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Por Cristian Rodríguez | Escultura: Sarah Louise Davey
Las superficies. Entre la agresión y Moisés
La violencia de género propone una pregunta fundacional que es también sobre sus fundamentos respecto de la continuidad de una superficie ¿Pero de que géneros se trata y qué campos de incumbencia se ponen allí en disputa y movimiento? ¿Nos referimos a esa superficie planteada por Freud respecto del cuerpo como proyección del yo, considerado como instancia psíquica, y sus connotaciones en las tensiones imaginarias ineludibles en el lazo social? No solamente, ya que nos referimos fundamentalmente a una superficie semántica puesta en cuestión.
¿Es aquello que se define como del orden de los pares de oposición, en este caso activo pasivo sin consentimiento, ligado a la escena sádica parental, al “oscuro destino de los progenitores”?
Aquí vale la construcción teórica respecto de las posiciones alternativas entre pasivo activo, masculino femenino, propuesta por Freud en “Tres ensayos de una teoría sexual”. Lo que permite retomar la propuesta y la discusión, ya que atañe a la diferencia entre agresión y agresividad, propuesta por Lacan. La agresión lacera el cuerpo de la letra inconsciente. La agresividad es en cambio del orden del significante en el lazo social.
Una vez más nos preguntamos por la desigualdad que se instaura alrededor del poder como pregunta y cuestionamiento políticos, sobre el ejercicio de un determinado poder sexual sobre el otro, arrasando con las fórmulas de la sexuación.
La vergüenza del objeto de la agresión, que por otra parte queda arraigado en la mirada social y en la acción social en la posición de la victimización, es correlativa de una fórmula endogámica. Allí se produce una superposición de posiciones enajenadas con el “ser objeto de la violencia”: 1- agresión -rompiendo y lacerando el cuerpo de la letra inconsciente-, 2- victimización -identificada en la enajenación de la posición abusiva y dominante de la que se es objeto, en una identificación infantil y al rasgo con el agente de esa agresión-, 3- endogamia -por quedar apegada necesariamente esta posición al fantasma fundamental “pegan a un niño”-, y en sus efectos sociales, imposibilitado en las mociones residuales en el lazo social y en la inscripción en la serie de las identificaciones histéricas: 4- aplastados en la vergüenza inquietante e inmovilizante.
Esta serie de procedimientos compensatorios proponen una posición del sujeto en picada y por consecuencia peligrosamente adosada a la identificación con el objeto de desecho, con el objeto inespecularizable, con el objeto nombrado por Lacan “objeto a”. .
Ligado a esto, la endogamia supone explícita o implícitamente una red de complicidades intra familiares y trans generacionales. El efecto instantáneo de fiding o desaparición subjetiva concierne al aumento exponencial de la culpabilidad de aquel que se halla atrapado y aplastado en el interior de la fórmula endogámica. La única salida o alternativa posible es la de un anti vitalismo culpabilizado, es decir un trabajar para la deuda infinita.
Si retomáramos, por el contrario, las fórmulas de la sexuación, se trataría aquí de un tomar la palabra, tener voz, pero tener voz no es a condición de procurarse con esta una caza de brujas por la vía de la querella exhibicionista, sino que se trata de una posición subjetiva acorde a ley. Tener voz no admite medias tintas, se trata de decir lo más claramente posible. Como si en ese tomar posición del sujeto respecto de la letra de su deseo, se enunciara por un momento crucial y luminoso una ley divina, una tabla en la que no sólo se recibe, sino que a la vez se enuncie un punto de verdad extraordinario de sujeto de la enunciación. Y que esa relación pasa del sujeto de la enunciación, a nivel inconsciente, el inconsciente a nivel del shifter o conmutador, propuesto por Jacobson. En ese instante somos Moisés en el encuentro entre conmutador subjetivo y tablas de la ley. En ese instante somos Moisés en la relación con el texto de la ley.
Un esfuerzo colectivo
¿Qué propone este paciente que dice: “la fiestas -de fin de año, la navidad y el año nuevo- para mí son sólo violencia y mentira”?
¿De qué modo ese paciente violado en la niñez tendría para aportar a un colectivo de mujeres que milita políticamente contra la violencia de género? “Estar de los dos lados -dice el paciente-, tengo experiencia de los dos lados. Hablar ahí, porque pude salir de eso, pude denunciar”. Pudo hablar, podríamos aseverar, en ese compromiso con lo que enuncia a partir de las tablas de la ley en relación a la Tribu de Israel, pero articulada aún más ineludiblemente con el “significante de la falta en el Otro. Moisés no se debe a Dios sino por su efecto de la donación de la serie de las leyes que conforman los acuerdos de funcionamiento social y los acuerdos individuales con el código de referencia.
En las fórmulas militantes de los movimientos por los derechos de las mujeres, en la actualidad de esta puesta en acto de una vertiente feminista, también encontramos verdad y apuesta subjetiva. Verdad para promover un acuerdo ulterior de funcionamiento social y apuesta subjetiva respecto del código de referencia.
Algunas de las fórmulas que nos tienen en vilo como sociedad y marcan la época: “No es no”, “mira cómo nos ponemos”, “ni una menos”, “me too”. Todas ellas, a su modo, ligadas y referidas al campo del “significante de la falta en el Otro” en relación con una verdad, a pesar de su pretensión positiva respecto de la enunciación. A saber: no es no: allí campea el “es” del “ser”, allí donde se instala el ser, no la falta en ser. “Mira cómo nos ponemos”: y que por su diferencia en la marca que no se ofrece como objeto, delimita así también un déficit, un tropiezo del decir que sin embargo señala lo que debe hacerse faltar: mira cómo nos sacamos, se trata finalmente de restarnos allí, de restarnos de la escena sádica. “Ni una menos”: una vez más, se instala por la vía de la mostración positiva lo que habría de interesarnos por su función como significante de la falta en el Otro: Una menos que así se resguarda de ofrecerse al lugar de objeto de la violencia patriarcal estructural..
Una menos como objeto de la violencia, como objeto de la serie de colecciones del apoderamiento que reduce a las mujeres a la posición de mercancías utilizadas por el capital en la relación utilitaria al servicio de la acumulación, que no mantiene distancia alguna entre acumulación de poder y capital.
A pesar de esta serie de enunciaciones positivas, propias de la etapa afirmativa en la constitución de una serie de colectivos sociales todavía ubicados en la posición reivindicatoria, propia de la constitución del mito fundacional y la estructuración de un instituido, eso que podemos constatar como del orden de un escrache, pone sin embargo en evidencia con su denuncia una ausencia, no sólo un déficit, de marco jurídico y de texto de la ley que regule la tensión arrasadora del poder a secas. A saber, que regula en la dialéctica del amo y el esclavo ese interior siempre problemático del tocador sadiano.
En este sentido, estas premisas afirmativas son una cierta apelación al saber en relación a la verdad, y de ahí también tienen su valor fundacional, alrededor de un saber sobre la sexualidad y la entidad del cuerpo sexuado en la relación con el significante. Es necesario pensar que este cuerpo se desenvuelve una vez más en la trama de las complejas tensiones de apoderamiento por la vía del capital. Tenemos aquí una alternancia que nos rescata de la posición renegatoria, ese “no querer saber nada más con las mujeres”, ese lance evitativo que pone en evidencia el desconocimiento propio de la desmentida sobre la diferencia que propone el psicoanálisis respecto de la operación simbólica llamada castración. Sobre esta articulación propone entonces una acción específica que inevitablemente se despliega en la prosecución de la vida en la “tribu”, en los intercambios de lo social alrededor de los significantes donados por la serie de la ley. En este punto no habrá lo plausible de su lectura sin los intercambios y los niveles de organización lógicos que se producen a nivel de los vínculos y de le experiencia colectiva como realidad política. Este quehacer, sobre los fundamentos de funcionamiento de las discursividades en los vínculos sociales, alteran la dinámica de la tiranía, de eso que suele nombrarse como fanatismo, demasía de la militancia enajenada o simple provocación vacua. Por el contrario, estas intervenciones adquieren relevancia, lecturas, voces sucesivas trabajando alrededor de los sedimentos historiográficos de capas de silencio que el mismo capitalismo se encarga de fundir en sus fábricas de acero bien templado.
Como en la secuencia freudiana de la paciente que en análisis propone nombrar la incipiente práctica psicoanalítica como un desplomarse, un “deshollinarse”, un “de su signarse” -en un posible juego similicadente-, proponiendo así incluso la voz reflexiva propia del retorno de la pulsión en el recorrido alrededor del objeto, y más precisamente del objeto de deseo, allí donde los enredos de las pasiones son articulables a la castración.
Ilusiona que en una época de desencuentro encontremos significantes que bien pueden signar y regular el peso opresivo del discurso capitalista en los lazos sociales, promoviendo una convocatoria a un tipo de experiencia presente, colectiva y participativa, en un esfuerzo por nombrar precisamente esa dimensión de la experiencia humana articulada no sólo a los tres registros lacanianos: real, simbólico imaginario, lo que constituye una estructura cuaternaria a partir de la formalización del nudo como Borromeo, sino por esta otra relación cuaternaria entre 1- tribu, colectivo, lazo social, articulado al nudo mismo de esa compleja relación: lo común, 2- la donación de la serie de la ley, 3- en la que necesariamente tiene que intervenir una articulación a nivel lógico, metaforizada por Moisés, y que el psicoanálisis reconoce perfectamente en la figura del analista -pero que no es de ningún modo al único agente potencial que pueda sostener con su presencia y su escucha-, 4- articuladas en la presencia por cierto intangible de Dios, por su condición de Otro barrado, incluso de innombrable. Un poner en cuestión esa primacía del “Yo supremo e indiviso” que el capitalismo da por inmutable, en el poder invisible e indivisible como condición de la existencia de Dios. Un Dios promulgado y desplazado hacia la intersección de las relaciones de poder, ni siquiera ya un dios de la intersección y la interdicción. Por el contrario, en la alborada de los movimientos colectivos que ponen en cuestión precisamente la naturalización de este poder aplastante y absoluto, en la gran marea que la historia trae en los intentos de inscribir a las mujeres en un plano de igualdad que sea solo el comienzo de discutir precisamente la estructura misma de poder, y así promover la diferencia que sólo nace del crear un lazo nuevo, lo que en la experiencia colectiva que discute el capital allí se sostiene, una y otra vez, esta apelación al Otro del vínculo, al Otro de ese accidente qué nombramos significante, al Otro del amor.
Etiquetas: Cristian Rodríguez, EPC -Espacio Psicoanalítico contemporáneo-, Género, Psicoanálisis, Violencia de género