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Por Daniela Eloisa Montenegro
Doy con un tuit que avisa “Están desalojando Clásica y Moderna”. Busco en los portales de los diarios, y efectivamente, la librería bar restaurant de casi Córdoba y Callao estaba cerrando sus puertas. Cerrando para siempre, cerrando porque la deuda acumulada de meses sin lograr cubrir el alquiler hizo que el desalojo finalmente se haga efectivo.
Mi espíritu de gorda de un modo fugaz pensó en comida, y recordó -con el placer que se recuerda la comida cerca del mediodía- que en la carta de Clásica y Moderna el ojo de bife era de lo más exquisito. Ni un solo libro: carne. Carne roja a punto, el corte argentino. Ojo de bife delicioso que más de una vez comí escuchando el murmullo de fondo de la gente al conversar; escuchando también a Rita Cortese quebrar su garganta cantando tangos, sonando a puerto. En fin, desfilaron por mi memoria una serie de experiencias que hablan más del romanticismo porteño, que de mí como lectora. No es algo que me preocupe tanto, puedo comer libros y ojos de bife casi con la misma pasión.
Mientras tanto, en la red social catártica y cloacal, muchos se referían a esta (por cierto muy) triste noticia trayendo anécdotas del estilo mi primer libro, el café con mi abuela, ahí leía cuando estudiaba y toda una lista de viñetas incomprobables que ponían tono sepia al cierre de la ya mítica librería. No se trata de desmerecer la nostalgia de estos recuerdos, pero me asombró bastante la sorpresa y vehemencia con la que varios referían al cierre.
¿Acaso no era algo posible, sabiendo que la crisis del sector editorial es alarmante y arrastra al menos cuatro años consecutivos en los cuales la caída de ventas llevó a la disminución de la producción gráfica, y por ende, el cierre de puntos de venta? Esta situación es conocida por todos, al menos por todos los lectores, editores, correctores, diseñadores, traductores, ilustradores, libreros: las librerías están vacías. Los fríos números de las federaciones y agrupaciones de la industria coinciden en la pérdida de empleo por la baja del consumo e importación de servicios gráficos, y también en que el impacto de la crisis es estructural, tanto las editoriales mainstream como las independientes están sintiendo las balas, en algunas claro, el tiro es más certero.
Buscando evitar el discurso del sarcasmo tuitero, el cierre de Clásica y Moderna me resultó una pena predecible. Aún así, las repercusiones fueron de los más sentidas y apuntaban a un responsable: gobierno actual. El desalojo de la querida librería se manifestó como un exponente más de la terrible situación económica del país. Un símbolo porteño que se suma a la lista de todo lo que rompe el macrismo. Siguiendo esta línea, se podía acumular bronca y memes, y vehiculizar en algunos pocos caracteres el odio que une a los que cuentan los días hasta el 10 de diciembre mientras saludan a CFK por su cumpleaños.
Interesante fue lo que ocurrió horas más tarde, cuando la habilidad en el uso de google de algune nos contó que la heredera de la ya mítica librería había firmado una solicitada en el 2015 a favor de la candidatura presidencial de Mauricio Macri. Se sintió el freno de mano a tanta saudade, y se llegó rápido de la melancolía al yo-te-dijismo. El cierre de Clásica y Moderna ahora no producía el mismo efecto como símbolo de la catástrofe económica en la que estamos zambullidos. En cuestión de horas se transformó en su contrario, y se lo merecía.
Ver este movimiento en vivo es, quizá, lo que más me atrae de las formas de vinculación y expresión que las redes sociales nos permiten en la actualidad. Una ola desde la rompiente que vuelve sobre la arena, y borra todas las huellas. Me asusta y curiosea. En lo que dura un rato se gestó un símbolo edificado en el recuerdo que velozmente pudo ser desechado. Es verdad que podemos construir símbolos con celeridad (mi ojo de bife va en ese camino), el punto es para qué lo hacemos. Porque esta ola volvió a su mar, y el mismo gobierno responsable de políticas económicas de ajuste, inflación y recesión, terminó “salvando” a la librería, fortaleciendo su poder simbólico de nostalgia porteña.
Recuerdo entonces, ya no comida, sino una cita de un libro que no compré en Clásica y Moderna, y que al hablar del populismo de izquierda planteaba: “Limitarnos a combatir de manera reactiva una agenda establecida por la derecha nos mantendrá en desventaja por siempre”.
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