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Por Marina Esborraz y Luciano Lutereau
“Menos tu vientre todo es oscuro,
menos tu vientre, claro y profundo.”
Joan Manuel Serrat
1.
¿Es por un hábito cultural que las niñas juegan a la mamá en sus primeros años? Distintos antropólogos coinciden en que es un juego –¿es un juego?– que se realiza en diferentes culturas, algunas de ellas no patriarcales. Entonces, ¿de dónde nace ese impulso?
No pasa por la industria del bebé de plástico; en culturas en las que apenas existen muñecos, las niñas adoptan la actitud de cuidar animales. Entonces no se trata de que jueguen a la mamá, sino que las hijas actúen un cuidado que, por cierto, tampoco está relacionado con que se identifiquen a sus madres.
La noción de identificación siempre se usa para nombrar problemas más que para resolverlos. La pregunta es ¿qué de la relación madre-hija tiene como saldo el cuidado? ¿Mientras que los niños se separan de sus madres con la masturbación, las niñas lo hacen de esta forma?
Por cierto, la masturbación es una salida culposa y fallida, por eso los varones nunca salen de sus madres. Es una salida masculina –que a veces suele ser más compulsiva que en los varones– en las niñas también.
¿Las niñas les sacan el cuidado a sus madres? Es un tema muy complejo. Es importante subrayar que mucho antes de cualquier representación de género –como la que puede aparecer a los 3/4 años, cuando una niña se reconoce como niña y, por ejemplo, puede desear ser varón (un deseo de niña muy común) o no ser niña (punto en el que empieza la pregunta por lo trans)– el “jugar a la mamá” –que no es tal– sino la adquisición de la función de cuidar, se revela como más temprano.
Lo importante es esto: ¿por qué esa función de cuidar –que es un desprendimiento de lo materno– es la primera posición femenina de una niña que incluso todavía no se reconoce como tal y que quizá también prefiera ser llamada como varón?
2.
Es habitual que muchas mujeres mayores de 30 años digan que se ven gordas, incluso suelen preguntarlo a los hombres. Los varones suelen responder que no las ven gordas, y debe ser una de las respuestas más honestas que les dan. Es cierto que el fundamento psíquico es que los varones son “ciegos” –es una idea freudiana: el varón desmiente la percepción–, pero igual vale.
Es cierto que el cambio de clima, que hace que den más ganas de comer, puede producir ese efecto de “verse” más gordas. Es más interesante notar que pocas mujeres pueden comer sin que se les active la mirada. Las calorías deben ser un invento para que haya información “legible” en las etiquetas de los alimentos, pero el entrelazo femenino entre lo oral y la dimensión escópica de la escritura es otro tema.
Lo que importa notar es que cuando los varones les dicen a las mujeres que las ven igual siempre –lindas, para el caso– no les creen. A las mujeres de más de 30 les cuesta no estar midiéndose con un cuerpo juvenil –por ejemplo, el de una piba de 20–. Y los varones de más de 30 son sinceros: les gusta mucho más el cuerpo de una mujer que el de una joven. Es cierto que el fantasma de la “pendeja de 20” es típicamente masculino, pero está dirigido a otros varones, es homoerótico. De todos modos, si las mujeres no creen en el halago masculino es porque la relación de su cuerpo con el deseo de un varón es secundaria. Esa medida con el cuerpo juvenil tiene otra fuente. Tener un cuerpo de mujer –conflicto que se vela con el fantasma de la gordura– es uno de los trabajos psíquicos más arduos.
3.
La belleza es subjetiva –a lo sumo consigue acuerdos generales– mientras que la fealdad es objetivamente (fea). Existe la situación en que alguien dice “me gusta X” y otra persona agrega “es fea”, entonces la primera responde “pero a mí me gusta”. Es una respuesta importante, porque no afirma el carácter relativo de la belleza de X, sino que reconoce su fealdad y que, además, puede haber un deseo causado por lo feo. La belleza no causa el deseo. El objeto objetivo del deseo es feo. Lo mismo pasa con la verdad, por eso lo importante es decir las cosas lo más equivocada y erróneamente posible. Así se alcanza la objetividad. En lo que muchos están de acuerdo, sólo hay consenso relativo y es poco interesante.
4.
La distinción entre el cuerpo juvenil (ideal) y el cuerpo de una mujer siempre genera debates. La cuestión es que la identificación con el falo, a diferencia de lo que suele pensarse, no es femenina. Otra forma más simple de decirlo: la belleza no es causa de deseo. Por cierto, no hay nada que impotentice más a un varón que una mujer que le guste mucho, porque él se identifica con ella.
Para tener un cuerpo de mujer, una mujer tiene que atravesar esa frontera, que a veces no se expresa más que negativamente (no tener el cuerpo de una de 20, sentirse fea, gorda, etc.).
De acuerdo con Platón, la única belleza que excita a un varón es la de otro varón. La mujer bella es un señuelo para el homoerotismo. Sorprende a veces que las mujeres que llegan a esa edad en que podrían liberarse de ese suplemento viril que es la belleza, más se aferren a ella –y aquí la interpretación culturalista nos parece restrictiva–. Es desconocer lo básico de la psicología del varón.
Puede ser que se trate de una fijación en el interés pederasta de los varones, una forma de retorno de la fantasía de seducción, o sea, mujeres que sólo les gustan los tipos a los que les gustan las lindas. Lo cierto es que no es algo obligatorio ni necesario.
La idea de que el deseo del varón se fija en la belleza juvenil es una fantasía femenina. Que es una fantasía lo demuestra la suposición de que este deseo se basa en el goce de la sustitución (cambiar a una por otra más joven, un modelo nuevo, una de 40 por una de 20), funcionamiento que poco tiene que ver con el deseo (que no reemplaza objetos). Quizá existen varones con estos hábitos, pero nada tienen que ver con la masculinidad.
5.
El cuerpo de una mujer siempre está en cuestión, siempre es observado para ser tanto admirado como objetado. En principio, por ella misma. No importa si se acerca mucho o poco al estereotipo del mercado, la verdad es que no debe existir alguna mujer que no esté disconforme con al menos una parte de su cuerpo.
Es cierto que la edad –y el análisis muchas veces también– colabora para que la imagen corporal no sea una obsesión o causa de angustia. Pero el cuerpo femenino no cierra, es un imaginario abierto que requiere un armado permanente. La castración no opera igual en el cuerpo de la mujer –en realidad, la castración hace a la diferencia entre los cuerpos; y en parte es la razón por la cual encontramos muchas histéricas entre las mujeres–. Es decir, el cuerpo se arma a condición de la extracción de un goce por fuera del cuerpo imaginario, lo que la histeria de conversión soluciona con el síntoma. Y también es la razón que hace que mujeres lindas se vean feas, sin que eso sea una pose o un fingimiento.
De hecho, el rechazo absoluto al piropo que se expresa últimamente puede explicarse un poco desde allí: el piropo “grosero” es el que recorta una parte del cuerpo y lo exhibe con lascivia. Si ya es difícil armarse un cuerpo, que la mirada lo recorte lo hace aún peor.
Etiquetas: Cuerpo, Luciano Lutereau, Marina Esborraz, Mujer, Psicoanálisis