movimiento que distingue los momentos de discusión hacia dentro de aquellos en los que hay que movilizar para defender un proceso. Hay empresarios que se mueven distinto, hay una oposición fragmentada, unos más políticos o violentos que otros. Hay palabras –socialismo, revolución, poder popular– que están enraizadas en los barrios más humildes del país.

Es un recorrido de matices, de grises, donde no se esconden las debilidades y se retoman, para no olvidar, las fortalezas, en el que también se adivina que Teruggi es poeta: además de la carta a Vicente Zito Lima incluida, agarra las palabras del pueblo, las incluye, las hace hablar, se escuchan en las hojas en blanco. Y a su vez, discute la necesidad del proceso, de la dirigencia, de los comunicadores de modificar el lenguaje a medida que se modifica la realidad, que en Venezuela es a diario. Escribe: “Entre lo que nombra una palabra y la realidad existen tensiones, promesas, pasos y frustraciones. La palabra puede empujar, operar como invitación a construir, proyectar un futuro. ¿Cuál es la distancia entre lo que se nombra y lo que existe? ¿De qué habla una sociedad en una etapa determinada?”. Para que no queden dudas, Teruggi no propone ficción, sino periodismo.

Mañana será historia. Diario urgente de Venezuela (Sudestada, 2018), de Marco Teruggi

V

“Colgados de cruces había hombres de bandos rivales que habían sido capturados durante el último enfrentamiento. La mayoría estaban muertos. Descuartizaron a la mitad y los echaron al fuego. Los esbirros devoraban la carne, algunos hablaban o cantaban. Otros permanecían en un silencio helado, antiguo”, escribe Barrientos en una de las tantas escenas crudas que se vive durante el colapso de la ficción que narra, que recuerdan aquella crisis xenófoba de hace diez años contra los collas en la Media Luna, que poco se contó en los medios locales pero que hizo tambalear un gobierno democrático.

“Vamos al rescate La Escondida antes de regresar a Caracas. Entrevistamos a los compañeros, nos muestran la siembra, cuentan las amenazas, el sicariato de Parra, los hombres que degollaron, le cortaron los testículos, se los metieron en la boca, filmaron todo. Una violencia paramilitar, una forma del horror que no es casualidad sino método para dejar la huella del terror”, escribe Teruggi sobre la realidad, el día a día, de estos tiempos venezolanos.

Resulta difícil no cruzar ambos relatos. Una ficción realista y una realidad que por lo brutal parece ficción. En 2009, el todavía presidente venezolano Hugo Chávez, junto a otros presidentes de la región, apoyaron a Evo. Diez años después, pocos países de la región apoyan a Venezuela. Y diez años antes de aquello, nadie imaginaba lo que pasó en Latinoamérica la primera década del siglo XXI. Estos dos libros le hablan a este tiempo. El de Barrientos corre con la ventaja de que las ficciones se mueven en el presente con más libertades de las que puede tener el diario de Teruggi, donde cada hecho es tapado por uno nuevo de igual calibre, escrito en la urgencia de un proceso que despierta cada día con la incertidumbre del futuro. La realidad pareciera no dar tregua.

VI

Hay autores como Barrientos que procesan una realidad a través de la ficción. Hay otros, como Teruggi, que necesitan contarla en toda su complejidad, aportando variables, más en la búsqueda de comprender que con la pretensión de enseñar verdades. Hay ficciones que, al igual que los llamados textos de no ficción, reflejan ciclos que desde distintos ángulos intervienen en el terreno de lo público. Se escriben acercamientos, nunca certezas. Nadie sabe cómo será ni cuándo empezará el próximo momento. La realidad, se sabe, tiene final abierto. Ningún triunfo es eterno ni tampoco habrá derrota plena. Al decir de Bioy Casares, nada se conquista definitivamente.

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