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18-04-2019 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

“La vida se va poniendo más y más horrible”, dice la protagonista de Tü eres para mí, la novela de José Niemetz. Uno podría pensar que sí, que para una mujer obesa y poco sociable que se quedó sola la vida se va poniendo horrible. Pero no es la vida la que a todos nosotros, ciudadanos argentinos de la clase trabajadora, se nos va poniendo horrible, sino más bien el contexto, el hábitat, el mundo. Es un sentimiento generalizado el del sofocamiento frente a condiciones de vida cada vez más precarias y cada vez más alienantes. Los últimos datos del propio INDEC lo dicen: en el segundo semestre del año pasado la pobreza llegó al 32%, un total de 14,3 millones de personas. Y mirando hacia atrás, en los últimos doce meses, como una montaña gigante de billeteras vacías y tarjetas de débito sin saldo, se acumuló 54,7% de inflación.

¿Cómo se sale del pozo? Hay un viejo chiste de Los Simpsons que da una respuesta: “¡pues cavando!” Mirar hacia arriba desde aquí y pensar en salir parece imposible, pero quizás sea esa la forma en que el neoliberalismo —un neoliberal jamás se autodefine como tal— piensa el mundo. Una imaginación plano, chata y pobre en términos literarios, pero efectiva si cuenta con la ayuda de los grandes canales de reproducción cultural. Como el lema de Nike, “impossible is nothing”. Suena bien, por supuesto, pero al bajar a tierra se convierte en una mentira atroz. No se puede vivir en la positividad permanente, en la idea torpemente utópica de que con esfuerzo todo se puede lograr. Que el elemento que identifica a Cambiemos sea un globo habla un poco de la vida útil de las ideas. En algún momento, si están infladas con aire, explotan.

«¡Pues cavando!», responde Homero cuando le preguntan cómo salir del pozo.

Byung-Chul Han ha escrito mucho al respecto. En La sociedad del cansancio tira duro contra esa idea masificada de que todos tienen las mismas posibilidades, que depende de cada uno, de que el contexto es anecdótico, de que la clave yace en la voluntad individual. Eso que llamamos meritocracia. El problema no es que ese eslogan estilo fitness ayuda sólo a un puñado de muchachos que suelen despertarse sobre un colchón de acomodo, sino lo que ocurre con los que no llegan a alcanzar una porción del éxito prometido. “La sociedad de rendimiento —escribe Han— produce depresivos y fracasados”. ¿Ustedes saben cuánto duele el fracaso?

II

Ayer, en el marco de un recorte y reestructuración de Clarín, despidieron a 69 trabajadores: periodistas, reporteros gráficos, diagramadores del diario, pero también de publicaciones como Olé, ELLE, Arq y otros sectores de AGEA. No hubo aviso previo. Se valló el lugar y la Policía de la Ciudad operó para que nadie se atreva a transformar la bronca en violencia. ¿Otra vez Patricia Bullrich, hoy Ministra de Seguridad, encargada de que el Estado garantice la crueldad empresarial como lo hizo en el año 2000, cuando Clarín despidió alrededor de 200 trabajadores y ella era Ministra de Trabajo? No es una novedad pero no está de más decirlo: el gremio de prensa enfrenta la peor crisis desde la última dictadura. No es la revolución tecnológica, para nada; es la libertad de empresa sin políticas que le pongan freno a su ambición millonaria. Mientras tanto, los trabajadores resisten con asambleas y organización.

Algunos, osados ellos, aseguran que todo se soluciona “votando bien”. Como si la democracia fuera un múltiple choice que sólo hace falta estudiar un poco, marcar el casillero correcto y aprobar. Ok, juguemos. ¿Y qué hubiese sucedido si en vez de esta opción que finalmente se reveló ganadora, hubiese triunfado la otra? Es contrafáctico —como les gusta decir a los analistas políticos—, sin embargo demuestra lo endeble del sistema electoral. Estudiar las plataformas políticas de los candidatos y luego votar. Con eso alcanzaría. ¿No es acaso otra forma de ejecutar la misma lógica de la voluntad descomprometida?

Asamblea de los trabajadores de Clarín tras los despidos.

En El patrón, la película de Sebastián Schindel, el protagonista es un carnicero analfabeto que mata a su jefe. El maltrato y la precarización que recibía eran tan grandes que encuentra esa salida. La película es realmente conmovedora porque muestra en un relato sólido y crudo algo que cualquier trabajador vive en mayor o menor medida: la explotación laboral. En el juicio, el abogado de este hombre condenado por matar a su patrón pregunta: “¿Hasta qué punto es posible explotar a un hombre?” La voluntad es un problema. Allí radica todo lo bueno del ser humano. Pero ¿no es, acaso, la cortina que cubre lo que también importa: el contexto, la desigualdad, la contradicción entre el patrimonio del mundo en tan pocas manos y la abrumadora mayoría de hombres y mujeres que sólo tiene para ofrecer en el mostrador del mercado su fuerza de trabajo?

III

Cambiemos continúa con sus políticas laissez faire, laissez passer y le pide, le exige, le ruega a la sociedad que sea paciente, que con el esfuerzo de todos vamos a salir de este pozo. El cinismo no tiene límites. Ese esfuerzo es la voluntad, pero no cualquier voluntad, sino una muy específica: la de la pasividad. Quedarse en el molde. Confiar. Beatriz Sarlo lo definió hace unos días como voluntarismo idealista. Como buena estudiosa, Sarlo no ignora que el idealismo, filosofía que pregonaba Hegel, entiende que hay un mundo ideal que trasciende lo material. Al poco tiempo después, Marx le opuso su materialismo histórico con la simple y acertada idea de que las condiciones materiales de existencia determinan la conciencia, y no al revés. Esto significa una sola cosa: declararse voluntarioso —como hacen los popes de la autoayuda— no es lo mismo que serlo. La única voluntad plausible es la que batalla contra la inclemencia de la realidad.

Imagen del fotoreportero Rubén Digilio, despedido ayer en Clarín.

¿Cómo ser pacientes ante esta crisis económica y erigir nuestra voluntad y nuestro esfuerzo individualista si, como dice la protagonista de Tú eres mi vida, “la vida se va poniendo más y más horrible”? Gramsci tenía una fórmula: pesimismo de la inteligencia, optimista de la voluntad. Saber que todo puede empeorar, y ser lo más consciente y críticos de eso, pero nunca bajar los brazos ante los azotes de un sistema cruel. Cierro con una frase de Maximiliano Crespi en su reciente libro, Pasiones terrenas: “Lo que puede un cuerpo es en tanto afirmación de una verdad histórica, en tanto resistencia obstinada a la indiferencia y a la pasividad servil”. En ese sentido, la mejor voluntad es la consciente, la organizada, la colectiva. Como la de los trabajadores de Clarín, resistiendo el ajuste de la empresa. Una voluntad solidaria y con los ojos bien abiertos.

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