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Por Mercedes Dellatorre
No le tememos al cielo. En una ciudad llena de sorpresas, miramos al cruzar la calle, esquivamos personas y pozos; sin embargo, pocas veces nos cuidamos de algo que pueda venir desde el cielo. Sabemos, sin embargo, que alguna vez a alguien se le cayó encima un perro o una maceta. Pese a esto, no esperamos que lo que está arriba nos sorprenda. Esto, en mayor escala, puede deberse a que vivimos dentro de un gran domo que nos protege. La atmósfera, además de generarnos la ilusión de una bóveda celeste, desintegra la mayor parte de cuerpos que provienen del Cosmos. Además, desde hace poco más de un siglo, gracias a “la conquista espacial”, también podemos defendernos nosotros mismos. O al menos eso es lo que creemos.
Lo que es un hecho es que en el cielo también pasan cosas. El pasado 10 de abril se dio a conocer la primera fotografía de un agujero negro. La imagen llegó a la portada de los diarios y hasta se apoderó en tiempo real del Doodle del día. En la foto difundida, una aureola color anaranjado se presenta como la bella y vibrante antesala de un centro negro, mostrándonos algo parecido al aro de fuego de los circos, al ojo de Sauron, o al chakra swadhisthana. De acuerdo a lo que se ha podido investigar hasta el día de hoy, en ese no lugar converge la materia toda. Entonces, si lo que se ve es una imagen hermosa en nuestras pantallas y lo que sabemos es que se trata de la manifestación de fuerza más potente del universo, ¿es posible, acaso, que la belleza y la destrucción vayan de la mano?

Más allá de las intenciones político-sociales que operan en esta generación de conocimiento, es interesante pensar que cuando una imagen se transmite a nivel colectivo, cuando algo cobra sentido público, la visibilidad que adquiere también nos está hablando de una necesidad de comprensión de ese fenómeno a nivel global. Dentro de lo que podríamos plantear como una metafísica del tiempo, hay determinados factores que posibilitan la aparición de acontecimientos específicos, que serán leídos desde el contexto dado. Es decir, el agujero negro existe desde “siempre”. Sin embargo, para nosotros, no existía hasta la semana pasada. O existía dentro de un imaginario colectivo. Y el cosmos en su totalidad, como espacio colectivo, también tiene sus presupuestos.
El cosmos como imaginario es, definitivamente, el lugar externo sobre el que podemos proyectar todo tipo de supuestos; por empezar, el supuesto de lo infinito. Lo magnánimo, inconmensurable pero, también, nos permite asignar conceptos más simbólicos como la paz del alma, el silencio absoluto, el lugar al que iremos: en gran parte de las religiones se localiza al paraíso en el cielo. Los ángeles y seres de luz habitan en ese espacio. Mientras que no solemos imaginar lo maligno en el Cosmos. La idea de demonio se localiza en lo terreno, bajo la tierra, en la oscuridad. Lo paradójico es que -hasta donde sabemos- el Cosmos es, casi en su totalidad, un espacio oscuro. Entonces, ¿por qué lo imaginamos como lo imaginamos?
Es interesante también pensar que lo desconocido se ubica lejos en el tiempo o lejos en el espacio. El cosmos, como gran contenedor de espacio desconocido, nos permite imaginar lo inimaginable. La pregunta de qué sucede cuando algún nivel de lo real se materializa, por ejemplo, en una foto. ¿Qué sucede, además, cuando esa foto muestra algo diferente de lo que imaginamos? En esta dirección, podemos pensar en la famosa foto de la pisada del hombre en la Luna y las recientísimas imágenes del explorador lunar Chang’e que en enero pasado se posó sobre el lado oscuro de la Luna.

Este año se cumplen 50 años del primer alunizaje. El 20 de julio, declarado día del amigo -vaya uno a saber muy bien por qué se vincula la pisada de Neil Armstrong con la amistad- el cielo se vestirá de fiesta (o de luto). No hay que ser muy suspicaz para pensar que la pisada de una bota sobre una roca hasta ese momento virgen supone una conquista, del mismo modo que la bandera flameante en un espacio sin gravedad, supone una apropiación de la ciencia para construir el imaginario. Pero esto es tema viejo, disponemos de -al menos- cincuenta años que ratifican que lo que poseemos deja de interesarnos hasta que alguien intenta quitárnoslo. Lo que es nuevo es que, hasta hace unos meses, el lado oscuro de la Luna seguía permitiéndonos proyectar sobre él todo un mundo de imagénes y que pronto, esa oscuridad verá la luz y podrá ser retuiteada, memeizada, comparada con gobiernos, famosos y demás luminarias humanas.
Este hallazgo o esta apropiación de lo desconocido se ve justificada por el no tan simple hecho de captarlo. De hecho, un día después de la imagen del agujero negro, la misión Beresheet no consiguió su objetivo de ser la primera nave israelí en posarse sobre la superficie selenita y terminó estrellándose contra ella. Por el momento, seguiremos remi(n)tiéndonos a la bandera colmada de estrellas que tapa los verdaderos soles que eclosionaban a lo lejos de esa piedra sin atmósfera que es el suelo lunar.

Otro caso del imaginario cósmico en el que define hasta qué punto nuestra lente ve, hasta qué punto imagina y hasta qué punto niega lo que ve es el de la misión de la nave New Horizons, que en 2015 pudo fotografiar Plutón. Plutón, el dios del inframundo de la mitología de la antigua Roma, poseedor de los estratos más profundos de la tierra, dio su nombre al planeta más lejano del sistema solar, quien nos mostró su corazón helado apenas unos meses después que Disney nos había deslumbrado con una heroína rusa que vivía en el hielo y no se quedaba afónica cuando cantaba. El corazón de Plutón, así como su bajada de categoría de noveno planeta del sistema solar a planeta enano, nos sume en un nuevo imaginario en donde podríamos pensar que el gran dios de los infiernos ya no nos asusta tanto. De nuevo, lo atemorizante se aleja o se diluye, el peligro se ausenta. El espacio sigue a salvo.

Volviendo a la imagen del agujero negro que, en este caso, nos proporcionó Event Horizons, con su anillo naranja, no parece que esas estrellas están a punto de ser devoradas. El centro, incluso, está blureado. Tal vez me equivoque, pero lo que se ve de esa foto es que el gran devorador no da miedo. Sin embargo, el gran centro antimateria, el reverso del cosmos, el fin de la luz, sigue sin poder ser captado. Lo que maravillosamente pudo fotografiarse es la antesala, el horizonte de sucesos porque, al menos por ahora, los agujeros seguirán formando parte de los lugares imaginados como vacíos, oscuros, peligrosos, acechantes. La última pregunta es, tal vez, si el hecho de conocer algo hace que los miedos dejen de existir o si estos también, junto con la conquista del espacio, se desplazarán hacia nuevos horizontes.
Podríamos considerar que el nombre de pila que se le dio a este agujero es un primer intento de acercar estas distancias. Powehi es un término hawaiano que significa «la creación oscura adornada e insondable», o «la fuente oscura embellecida de creación infinita». «Po» es una fuente oscura y profunda de creación sin fin, mientras que «wehi», significa «honrado con adornos». No es la primera vez que se utiliza un término hawaiano para nombrar descubrimientos espaciales. Desde hace poco más de una década, el planeta enano Haumea porta la condecoración mítica de la diosa hawaiana de la natalidad, del mismo modo que su vecino Makemake es el nombre de una similar deidad polinésica. Al menos en el cielo, cosmologías no hegemónicas parecieran estar desplazando a la griega olímpica, en la que lo alto y lo bajo, lo oscuro y lo luminoso se nos aparecen como opuestos irreconciliables. ¿Podrá ser esto la antesala de un nuevo imaginario?
Etiquetas: Beresheet, Cosmos, Event Horizons, Luna, Mercedes Dellatorre, Powehi