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Por Leticia Martin
En el marco de la Feria Internacional del libro de Rosario a la que fui invitada como autora y editora, participé junto a Pablo Colacrai (Rosario, 1977) de una actividad propuesta por Martin Berreta –organizador de lujo– que ya viene haciéndose hace varias ediciones de la Feria; y que implica la lectura cruzada de autores contemporáneos. Así fue que conocí personalmente y leí el último libro de cuentos del rosarino Pablo Colacrai, autor de Nadie es tan fuerte (Editorial Modesto Rimba) y heredero del taller de narrativa “Alma Maritano”. Conversando en el primer encuentro, en las reposeras dispuestas justo en el frente del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa en una tarde de marcha feminista en la Ciudad, y un hermoso clima cálido y otoñal, distendido como estaba, Pablo me contó la última clase que dictó con su maestra del “alma”. Para entonces él colaboraba con la tarea de dictar taller, lo que sucedía en la casa de la escritora que todos hemos leído en la escuela primaria. “Dio clases como siempre”; me dijo.
El relato fue respetuoso y estuvo lleno de palabras amorosas y elogiosas dispensadas a la que durante una década había sido su docente y maestra en el arte de narrar. Alma había estado apenas cansada esa tarde y había querido leer unos fragmentos de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes para dar la clase. Pero nada más. Nada hacía pensar que esa noche, después de escuchar las lecturas de sus alumnos y hacer las correcciones pertinentes, su vida terminaría de escribirse. Luego de que los alumnos se fueran, Pablo ordenó un poco los libros, le dio los medicamentos como hacía siempre; y se fue. A la mañana siguiente, recibió el llamado que jamás hubiera querido recibir. Alma había sugerido varias veces que Pablo sería su heredero simbólico y así fue que el taller continuó sin un nombre, unos meses más –cambiando de sede a la casa de Pablo– hasta que el homenaje decantó y el espacio fue nombrado: “Taller de escritura Alma Maritano”.
Pablo es un escritor oculto, algo alejado del bullicio porteño, docente, académico. Su libro de cuentos Nadie es tan fuerte, que leí de una sentada, fue finalista del Premio hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez; premio que debió haber ganado como dije en la presentación. En la narrativa de Colacrai, los diálogos nunca dicen solamente lo que se está diciendo. Por el contrario hay una tensión al mejor estilo Raymond Carver, herencia quizá, de su maestra; o fruto de sus lecturas. De prosa ágil y liviana, sus cuentos aluden diferentes formas de la memoria. Ya escribiré sobre el libro en otra nota. Ahora me interesa traerles algo de la discusión que planteamos en el intercambio que tuvimos la suerte de entablar en la Feria del libro de la ciudad que siempre estuvo cerca.

¿Cómo construiste a la narradora del cuento Algo es algo?
La historia de ese cuento es así. Una noche fuimos a cenar con Paula, mi mujer, a un clásico restaurante de Rosario. En medio de cena el mozo que nos atendía dejó el delantal y se puso a tocar el piano. Después siguió trabajando, como si nada. Yo sentí, de inmediato, que ahí había un cuento (era una época en la que escribía muchos cuentos, muchos más que ahora y se ve que eso me mantenía alerta). No sabía qué tenía que contar el cuento, pero debía haber una pareja y tenía que estar el mozo. En las primeras versiones el narrador era una voz omnisciente focalizada en el personaje masculino. Pero después descubrí que no, el cuento estaba en otro lado. El cuento era la chica de la pareja, el mundo de la chica. Entonces supe que ella tenía que contar la historia. De ahí en adelante hice lo posible por construir una voz femenina creíble convencido de que no era necesario recurrir a los tópicos clásicos de eso que se identifica, comúnmente, con el mundo femenino: nombre de telas, de perfumes, de flores, de prendas de ropa. Confié en que si lograba captar los miedos, las dudas y los deseos de la chica, el cuento iba a funcionar. Y en eso concentré todo mi esfuerzo.
En la discusión “todo es biografía” vs “todo es ficción”, ¿de qué lado te ubicás?
No le veo mucho futuro a una discusión planteada en esos términos. Tampoco le veo el sentido. Yo estoy convencido de que ni en un extremo ni en el otro vamos a encontrar buena literatura. En el caso de los cuentos que yo llevo escrito hasta ahora, la mejor forma de pensar la relación entre biografía y ficción, o entre experiencia personal y literatura, es la figura de los “vasos comunicantes”. Entre esos dos polos existen “vasos comunicantes” que filtran la experiencia, la convierten, la transforman. Para mí, cuando eso que llamamos, con cierta inocencia, “vida real” pretende ser parte de un cuento tiene que pagar un precio; ponerse al servicio de lo que el cuento quiere contar. A la hora de escribir ficción, las que mandan son las reglas de la ficción. Y la realidad no las conoce. Ahora bien, una vez dicho esto, debo confesar que gran mayoría de los cuentos que escribo tienen un disparador que proviene de la experiencia. Pero después, ese chispazo fortuito que gatilló el cuento, debe recorrer un largo trecho hasta poder entrar y acomodarse a la ficción. A veces no lo logra y termina quedando afuera del texto. Otras veces, son tantos los cambios que sufre en el camino que se vuelve irreconocible.
¿Qué dispara tus relatos y cuánto tiempo te demorás en terminarlos?
Como decía antes, la mayoría de los relatos tiene disparadores en la experiencia o en los recuerdos. Son acontecimientos, frases, acciones o atmósferas que me interesa recrear. No replicar, no transcribir, sino recrear, volver a crear. Una vez que detecto eso o, mejor dicho, cuando algo así me hostiga y me pide ser narrado, empiezo a preguntarme qué historia puedo contar. Cuál va a ser el cuento. La anécdota, los gestos, las atmósferas, no son el cuento. El cuento es otra cosa, más intensa, más compleja, más enigmática y a veces tardo mucho en encontrarlo y la nota se añeja en mis cuadernos. Otras veces tengo más suerte y logro rápidamente ver qué es lo que se puede contar con ese insumo y me pongo a trabajar. La escritura del primer borrador puede llevarme unos pocos días. Pero entre ese primer borrador y la versión final, la que estoy dispuesto a publicar, pueden pasar decenas de versiones y varios años. Soy de los escritores que creen que los textos no terminan nunca de corregirse. Y de los que disfruta ese proceso todavía más que la producción de primer borrador. Corregir es una de las cosas que más me gusta en el mundo. Así que no me apuro en declarar un texto terminado. ¿Para qué?
Etiquetas: Alma Maritano, Leticia Martin, Literatura, Pablo Colacrai