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Por José Luis Juresa
Me llega la anécdota de una colega que me cuenta que una mujer que había sufrido un abuso prolongado por parte de un familiar directo durante su infancia quiere hacer un tratamiento, pero rechaza hacer psicoanálisis porque “el psicoanálisis no es feminista”. Muy interesante punto de partida para renovar la eterna cuestión dirigida y repetidamente confundida respecto del psicoanálisis: que el psicoanálisis es lo que piensan los psicoanalistas.
Y es por eso que Lacan profundizó en la formalización del psicoanálisis, salvaguardándolo de lo que piensan, sienten y dicen los psicoanalistas, en tanto personas, y colocándolos en el lugar de una función dentro de un discurso. Y ya que estamos en tren de aclarar, un discurso no es lo que se dice, sino que es el lugar desde el que se dice. Los discursos asignan lugares, y las personas generalmente desconocen que saben, es decir, no saben desde qué lugar dicen. Pues precisamente, la significación (el saber) es real puesta en relación a esos lugares de discurso.
Y es por eso que el psicoanálisis toma por objeto ese saber “que no se sabe”, pues es un saber producido por un discurso, o sea, un saber que se produce en relación a esos lugares que los discursos asignan más allá del “yo digo” (lo que yo creo estar diciendo, y nada más).
¿Qué quiere decir “un discurso”, entonces? Un tipo de lazo social que se define en torno a 4 lugares y 4 elementos que están en todos los discursos posibles dentro de la estructura social: el del amo, el universitario, el histérico y el analítico. No hay más. Todos los vínculos sociales recorren o pueden recorrer esos 4 tipos de lazo. Los elementos y los lugares tienen nominación, pero no voy a extenderme con eso aquí.
Lo que me interesa señalar con esto es que el esfuerzo de Lacan está centrado en trascender a la persona del analista y formalizar el hecho evidente que lo que le permite analizar no son sus creencias o su ideología, sino algo que se denomina “deseo del analista”. Sin ese deseo, le resulta imposible.
Un nuevo deseo se hace presente en el mundo
Podríamos decir que Freud desea algo que no es “atrapable”, como los sueños. La evanescencia de los sueños, el punto resbaladizo por el que se escabullen o explotan como “pompas de jabón”, les dan ese carácter esencial que va a definir el objeto con el que el psicoanálisis empieza a lidiar apenas da sus primeros pasos. El deseo de Freud, este deseo particular en relación a este punto escurridizo, inatrapable, de la existencia humana, se convertirá, a partir del libro de los sueños, en el deseo del analista.
Cuando Freud interpreta los sueños funda ese deseo, que como tal, se inserta en una paradoja: el deseo del analista toma por objeto el deseo inconsciente, porque ese deseo, reprimido, está en el origen de los síntomas, y del sufrimiento concomitante. El malestar se alivia si ese deseo, inconsciente, es leído como tal, y, por ende, deja de estar “a la espera”, sufriente, en la barrera del síntoma, y así, al obtener paso, al soltarse, libera una energía vital que antes el sujeto sólo empleaba en retenerse.
Vemos que el deseo del analista, el de leer al nivel del deseo inconsciente, es un deseo, de por sí inatrapable –incoercible, dice Freud– de otro deseo, también inatrapable. Esto quiere decir que el deseo del analista prescinde de cualquier objeto de dominio, de control. Es un deseo que hay que “entrenar” en algo que el psicoanalista hispano-argentino José Slimobich nombró como “desapropiación”. Esto significa que el objeto con el que trata el psicoanalista no es la persona analizante, sino su deseo, esto es, el sujeto que se produce en la relación entre lo que lo marca a nivel del cuerpo y el saber que produce en relación a la marca.
¿Por qué es un deseo “desapropiado”, el del analista? Porque no es un deseo de una cosa, sino que es un deseo que está en relación a una Cosa, con mayúsculas, que está fuera del mundo, y no se recubre con ningún objeto que se pueda manipular y poseer. Es así de sencillo.
Los sueños del hombre se sostienen en la ilusión de atrapar eso inatrapable, simplemente porque no es algo que circule dentro del intercambio habitual entre los seres humanos, como el intercambio comercial, por ejemplo. Y otro tipo de intercambios, que siempre involucran objetos tangibles, o manipulables. Este objeto, que considera el psicoanálisis, no lo es, es in-mundo. Por lo tanto, no se asimila a ningún pensamiento, a ningún sistema de ideas, a ningún tipo de representación, es, en sí, lo inasimilable.
Lacan lo denominó con una letra: la “a”, simplemente porque es lo más cercano a lo que no es significable. También es a-conceptual, es decir, no se puede hacer filosofía con ese objeto, por ejemplo. Es un objeto que es nada, o mejor dicho, que es vacío, pero un vacío que no es nada, ya que la “nada” se parece a un vacío que lo llena todo. Aquí no. Es preferible decir que es un vacío que no es nada.
¿Acaso no es la misma sensación que dejan los sueños en ese punto en el que creemos que estamos a punto de atrapar el deseo y de repente, ¡pum! nos despertamos? Un vacío que no es nada, porque es sueño, que, sin ese vacío, no sería más que nada.
Sueño de lo inatrapable que resiste la nada de lo que arrasa
El psicoanálisis –no los psicoanalistas– es producto de un deseo novedoso, que en síntesis –y en el marco de los arrasamientos entre guerras de principios del siglo XX– sostiene el sueño de lo inatrapable, de lo inasimilable, de lo incoercible, exactamente de lo que se opone con la máxima fuerza posible, la fuerza de lo vital, a esa experiencia de asimilación permanente e irresistible con el que la lógica capitalista se “come”, se deglute, se “traga”, asimila y perfecciona todas las significaciones que nacen de ese vacío que no es nada, ya que, al menos, es letra, letra “a” según Lacan, y que nos devuelve el cuerpo del deseo, al menos, o “el alma al cuerpo”, si lo queremos decir con total sencillez.
Es de un alivio considerable, el mismo que sienten las personas cuando dicen esa frase “hecha” –la del alma que se devuelve al cuerpo– cuando estaban a punto de ser arrasados. Lo que devuelve el alma al cuerpo es seguir existiendo, es decir, seguir estando por fuera de ese centro en el que o se es nada o se es todo, justo allí donde la lógica capitalista de asimilación absoluta (como la imagen del Che impresa y empaquetada en millones de remeras) nos espera.
Allí donde para el psicoanálisis reaparece el cuerpo, para el amo capitalista exactamente desaparece. De la desaparición de los cuerpos a su recuperación, es el proceso de un análisis. ¿Por qué? Porque el cuerpo “reaparecido” es el que se vincula con el sujeto deseante, ese que es inatrapable e incoercible, que resiste a esa nada que arrasa, la de la desolación de la guerra activa o la guerra fría de la vida social.
El único “ista” del psicoanálisis es el psicoanalista
El único “ista” del psicoanálisis es el psicoanalista, y con eso ya es bastante. Bien saben los psicoanalistas el costo de apartar sus fantasmas para no terminar repitiéndose en el lugar del amo: buscando que los demás acepten sus creencias como si fueran propias. Es un lugar muy difícil. Por eso, el psicoanálisis no es feminista, como no es ni macrista ni kirchnerista ni… lo que sea.
Aquella persona que rechazó hacer un análisis porque el psicoanálisis no es feminista tiene razón. Por lo que queda claro que no buscaba un análisis. Pero sí podemos decir algo en relación al discurso analítico, es posible que podamos decir que se relaciona mejor con lo femenino. Esto quiere decir que la mujer –con cuyas palabras, las de las mujeres, Freud ideó y desarrolló el método, incluso a proposición de alguna de ellas, que pedía que la dejasen hablar libremente, vaya pedido– guarda el “secreto” de la castración. Ella “sabría” incluso antes de que ella lo “sepa” –siendo el primer saber, inconsciente, claro– qué significa “no tenerlo” (al falo), esto es, la desapropiación en sí de la que hablábamos más arriba respecto del deseo del analista.
No es posible poseer el falo, en tanto es la representación de lo evanescente e inatrapable, con lo que solo podemos sostener una relación ilusoria, lo cual no significa que no sea existente o verdadera. Simplemente que en algún momento hará “plop” como pompas de jabón explotando. Es en ese sentido que el psicoanálisis quiere saber más de lo femenino que de lo feminista, y es más proclive a analizar el modo en que lo feminista podría llegar a recubrir lo femenino como una manera sutil de negar la castración que a enredarse en la trama ideológica que sostiene al feminismo en sus diversas posturas. Ni bien ni mal, cosas de su eficacia clínica, para quien quiera experimentarla.
* Pintura: «Una mañana en casa» (1888) de Edward John Poynter
Etiquetas: Feminismo, Jacques Lacan, José Luis Juresa, José Slimobich, Psicoanálisis, Sigmund Freud