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Por Cecilia González
1. La reacción internacional está plagada de hipocresía e intereses que nada tienen que ver con la búsqueda del bienestar de los venezolanos que, efectivamente, hace rato padecen a un gobierno autoritario, represor, que ha violado derechos humanos y provocado una de las crisis humanitarias más graves de la región en los últimos años, con hiperinflación, desabasto de medicinas, alimentos y un interminable éxodo de ciudadanos que se han visto forzados a emigrar a otros países.
2. Maduro es indefendible, tanto como Bolsonaro. Criticar a uno y no al otro es parte de la hipocresía reinante, porque Bolsonaro llegó a presidente después de que en Brasil se violentara el sistema democrático, que no implica sólo votar. Con el golpe a Dilma Rousseff y el encarcelamiento de Lula por parte de un juez que ahora forma parte del gabinete de Bolsonaro, la democracia brasileña fue herida de muerte. La llamada comunidad internacional parece que no se enteró. Tampoco condenó la barbarie sufrida en México durante el gobierno de Enrique Peña Nieto.
3. Ahora resulta que Bolsonaro anda con el dedito levantado condenando, sin autoridad política alguna, a Maduro. Es el primero en la fila después de Trump, el presidente que anunció sin problema alguno sus intenciones de impulsar un golpe de Estado en Venezuela e incluso de intervenir militarmente. Volvimos a los 70-80.
4. En esta crisis hay responsabilidades múltiples. La izquierda latinoamericana, el progresismo, o como prefieran llamarle, no quiso criticar de manera clara a Maduro en los últimos años para “no hacerle el juego al enemigo”, pero esa es una debilidad; la crítica siempre debe empezar por casa, y el gobierno venezolano representa el fracaso de uno de los proyectos populistas de izquierda en América Latina (así como Bolivia representa un éxito, por el momento).
5. “Si gana X, Y va a ser como Venezuela”, es desde hace rato el eslogan favorito de los candidatos de derecha. Frase vacía, estigmatizante y, sobre todo, falsa, pero efectiva para asustar a los votantes.
6. En México, cuando López Obrador era candidato, sus enemigos decían que, con él, México iba a ser Venezuela. AMLO respondió que en México había miles de desaparecidos, cientos de miles de asesinados, pobreza crónica y violencia extrema, que primero había que resolver esto y luego hablar de Venezuela. Tenía razón.
7. Ya como presidente, AMLO dijo que no condenaría a Maduro porque la Constitución mexicana lo obliga a respetar autodeterminación de pueblos: «No es un asunto de simpatías, tiene que ver con principios de nuestra política exterior». También recordó que cuando gobiernos de derecha cometen abusos, muchos se callan.
8. Es cierto, las campañas internacionales de indignación siempre van dirigidas a gobiernos de izquierda o a quienes Estados Unidos ha elegido como enemigos, a quienes señala como “los malos”. En la construcción de ese relato a modo, los medios son fundamentales. Muy preocupados por Venezuela, pero ¿y la multitudinaria caravana migrante de los últimos meses que atraviesa Centroamérica y México para tratar de llegar a Estados Unidos? ¿Y la violencia endémica en Centroamérica? ¿Y las millones de víctimas de la guerra narco en México? ¿A quién le importan?
9. Hace mucho está instalada la presión de parte de la opinión pública de “estar de uno u otro lado”, pero la realidad es mucho más compleja que eso. No apoyar a Guaidó, el autoproclamado “presidente encargado”, no significa apoyar a Maduro, y viceversa. Se puede repudiar a un gobierno autoritario pero también el intento de derrocamiento promovido por Estados Unidos (cuándo no) y apoyado por el Brasil de Bolsonaro.
10. Venezuela es hoy una sociedad fracturada por completo, la mayoría de los medios mostró las marchas masivas contra Maduro, pero también hay marchas masivas a su favor. Son los venezolanos quienes tienen que decidir cómo, de qué manera se van a encaminar a la pacificación y a la recuperación democrática.
11. Por eso es importante la posición conjunta de México y Uruguay, que anoche emitieron un comunicado para reiterar su respeto a la autonomía de Venezuela y apostar por una negociación para alcanzar una solución pacífica y democrática. Insisto: no condenar a Maduro no implica apoyarlo; de lo que se trata es de buscar un camino alternativo, político, no de intervención para imponer a un presidente amigo, como quiere Trump.
Etiquetas: Cecilia González, Donald Trump, Juan Guaidó, Nicolás Maduro, Venezuela