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Por Leandro Germán | Foto: Daniel Baca
2019 y 2001. La actual crisis económica es la más importante desde la de 2001. Salvando las características específicas de cada una, tanto las elecciones de 2001 como las del domingo tuvieron a una crisis como telón de fondo. Ergo, si la votación del FIT no empardó la que tuvo la izquierda hace dieciocho años, estamos en presencia de un fracaso. ¡Economicismo!, exclamaría Lenin. Semejante caracterización pasa por alto que lo que ocurre con las mediaciones políticas es tan importante como las crisis mismas. En octubre de 2001, tuvieron lugar unas elecciones únicas. Repasemos algunos números. En Capital Federal, la izquierda en su conjunto sacó alrededor del 27% de los votos. Fue entonces que Patricia Walsh, candidata de Izquierda Unida, obtuvo su banca. Zamora obtuvo dos diputados (10%). Hasta el Partido Humanista (que superó al PO) estuvo cerca de meter un legislador. La fuerza más votada en el distrito fue la oficialista Alianza, que llevaba como candidato a senador al opo – oficialista Terragno. Pero sólo arañó el 20% de los votos. Quedó detrás del “voto bronca” (blancos y nulos), que literalmente “ganó” el distrito que sería la “capital” del 19 y 20 de Diciembre. En provincia de Buenos Aires, el PJ, que candidateaba a Duhalde al Senado, ganó cómodamente pero perdió cinco puntos porcentuales (37% contra 42%) respecto de las presidenciales de 1999 en que había sido derrotado (Duhalde perdió con De la Rúa tanto a nivel nacional como a nivel provincia de Buenos Aires, aunque ganó la gobernación con Ruckauf).
A diferencia de las del domingo pasado, las elecciones de octubre de 2001 estuvieron precedidas por una intensa lucha de clases, incluido un protagonismo de la izquierda que no se veía desde 1990. Con todo, en Capital Federal, la nota distintiva fue la explosión del caudal electoral de la Alianza, que pasó del 54% en 1999 al 20%. Sin ese estallido, no habría habido “voto bronca” ni, hasta cierto punto, voto a la izquierda, que, así y todo, hizo una elección extraordinaria sólo en Capital. El “voto bronca” fue un voto desencantado con la Alianza que “derramó” también, aunque en menor medida, hacia otras fuerzas políticas. Fue un voto contra la Alianza sobre las propias bases ideológicas (aunque no sólo ideológicas) de la Alianza. Fue un 1999 en 2001, de ningún modo un anti 1999. De este modo, el “voto bronca” legó su ambivalencia a los propios 19 y 20: anunció las jornadas de diciembre al tiempo que estableció sus coordenadas ideológicas. El domingo pasado, quien se ofreció como sucedáneo del voto oficialista desencantado fue Espert. Su elección fue mediocre. A diferencia de lo que ocurrió en 2001, cuando la Alianza perdió más de la mitad de su caudal electoral, el domingo pasado, el electorado macrista de la Capital Federal eligió morir con las botas puestas: Macri obtuvo el 46% frente al 50% que había obtenido en octubre de 2015. El macrismo se derrumbó a nivel nacional, pero no en el distrito. La izquierda no depende sólo de sí misma: es poco lo que puede hacer cuando las fuerzas patronales no son desgarradas. Esto es así porque la izquierda no llega “primero” al escenario político. Debe desafiar, siempre, la hegemonía de los partidos patronales. Debe disputar un lugar ya ocupado por otros. Si la votación de la izquierda no fue extraordinaria nada menos que a dos meses del 19 y 20 de Diciembre, ¿por qué habría de serlo ahora? La votación del FIT del domingo pasado no debería suscitar ningún “sobresalto cognitivo”. Con todo, es proverbial que el catastrofismo pierda de vista qué ocurre con las mediaciones políticas, que las “descuente” y que piense que vienen “por añadidura”. Pierde de vista, también, hasta qué punto su propia performance depende de ellas.
Otra modulación de 2001 en 2019 plantea que el domingo pasado fue un “19 y 20 electoral” (ambos derrotaron a un “proyecto de derecha”). A su manera, la tendencia del PO se afilia a esta tesis cuando afirma que el domingo pasado, la población echó mano al Fuera Macri que encontró en el camino. Alberto Fernández como candidato “en disponibilidad”. Se pasa por alto que la tesis del Fuera Macri “a mano” no es incompatible con la tesis de la contención sino su complemento: hubo Fuera Macri tal cual lo hubo precisamente porque hubo contención. Es la victoria de la contención, no su crisis. Se trata del triunfo de un Fuera Macri que inhibe la movilización en lugar de atizarla, algo que se comprueba por estos días. La paradoja es sólo aparente. La tendencia del PO plantea un nuevo 2001 al tiempo que afirma que éste ya se produjo. Por otra parte, y volviendo a la tesis original, las personificaciones políticas resultantes del Fuera Macri del domingo pasado y las del “Que se vayan todos” de 2001 no podrían ser más disímiles, algo que pasa por alto la imaginería “antineoliberal”: Duhalde, que aplicó un ajuste “keynesiano” (devaluación) a principios de enero de 2002 que ni la “energía liberada” pudo frenar, asumió sin “legitimidad de origen”, lo cual no significa que el poder simplemente le haya caído del cielo (hizo mucho para obtenerlo, lo cual no significa que hizo TODO); Alberto Fernández, que probablemente deba aplicar un ajuste similar, lo hará investido de la mayor legitimidad. Duhalde es un resultado “no buscado” (pero no por ello inevitable) de 2001; Alberto Fernández, la coronación del Fuera Macri “a mano”. Por eso mismo, la elección del domingo pasado (y la de octubre próximo) evoca la de 2011: la ilusión que precede al desencanto; del “vamos por todo” a la “sintonía fina”; y de su fracaso al triunfo de la derecha.
Una última modulación de 2001 en 2019 anticipa un 2001 contra un gobierno peronista. Es difícil: mientras haya grieta, no habrá 2001, por la sencilla razón de que 2001 fue la confluencia (objetiva, pero también, hasta cierto punto, subjetiva) de cosas que hoy se encuentran a un lado y al otro de la grieta. El triunfo de Alberto Fernández no es el fin de la grieta sino apenas la constatación de que con ella sola ya no alcanza.
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