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Por Enrique Balbo Falivene
Tenía un dato aportado por un galerista que luego un falsificador confirmó (éste último me daba más confianza que el primero): en Beurret & Bailly iban a subastar algunas fotografías antiguas y en el lote habría una obra de Joseph Niépce titulada “Mi estudio”; el quince de Julio, último día de la feria de arte de Basilea, cuando cumplí todos mis compromisos y cobré mi cheque, me acerqué en el tranvía a la Schwarzwaldalee 171. Después de algunas dudas, invertí doscientos francos suizos en un lote compuesto por una caja con dos daguerrotipos y tres placas de plata.
En el hotel sometí las imágenes a la lupa y a la luz negra. Los daguerrotipos, compuestos a noveno y sexto de placa, presentaban un paisaje de los Alpes y una naturaleza muerta; en las placas de plata, aunque el betún de judea casi había desaparecido, se adivinaba el Pont Neuf y los techos con las chimeneas humeantes de París. Mientras evaluaba el estado de los márgenes –uno de ellos tenía algo de humedad, el otro una abolladura por golpe- Fedra, la gata, miraba la caja emitiendo un sonido frustrante con la mandíbula. Revisé la estructura y encontré un doble fondo debajo de una cubierta de madera; quité tres tornillos, con las cabezas disimuladas por el barniz, y tuve a la vista una veintena de cartas.
Todas estaban dirigidas a Johann August Sutter; algunas habían sido devueltas bajo la leyenda Destinatario Desconocido o Dirección Incompleta en los matasellos y sobres; otras, la mayoría, nunca se habían enviado. Las cartas las firmaba una tal Annette.
Las leí; el contenido me resultó tan atractivo que embalé los daguerrotipos, retrasé mi vuelta a Madrid y me puse a indagar. Encontré en la biblioteca Universitaria de Basilea dos textos apológicos sobre Sutter: Sternstunden der Menschheit (Momentos Estelares de la Humanidad) de Stefan Zweig y L’or, la merveilleuse histoire du général Johann August Sutter de Blaise Cendrars.
Lo que sigue es la traducción y transcripción por fragmentos de las cartas de Annette que relacioné con la biografía de Sutter. He establecido una cronología que corresponde al lugar y al momento en que ocurrieron los hechos.
1824.Sutter se casa con la hija de una viuda rica: Annette D´beid. Tendrán cuatro hijos. Su suegra le instala una tienda pero Sutter es mal administrador, gasta más de lo que ingresa. Tiene veintiún años y durante los próximos diez se dedicará a endeudar a su familia política.
1834. Se presenta en la oficina de registros y solicita documentos pero no puede probar quién es. Planea huir del cantón, los acreedores lo acosan. El funcionario pide informes a Berna y le comunican que Sutter está reclamado por la justicia por estafa y robo. Escapa hacia Francia a pie, como un bandolero, sin recursos. Se alimenta de lo que puede, roba en las granjas, comete pequeños hurtos. Duerme al raso.
Escala en Besanzón y Borgoña. Llega a París dónde se procura algún dinero y documentos falsos. Embarca en El Havre junto a proscritos y perseguidos con destino Nueva York. Pesan sobre su persona acusaciones de robo, quiebra fraudulenta, falsificación de documento público y privado, estafa, malversación de fondos.
Primera carta de Annette. Mayo 15. 1834.
Aún me pregunto cómo es que ha ocurrido todo. ¿Qué vida has llevado en estos últimos años? ¿Es que he sido mala esposa, mala mujer, mala madre? (…) Siento profunda vergüenza al atravesar la puerta, escucho a la gente murmurar. Los acreedores nos acechan. Mi madre, con sus años y fatigas, está haciendo frente a todas tus deudas. Ya ha perdido la mitad de su patrimonio. (…) ¿Nunca has pensado en tus hijos? (…) casi no salgo, paso los días encerrada en la habitación. Escribo estas cartas que ni siquiera sé dónde enviar. (…) ¿Por qué me has sometido a este castigo, a esta ignominia?
1834. En Nueva York cambia su nombre alemán por la forma inglesa. Ahora es, y será hasta el final de sus días, John August Suter. Prueba varios oficios, es dentista, farmacéutico, droguero, tabernero, embalador, traficante, posadero. Se traslada a Misuri, se instala en una granja. Va a dedicarse durante dos años a la agricultura y a la ganadería. Parece establecido.
Segunda carta de Annete. Diciembre 20. 1834.
“(…)” Johann, tu primogénito y al que con tanto empeño inscribiste con tu nombre, está enfermo. Ha contraído las fiebres. Dicen los médicos que hemos de esperar, tener fe y rezar para que la gripe remita “(…)” los niños desconocen la verdad, les he dicho que estás en viaje de negocios por la papelera de tu familia. No sé cuánto tiempo más podré mantener esta mentira. Desde que desapareciste no hago otra cosa que mentir “(…)” Nos han visitado los abogados de los tribunales de Berna. Quieren saber tu paradero. Por una vez he dicho la verdad: no lo sé. “(…)” ¡Qué navidades más tristes tendremos este año! Desde la primera nevada, en Noviembre, que no salgo de esta casa. No tengo valor para enfrentar las miradas; toda Basilea me juzga “(…)”
1837. Vende la granja (que no hemos conseguido saber cómo compró) y la hacienda. Organiza una expedición hacia el Pacífico, hacia las ricas y hostiles tierras de California, aún inexploradas. Lo acompañan dos soldados, cinco misioneros, tres mujeres. El viaje durará tres meses pero sólo Suter sobrevivirá a la siguiente posta: Vancouver. Allí lo intentan convencer de su arriesgada empresa y hasta le ofrecen un empleo; le advierten que Pieles Rojas, Kuyuts y Apaches están en pie de guerra, pero Suter insiste y se embarca en un velero que pone rumbo a las islas Sandwich (hoy Hawái).
Tercera carta de Annette. Febrero 22. 1835.
“(…)” los rumores que llegan dicen que estás en Londres, París, Milán, Ámsterdam… Todo esto te hubiera encantado, es lo que te gustaba provocar, esa incertidumbre de no revelar tus planes, ese misterio estúpido… “(…)” los hombres tenéis siempre el mismo comportamiento; buena conducta hasta que por fin empezáis a nadar en el fango, un buen día de cabeza al fango y nosotras sin saber por qué “(…)” Siempre te he amado, desde que empezaste a cortejarme, desde que viniste a pedir mi mano, desde la primera vez que te vi. Jamás tuve dudas de mis sentimientos, nunca vacilé. A veces pienso, y juro por Dios que intento quitarme esta idea que me martiriza, que tu interés era la fortuna de mi familia, las propiedades, las rentas “(…)” has tejido una tela como una araña, hemos sido tus moscas… ¿Hasta dónde llega tu ambición?
1838. Después de un peligroso viaje por la aguas del Pacífico desembarca en las costas de Alaska. Por tierra se dirige a una pequeña aldea de pescadores y de allí desciende a caballo hasta el frondoso Valle de Sacramento. Al día siguiente se presenta en Monterrey y solicita al gobernador Alvarado la concesión de cuarenta y ocho mil acres, por entonces mexicanas. Dice que llamará al territorio Nueva Helvecia, tiene un proyecto agrícola, industrial, republicano. Obtiene la concesión por diez años.
Cuarta (¿?) carta de Annette. Sin fechar.
“(…)” dormías de lado porque, hoy lo sé, ibas a marcharte. Era la única forma, según tus palabras, en que conseguías conciliar el sueño. Me dabas la espalda en la cama mientras tus pensamientos estaban fuera de esta casa, de esta ciudad, de esta vida, de mi “(…)” ayer, en la ciudad que conozco como mis manos, como esta casa, me perdí. Salí a caminar, a tomar el aire fresco de las montañas por indicaciones de los médicos, pero no supe cómo volver. ¿Te das cuenta? Alguien me acompañó y no consigo recordar quién era “(…)” por momentos me aparecían tus facciones, tu juventud, tus tempranas arrugas, tu pelo… Después unas terribles migrañas me derrumbaron en la cama “(…)” Me pregunto si habrás muerto…
1839. Suter desciende al Valle de Sacramento a caballo, con un fusil al hombro, al frente de una larga caravana. Trae detrás unos doscientos amarillos de las islas del Pacífico a los que explota o vende, algunos europeos inclinados a la aventura, mujeres a las que obliga a atender los deseos carnales del contingente masculino. Los búfalos tiran de las carretas cargadas con provisiones, herramientas, cereales, semillas, armas y municiones. Y pólvora, mucha pólvora. Caballos, vacas, mulos y ovejas completan la caravana.
Quinta (¿?) carta de Annette. Sin fechar.
“(…)” entre un hombre y una mujer no puede haber sólo instinto. El amor es un sentimiento de reciprocidad, de ayuda, comprensión, tolerancia. Y el matrimonio es el más importante de los sacramentos: es un juramento que se ha de cumplir, un contrato del espíritu, del alma inmortal, que no se puede romper como un viejo jarrón “(…)” entiendo esto desde mi adolescencia, soñé siempre con desposarme y me prometí amar a mi esposo y cumplir mis obligaciones. Faltaste a tu palabra, pero estoy preparada aún para esto; a veces creo que Dios nos pone a prueba y estoy decidida a resistir “(…)” el pelo se me está cayendo, he tenido que abandonar las noches en el tocador frente al espejo. No temo quedarme calva, temo no tener salud para cumplir mi destino de madre, no poder asistir a mis hijos “(…)” por las noches un fuerte dolor me atenaza los músculos del cuello y me produce intensos mareos; toda la habitación se mueve, es una gran ola que sacude la cama como un frágil esquife. Pero duermo, duermo como si no fuera a despertar, como si no hubiera hecho la promesa de encontrarte.
1839-1840. Los cultivos se multiplican, el ganado se reproduce. Suter manda construir almacenes, pozos, casas, molinos, canales. Los colonos de las misiones vecinas se acercan a la pujante Nueva Helvecia, que ha dejado de ser un asentamiento para convertirse en un fuerte amurallado, en una pequeña ciudad bien defendida por cañones y mercenarios. También reduce y esclaviza a los pacíficos nativos (Miwoks y Maidus); los encadena para que no escapen o los mata, a las mujeres las vende como esclavas sexuales. Empieza a enriquecerse. Es el principal proveedor de Vancouver, las islas Sandwich y de todos los barcos que recalan en las costas de California. Vuelve a tener cuenta en los bancos de Inglaterra y Francia, nadie cuestiona su pasado. Hace traer vides de la cuenca del Rin, planta frutales. Su empresa crece rápidamente. Pronto será uno de los hombres más opulentos del continente.
Sexta carta de Annette. Abril 18. 1843.
“(…)” anoche, mientras escuchaba mi respiración, medité qué necesitamos para vivir: los hombres un proyecto, una meta; nosotras no necesitamos nada porque nos tenemos. Eso es lo que nos hace fuertes, silenciosas, valientes “(…)” sé que volveré a verte, mi instinto me lo dice. Esto no ha terminado, pero no padezcas que no tengo planes de reclamarte nada. En estos años he sabido que la lucha es conmigo misma y por mis hijos. No voy a rendirme ni espero recompensas por tanto desasosiego “(…)” Todo es por mí, sé que he sido mejor cada día. No pretendo que se valore mi esfuerzo, no busco gratitudes. Quiero verte. No me ha quedado nada, sólo me tengo a mí y a veces hasta es demasiado. Eso es lo que nos diferencia.
1843-1848. Dos hechos marcan este quinquenio: Suter recuerda que tiene esposa y le escribe para que viaje a su principado y uno de sus trabajadores –James W. Marshall, un carpintero- encuentra oro. Una enorme veta recorre sus tierras y la extracción es sencilla. Ahora sí, Suter es el hombre más rico del mundo. Intenta mantener el secreto pero no lo consigue. En los años que siguen al hallazgo, sus tierras van a ser arrasadas por cerca de cien mil hombres que horadarán el terreno con picos y palas. Los almacenes son quemados, los cultivos abandonados y el ganado sacrificado. Suter va a invertir una fortuna en abogados, reclama a los tribunales americanos (la Unión ya se ha apropiado los territorios que México descuidó: California y Texas) sus derechos por posesión, más una multimillonaria indemnización por daños y perjuicios. El final es previsible. Termina sus días como un indigente vagando por tribunales y despachos. Muere en la escalinata del Congreso, solo y sin nada.
Annete también cumple su promesa, emprende el viaje con sus hijos. Embarca en el puerto de El Havre hacia Nueva York, entre el pasaje hay un gentío con el mismo destino, la fiebre del oro de California. Desde Nueva York en tren hasta Panamá y de allí en un velero a las costas de California. Luego del fatigoso viaje y con las fuerzas menguadas por los años de soledad y resistencia, Annette se encuentra con su marido, inicia una corta agonía y muere.
Nota final
Tiempo después y ya en Madrid, como no podía liberarme de la solitaria historia de Annette, pensé en donar las cartas a los museos de Basilea. Hice las gestiones pero fueron rechazadas por tres prestigiosos organismos. Reflexioné que un museo muchas veces se hace más por lo que rechaza que por lo que acepta, pero también Suter estaba signado como un héroe, un pionero, y la historia de abandono descrita por Annette venía a empañar esa imagen.
Un colega americano me sugirió un museo en Sacramento que finalmente aceptó la donación. Me enviaron, seis meses después, unos documentos junto a un análisis de laboratorio y un estudio grafológico. En los documentos se verificaba la autenticidad de las cartas, databan el papel y el manuscrito, que no presentaba ni tachaduras ni enmiendas, sólo algunas pequeñas salpicaduras que habían corrido la tinta. El laboratorio reveló, con dudas, que esas manchas podían responder a un contenido salino; es decir, lágrimas de Annette.
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