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Por Guillermo Fernandez
Lo digital no cesa en provocar la atención a los usuarios. Ya pasó de largo el hecho de inspeccionar el destino, seleccionar con un click y aventurar una pareja, un viaje a una zona insólita y un crecimiento económico. En estos momentos, la “audacia” consiste en avanzar en el tiempo a través de la tecnología. En ese caso, no hay un desplazamiento en el espacio terrenal. Es el tiempo en la vida el que se pone en juego. La edad y sus marcas, en otro tiempo, signos infalibles de los años, hoy se convierten en un pasatiempo para nada ingenuo. ¿Es el destino ser más “virtual” que “humano”? ¿Una pura tentación de una supuesta inmortalidad pasajera reflejada en la pantalla del Face App?
Al ser humano desde siempre lo acosan múltiples sospechas. La peor de todas es saber la condición de ancianos y, aún así, atreverse a modificar los rostros. ¿Por qué las redes estallan con caras cubiertas de surcos, cabellos tan blancos que hasta parecen simular a los abuelitos que traían los regalos como Papá Noel? Todo atrevimiento que escapa a la naturaleza amerita una reflexión.

Primero, habría que pensar si la ancianidad abandonó ese estado de “vergüenza”, un pudor que había que ocultar con ejercicio, cremas y conductas alimentarias. Vivimos en un mundo en el que bastante gente ha llegado a prohibir a sus nietos o nietas que los denominen “abuelos”. Se podría conjeturar, con rapidez, que la nueva cara del “adulto mayor” —expresión que ordena canónicamente el eufemismo verbal en marcha—, revelaría que la cara ajustada al deterioro ha dejado de ocultarse, por lo menos, para las “redes sociales”. En ese sentido, los hombres de distinta edad, que no se resisten a la tentación, posan, devenidos en abuelitos, retratándose para esperar ansiosos los likes y los comentarios de sus admiradores.
Conviviendo con esta idea superadora aparece algo todavía más importante y llamativo: se crean perfiles que se asemejan a actores. Es cierto, la distorsión del rostro va acompañada por el hecho de cómo aparecen en las redes los actores ya grandes. Algunos ejemplos van en ayuda de esta primera postura del usuario que intenta recrearse en pos de una victoria. El ejemplo digno de notarse es Clint Eastwood, un gigante inmenso que pese a los demasiados años conserva “su estatus viril” y un talento que seduce. Su par femenino podría ser Jane Fonda, con sus ochenta y un años. Ellos podrían llegar a ser, acaso, dos paladines en la “lucha contra el tiempo”. Otro ejemplo más a seguir es el de la actriz francesa Catherine Denueve que, en contra de los años, actúa ¡y cómo! en La última locura de Claire Darling de la directora Julie Bertucelli.

Resulta evidente que la dignidad del celuloide genera una galería de hombres y mujeres que lucen con orgullo su cuerpo y sus estrías: un desfile de estereotipos a través de los cuales la industria del espectáculo deleita. Y, por ende, como los medios producen “bellezas” no hay problema en proseguir en la vida real la ficción de aquellos famosos que la filmografía no intenta disimular. Muy por el contrario: convierte al “hombre común” en puro espectáculo. Para aquellos que no tiemblan en seguir las instrucciones del Face App e ignoran que los datos que aportan sirven a un depósito de información, el ciberespacio ha dado un gran paso: ha colaborado con el hecho de que el hombre y a la mujer se reconocieran como grandes y ellos mismos pudieran realizar su “metamorfosis” sin problema alguno.
Ahora bien, ¿todo el Face App es una perfomance de puro entretenimiento y alegoría del narcisismo?

En principio, se entiende que lo virtual nunca abandona el atributo de dinámico. Nada en la pantalla permanece demasiado. Dura tanto como el aburrimiento y la necesidad de poner en marcha un programa superador para no distraer la atención del público. Pero, en esta marcha incansable de los seres que dominan el espacio virtual, siempre hay una advertencia, una cornisa por la que circula la novedosa diversión.
La plataforma de “pseudo veteranos”, que estimula Face App con ingenio, también disciplina y ubica un orden tan natural como las arrugas en la frente y la visibilidad de la piel no firme. Por más retrato programado desde el ciberespacio, la aplicación agrupa y sostiene la juventud. Ellos son los únicos que pueden adelantarse a un tiempo al que, por el momento, no van a disponer como meta. Están lejos de eso que, por otro lado, no es más que deterioro.

Aquí, el juego es efímero y la victoria nunca deja de tomar partido: ¡joven, perteneces al bando que corresponde! ¡Falta mucho para que llegue tu turno!
Etiquetas: Catherine Denueve, Face App, Guillermo Fernandez, Internet, Juventud, Vejez
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