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Por Fabián Claudio Flores
Con la emergencia de Bolsonaro en Brasil y otras experiencias latinoamericanas que contaron con la participación política de grupos evangélicos, el sentido común -fogueado por los medios de comunicación argentinos- comenzó a referir al “desmedido” crecimiento y el posible “peligro” del voto evangélico por efecto contagio.
¿Quiénes son los evangélicos? ¿Cómo y por qué crecen en la Argentina? ¿Qué peso tienen en la matriz política argentina? ¿Qué expectativas futuras se prevén?
I. Mundo Evangélico
Cuando referimos al mundo evangélico estamos haciendo alusión a un heterogéneo y complejo universo de iglesias y fieles cristianos que se identifican con la raíz del protestantismo. De ahí que estamos hablando de más de 500 años de presencia en el Mundo a través de diferentes ramas e instituciones, que a la vez son muy diversas.
Luteranos, Calvinistas, Metodistas, Presbiterianos, Bautistas, Valdenses, Menonitas, Pentecostales y Neopentecostales son algunas de las tantas denominaciones que conforman el Evangelismo.
Más allá del rechazo a toda autoridad “humana”, los congrega la idea de que la única fuente de autoridad religiosa es el Evangelio, es decir las “Sagradas Escrituras”. Allí está toda “la verdad” y su aplicación a la vida cotidiana. No creen en la verticalidad de la autoridad religiosa ni de la institución.
Las religiones evangélicas proponen un vínculo cercano y directo de los fieles con Dios, y sólo a través del Espíritu Santo, que tiene un rol central en su cosmología. Ese encuentro es personal, no debería haber santos, vírgenes ni intermediarios humanos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que fueron desarrollando formas institucionales a través de iglesias, donde el liderazgo juega un papel central a través de los pastores (y pastoras) que operan como articuladores de toda la feligresía.
Algunas iglesias se agrupan en federaciones: la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE), que agrupa a luteranos o metodistas; la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA), que suma a iglesias más nuevas; y la Federación Confraternidad Evangélica Pentecostal, que aglomera a las iglesias pentecostales, las cuales conforman más del 70% de la comunidad. Pero son la minoría.
En síntesis, el universo de la religiosidad evangélica es amplio, diverso, complejo y, además, muy dinámico: surgen iglesias, desaparecen otras, se desmiembran de algunos pastores que deciden organizarse bajo otras denominaciones. Hay tránsitos frecuentes entre fieles y pastores entre las distintas denominaciones que conforman este mundo.
II. Argentina evangélica
En la Argentina su presencia es muy temprana. Tan temprana como anterior al surgimiento del estado argentino mismo. Durante la Colonia aparecen los primeros antecedentes de los llamados “disidentes religiosos” para hacer referencia a los fieles arribados con la inmigración británica. Formalmente, la Iglesia Anglicana fue la primera en instalarse hacia 1825 en la ciudad de Buenos Aires. A partir de allí, estas denominaciones se fueron asentando en todo el territorio en construcción y con presencia en casi todos los rincones del país.
A partir del siglo XX, las llamadas iglesias protestantes históricas -ya consolidadas- frenaron su crecimiento y comenzó a crecer el denominado sector de los “Pentecostales”, sobre el cual se pone el foco en la actualidad.
Hoy, aproximadamente entre el 12 y 15% de la población de la Argentina se identifica con el universo evangélico, siendo el sector Pentecostal el que más peso tiene dentro del total, y el que más ha crecido.
Los pentecostales en Argentina –también- tienen una presencia temprana -desde principios de siglo XX- y la mayor parte surge por experiencias individuales, misioneros aislados o con algún vínculo con las iglesias estadounidenses, aunque hay también algunas británicas.
Teológicamente tienen varias rupturas con el mundo protestante, poniendo mucho más énfasis en el Espíritu Santo y en la actualidad permanente de sus “dones”. Esto implica, por ejemplo, que los milagros, la santidad u otros fenómenos de este tipo son posibles en el aquí y ahora, ya sean las curaciones, las profecías, el éxito económico, las relaciones afectivas, etcétera.
Así el pentecostalismo existe como un conjunto heterogéneo de organizaciones eclesiásticas, con bases doctrinales y prácticas rituales similares, aunque no siempre idénticas.
III. Crecimiento evangélico
El boom del movimiento se dio a partir de la década de 1960, aunque debemos recordar que ya en la presidencia de Perón y en un contexto de creciente crispación con la Iglesia Católica Argentina, el propio estado peronista autorizó la Misión de fe del predicador norteamericano Theodore Hicks en dos estadios de la ciudad de Buenos Aires. Ambos eventos fueron muy masivos.
Los años ochenta fueron la época del pentecostalismos en el espacio público y su visibilización en los medios de comunicación. Los pastores “estrellas” (y sus esposas) comenzaron a ser populares y a aparecer en televisión, radio y prensa gráfica, como el caso del Pastor Héctor Giménez y su esposa la Pastora Irma, fundadores del Ministerio Ondas de Amor y Paz, o de Carlos Annacondia y su esposa María.
De ahí, comenzó a haber una presencia muy fuerte del mundo evangélico pentecostal entre los sectores populares, alterando algunos de los ritos clásicos y girando hacia movimientos más “neopentecostales” que según Míguez implica la incorporación de ritos y componentes mágicos en el universo religioso.
Su crecimiento se inscribe en factores de orden contextual, por eso no habría una única razón que explique su mayor adhesión, sino que tiene que ver con cuestiones bien propias del contexto donde se inscriben. No es lo mismo lo que ocurre en los sectores populares del tercer cordón del Conurbano, que en la penetración que han tenido en las comunidades qom de la periferia rosarina, aunque ambos fenómenos podamos inscribirlos en un contexto mayor de expansión del evangelismo pentecostal -y neopentecostal-.
A nivel teológico, la cercanía entre cierto sistema de creencias previos en los sectores populares -donde mayormente han crecido-, ha permitido un mayor acercamiento exitoso, sobre todo en considerar “el milagro” como un fenómeno habitual en la vida cotidiana; en igual dirección, la posibilidad del liderazgo para las y los elegidos facilita la inserción de cualquier persona, independientemente de su formación teológica.
Además, las redes han jugado y juegan un papel central. Los contextos de conversión desarrollada en el plano de relaciones sociales primarias -red de conocidos, amigos, parientes, compañeros de trabajo- facilitan el avance estas lógicas pentecostales, que se despliegan más allá de lo religioso, y permiten a los nuevos fieles insertarse en redes que amplían su capital social y cultural. Durante la crisis del 2001, y sus años posteriores, la inclusión en tramas pentecostales les facilitaba a muchas personas resolver cuestiones domésticas, conseguir trabajo o cualquier necesidad inmediata que se les presente.
Finalmente, es importante relativizar las explicaciones que refieren al rol de los medios de comunicación y su exacerbada implicancia en las conversiones, y las teorías conspirativas que vinculaban la expansión de estas iglesias con el trabajo de la CIA en América Latina. Numerosas investigaciones en Ciencias Sociales han demostrado que esto no fue ni es así, o que se reduce solo a sectores minúsculos dentro de un espectro muy amplio.
IV. Evangelismo y política
¿Puede darse un escenario similar al caso brasileño?
Esta no es una pregunta sencilla de responder, pero en principio lo que deberíamos tener en cuenta es que es complejísimo -y hasta imposible- comparar dos estados nacionales donde los procesos históricos, las experiencias políticas del pasado, y sobre todo la construcción del campo religioso son tan distintas y operan de manera muy diferencial.
En el caso argentino, recordemos que las experiencias políticas provenientes del mundo evangélico han sido tempranas, y –relativamente- poco exitosas. Desde la participación de William Morris en los debates parlamentarios de las primeras décadas del siglo XX, el rol de los pastores metodistas en la lucha por los DD.HH durante la dictadura, pasando por las fallidas experiencias del Movimiento Cristiano Independiente que apenas alcanzó el 0,28% en las elecciones de 1993 de la provincia de Buenos Aires, o la fallida candidatura del Pastor Héctor Giménez y la exitosa de Cynthia Hotton, que llegó a ser diputada nacional entre 2007 y 2011.
Sin embargo, la agenda política de los últimos años congregó a una gran parte del evangelismo -y no todo como se cree desde los medios de comunicación- en la participación pública de marchas como las que se oponían a la Ley de Matrimonio igualitario, la de Interrupción Voluntaria del Embarazo o en contra de la aplicación de la Educación Sexual Integral en las escuelas.
La agenda mediática ha tratado de traspolar el caso brasileño con tintes e historias políticas totalmente diferentes generando el peligro del inminente “voto evangélico” y la emergencia de un líder -símil Bolsanaro- proveniente de las filas de dichos “partidos evangélicos” -hoy, por cierto inexistentes-. Todo esto sin considerar la densidad histórica de las identidades políticas tradicionales en Argentina, el rol de la dictadura y la resistencia de los movimientos sociales y de DD.HH, y la tradiciones fuertemente arraigadas en los llamados partidos tradicionales, como el caso del Peronismo con todas sus facetas.
Con el escenario político actual es poco probable la consolidación de un fenómeno político proveniente del evangelismo. La propia diversidad y conflictos al interior del mundo evangélico, de entrada, obstaculizarían la generación de consensos ideológicos que canalicen en un partido político: no todos los evangélicos son “de derecha”, ni todos están de acuerdo con la “teología de la prosperidad” que pregonan ciertas ramas pentecostales.
Además, desde los 2000 en adelante, la estrategia de participación política partidaria ha sido la inserción dentro de las estructuras de los partidos tradicionales; recordemos que Hotton llega a tener su banca como diputada a través de la rama del PRO, “Valores para mi país”.
Finalmente, suponiendo que se canalice políticamente esa masa que se expresó públicamente en los últimos años: ¿cuántos de ellos expresan una identificación social con el catolicismo?, ¿cuántos de ellos estarían dispuestos a votar a un líder que venga de un ala del evangelismo? y ¿cuántos están dispuestos a dejar de lado las tensiones y conflictos latentes que se dan al interior del mundo evangélico y que por cierto no son pocos?
De todos modos, la nueva amenaza parece haberse disparado en ciertos sectores de la sociedad -tanto los más conservadores como los progresistas-, para seguir opacando la compleja diversidad religiosa, en pos de resaltar la inmanente “Argentina católica”.
Etiquetas: Argentina, Bolsonaro, Brasil, Evangelismo, Fabián Claudio Flores, política