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Por Juan Manuel Ferreyra
I. Flexibilidad y riesgo en el Capitalismo Tardío
Estamos presenciando una era en la que se van dejando atrás las concepciones clásicas de la actividad laboral propias del Estado de bienestar, del capitalismo industrial y de la sociedad salarial, escenario que en definitiva entró en crisis en la década del 70’ y que cedió el paso a lo que Robert Castel denominó “capitalismo flexible” (neoliberalismo, en una nominación más familiar para nuestros días). La flexibilidad ya consolidada en el Siglo XXI recae sobre las alteraciones constantes y las situaciones amorfas e inestables de las relaciones laborales.
Cada vez se hacen más explícitos los riesgos potenciales originados en la propia sociedad capitalista, explicitados en el actual estadio del capitalismo financiero, como consecuencia de la ruptura de las garantías de protección y regulaciones de instituciones modernas clásicas como la asociación profesional, las redes de reciprocidad o incluso el Estado; generando que el sujeto se encuentre ahora sólo, desarraigado de cualquier institución que lo contenga, y sin ninguna concepción certera de su porvenir socioeconómico.
II. Las Economías de Plataforma
Conceptos como inestabilidad, incerteza y riesgo nos pueden servir como perspectivas para analizar el fenómeno relativamente reciente de la llamada “Economía de Plataforma” o “Economía Colaborativa”. Ésta consiste en servicios que los usuarios consumen por medio de plataformas digitales, y en donde trabajan empleados “colaboradores” encargados de prestar dicho servicio al consumidor.
Las compañías más reconocidas que se desempeñan en Argentina son Uber y Cabify, encargadas de brindar el servicio de transporte en auto de pasajeros, como también Pedidos Ya, Rappi y Glovo, las cuales realizan repartos, especialmente de comidas, a domicilio en moto o bicicleta. Este fenómeno en expansión aparece como causa del creciente proceso de digitalización en la economía (o “uberización de la economía”), y como parte de la colonización de las prácticas sociales por parte de las nuevas tecnologías.
Como es sabido, los trabajadores de estas plataformas de servicios realizan sus actividades sin sueldos fijos, sin seguro de riesgo, sin límite de cantidad de horas máximas y sin derecho a descanso; también deben aportar ellos mismos los medios de trabajo como las bicicletas, motos o autos (en el caso de repartidores y choferes), sus teléfonos celulares y el saldo de los datos móviles necesario para utilizar las aplicaciones y los mapas satelitales. De esta forma, las empresas se reservan a otorgar todo tipo de garantía económica y social a sus empleados, quienes cada vez tienen menor seguridad sobre sus situaciones laborales. La precarización asecha permanentemente detrás de un modelo flexible, individualizado y desligado del compromiso socio-laboral.
III. El trabajo “libre” y el fin del compromiso empleado-empleador
Actualmente las excesivas alusiones de marketing que constantemente se hacen sobre la idea de ser independiente, freelancer o de “ser tu propio jefe” enfatizan la posibilidad de que cada uno pueda moverse constantemente sin ninguna atadura particular, sin la “rutinización” de un trabajo monótono, aburrido y dependiente. Por otro lado, esto plantea el fin del compromiso laboral entre el capital y el trabajo, es decir, el fin de los lazos recíprocos entre la empresa y los empleados, como consecuencia de la falta de participación de aquella por sobre las responsabilidades sociales. El gran dilema entre libertad individual freelance y precarización tercerizada parece potenciarse más que nunca con el desgaste del modelo de sociedad salarial.
Las mismas compañías de aplicaciones difunden estos ideales, por ejemplo, ante la posibilidad de elegir los horarios y de trabajar “por cuenta propia”. La concepción no es que uno trabaja para la empresa o para los comercios (en el caso de los repartidores), sino que “colabora” prestando servicio a los usuarios a través de la aplicación. Como consecuencia de ello se van suprimiendo las garantías del propio trabajador a partir de las privaciones de sus derechos laborales. El empleado subcontratado finalmente termina quedando en una posición intermedia entre su prometedora capacidad “independiente” y la efectiva dependencia frente a un empleador invisible, inmaterial, virtual y desterritorializado, que a su vez justifica su posición de irresponsabilidad ante las condiciones de sus empleados.
IV. Dispositivos de control: amenaza y vigilancia digital constantes
La inexistencia de indemnización por despidos y la libertad de estas empresas de deshacerse de empleados ineficientes que no cumplan con requisitos diarios, como el límite necesario de viajes, instituyen una sensación de amenaza constante. Una costumbre frecuente de estas empresas es la de “bloquear” indefinidamente a sus trabajadores sin justificación ni aviso previo, imposibilitando la continuidad de su actividad (es decir, dejando de existir virtualmente). En vez de representar un medio de realización personal, social y económica, el trabajo termina pareciéndose cada vez más a un juego en donde se otorgan premios y castigos.
En los tiempos del capitalismo flexible tanto nuestras relaciones cotidianas como la vigilancia se hayan desancladas de los espacios particulares y materiales, lo que nos da el indicio de que en todo momento podemos ser controlados desde dispositivos digitales, sin la necesidad de compartir la presencia en un determinado lugar físico con nuestro vigilante. El control constante e impersonal representa el fin del panóptico clásico como forma de vigilancia propia de la modernidad, traducida en una sociedad disciplinaria basada en la co-presencia espacio-temporal entre el dominante y el dominado, tal como lo concebía Foucault. En contraste, tenemos el modelo que Deleuze llamó “sociedad de control”, donde la automatización omnipresente, desde dispositivos tecnológicos y pantallas, viene a reemplazar el viejo predominio de obediencia y disciplina directa frente a un orden exterior. En sus trayectos los empleados son seguidos satelitalmente y son medidos cronométricamente en todo momento, siendo observados sin saber quién los observa, pero también sin saber de dónde se los observa. Estando sometidos a prescripciones y dependencias tecnológicas desde centros de poder “invisibles”, los empleados terminan siendo cuantificados y reificados como agentes controlables dentro del espacio tecnocrático virtual.
V. Un régimen de movilidad
La inestabilidad de este tipo de trabajador de servicio refleja también la inestabilidad de nuestra era, de nuestras relaciones interpersonales, y de toda sensación de seguridad ya sea económica, política o social. El capital no se queda fijo a nada, ya ha abandonado sus últimas vinculaciones al espacio físico y al Estado, y frente a ello pretende que todos se adapten a este ritmo cambiante, efímero, excesivamente fluido. La movilidad recae también en los sectores subordinados quienes, incapaces de adaptarse exitosamente a la lógica móvil del capital global, como menciona Bauman, anhelan desesperadamente que sus vulnerables y frágiles posesiones y seguridades puedan tener durabilidad.
Este nuevo campo laboral determinado por las nuevas tecnologías y desde hace tiempo llamado de muchas formas (“nueva economía”, “revolución informática”, “trabajo inmaterial”, etc.) se diferencia del trabajo funcional a la producción industrial estandarizada y abre paso a una movilidad generalizada. Se proyecta en el eterno ir y venir que estos nuevos proletarios de empresas de aplicaciones deben realizar sin descanso, imagen que representa análogamente la movilidad frenética del capital digitalizado y globalizado. El esfuerzo físico de los empleados, la gran mayoría de las veces mediante tracción a sangre, parece tener que adaptarse a la frenética fluidez digital que estas apps representan, al prometer servicios instantáneos con solo apretar un botón desde la comodidad de nuestros hogares.
VI. Reflexiones finales.
Éste podría ser el destino que les depararía a los nuevos trabajadores de aplicaciones móviles: la completa incertidumbre en sus viajes de un destino a otro, en sus salarios, en su duración en la empresa, en sus rendimientos, en su salud y hasta en sus propias vidas; a partir del argumento de desempeñarse de manera libre, mejor dicho, siendo obligados a estar libres de protección.
Sin embargo, cabe rescatar los episodios de manifestación que estos empleados han comenzado a llevar a cabo, al denunciar las paupérrimas condiciones a las que son expuestos. La unión colectiva emergida de estos empleados podría representar una resistencia ante una lógica individualizada que niega todo tipo de regulación y prestación laboral; como también un medio para reafirmar su condición de trabajadores vivos y humanos, ante una lógica de automatización digital.
Etiquetas: Bauman, capitalismo industrial, Juan Manuel Ferreyra, Plataforma, Robert Castel, Trabajo