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Por José Luis Juresa
Lejos, lejísimos de entender lo que comúnmente se interpreta por “política”, esa política desgastada por la continuidad del verso vacío y las promesas que todo el mundo sabe que no serán cumplidas, esa política de la masturbación que no admite ninguna discontinuidad del goce del Otro del que el sujeto a-político se hace alegremente objeto en continuidad, muy lejos de todo eso, para Ranciere, los momentos políticos son el efecto de una discontinuidad, en primer lugar.
Esa discontinuidad es la que Lacan trabaja a lo largo de todo su trabajo acerca del inconsciente. El inconsciente, como acontecimiento, es ante todo discontinuidad. La discontinuidad del inconsciente tiene que ver con la máquina de interpretar, porque el inconsciente es un saber que interpreta. Del inconsciente al nivel que lo planteamos, el acontecimiento es marca, es decir, discontinuidad del saber, aun siendo inconsciente.
Como discontinuidad en el saber, es allí donde el inconsciente –como saber– “se discontinúa”, del mismo modo en que se discontinúa la producción de una fábrica respecto de un producto. Es en esa discontinuidad –que en el caso del acontecimiento político, hablamos en este caso política del psicoanálisis– que se puede puntear una marca. Es lo que todo acontecimiento decanta: una marca, pero la marca no es saber, sino “trauma”, algo que roza al viviente para que en torno a esa marca se organice todo un saber, es decir, un sistema, una realidad de la marca. Es de esa manera que se liga la realidad al cuerpo, y es de esa manera en que el viviente pasa a “vivir”, es decir, a ser plausible de alguna conciencia acerca de la vida y lo que eso representa para cada sujeto. Cada cual, con sus marcas, podríamos decir.
¿Qué pasa con “la realidad compartida”?
Cada cual con sus marcas, en el lazo social, puestas en juego a través de un saber que se hace presente como “vida”, es decir, ese saber ligado a la marca que se desliga del saber del amo, del saber identificatorio, del saber que no se comparte sino que es un saber alienante, en el que cada cual desaparece en sacrificio a la supervivencia del ideal identificatorio, y que Freud denominó “fenómeno de masa” o “psicología de las masas”, esa realidad de las diferencias en lo social, esa es una “realidad compartida”, y es en ese juego que acontece “lo político”. En el fenómeno de masa, de carácter totalizador, que no es lo mismo que “la comunidad”, allí, se produce esa continuidad que aborrece de la marca, del trauma que actualiza la discontinuidad del saber. El saber jamás abarcará esa marca en el cuerpo desprendida del viviente pero muda en su soledad de marca, sin saber. La “realidad compartida” claramente no es la de la masa, en la que las diferencias desaparecen en aras del ideal. La realidad “compartida” es la realidad de las diferencias, de las verdades a medias, de las ficciones en conflicto con las que cada sujeto hace su política de vida y construye su “saber vivir”. Eso va configurando una relación “sensible” con el “todos” de la comunidad, en la que ésta ya no se vuelve un sitio aplastante u agobiante del sujeto, en la que éste no respira y solo sabe de su anulación por el “todos” que más se parece al “todo” de la masa que al “todos” de la comunidad.

En Momentos políticos (Capital intelectual, 2010), Ranciere define un momento político como la interrupción de la “temporalidad del consenso” por una fuerza capaz de actualizar la imaginación de la comunidad allí comprometida, oponiendo otra configuración de la relación del “uno” con el “todos”. Efectivamente, una nueva relación entre lo universal y lo particular, basada en las diferencias del “saber vivir”, es decir, en las diferentes realidades que se constituyen en torno a los cuerpos. En este caso, los cuerpos no desaparecen, sino que reaparecen, ya no por medio del síntoma. ¿Utópico? Tal vez, pero sucede, porque es la contingencia de lo que sucede sin cálculo. Eso es lo que marca el acontecimiento: la irrupción de lo incalculable.
La vida intelectual
Hablábamos del saber vivir ligado a la “marca”, y a esta como punto de discontinuidad del saber. Y tomando a Ranciere, subrayamos lo que llama “momento político” a la irrupción de tal discontinuidad, lo que nosotros homologamos a la irrupción de la marca, que es lo mismo que la irrupción del cuerpo desaparecido del saber que, metonimizado, se aleja del cuerpo hasta la alienación, casi como si esa fuera la condición: que cada sujeto se aleje de su “saber vivir”, o sea, se aleje de su propio cuerpo, de sus marcas, para ponerse al servicio de un saber alienante, el saber del amo con el que la masa se constituye como tal. Pues Ranciere propone lo que denomina “la vida intelectual” como un aporte a la continuidad del saber del amo que reacciona contra toda discontinuidad, que reacciona contra todo acontecimiento que desconfigura el saber establecido.
Esto significa que el intelectual o la “vida intelectual” es todo lo contrario de la vida. Ranciere dice que “la vida intelectual es como la vida de oficina o de fábrica” y que lo normal es que allí no suceda nada. O sea, que perfectamente el intelectual puede estar al servicio de que “no suceda nada”, en los términos en los que estamos trabajando aquí: en términos de acontecimiento. Para que cada quien salga de esos campos concentracionarios –del modo en que junto con Cristian Rodríguez conceptualizamos Auschwitz con Hiroshima, como los nombres de la lógica capitalista de acumulación y estallido– tiene que haber irrupción del sujeto político que sitúa esa discontinuidad que habla de la irrupción del sujeto del inconsciente, que ante todo, no es saber solamente, saber “no sabido”, sino irrupción de un vaciamiento de saber, de una desconfiguración del saber establecido que, posiblemente, la llamada “vida intelectual” desconoce.
En verdad, ya la frase “vida intelectual” es un contrasentido, porque es una vida cercenada y reducida al ámbito de lo mental. Es una vida que detesta las elecciones forzadas, porque la vida mental –que no es la vida de un intelectual– es una vida sin cuerpo, es decir, una vida que en el fondo rechaza el límite temporal de la existencia del cuerpo, de ese único cuerpo sobre el que la marca “fija” una posibilidad de vida. Y como posibilidad, ya no es la vida, sino una vida. Curiosamente, es hoy que el campo concentracionario capitalista ofrece y empuja a los sujetos vaciados de cuerpo a llevar adelante la oportunidad de tener la vida, del mismo modo que se ofrecen modos y programas que nos guían hacia esa la vida, sobre todo a través de la propaganda de mercado, sea la de productos de góndola como el consumo de propuestas de políticos “profesionales” que bien podrían habitar la góndola de un supermercado.
El Estado no se ocupa de los sujetos
Este punto es fundamental: lo que irrumpe sin cálculo y es acontecimiento, como lo es en psicoanálisis la aparición del sujeto y su corporeidad, jamás es un cálculo del Estado. Como lo dice Ranciere: el Estado no se ocupa de los sujetos. Hay acontecimiento político como irrupción de los sujetos en ruptura tanto con la ley del Estado como con la ley de filiación. La política entonces jamás provendrá –como acontecimiento político, como novedad en la comunidad– de la continuidad de la ley del Estado o de la ley de sangre o Filiación. Todo lo demás, la continuidad del sistema, los partidos políticos con su folclore repetido del mismo modo que el folclore de Boca-River, ese “más de lo mismo” notorio, cansador y previsible, no es más que “la vida intelectual” de la política en su continuidad sistémica, en su perfecto acomodamiento y hasta rechazo de toda novedad, siempre con el glamour bien perfumado de la delicadeza de la reflexión y del sutil encubrimiento pensado bajo la forma de la “reflexión” cuando en verdad no es más que cháchara subvencionada.

Y aquí Ranciere propone el término arjé, que según él significa “comienzo” y “comando”, lo cual, por lo menos a mí, me hizo pensar en la vivencia de satisfacción, es decir, la marca de la pulsión separándose de la necesidad. El arjé es el nacimiento que comanda. Y después dice que la política es lo que interrumpe la naturalidad de la dominación, operando una doble separación: separación del nacimiento consigo mismo y del comando consigo mismo. Vamos a decir que esto que señala es la pérdida de la identidad. El sujeto que nace no se identifica consigo mismo, ya que de ese modo dejaría de ser sujeto, y el comando se separa de sí mismo, porque no habría sino qué comandar.
Vayamos a la lógica lacaniana de la relación del S1 y S2. El S1 es el significante que se extrae del saber porque es marca, marca que comanda la relación con el saber, que no dejará de estar en relación a la marca. Esto significa que el saber que desarrolla el sujeto, en su aparición, estará siempre en relación a las marcas en el cuerpo, a las marcas que lo constituyen como tal y en relación al que el sujeto “nace”, o se efectúa. Todo el saber del sujeto será en relación a su cuerpo, por eso no será nunca un saber “de manual”, alienado, un saber universitario, de libro. El saber que se juega en un análisis es el saber que derivará en el “saber vivir” de aquel que no rechaza sus marcas, ni reniega de ellas. Que nos se refugia en el “que dirán” de un supuesto saber moralista sobre el buen comportamiento moral o el saber conducirse de las reglas sociales y la mirada acusadora. La política toca los corazones de los sujetos en la medida en que involucra ese saber que toca al cuerpo, sino es solo una estrategia del poder para seducir según las necesidades del sistema, hipnotizar, sugestionar con la maquinaria de propaganda, solo eso.
En primera conclusión
Esta doble división del comando y del sujeto desestabiliza la cuestión de la identidad política: no se trata de embanderarse en un color o en una bandera repitiendo hasta el hartazgo el canto de sirenas de la nada, sino de hacer de la política una lógica de la desidentificación en la que el acontecimiento, la novedad, provenga de allí, es decir, saliendo de la lógica de la identidad, poniéndola, a esta, fuera de toda lógica de acumulación de fuerzas, de institucionalización y de instauración de un poder. El tema de la emancipación se recupera como se recupera la caída de la identidad, tal como si uno se tuviera que vestir de gaucho para ser argentino.
Es posible dejar de actuar según una identidad forzada, enchapada desde afuera, solo por sostener prejuicios que favorecen a los factores tradicionales de lo anti-político, convirtiendo a la política en una lógica de buenos modales y de buen comportamiento. Está claro que lo político no pasa por allí, todo lo contrario, y que la emancipación de los sujetos vendrá de sostener lo que posibilita la desidentificación: el descentramiento de lo no pensado, de lo que no es calculado ni previsto, esa centralidad de lo que no cesa de no escribirse, lo Real.
Momentos políticos
Jacques Ranciere
Capital intelectual, 2010
147 páginas
Etiquetas: Jacques Lacan, Jacques Ranciere, José Luis Juresa, Partidos políticos, política