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26-03-2019 Notas

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Por Marcelo Zumbo

Aquella mañana primaveral del 26 de marzo de 1969, un joven John Kennedy Toole estacionó su auto a un costado cualquiera de la carretera, en las afueras de Biloxi, Misisipi. Con tan sólo 31 años, estaba decidido. Se bajó y conectó una manguera desde la salida del escape hacia el interior del vehículo, se encerró y dejó que el monóxido de carbono termine con su frustración y desesperación.

Era el fin de un derrotero de dos meses viajando por gran parte de los Estados Unidos. El recorrido, las rutas, las visitas y los pensamientos en los que John estaba sumido son un misterio hasta el día de hoy. Persisten las especulaciones, más o menos convincentes. Lo único cierto es el motivo de su partida: una fuerte y definitiva discusión con Thelma, su madre, quien a su vez se llevó a la tumba los términos de la misma, como también el contenido de la nota suicida que les dejó a ella y John padre.

Nace un hijo de Nueva Orleans

Nacido un 17 de diciembre de 1937, John Kennedy Toole es hijo no solamente de Thelma y John, sino de la propia Nueva Orleans, ciudad que lo vio nacer, crecer, y principalmente acompañar la pintoresca fauna de personajes con una mirada incisiva, festiva y burlona, fascinado por las excentricidades de la conducta humana.

La trágica historia de Toole también es la historia la célebre La conjura de los necios. Novela póstuma que tuvo un derrotero que llevó a su autor al abandono de sus aspiraciones literarias, y a una decadencia física y mental que a la postre terminaron con su vida.

Cuna del jazz, Louis Armstrong, Tennesse Willliams y los desfiles de Mardi Gras, Nueva Orleans albergó las aspiraciones de consagración literaria de Toole desde muy temprano. Poseedor de un intelecto prodigio, pero también víctima de la opresión de una madre protectora que depositaba en el pequeño John sus frustraciones como artista y lo sobre estimulaba considerándolo un genio, lo que a su vez implicaba prohibirle relacionarse con otros niños y llevar así una infancia como cualquier otro de sus pares. De esta forma, Thelma logró adelantarlo dos cursos en la escuela.

A sus tempranos 16 años, Toole dio un primer paso en la consecución de su sueño: escribió su primera novela, La biblia de neón, donde se reconoce el mundo de alguien que se siente incomprendido por el mundo que le toca habitar. La opresión de una sociedad conservadora e intolerante, regida por los agobiantes preceptos de una biblia predicada y practicada por fanáticos, una familia disfuncional atravesada por el drama de la guerra, la depresión económica y la salud mental que no dejan otra opción que huir sin mirar atrás luego de enfrentar una situación límite. La novela significó la primera frustración para el joven John: fue rechazada en el concurso literario donde la envió con expectativas importantes. La biblia de neón permaneció archivada marchitándose en una caja de zapatos bajo la cama hasta bastante después de la muerte del autor, siendo rescatada accidentalmente por su madre. Si bien no deja de ser una obra menor y adolece de un estilo narrativo efectivo y pulido, tiene una personalidad que deja entrever de manera definida los entreveros del universo interior de su autor.

Una prisión filial

Al contar la vida y obra de Toole, un capítulo importante inevitablemente se lo lleva su madre, Thelma Ducoing. Proveniente de un linaje vagamente aristócrata pero venido a menos en Nueva Orleans, Thelma lo vivía de manera activa a través de su vínculo con manifestaciones artísticas, como profesora de piano y actriz, y ostentó un carácter fuerte y una personalidad histriónica. Casada con John Dewey Toole Jr, un abogado tranquilo y sumiso que recayó en la venta de automóviles: el matrimonio naufragaba en la infelicidad y hacia la frustración debido a la inexorable irrealización de los sueños de juventud de ambos. Pero cuando el deseo de procrear llegaba a un inexorable ocaso, el pequeño Kenny llegó para darle una nueva oportunidad a la felicidad parental, pero también para ser depositario de las desmedidas expectativas de Thelma, responsable de los estímulos necesarios para que su hijo desarrollara sus dotes intelectuales.

Considerado como genio desde muy temprana edad, John Kennedy Toole padeció esa carga que, por una parte le serviría para destacarse en sus estudios, pero por otra le impedía llevar una infancia normal.

“Sólo los degenerados hacen turismo.
Yo, personalmente, sólo salí de la ciudad una vez”

Thelma hizo vivir la vida a su hijo según sus exigentes expectativas y su desmedido orgullo maternal, que la llevaba a depositar en el pequeño Kenny la carga de una vida de padecimientos económicos que nunca cedieron, y determinaron la frenética dinámica familiar, y puntualmente el ritmo de la vida adulta de John. Luego de finalizar sus estudios secundarios, y con tan sólo 17 años, ingresó con una beca a la Universidad de Tulane, en Nueva Orleans. Luego de graduarse con honores en 1958, comenzó un posgrado en Literatura Inglesa en la Universidad de Columbia en Nueva York. Un año más tarde volvió a su Nueva Orleans natal para trabajar como profesor de inglés en la Universidad de Luisiana, y en 1960, con tan solo veintidós años ya era profesor en el Hunter College de Nueva York. Este recorrido intenso implicaba debatirse entre terminar sus estudios de posgrado, engrosar sus ingresos para dar sustento a una familia demandante a causa de una economía diezmada, sin un lugar fijo donde vivir, y a su vez intentar de una vez por todas desarrollar una carrera como escritor.

Paradójicamente, un alivio relativo asomó de la mano del servicio militar en 1961, el cual tuvo que cumplir en Fort Buchanan, Puerto Rico, lejos de la idiosincrasia de su Nueva Orleans natal, formando en inglés a los soldados nativos de dicha colonia estadounidense.

Toole en Fort Buchanan.

Luego de un poco más de un año de dar clases de inglés en Fort Buchanan, Toole comenzó a sufrir el desarraigo y la imposibilidad de colaborar in situ con su familia. A pesar de la distancia, y de que luego de un tiempo de enviar una pequeña contribución económica a Nueva Orleans pudo tramitar un subsidio un algo más generoso, el joven John seguía padeciendo las quejas de su madre vía intercambio epistolar. Ante el desgaste y el cansancio de las clases a jóvenes voluntarios que optaban por el Ejército de un país que a fin de cuentas no dejaba de ser extraño, y que enfrentaban dichas clases de inglés como un divertimento, John encontró el contexto ideal para volcar en el papel esa idea que le venía rondando en la cabeza desde toda la vida: una novela sobre Nueva Orleans. Primero obtuvo una habitación individual donde hallar las condiciones de concentración y dedicación necesarias. Luego obtuvo una máquina de escribir como préstamo de parte de un colega de la Compañía donde Toole ya era sargento. Y finalmente, el contexto totalmente ajeno a Nueva Orleans le proponía un distanciamiento ideal para desarrollar todas esas ideas que venía macerando desde hacía años. Así, un domingo de verano de 1963, John Kennedy Toole comenzó a azotar las teclas de la máquina de manera frenética durante seis meses, hasta finalmente obtener la baja y volver definitivamente a su ciudad natal.

“Cuando en el mundo aparece un verdadero genio,
puede identificársele por este signo:
todos los necios se conjuran contra él”

La malograda vida de John Kennedy Toole es un poco la historia de La conjura de los necios. Su obra maestra tiene vida propia: comienza en su infancia en Nueva Orleans, mientras observaba con un ojo clínico la idiosincrasia, la cultura y las costumbres de los habitantes de la que sea probablemente sea la ciudad más pintoresca de los Estados Unidos. Sigue en la formación como literato de su autor, y en la improvisada redacción en Puerto Rico, se prolonga en esa infructuosa carrera contra sus aspiraciones de publicarla. Pero principalmente cobra una dimensión mítica a través del trágico desenlace de los días de Toole en este mundo, que abre un nuevo capítulo en la tenacidad de su madre Thelma, quien luego de más de diez años logró lo que su hijo no pudo en vida, incluyendo un Pullitzer póstumo -el segundo en toda la historia de dicho permio-.

La conjura de los necios es una novela de Nueva Orleans. Tal fue la idea que rondó desde muy temprano a su autor. Toole fue un agudo observador de la conducta de los personajes que lo rodeaban. Según cuentan sus compañeros y conocidos, fue agudo, mordaz y cruel señalando señas y particularidades del carácter y la personalidad de quienes compartían la vida con él.

Los primeros sucesos que lo marcaron transcurrían en las asiduas visitas a uno de sus escasos amigos: el joven Kenny podía pasar horas escuchando vituperar a la vecina de su amigo Cary Laird, una histriónica mujer que gritaba a voz en cuello los improperios que dirigía a su novio con ese inconfundible acento yat, distintivo de la Nueva Orleans profunda. La vecina en cuestión era una tal Irene Reilly, quien a su vez proporcionó el nombre al personaje de la madre del célebre Ignatius. Un colega de Toole en el Southern Louisiana Institute fue quien le sirvió de inspiración para su creación más estrafalaria, cómica y célebre: el inefable Ignatius Reilly cobra la vida de un tal Bobby Byrne, un excéntrico y corpulento bigotón que tocaba el arpa, la viola de gamba y el clavicéfalo. Byrne era un gran admirador de Boecio y la filosofía medievalista, además de flatulento y devorador de perros calientes. A pesar de que el propio Byrne siempre negó esta influencia, la referencia es clara.

Ed Lindlof, quizá la imagen más famosa y usada de todas las representaciones de Ignatius.

Y así sigue este desfile de carnaval de personajes pintorescos nativos de la excéntrica, bohemia y grotesca Nueva Orleans de mediados del siglo XX. Si La conjura de los necios es una novela de Nueva Orleans, sus personajes pasan ante los ojos del lector como una carroza en Mardi Gras, con sus trajes de colores representando los íconos de la rica cultura autóctona, al ritmo del jazz o la música cajún. Burma Jones es el negro descojonante que funciona como alegato contra el racismo y la injusticia, con su verba entre ácida e ingenua que no deja más que leer sus líneas con una sonrisa dibujada en los labios. La señorita Trixie es la desopilante anciana sorda que retuerce toda interacción entre los personajes. El Patrullero Mancuso es el policía más inofensivo del planeta. Myrna Mynkoff es la novia neoyorkina y activista de Ignatius, quien le devuelve un cable a tierra de las excentricidades del gargantuesco y gaseoso protagonista. De esta forma se va sucediendo este desopilante desfile por la colorida fauna del Barrio Francés.

“El optimismo me da náuseas. Es perverso.
La posición propia del hombre en el universo,
desde la Caída, ha sido la de la miseria y el dolor”

La particularidad de La conjura de los necios reside en el hecho de que el gran público accedió a ella sabiendo la tragedia que rodeaba a la vida de su autor, y esta es la forma inevitable de recibirla. Una vez publicada en 1980 –no sin que antes Thelma batallara incansablemente durante casi diez años-, poco era lo que se sabía del autor, además de las circunstancias de su deceso. Algunas elucubraciones fueron encontrando curso en el primer imaginario popular, pero aquí es donde vuelve a entrar en juego la absorbente y determinante figura de la madre de Toole. La octogenaria anciana cobró un protagonismo como la única y exclusiva biógrafa de su hijo: se encargó de propagar una versión idealizada del genio de John Kennedy Toole, relatando hasta el hartazgo las anécdotas de la infancia y adolescencia donde se explayaba sobre la inteligencia y creatividad de su hijo. Hay una especie de acción redentora por parte de Thelma en toda esta cruzada de reivindicación de la figura de Toole, con férreo celo para que su palabra sea la única y la oficial al respecto de la vida, obra y muerte de su hijo. Siempre puso como condición que todos los manuscritos de las dos novelas sean publicados sin tocar siquiera una coma, inclusive dejando sin efecto las correcciones que Toole hizo a La conjura de los necios a instancias del editor de Simon & Schuster, Robert Gottlieb, a quien le fueron dedicados epítetos antisemitas como si éste hubiera sido el responsable de la no publicación de la novela, y la consecuente precipitación de Toole hacia el suicidio.

Estatua de Ignatius Reilly en Nueva Orleans.

Cuando se barajó la posibilidad de una adaptación cinematográficaa, la propia Thelma se encargó de imponer una serie de condiciones que concluyeron en el olvido del proyecto: entre ellas, el papel de Irene Reilly debía ser interpretado exclusivamente por ella misma, además de dejar sujeta a su autorización cualquier modificación del libro original. Así y todo, Thelma Ducoing Toole no se privó de vivir unos años del estrellato mediático que le brindaba el éxito póstumo de su hijo: inclusive fue parte estelar a toda pompa de los desfiles del Mardi Gras, los célebres y tradicionales martes de carnaval de Nueva Orleans, donde se homenajeaba y representaba a los estrafalarios personajes de La conjura de los necios.


«’Hombre limpio, muy trabajador, de fiar, callado’.
¡Santo Dios! ¿Pero qué clase de monstruo quieren?
Creo que jamás podría trabajar en una institución
con semejante visión del mundo”

Toole decidió enviar el manuscrito para su publicación a una sola editorial, cuando lo habitual es intentarlo en todas editoriales posibles: el autor consideraba que Simon & Schuster era la única indicada, y así mantuvo una fluida correspondencia durante dos años con su editor estrella, Robert Gottlieb, quien lo animó a hacer las correcciones necesarias para la publicación. Para Gottlieb, La conjura pecaba de ser una novela cómica en primer lugar, lo que representa un producto poco adecuado para las demandas del mercado literario. Pero lo más importante era que el editor no encontraba el punto narrativo, un horizonte para un relato excesivamente estrafalario, con personajes demasiado exuberantes que en algunos casos entorpecían el desarrollo narrativo y dificultaban identificar hacia dónde iba la historia. Toole aceptaba estas respetuosas y constructivas críticas, y así dedicó dos años a perfeccionar infructuosamente el manuscrito, para abandonarlo definitivamente, sin siquiera intentarlo en alguna otra editorial. Este abandono de lo que consideraba una obra maestra, significó también el abandono de toda aspiración literaria. Todo el proceso de corrección y perfeccionamiento de su obra representó un desgaste físico y mental: el agotamiento y las presiones despertaron algunos demonios que fueron haciendo la vida de John Kennedy Toole cada vez más difícil. Así se disparó un cuadro de psicosis con una sucesión de fantasías paranoicas severas, sumado a un creciente abuso de alcohol, que junto a la difícil y exigente relación con Thelma y un deterioro de la salud de su padre, confluyeron en la implosión final.

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