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16-05-2019 Notas

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Por Martín Barrionuevo

«Sarmiento amaba a la patria, pero no a sus compatriotas;
amaba la educación, pero no a los maestros; 
amaba a la humanidad, pero no a sus semejantes»

Julio Argentino Roca

Muchas figuras históricas son reducidas a sus propias caricaturas, Sarmiento por caso, a quien lo acompaña una “leyenda rosa” y una “leyenda negra”. De la primera es responsable el relato normalista quien traza un empequeñecimiento presentado como grandeza en la síntesis: Padre del aula. De la segunda es autora cierta progresía intelectual apoyada en las más rancias declaraciones como aquella famosa carta a Mitre:“No trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla, incivil, bárbara y ruda es lo único que tienen de seres humanos” .

Sospechamos que entre las dos leyendas se encuentra el Sarmiento desconocido. No porque exista alguna bondad a la que la leyenda negra no le haga justicia, nada más lejos del interés de este artículo y seguramente del propio Sarmiento. Lo desconocido es la complejidad de su pensamiento por fuera de los lugares comunes y los prejuicios positivos o negativos. A continuación algún trazo grueso sobre esto.

La Guerra

Sarmiento escribe como medio y arma de combate, según el mismo asegura. Por tanto, El Facundo puede (y debe) leerse como un compendio de estrategia militar donde se analiza detalladamente al enemigo, se busca sus flancos más débiles para concentrar allí las fuerzas del ataque. Pero más allá del “No ahorre sangre de gaucho”, la guerra que plantea no es de exterminio, y aquí es consecuente con su pensamiento en aquello de que “A los hombres se los degüella, a las ideas no” que si bien lo escribe cuando él mismo es perseguido y amenazado -recordemos que esta frase la escribe sobre una roca (¡en frances!) mientras está exiliándose hacia Chile- este pensamiento lo direcciona una vez que él representa una amenaza para sus oponentes. No intentamos desconocer, por ejemplo, que Sarmiento festeja el asesinato de Peñaloza, sobre todo por la forma, pero aun así es consciente que no alcanza con matar. Muerto un Facundo hay luego un Rosas, para doblegar a los hombres no hay que enfocar en los individuos sino que hay que comprender “…la vida secreta” y luego cambiar su sistema. Aquí reside el interés por dedicar un escrito a un personaje que llevaba diez años muertos, Facundo solo interesa por lo que representa. Para esto nos regala la imagen literario/política más potente del siglo XIX:  “¡Sombra terrible de Facundo voy a evocarte!”.

Así, podríamos desfigurar una vez más la famosa frase de Clausewitz y decir que “La Escuela es la Guerra al gaucho por otros medios”. Nuevamente no podemos entender a Sarmiento sin comprender lo mismo que le exige a la terrible sombra, es decir, comprender las convulsiones internas que desgarran a la Argentina del mitad del Siglo XIX. La Escuela es la continuidad de la Guerra al Caudillo, guerra de sumisión y no de exterminio como hemos aclarado, por eso mismo surge la Escuela como dispositivo. La fuerza del caudillo se funda en el control del territorio, de la distancia y en su base social que es el gaucho. Ante esto Sarmiento avanza con su estrategia fulminante: Ferrocarril, Navegación y Escuelas.

La Política

En el año 1886, cuando ya la Ley 1420 se ha establecido como política de estado Sarmiento escribe “La escuela, la gimnasia, la fila, la hilera (…) vienen amasando al animalito bípedo que cuando llega a la plenitud de su fuerza es un hombre y no un Tigre”. Sarmiento quiere un hombre moderno y no un Tigre. ¿Cuál Tigre? Sin dudas aquel que 10 años después de su muerte aún sigue vivo, aquel que a pesar de evocar a su fantasma debe reconocer que “Facundo no ha muerto” , que a pesar que su cuerpo ya es cenizas “está vivo en las tradiciones populares, en la política y en las revoluciones argentinas” .

Si Facundo es el nombre secreto de la Argentina, entonces la Escuela será el exorcismo perfecto de su fantasma. El exorcismo es posible, hay un preludio en el Facundo Quiroga de cuerpo presente durante su estadía en Buenos Aires en el año 1833, la cual narra en el capítulo XIII de Civilización y Barbarie; esa es la esperanza a la que se aferra Sarmiento como hombre moderno, el influjo de la civilización vulnera el carácter del bárbaro Facundo: “Su conducta es mesurada; su aire, noble e imponente”; si los entornos físicos moldean las valoraciones y el carácter de un pueblo, si el desierto construye las formas de vida bárbaras y semi bárbaras de las poblaciones rurales, ese efecto resulta correctivo si se trata de un bárbaro bajo el entorno de la civilización: “El poder educa”.

Incluso Sarmiento advierte que Facundo no permite a sus hijos vestir otra prenda que no sea frac y levita, como tratándose de un reconocimiento de la barbarie hacia la superioridad de la civilización. Pero como sabemos, Quiroga es enviado por Rosas a una misión al norte donde encuentra la muerte en Barranca Yaco en 1835. Algo ocurre una vez que el Facundo Quiroga de cuerpo presente recobra el roce con el desierto, una vez que se aleja de las murallas de la ciudad y el influjo civilizatorio pierde toda fuerza: “la brutalidad y el terror vuelven a aparecer desde que se halla en el campo, en medio de aquella naturaleza y de aquella sociedad semibarbara”.

Aquí esta el proyecto educativo de Sarmiento; aquí la funcionalidad del dispositivo Escuela. Facundo, nombre secreto de la argentina, puede ser educado. El poder educa, siempre y cuando Facundo (o la Argentina) estén bajo su influjo; Facundo (o la Argentina) se mantendrá disciplinado si el poder lo mantiene dentro de sus murallas, nada garantiza lo que ocurre si sale de ellas. Educar es mantener al gaucho disciplinado, esta es su máxima aspiración ya que no puede corregir su naturaleza. Como un grito desesperado, con un sabor a resignación trágica, Sarmiento, el hombre moderno, termina reconociendo que “si solventáis un poco las solapas del frac con que el argentino se disfraza, hallareis siempre el gaucho más o menos civilizado, pero siempre el gaucho”.

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