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Por Luciano Sáliche
Estamos perdidos. Ni la poesía puede salvarnos. Sin embargo, aparecen algunos libros escritos en verso que nos sacan de esta angustiosa, precaria y alienante realidad. Desde luego, al principio hay desconcierto. Es interesante cuando un libro genera desconcierto. Cuando las páginas pasan y uno no sabe muy bien si lo que está leyendo es una gran genialidad o una concreta bazofia. Caminar esa cornisa es realmente algo impagable. Entonces, de repente, transitados ya unos cuantos minutos de lectura, llega la revelación. Con los poemarios de Gerardo Montoya sucede exactamente eso. Desconcierto, sorpresa también. ¿Qué carajo es esto? Entonces sí: aparece, no la salvación, pero sí una suerte de disfrute raro. ¿Todavía existe la poesía que nos saque del fondo?
Montoya es un psicólogo mexicano de treinta y pico que vive en Argentina desde 2005. Tímidamente publicó en 2016 por la editorial Pánico el pánico Teamogrupoclarín, un poemario irónico sobre la nueva configuración cotidiana que trajo la victoria electoral de Mauricio Macri en 2015 con su proyecto de transparencia naif. Dos años después, su segundo libro de poemas, editado por Qeja, se tituló Decálogo para la clase media que se hurga el pupo y en el filo de la uña encuentra, sin sorpresa, una maraña que es deuda ilegítima añejándose. Aquí, en esta segunda placa, trabaja de forma más aceitada la estética de internet. Si bien son dos textos diferentes, tienen muchas similitudes que, leídos de forma seguida, pueden entenderse como partes indisociables de una obra marcada, no sólo a fuerza de tema, sino también de estilo.
Un tiempo atrás, en una tarde de calor en la Paternal, Bob Chow llamó a Montoya “poeta vanguardista”. La etiqueta es ambiciosa, pero para nada falaz. ¿Acaso no es la vanguardia una construcción caprichosa que esquiva el canon de lo predecible y propone, en este océano donde todo es la copia de la copia de la copia, algo disruptivo y novedoso?

«Teamogrupoclarín» (Pánico el Pánico, 2016) y «Decálogo para la clase media…» (Qeja, 2018)
Si de definiciones hablamos, Teamogrupoclarín es el libro político y Decálogo para la clase media el estético. Teamogrupoclarín está plagado de comentarios políticos, muy coyunturales algunos. Basta mencionar que el primer poema se titula “La Griesa” en alusión a Thomas Griesa, juez estadounidense que condenó a la Argentina a pagarle a los fondos buitre. Muchos ya olvidaron a este hombre, guardián de la propiedad privada, muerto en 2017 a los 87 años. “Mozo / me pincharon la Revolución”, escribe Montoya en “Hay un Stiuso en mi ropa” exponiendo sin matices la nostalgia kirchnerista. También, en referencia al 3 de junio, movilización contra los femicidios: “Esta marcha no es / el sendero a Redemption Song / ni las diez mil muertas”; aunque no duda en hacer crítica al feminismo falopa: “Hay minas que escriben / haciendo de minita”.
El triunfo de Cambiemos en las elecciones presidenciales (y en casi todas las demás) era reciente. La cruzada antiperonista se volvía más fuerte. En ese contexto, Montoya escribe: “Frená esa angustia / resistí con aguante”. También: “La gente se va / se muere / el dinero se queda atrás / queda en bonos / no declarado / o en letras / del tesoro nacional”. ¿Más versos? “golpistas eran los de antes / estos son párrocos / de la distribución de alegría”; “Cosas que nunca saldrán en los medios: / Farmacity trafica efedrina / El antidepresivo como fusil / en la Revolución Latinoamericana del siglo XXI / En Punta, Wanda Nara y Ritondo”; “¿Qué tipo de significante es Nestor?”
Decálogo para la clase media es un libro mucho más acabado. El universo que propone se erige más amplio y diverso. Hay dibujos con una lógica muy internauta, muy de meme. Sus poemas son más largos, más impredecibles, más intensos. “Hoy / ya no soñamos con Eureka”, se lee allí. También: “*SPOILER ALERT* / Dios es bueno / porque sabe nuestros gustos en porno”. También: “yo no quiero amor en el cuerpo / quiero drogas certificadas / para paliar el cuerpo / todo”. También: “no entiendo por qué tapas / con banderas tu escote / si la muerte es el wallpaper detrás de tu avatar”. También: “quiero tus likes / quiero tus shares / no te quiero a vos”. Y también: “Robotril no podrá defendernos”.
Cuando digo que un libro es político y el otro estético, no es algo rígido. Ambas definiciones no son categóricas sino más bien prácticas. Se retroalimentan y confluyen. Cada uno tiene un poco de ambas facetas. Por ejemplo, en el primero hay un poema en blanco, sin contenido, que se titula “404 The page cannot be found”. En el segundo, se lee: “ya sabés que el Imperio / terceriza acá”. En ambos libros, aparecen palabras en minúscula y en mayúscula, símbolos, códigos, emojis, puntuación excesiva, espacios enormes. Por momentos, la sensación es que todo fue escrito por un algoritmo irreverente, salvo por esos notables manchones de sensibilidad que confirman la autoría humana.

Gerardo Montoya (Foto de su Facebook)
¡Ah! ¡La poesía! ¡Alma del mundo! El romanticismo, movimiento literario que duró dos siglos, hizo mucho por todos nosotros, sin embargo, un buen día, se topó con su contracara. Una serie de poetas —los poetas malditos, principalmente— empezaron a cuestionarlo todo. La idealización del mundo ya no servía para nada. El simbolismo, el decadentismo y el parnasianismo fueron movimientos que buscaron, como escribió Jean Moréas en 1886, confrontar contra la falsa sensibilidad. Como fuere, la poesía ya no podía mirar sólo las flores, el cielo, las tetas de una mujer hermosa; fue necesario que se detenga a observar las excreciones de este universo en bancarrota. Y si, como aseguró Hegel, para una tesis, surge una antítesis y el choque de ambas genera una síntesis, ¿qué tipo de versos, imágenes lúdicas y descripciones precisas sintetizan esta nueva actualidad?
Ya nadie le cree a la poesía. Ya nadie le cree a la literatura. Mejor dicho: ya nadie cree en nada. Las significaciones que produce este sofisticado capitalismo virtual nos dejó perdidos. Política y estética son dos elementos que, al sobremediatizarse, se banalizan. La tele y las redes sociales mastican la realidad y la escupen para que el público la consuma. Lo sabemos: la poesía ya no puede salvarnos, sin embargo, cada tanto, algunos libros —ya no importa qué dirá la academia o la crítica de ellos— propician algo nuevo, algo que inquieta. ¿Por qué leer a Montoya? En primer lugar, porque propone una novedad —¿cuántas cosas realmente nuevas suceden en el mundo de hoy?—, y en segundo lugar porque construye su poesía como un espejo deforme que nos devuelve toda nuestra cotidianeidad revuelta con apabullante ironía. Y ahí vamos nosotros, luego de leerlo, sintiendo que nada de lo que nos rodea tiene una lógica precisa, sin embargo la aceptamos. Hasta ahora.
Etiquetas: Cambiemos, Gerardo Montoya, Internet, Literatura, Mauricio Macri, política