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Por Águeda Pereyra
¿Está el psicoanalista —ya como agente del discurso analítico, como clínico, como ciudadano— más allá de las tensiones que agitan a la polis?
Marcelo Barros
Lacan y Perón, un sólo corazón.
Ernesto Laclau
1.
Dos años atrás, Jacques Alain Miller vertía palabras efervescentes referidas a la situación política global, aplicando calificativos para nada neutrales a figuras significativas de nuestra historia reciente. Fue Jorge Alemán quien tomó la palabra y marcó una disidencia.
Algunos colegas enlistados en las filas de la apoliticidad aplicaron una defensa a ultranza del yerno de Lacan, denunciando la supuesta adhesión de psicoanalistas al proyecto político liderado por los Kirchner: resultaba inaceptable que psicoanalistas -vale aclarar: en la esfera pública, no en el consultorio-, entonaran “volveremos”. “Hoy psicoanalistas ya sin pudor corretean por los pasillos de la EOL o por las veredas convocando a marchas”, repudiaba Jorge Chamorro en un escrito, explicitando sin pudores —pero quizás sin advertirlo— su orientación política contraria al proyecto kirchnerista, paradójica actitud de quien se afirma en un purísimo lugar de neutralidad.
Las instituciones analíticas han promovido cierto desprecio ante la lectura psicoanalítica de los acontecimientos políticos. Hoy en día muchos analistas afirman “no querer hacer sociología”; sobrevuela un fantasma de contaminación del discurso analítico que elige olvidar los grandes textos freudianos dedicados al análisis y a la crítica de diversos fenómenos sociopolíticos. Podemos afirmar, no obstante, que en todos los casos —en los pronunciamientos, en los silencios, en el cinismo— opera una toma de posición. Porque, como afirma Darío Charaf, “neutralidad, apoliticismo, son también ideologías; la política y la ideología son entonces ineludibles para ese animal político que es el ser humano. Para el psicoanalista, en la medida en que es humano (hasta nuevo aviso), la toma de posición política es inevitable”.
La posición de Alemán, desde los inicios, se enmarcó en un intento de responder al malestar de nuestra época, indagando las formas de incidir en lo político a partir de las enseñanzas del psicoanálisis, rechazando a su vez el escepticismo lúcido del analista con respecto a la política, aquel que advierte que los proyectos colectivos siempre terminan mal —conveniente postura para sostener el estado de las cosas—. Hace chocar dos términos —psicoanálisis y política— que no encajan del todo, para engendrar nuevas intervenciones teóricas. Su trabajo conjuga las enseñanzas de Freud, de Marx, de Heidegger —los tres de Alemán, anudados a partir de Lacan, su cuarto término— con rigurosa libertad, autorizando el pensamiento: es una invitación a salir de la bostezante comodidad que implica replicar los dogmas que nos han impuesto. Su lectura, singular, avanza en primera persona sobre terrenos tan resistidos como fértiles. Es una lectura de la coyuntura y en la coyuntura, una lectura implicada y advertida.
2.
La izquierda lacaniana sitúa que, frente a la imposibilidad de que la sociedad se reconcilie consigo misma, siempre podemos pensar el advenimiento de un evento, real, que perfore la —siempre frágil— estabilidad de la realidad. Frente a ese “hecho político”, el saber hacer que implica la política podrá leer aquello que irrumpe desde posiciones conservadoras y defensivas, o podrá resolverse de otro modo, hacerse cargo del impacto, desde el trasfondo de la no-garantía.
Podemos leer las huellas de aquellas formulaciones iniciales en su último libro, Capitalismo: crimen perfecto o emancipación, recientemente publicado por Ned ediciones, cuyo intento por delinear una hipótesis de la emancipación se ubica en un contexto en el que, como dijera alguna vez Fredric Jameson, parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. La reproducción ilimitada del capitalismo, su falta de punto de anclaje —esa circularidad tan acertadamente situada por Lacan— conlleva la dificultad de nombrar su “después histórico”, su exterior, aún cuando afirmamos su carácter no eterno y contingente.
En este contexto, muchos autores describen lúcidamente la producción de una subjetividad neoliberal: sujetos que se sienten libres explotándose a sí mismos, atados a la lógica del rendimiento empresarial, sujetos deudores y culpables, que nunca dan la talla, desconectados de sus legados simbólicos e históricos. Con estas coordenadas podemos leer, por ejemplo, el modo en que ciertos políticos y comunicadores nos machacan a diario respecto a la fiesta y el derroche del que hemos formado parte; nos creímos que podíamos acceder a ciertos derechos pero no: somos culpables y ahora debemos pagar a través de la restricción y el ajuste. Nos machacan y nos convencen.
Entonces, se impone la pregunta: “¿el bicho humano se ha convertido finalmente en el resultado más logrado del capitalismo?”. Alemán parece coincidir con el diagnóstico sobre los intentos tenaces del neoliberalismo para capturar la subjetividad, pero su pronóstico no se acomoda en el cinismo ilustrado: el riesgo del pensamiento —nos dice— es intentar decir algo sobre lo que puede sustraerse a esa potencia ilimitada. Incauto respecto a lo real —siempre contingente—, sitúa las prácticas emancipatorias como opción ética frente a lo que el autor denomina “el crimen perfecto”: si el capitalismo impone nuevos mandatos, nuevas servidumbres, nuevos “encuadramientos mentales y corporales”, consumando la tan proclamada captura de la subjetividad en el circuito de la mercancía, el psicoanálisis nos permite pensar que aún hay algo en la constitución del sujeto en tanto hablante, sexuado y mortal que no puede ser integrado por completo en las redes del capital.
Este ensayo nos recuerda que la dominación del capitalismo tardío no se sostiene sólo mediante los aparatos ideológicos, las técnicas disciplinarias, las redes sin límites del mercado: todo eso es insuficiente, nos advierte el autor, si no se tiene en cuenta “la propia constitución turbulenta del sujeto y su oscuro modo de gozar”. Una lógica emancipatoria no puede eludir entonces las “malas noticias” que nos trae el psicoanálisis ni dejar de sostener la actualidad del legado de Freud, quien inauguró una experiencia de escucha que permite ubicar en el sujeto lo que “hace objeción”, lo que no se integra a los imperativos de la época, lo que resiste a las mutaciones de la historia.
3.
Alemán interviene en el discurso de la izquierda marxista para introducir a partir del término —por cierto indefinido— emancipación, la posibilidad de un duelo por la “Revolución”: si no hay sujeto históricamente determinado para encarar la contraexperiencia del neoliberalismo, es porque ese sujeto está siempre por advenir. Es en este contexto en el que el tan denostado significante “pueblo” adquiere su valor a partir de la sumisión a las condiciones contingentes que dan lugar a su construcción. Alemán apela a la posibilidad de un colectivo que no suprima la singularidad, sino que la implique en la experiencia de lo común.
A partir de esta apuesta, el autor introduce el populismo como “el emergente eventual de las fallas del discurso capitalista”, embarrándose en la actual “guerra de posiciones” en torno a ese término maldito para dar combate y no cederlo a los movimientos neofascistas que promueven la xenofobia y el odio a lo diverso en función de su anhelo por eliminar a “los que sobran”, los que no se acomodan del todo al programa neoliberal. Lacan afirmaba, vaticinando la cuestión del racismo, que “nuestro porvenir de mercados comunes encontrará su contrapeso en la expansión cada vez más dura de los procesos de segregación”. Hoy, los proyectos nacionalistas refuerzan la propia identidad —ilusoriamente constituida como una totalidad plena— a partir del rechazo a lo extranjero. Este rechazo se conjuga con elementos que la tradición racionalista pretendió excluir de la política: el odio, la pulsión de muerte, las identificaciones, reaparecen, gravitan y se articulan a nuevos (y peligrosos) modos de hacer en la política.
El gesto de Alemán consiste en disputar el sentido del término populismo, no cederlo a la ultraderecha: es un gesto teórico, político y ético. Con Laclau —y contra Laclau—, el autor afirma que el populismo “sólo debería designar un proyecto popular de izquierda con vocación emancipatoria”, una construcción antagónica al capitalismo, que invente un sujeto político -siempre heterogéneo, frágil, en las antípodas de cualquier proyecto identitario-. La derecha hace otra cosa, el fascismo hace otra cosa.
Entonces, si podemos sostener que “un proceso político hacia la emancipación se abre a sus verdaderas posibilidades de transformación si no retorna constantemente a la identidad y a la consistencia que lo clausura”, las luchas feministas podrán ocupar un lugar fundamental en proyectos emancipatorios siempre que se advierta que ninguna práctica en sí es intrínsecamente emancipatoria.
Me gusta mucho el planteo de las autoras de Feminismo para un 99%. Un manifiesto, que en línea con otras propuestas teórico-políticas dentro del movimiento feminista, denuncian un feminismo liberal, corporativo, que representa una visión absolutamente funcional al avance del capital y al crecimiento de las desigualdades. Una visión mercantil del empoderamiento femenino, carente de sensibilidad de raza o de clase: un feminismo autónomo que nos separa de otras luchas anticapitalistas, un feminismo que sólo se ocupa de “cuestiones de mujeres”, un feminismo que llega a extremos biologicistas para apartar de la discusión y de la disputa a cualquiera que no posea genitales femeninos. En definitiva, un feminismo que no dejará de ser un movimiento separatista e identitario.
Entonces, un “feminismo de contragolpe”—-siguiendo a Arruzza, Bhattacharya y Fraser—, o un “feminismo populista” —siguiendo a Alemán—, desplegará toda su potencia emancipatoria en la medida en que pueda articular con otras luchas en torno a diferentes formas de subordinación. Articular no implica homogeneizar: se trata más bien de rescatar la potencia de lo heterogéneo, sin anular la tensión entre la equivalencia y la diferencia.
Si el feminismo introduce en la escena política la diferencia sexual, el deseo, el amor, la disidencia y la desnaturalización de los roles prefijados para la mujer, debe advertir el riesgo de devenir un discurso normalizador y moralista, al pretender imponer formas correctas de amar, desear, y decir. Alemán cuestiona el llamado “lenguaje inclusivo”, cuya pretensión de incluir “todo” en lalengua constituye un “espejismo positivista y totalitario que puede dar lugar a nuevas formas de segregación”.
Estrictamente lacaniano, Alemán nos invita a complejizar las nociones de machismo y patriarcado; a pensar qué sucede cuando el capitalismo se “lleva por delante” el Nombre-del-Padre dando lugar a formas de violencia —no sólo hacia las mujeres— más ligadas a la impotencia que a los semblantes; a separar la posición femenina (el no-todo como elemento crucial para un proyecto emancipatorio) de la lógica histérica; a advertir que ninguna formación de género podrá cancelar la división estructural del sujeto ni liberarse de la no-relación sexual.
Si, como escribió Gramsci, “el único entusiasmo justificable es el acompañado por una voluntad inteligente, una laboriosidad inteligente, una riqueza inventiva de iniciativas concretas que modifiquen la realidad existente”, el trabajo de Jorge Alemán asume este entusiasmo, propio del deseo, rescatando las experiencias del amor, de lo político, de la invención poética -experiencias que el capitalismo rechaza- para evitar que el crimen sea perfecto.
Capitalismo: crimen perfecto o emancipación
Jorge Alemán
Ned ediciones, 2019
192 páginas
(Imagen de portada: Diana Dowek)
Etiquetas: Águeda Pereyra, Ernesto Laclau