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23-07-2019 Notas

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Por Marina Esborraz y Luciano Lutereau | Bordados: Sheena Liam

“La noche que dejaste de actuar
sólo para darme amor
y yo vi tu corazón brillante sobre el mic en una mano
y ausente de las cosas pensaste en dejarlo
y tirarlo junto a mí.”
Brillante sobre el mic, Fito Páez

1.

Una coordenada del sufrimiento de muchas mujeres hoy en día es el malestar que se les juega cuando salen con tipos que, por ejemplo, no quieren acompañarlas a una reunión familiar. Ni hablar un viaje. En lo concreto esto también se manifiesta en que a veces ellas se encuentran pagando salidas y que ellos no se inmuten. No es por la plata. No es que ellos sean avaros. Ni obsesivos, de esos que al principio invitaban todo y después sacan cupones para todo. Tampoco estas mujeres son histéricas quejosas de no sentirse deseadas si el otro no se sacrifica por ellas. Son mujeres desconcertadas ante varones a los que no les gusta “poner”. Poner la jeta, la tarasca, poner… Quizá por eso la impotencia es un síntoma frecuente en varones de este estilo, a los que nada les falla en lo orgánico. 

Varones desligados de la potencia. Cuya otra cara es una intimidad consecuente: nunca una cena afuera, una caminata en un espacio público, una foto en una red social, como si se mantuvieran ajenos al compromiso, porque ¿no es poniendo que hay compromiso? El problema es que ni siquiera reconocen la deuda que se desprende de estar con otro. ¿No es por eso que un varón pone? Al contrario, el varón contemporáneo es que el cree que se puede no deber nada. Se hace imprescindible pensar una hipótesis para explicar esta posición subjetiva.

2.

Una mujer vino a consulta por una crisis de pareja. Ella tuvo una importante oferta de trabajo y su novio no se lo bancó. Al principio se enojó, sintió que él no la acompañaba, incluso fue a ver a una referente de un espacio de mujeres del que participaba y, curiosamente, ésta le respondió: “No metas al feminismo en este quilombo que no tiene nada que ver” y le sugirió que fuese a un analista —quizá porque notó que fue a verla para que otra mujer la justificase—.

Hasta hace un tiempo la tensión entre la realización pública y el deseo en la vida privada era un conflicto típico de los varones. Esa palabra usó ella —deseo— para referirse a que nunca había pensado el amor como algo que pudiera estar de otra forma que supeditado a su vocación. ¿Serán muchas (o cada vez más) las mujeres que hoy viven conflictos que antes pensábamos como estrictamente masculinos porque los vivían principalmente los varones? Y si el conflicto no es masculino, sí lo es responder en términos de una renuncia: tiene que limitar su vida laboral si no quiere perder su amor. Esta mujer contaba lo tonta que se sentía por siquiera pensar algo así, en un contexto en que otras mujeres le decían que él era un egoísta —por eso la envidia nunca tuvo género— . Por suerte su referente fue más inteligente y sensible, es como si le hubiese dicho: no uses el feminismo para hacerte una visión conformista del otro y fíjate qué deseo se te juega ahí. “La noche que dejaste de actuar sólo para darme amor” —como le cantó una vez Fito a Fabi— ya no es una forma obligada de subjetivación femenina.

3.

¿Qué quiere decir que la histérica usa al Otro como excusa? Quiere decir que la histeria reprime el acto atribuyéndoselo al otro. Por ejemplo, el encuentro con la sexualidad fue demasiado pronto, ¡por culpa del Otro! Ya fuera por su torpeza, precipitación, brutalidad, etc. En fin, las neurosis reprimen el acto. Esto es lo importante. Y la diferencia sexuada depende de cómo responder al acto: los varones simbolizan el acto, se identifican con él, es decir, les genera conflicto. Mientras que las mujeres… ¡también! Hoy en día es cada vez más frecuente esa posición. No es que antes las mujeres no actuaran, es que no se identificaban con el acto; incluso hacían muchas más cosas que los varones, ¿quién duda de que las mujeres siempre fueron más potentes que los varones? El punto es que no padecían conflictos de potencia. Hoy en día sí. Por eso a veces se neurotizan a la masculina, es decir, se obsesivizan. Pero es un semblante nomás. Es que no son histéricas, sino que sufren el acto —lo reprimen muchas veces— por la vía de la justificación y esa es la forma obsesiva por excelencia. Pero no es suficiente.

4.

La neurosis, tanto histeria como neurosis obsesiva, pueden definirse como conflictos entre el deseo, el goce y el amor. Y eso que llamamos amor se presenta dentro de coordenadas que pueden ser muy distintas, porque es permeable a la época que establece sus modos y condiciones. El llamado amor romántico no es lo que hoy prevalece, hoy estamos ante una nueva modalidad de lazo amoroso que podemos llamar “postamor” o “amor del siglo XXI” determinado por múltiples condiciones, y es por eso que la clínica se nos presenta con otros matices. 

La histeria que respondía con síntomas a la demanda amorosa, y que tiene en su base la defensa frente a la fantasía de seducción, hoy se presenta como reivindicativa o también bajo la forma de la desmentida (por lo tanto distinta de la represión). Son quienes dicen: “Sé que es un idiota, estoy harta de su maltrato, pero lo quiero”. La maniobra de ubicar allí algún efecto de división subjetiva no tiene asidero. Al contrario, culpabiliza. 

En otros tiempos nadie cuestionaba que una mujer sufriera por amor. Hoy, además, a ese sufrimiento se le suma la culpa por sufrir, porque las chicas/mujeres cool no deben hacerlo: “Es un boludo, ya fue”. Este consejo puede venir muy bien por parte de una amiga en alguna ocasión, pero un análisis es otra cosa. Es poder leer que estos conflictos generan relaciones dependientes y una obsesivización del pensamiento que se parece a la obsesión sin serlo. Y que pensar la clínica a la luz de los conflictos amorosos de hoy nos orienta hacia eso que seguimos llamando “el bien decir”.

5.

Otra variable habitual en el análisis de muchas mujeres es descubrir que le echaban la culpa a sus parejas por cosas que no se animaban a hacer. Por ejemplo, una temía manejar por miedo a que su marido se enoje si le pasaba algo al auto. En determinado momento se dio cuenta de que era una fantasía, no sólo porque chocó y no pasó nada, sino por el sentido que manejar tenía en su vida: asumir una posición pública. Algo semejante le pasó a otra con vivir de su profesión, en la medida que le atribuía a su pareja prohibiciones que —con el análisis— pudo advertir que sólo ella erigía (y que el otro a lo sumo confirmaba, como cualquier gesto puede confirmar una fantasía). El núcleo de la cuestión es la relación de las mujeres con el acto, cuando tradicionalmente los varones eran los que exclusivamente se realizaban públicamente a través de asumirlo. 

En análisis, para muchas mujeres este paso era vivido como una pérdida de la feminidad o como una traición culposa hacia la madre. Mil situaciones van en esa dirección: la dificultad de reclamar un pago, el no saber qué hacer con el dinero más que gastarlo, etc. En este punto, después del feminismo la presentación de las mujeres en análisis cambió muchísimo y podemos notar cómo ciertas coordenadas que se creían neuróticas, en realidad tienen que ver con modificaciones en el modo de vivir las posiciones sexuadas.   


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