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Por Adrián Melo
“Aún el más valiente de nosotros
rara vez tiene la valentía de admitir
lo que en definitiva sabe”.
El ocaso de los ídolos, Friedrich Nietzsche
I
“¿Alguna vez se han sentido estafados?” Estas palabras fueron escupidas al aire por un frenético John Lydon (Rotten, en ese momento), en el último concierto de los Sex Pistols. El punk había implosionado y todo lo que vendría después tendría el efecto de lo que produce un chiste contado por segunda vez: no causa gracia. Molesta. La revolución había cumplido su objetivo, romper con las estructuras establecidas. Pero como sucede generalmente, cuando las ideas revolucionarias son sostenidas en el tiempo, poco a poco, comienzan a transformarse en ideas totalitarias, que son utilizadas para establecer y sostener mecanismos de control. Pon alguien a quien adorar, rodéalo de un aura divina y pronto habrás creado un culto de fieles devotos.
Durante un naufragio, al momento de perderse el barco bajo las aguas, los cuerpos son succionados por una reacción física varios metros hacia el fondo del mar. Quién logra tener suficiente aire en los pulmones emerge a la superficie para darse cuenta de que se encuentra con vida en medio de la enormidad del océano, tan sólo con algunas tablas de madera a las cuales aferrarse. Pero se abraza tan fuerte a ellas, para conservar la ilusión de un próximo rescate.
No podemos reprocharle su esperanza de fe. Quien quiera vivir, hará lo imposible por conservarse con vida, aún sabiendo que lo que le depara a la vida sea la mismísima muerte. Y ante la proximidad de la muerte, todo ateo se vuelve creyente. Es que todos escondemos un hipócrita dentro nuestro, porque necesitamos seguir viviendo. Creer que aún seremos bendecidos con una tabla en medio del mar que nos permita flotar. Y esperar. Esperar.
II
¿Qué es lo que lleva al hombre a sostener un sistema de creencias, aún sabiendo que eso representa un perjuicio para sí mismo? La cultura es una creación humana que el hombre hereda filogenéticamente. Lo antecede en su llegada al mundo, y rápidamente, se convierte en una auténtica fuente de malestar. Freud solía decir que el malestar producido por la cultura se debía a que tenía la función de hacer que los individuos renunciasen a la satisfacción de sus pulsiones. Recurre a la creación de un mito (Tótem y Tabú) para dar cuenta de cómo el hombre necesitó la creación de ciertas leyes para poder vivir dentro de una comunidad de hermanos. Dichos tabúes eran el parricidio y el incesto. La sola transgresión a esos principios o leyes, traía aparejado el castigo de los demás hombres contra todo aquel que se atreviera a traspasarlos. En todas las culturas, el cometer alguno de estos actos es fuente de gran repudio y rechazo, siendo principios básicos que preparan al hombre para el posterior desarrollo moral y es la consecuencia directa del sentimiento de culpa y posterior arrepentimiento, que está en las bases de la religión.
Dentro del Ello, se encuentran las pulsiones sexuales o Eros, que aspiran a la conservación del yo; y también son las responsables de los aumentos de tensión dentro del organismo; como así también la llamada pulsión de muerte o Tánatos, cuya función es mantener al organismo libre de estímulos y conducirlo al estado inorgánico. En el Ello no existen barreras éticas ni moral alguna. Los impulsos de las pulsiones son sentidos como necesidades que deben ser satisfechos. El aparato psíquico encuentra maneras de regular la descarga pulsional mediante distintos destinos: El trastorno hacia lo contrario (actividad / pasividad), la vuelta sobre la persona propia (sadismo / masoquismo), la sublimación (cambio de meta valorado socialmente: arte / los ideales), y la represión.
La religión, también es una creación del hombre que se sostiene en la renuncia pulsional y en principios morales que deben de ser respetados. Durante siglos, formó parte de la vida del hombre haciendo del culto a Dios, y su total devoción, el pilar fundamental para mantener a los individuos bajo control. Lo cierto es que no por haber estado por tantos siglos gobernando la vida de los hombres, éstos no incurrieran en actos criminales o de los más bajos instintos. Cierto también que la religión utilizó las guerras u otras formas de violencia como un medio para expandir la fe. Pero mientras se sostenga como un dogma incuestionable (que aún lo es para muchos), los monos van a seguir siendo monos aunque puedan resolver problemas de cálculo infinitesimal.
Entonces, un camino lleva a responder qué hizo de la religión el faro sacrosanto que guiaba la vida de la humanidad. Sería muy pobre responder: fe. Aunque la religión se haya encargado de hacer de la pobreza un modo noble de vivir la vida. Es cierto que la fe es incuestionable, es una verdad que se acepta aunque vista de mentiras. Luce bien, y con eso basta. Es como si algo llevase a imaginar que vestirnos de gala para ir a una fiesta, cuando en realidad hacemos uso de short y ojotas. ¿Son esos divinos engaños tan necesarios para hacer nuestra vida un poco más soportable?
III
El hombre necesita sentirse protegido frente a la vida. El cachorro humano, a diferencia de los demás animales, necesita del cuidado y la protección por un período más largo de tiempo para poder sobrevivir. Ocupan ese lugar los padres, en primer instancia la madre, con sus cuidados y dando el alimento. Luego el padre, que entra en escena, como una figura protectora. Hoy día, de nuevos modelos de parejas, y de nuevos roles, las cosas no serían tan distintas para el pequeño niño, o la pequeña niña, que se encuentran tan desprotegidos frente al mundo. La familia es el primer mundo de los niños. Y la familia protege (en el mejor de los casos).
Cuando en los primeros años de la infancia el yo comienza a desarrollarse, las figuras de los padres son resignadas e internalizadas dando origen a la aparición del superyó. Dentro de este, rigen los mandatos, las prohibiciones, los ideales morales. Entonces, aquello que debe ser gobernado (las pulsiones del Ello) encuentran en el superyó una instancia de control interno. Algo sucede que el niño (de ambos sexos) necesita desinvestir eróticamente las figuras de los padres e incorporar ideales. La respuesta es: el atravesamiento del complejo de Edipo. Pero dejar a los padres es quedar expuesto a los peligros y al desvalimiento propio del período infantil. Entonces en el lugar dejado por el padre, por las consecuencias edípicas, llega Dios como un sustituto paterno. Padre del hombre. De todos los hombres y hermanos. Es la luz de un faro que guía en la oscuridad. Por algo la enseñanza religiosa comienza a tan temprana edad.
¿Qué sucedería si se le quita al hombre ese sostén incuestionable? Lo más probable, correría rápido a apuntalar la estructura para evitar un estallido de angustia. O mejor aún, buscaría otro por el mismo motivo.
IV
El siglo XX fue un siglo de cambios vertiginosos. Revoluciones, guerras mundiales, viajes espaciales, nuevas enfermedades y mucho más; más de lo que se imaginó el pobre de Galileo mientras se rompía los sesos cuatrocientos años antes. La ciencia ganaba por paliza a una religión que se sostenía tambaleando de una punta a la otra del cuadrilátero. Pero no caía, aún se mantenía en pie. Y como todo aquel que se encuentra acorralado, esperando el golpe final, la campana sonaba y le daba lugar a instalar controversias, y generar dudas. Y ante la duda, el creyente, necesita creer en algo. Necesita encontrar un sentido, una razón de vivir. La seguridad de sentirse protegido y acompañado.
En las últimas décadas, el hombre se encontró abandonado y perdido entre todas las posibilidades que se abrían ante sus ojos. Luego de la caída de ciertos ideales políticos y del fin de la gran división, con su único vencedor (Capitalismo), los nuevos modos de vivir la vida tenían ideales como: la felicidad, el bienestar, el cuidado de los cuerpos, el trabajo en exceso, el éxito; y el tragicómico: nada es imposible.
Y dónde encuentra esa (¿protección?) sino dentro del mundo de la tecnociencia. La tecnología vino a ocupar el lugar dejado por los padres o el lugar que antes lo ocupó la religión. Como un deja vu de la horda primitiva, volvimos a asesinar al padre, esta vez a Dios, pero en lugar de instalar una ley que actúa como límite, el nuevo tótem tecnológico es un lupanar sin límites, donde el goce es la única verdad. Goza hasta saciarte de culpa, pareciera ser su mandato.
V
Con la revolución que produjo la llegada de internet, la vida de los hombres fue adquiriendo una cultura que a pasos agigantados instaló una nueva manera de vivir y ver el mundo. Un culto creado para ser adorado. Un nuevo control. Una nueva religión. Y también en ella había un cielo y un infierno. El vacío dejado por la desaparición de la lucha ideológica (este – oeste / comunismo – capitalismo), lentamente se fue llenando de residuos, convirtiendo a los cuerpos en grandes reservorios de basura. Nunca en la historia del hombre estuvimos tan atravesados por las palabras como hoy día. Palabras que se vacían de significado tan pronto adquieren el estatus de slogans. Y si las palabras son sanadoras, también son productoras de grandes enfermedades. Actualmente, los nuevos padecimientos psíquicos encuentran al hombre en un estado de mayor vulnerabilidad. Son consecuencia directa de cómo el hombre paga con sus síntomas los excesos de información y sus entrenamientos por la torre de Babel. Vive al límite. Sé feliz. El momento es ahora. En una palabra: goza.
El goce es lo que está más allá del principio del placer. Es una pulsión de muerte silenciosa que aturde, haciendo graves estragos al cuerpo. Aquella pulsión de muerte que tan domeñada estaba bajo el imperio de la religión, hoy se encuentra fuera de control, bordeando objetos para terminar devorando al yo. Los efectos de esa pulsión de muerte se observan ante situaciones tan distintas como el exceso de trabajo (como meta al éxito), en actividades deportivas (el culto al cuerpo), o en las redes sociales, por sólo nombrar algunos ejemplos. La pulsión de muerte, como el único fin que persigue es quedar exenta de estímulos y volver a estado de reposo, necesita ser proyectada hacia el exterior para no destruir al propio yo. Lo que permite la virtualidad de las redes es realizar impunemente los actos destructivos más salvajes. Lo eliminamos (criminal palabra) cuando algún comentario del otro no nos gusta. Bloqueamos contactos cuando se presentan situaciones que no nos agradan, o que no coincide con nuestros ideales o valores, y esto con tan solo rozar el botón de la pantalla. Elegimos amigos y elegimos enemigos para poder descargar la agresión que se produce dentro de uno ante cualquier nimiedad. Hasta la felicidad del otro es fuente de displacer, aunque aquel otro, solo esté detrás de un decorado, sonriendo para la ocasión. Es muy notorio que las palabras más usadas sean “me gusta” o “eliminar”. ¿Acaso los grandes regímenes totalitarios no se apoyaban en mismos principios básicos? Estás conmigo, porque piensas como yo, o te elimino.
Parte de la religión es que sólo los penitentes pueden alcanzar el cielo, por medio de la culpa que pagan en la tierra por sus pecados. La culpa es la verdad de un crimen. Y la culpa genera angustia. Sea porque es una reacción ante la pérdida de amor, o simplemente un temor a la castración. Pero dentro de la religión tecnológica, no hay lugar para la castración, el no/todo no existe. Sin embargo, ante lo ilimitado más limitados y desprotegidos nos encontramos.
VI
Contrariamente a lo que planteaba la religión, que hacía de la unión y el amor los pilares básicos para que el hombre pueda convivir; mientras siguiera la palabra de Dios; la virtualidad apunta a la creación de un mundo de fantasía donde el hombre es amo y señor de sus verdades. Pasamos del Dios de la religión omnisciente y que todo lo ve, a un Dios tan monstruoso como acéfalo que se encuentra en la todopoderosa internet. Todo lo que circula por el espacio virtual es sentido como verdades. Desde diagnósticos médicos hasta teorías conspirativas. La única diferencia es que somos nosotros los creadores de esas verdades. El hombre común, de carne y hueso, que come y va al baño a defecar. Toda la información no es más que pura basura producto de las nuevas formas de relacionarnos, aislados y (des)protegidos detrás de una pantalla, viviendo con la culpa de nuestro engaño. Si el hombre, por el simple hecho de estar inmerso en una cultura, se encuentra, en el mejor de los casos, dentro de la neurosis; también es cierto que los nuevos diagnósticos clínicos no hacen más que corroborar los efectos de la sobreinformación virtual. Solamente observemos los nuevos diagnósticos de niños, para darnos cuenta que el futuro cambió el nombre del padre.
El hombre ha cambiado su fe. No necesita sufrir sobre la tierra para obtener el cielo. Goza con su cuerpo, para poder sobrevivir en la tierra. A falta de algo mejor.
“This is religion cheaply priced”
“This is your religion”
A un costo muy alto, John.
¿Alguna vez, se han sentido estafados?
Etiquetas: Adrián Melo, Dios, Friedrich Nietzsche, John Lydon, Religión, Sigmund Freud, Tecnociencia, Tecnología