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19-03-2019 Entrevistas

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Por Rocío Cortina | Fotos: Jessica Waizbrot

De adolescente, lo que más le gustaba era leer. Por eso se licenció en Letras, aunque antes tuvo dudas con Filosofía. Fue su padre quien la instó a decidir: “Por favor, licenciatura en diversidades no, estudiá Letras entonces”, le dijo. Pasó por talleres literarios —entre ellos el de Diego Paszkowski, adonde también asistieron autores hoy consagrados como Samanta Schweblin, Sonia Budassi y Hernán Vanoli— y escribió cuentos cortos y textos que nunca terminaban de convencerla.

En 2018, finalmente Mariana Skiadaressis (Buenos Aires, 1978) publicó su primera novela, La felicidad es un lugar común (editorial Entropía). La historia está protagonizada por M.S., una estudiante de Letras que produce una monografía sobre la obra del escritor Marcelo Kaminsky y en el devenir de la investigación tiene una aventura amorosa con él.

“Estudiar Letras no te hace escritor, te da mucho bagaje porque leés como un cerdo pero te genera muchos prejuicios también”, advierte la autora. Y confiesa además que los años de armado de esta novela fueron los más inestables de su vida: “En ese tiempo tuve un hijo, me separé, me volví a juntar, me mudé y terminé el libro cuando mi hijo tenía dos años”. De esas y otras vicisitudes del oficio de escribir charlamos con Mariana en su casa de Palermo, mientras su gata Coca husmeaba entre nosotras.

«La felicidad es un lugar común»

¿Cuánto tiempo te llevó terminar el libro, en total? ¿Cómo fue el proceso?

Me costó cuatro años armarla, desde que se me ocurrió la idea hasta que pude darle forma de novela. Fue cero parejo el proceso. Tuve una idea que me parecía que podía funcionar. Un amigo de mi adolescencia, Julián Urman, escritor también, me ayudó a darle forma. Al principio tenía dos historias en paralelo: la del escritor Kaminsky y el divorcio de la narradora. Julián me aconsejó que las fusionara. Trabajé en la trama y en el final, y cuando tuve todo más o menos claro empecé a tallerear con Carlos Busqued. Ahí le dimos al texto un par de sopapos interesantes y empezó a salir.

¿Cómo sobrevive el mismo proyecto al tiempo, a los cambios en tu vida como autora?

La reescribía todo el tiempo. Fue mucho trabajo sobre la misma historia. Pero la idea nunca cambió. Un poco de mi vida está en el libro. Mis dos temas son la literatura y lo amoroso. De eso no me puedo apartar, mi escritura es sobre eso. ¿Qué hacemos con la idea del amor que nos venden? ¿Qué hacemos con eso que una proyecta, con toda esa mierda? Esas cuestiones me atraviesan.

En la novela aparece un escritor clonado. ¿Fue solo un recurso eficaz para construir al personaje o te interesa algo en especial de la clonación humana?

Me interesa esa especie de anticipación histórica que hay en la ciencia ficción. Sí, de todos modos tiene que ser un recurso que funcione en la historia, por eso acá la clonación va con las características del personaje de este escritor con quien se involucra la protagonista.

Por otro lado, la protagonista de tu historia atraviesa experiencias en un mundillo literario dominado por hombres. Eso merece una lectura de género. Eso y que en su vida no están las típicas mujeres amigas ni confidentes, sólo está su madre, y más adelante aparece un círculo de mujeres cuando el personaje se muda a vivir a Pringles. ¿Creés que el mundo literario contemporáneo se asemeja a eso?

Sí, creo que el mundo literario es de hombres. Por circular por esos espacios tengo muchos amigos varones. Y me ha pasado de cruzarme con varones que antes de publicar la novela no me saludaban, y ahora sí. Antes no: porque era mujer y no había publicado nada. Tenés una novela y de pronto empezás a existir. Pero tampoco me siento más o mejor escritora por sacar una novela. En la presentación del libro, Sonia Budassi destacaba la idea de que en Pringles la protagonista encuentra su espacio de pertenencia y un grupo con otras mujeres.

En ese momento de la historia ella se va de la ciudad de Buenos Aires y se instala en Coronel Pringles. ¿Cómo funciona la huida del personaje? Lo pienso también en relación a la novela de Paula Puebla, Una vida en presente, donde la protagonista tiene una suerte de doble escape. También me recordó a Open Door, de Iosi Havilio, con la idea del interior como refugio. ¿De qué huyen las mujeres?

Hay un poco de ese “chau” adentro de todas las mujeres, supongo que a los hombres también les debe pasar con otras cosas, pero en el caso de la mujer es la cuestión de no aguantar más tu casa, tu pibe, tu vida, depilarte, estar flaca, ser divina, inteligente, producir textos maravillosos, tener éxito y un marido… es demasiado. Si te vas a otra parte no rendís cuentas a nadie, estás fuera de tu círculo, sos libre. Yo me voy a Ushuaia seguido porque tengo amigos ahí. Y siempre existe la mirada del otro, pero te importa menos, si salgo con bigotes a la montaña, te importa un carajo. Pero acá, caminás por Palermo y viene una vestida re copada, otra flaca y vos ya te sentís una mierda otra vez. El momento de la huida es perfecto. Es tirar todo a la mierda. Seguramente a mi personaje, viviendo en Pringles, al final le suceda que le moleste el chusmerío y el profesor que se quiere levantar le parezca un tarado. Se mueve por deseos: un deseo no existe, entonces vamos al otro, que es parecido. En esa mutación del deseo se libera de porquerías. El momento de dejar todo es liberador para cualquier mujer: dejar todo y ser una sola sin ataduras.

¿Qué pensás del vínculo del deseo y la escritura? ¿Cómo te funciona eso?

Sin deseo no hay escritura. Es un trabajo infernal. Si no lo deseás mucho es imposible de hacer. En Argentina nadie escribe por dinero. Quizás, si hubiese dinero en juego, habría menos escritores. La escritura tiene que salir de un lugar muy genuino. Claro que también está atado a la mirada del otro y al reconocimiento. Pero el escritor es quien escribe, quien tiene ese deseo inagotable. Leía hace poco los diarios de Cheever, a quien le pagaban por escribir cuentos y dice: “Estoy quebrado, tengo que escribir un cuento”. Y yo pensaba “estoy quebrada, sigo escribiendo porquerías”.

¿Qué estás leyendo y escribiendo ahora?

Estoy con la corrección de una novela, le estoy poniendo enduido por ahora. Y de lecturas, leo lo nuevo, lo que sale por editoriales independientes. Me gusta mucho el catálogo de Entropía, leí recientemente Dos Sherpas, de Sebastián Martínez Daniell, que me parece una bestialidad de libro. Es excelente. También me gusta lo que saca Fiordo, mezcla ensayos con ficción y tiene buenas traducciones. También compro lo que sale de Lucía Berlín. Estuve leyendo a Ariana Harwicz, a Paula Puebla… Me gusta saber dónde estoy parada hoy, porque una necesita escribir para ahora o para después, no para atrás. Ahora estoy con La Noche, de Al Alvarez.

Hablamos antes de los talleres literarios y de las lecturas de colegas. ¿Cuánto hay de trabajo solitario en la escritura y cuánto de trabajo con otros?

El trabajo solitario es el más importante porque da base a las ideas. Después corregís, lo ponés en común. Por ejemplo, la novela que terminé ahora se la di a Urman y a una amiga. Pero hasta que no tuve el punto final no la mostré. Se necesitan devoluciones, pero el trabajo individual es el más fuerte. Quien tiene que escribir soy yo.

¿Desde dónde empezás a construir a tus personajes?

Casi siempre desde una imagen real. Agarro una persona de la realidad y la hago actuar. Por ejemplo, una ex suegra.

¡Termina siendo hasta terapéutico! Se habla mucho de escritura terapéutica o catártica… ¿Qué pensás de esa idea?

Sea o no un libro terapéutico, el valor literario va por otro lado. Hay que ver el valor literario de algo que puede ser catártico. Es catártico para alguien que escribe, pero no siempre, sino no sería literario.

¿Qué le da valor literario a un texto?

Me gusta cuando el libro me habla y me hace sentir adentro. La última novela que leí y me partió al medio fue Dos Sherpas. Me generó algo increíble, en cuanto a lo estético y también en la trama. Sin embargo esta historia va de dos sherpas en el Himalaya… como persona no me interpela en mi realidad, pero sí en cuanto a la filosofía que transmite. La identificación no necesariamente es con el personaje. A veces reconocés que un libro está bien armado, bien escrito, tiene valor literario, pero te aburre. Cuando el libro te “chupa” es cuando tiene valor literario.

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