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08-08-2019 Notas

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Por Cristian Rodríguez

Dos obras revulsivas

A las puertas de un nuevo capítulo en el tratamiento de la Ley por la Interrupción voluntaria del embarazo, el Aborto Legal Seguro y Gratuito, que el año pasado ya obtuvo media sanción en Diputados, ¿qué relación encontramos entre el Cristo Crucificado de León Ferrari y la Virgen Feminista o Virgen del Pañuelo Verde? En principio, la evidencia de ser dos obras censuradas, ancladas, eso sí, en una lógica que hacemos corresponder con el estado de excepción, como timón de los sectores más reaccionarios de nuestra sociedad entreverados en la organización de la dinámica social e institucional.

Decía, oportunamente, la nota de Pägina 12 escrita por Raúl Kollman: “Toda excusa es buena para censurar”, 18 de diciembre de 2004: “…la jueza Elena Amanda Liberatori no hizo ayer demasiado honor a su apellido y ordenó cerrar provisoriamente la muestra retrospectiva del artista plástico León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta. El fallo se asienta en un argumento asombroso: que las obras violan la vida privada de los ciudadanos porteños. Aunque la magistrada hace referencia a que se ofenden los sentimientos religiosos de los habitantes de la ciudad, el fundamento clave es que Liberatori da por hecho que la muestra, aunque funciona en un centro cultural, se mete en los hogares sea como sea y de esa manera constituye “una injerencia arbitraria en la vida privada” de los ciudadanos…”

Por otra parte, más que atentaciones contra la vida privada de las personas cristianas, parecen en verdad estigmas -si vale la expresión- de la vida eclesiástica y del cuerpo de la cristiandad. Virgen María que clama por los derechos de las mujeres e intenta discernir la continuidad o no de un embarazo. Cristo en la Cruz espeluznante de un caza bombardero norteamericano. Símbolos contemporáneos de la fe ciega en el capital omnisciente.

Sin embargo, estas obras se encuentran en una relación complementaria y de oposición dinámica: El Cristo es el objeto de la brutalidad del ejército invasor que sojuzga y mata -un émulo del pagano resplandor en Apocalipsis Now de Francis Ford Coppola-, en cambio la Virgen del Pañuelo Verde, la Virgen Abortera, es la actora y no sólo la testigo, victimizada en la cruel escena de la crucificción de los cuerpos de la cristiandad de occidente. En un caso, el del Cristo, éste es el objeto del fetiche, teorizando la tiranía estructural del falso discurso capitalista en relación con los cuerpos, anclado a las bombas y desfalleciente. León Ferrari, inteligentemente, elige a Cristo para hacer repercutir esta dolorosa cuestión por la cual el capitalismo intenta atarlo todo y sojuzgarlo a una lógica del Discurso Amo, encarnada en el poder militar. La Virgen del Pañuelo hace uso de esa dimensión fetichista para soltar en el objeto la proclama de su autodeterminación. Es en este sentido, una posición reivindicatoria y a un tiempo en su silente estampa, una declaración. La virgen lleva un pañuelo al modo de un velo, y ese velo está precisamente rasgado a la altura de su boca.

En ambas obras, la instalación de los lugares comunes del espíritu cristiano de occidente se hace visible tanto en la posición típica y vencida de Cristo en la Cruz, como en las manos imploradoras de María dirigidas al espectador. Pero no son más que esas superficies ligadas al consenso del código, para proponer allí otra cosa, una misma inquietud sobre lo establecido como norma y también como liturgia. El Cristo muere estampado ante nuestros ojos por el fuselaje y las alas brillantes, plateadas, del caza norteamericano. No faltan allí ninguno de los emblemas de su pertenencia de poder arrasador. La virgen se dirige a nosotros con una súplica que habremos de entender casi telepáticamente, su boca está presumiblemente liberada, que invitemos a la palabra dependerá de nosotros, si habremos de escucharla o no.

Cristo crucificado – León Ferrari

Cruzadas

Ambas obras nos interpelan muy directamente, y retoman, de algún modo, la lógica explícita de lo pecaminoso y redentor: Cristo muere por nuestros pecados, María implora por la suerte siniestra de su hijo abandonado ¿Seremos cómplices, una vez más? Sin embargo estas obras hienden los lugares comunes para proponer otra cosa: al modo aristotélico, una identificación con estas dos figuras objeto de los sufrimientos divinos, dándole así una dimensión humana que entonces se vuelve cosa a juzgar en el plano de la humanidad, por otra parte un distanciamiento sobre esa misma condición humana, por aquello que roza la inhumanidad: somos capaces de estas torturas cotidianas hacia nuestros semejantes, hacia nuestros pares, nuestros comunes de la humanidad.

En la misma dirección tenemos las consideraciones sobre la otra clausura, la de la Virgen del Pañuelo, reflejadas en la nota “Un intento de censura a la virgen del pañuelo”, escrita por Ailín Bullentini: “, Página 12, 12 de marzo de 2019: “… la imagen de la virgen luciendo un pañuelo verde integra una muestra compuesta por obras de 150 artistas y comunicadoras mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries de todo el país, que se inauguró la semana pasada en el Conti… desde su inauguración, el pasado viernes, comenzaron las presiones oficiales y extraoficiales para que sea removida. Ayer a la mañana, ante la amenaza de que grupos violentos acudieran al centro cultural “e intentaran quitarla por la fuerza”… Corvalán coincidió: “Las amenazas que hemos recibido son muy violentas, ninguna en tono siquiera negociador”, comentó. Los mensajes apuntan al centro cultural, pero también a la curadora e incluso a la artista, de la que se prefirió no difundir su identidad “por temor”. 

Nuevamente, los sicarios que en nombre del buen nombre y las buenas costumbres arrasan cualquier diferencia que se proponga a su discusión. La gravedad de este asunto llega a la problemática presunción bajo la cual el Estado Argentino es el Cruzado que atenta contra las libertades individuales que debería garantizar.

Continúa la nota: “… la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación se expresó a través de la red social Twitter. En tres posteos, se ubicó en el lugar de víctima de una supuesta “operación” y aseguró que de haber conocido el contenido de la exposición, la hubieran censurado. “Los elementos exhibidos en la muestra ‘Para todes, tode’ no representan manifestación alguna de la Secretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación”, sostuvo el organismo nacional. “Somos respetuosos del arte y de la libertad de expresión, pero no avalamos agravios ni ofensas que puedan afectar a instituciones o colectivos de personas y sus valores religiosos”, continuaron para luego cerrar el hilo: “No compartimos algunas manifestaciones y fuimos sorprendidos en nuestra buena fe, al disponer un espacio de un centro cultural público para la exposición de una muestra que contiene elementos ofensivos no informados previamente. Caso contrario, hubiésemos objetado su exhibición”.

Y en cada caso, la misma pregunta sutil y problemática, reformulada incluso en la extensión dialéctica de la obra de Nietzsche sobre ese “Dios ha muerto” y que el psicoanálisis conoce bien: “padre, ¿por qué me abandonaste?”, “padre, ¿no ves que estoy ardiendo?”, “padre muerto”. Su ausencia vale por una dimensión que el psicoanálisis desarrolla en el fundamento de la neurosis, la del fantasma del padre muerto. Pero hay algo más, inquietante, paseando su fugacidad, como una oportunidad de entenderlo, llegando desde el espejo invertido, esa posición con la que Lacan hacía corresponder, en el dispositivo transferencial de la cura psicoanalítica, la posición del analizante en la retroacción de sentido: ¿no es esta, acaso, la misma revelación del soñante del ejemplo de Freud en la Interpretación de los Sueños: “padre, ¿no ves que estoy ardiendo?”, para escuchar allí la responsabilidad de la función paterna en el devenir de lo humano. Si algo habremos de considerar en la muerte de un hijo, que no sea sólo la tradición moral de su devastación por los pecados universales, sino el paso lógico de su atravesamiento, el de lo resurrecto, lo renacido de algún modo que sea por la diferencia, en una instancia nueva, otra.

Apocalipsis Now Redux

Una vez más, reeditado el infierno, encontramos en las noticias cotidianas novedades sobre la “Virgen Feminista”, un dejá vú inquisidor al que este gobierno nos tiene acostumbrados. Página 12, 11 de mayo de 2019, bajo el título “Censura”: “… la censura de la Secretaría de Derechos Humanos es contraria a los derechos y garantías reconocidos en el bloque de constitucionalidad federal argentino. Desconoce el contenido y alcance del derecho a la libertad de expresión y artística, así como del derecho de la sociedad en su conjunto de acceder a expresiones culturales”. (Del comunicado del CELS al informar que representará a la artista Silvia Lucero, cuya obra “Maria Feminista” o Virgen Abortera” –la imagen de una virgen con un pañuelo verde– fue retirada de una muestra del Centro Cultural Haroldo Conti a causa de una medida cautelar presentada por un abogado antiderechos.”

De otro modo, sin revolvernos frente a esta andanada de las muchas variantes de la restauración conservadora, sólo queda suponer no otra cosa que esos dolores y sufrimientos infinitos: los de los mártires que mueren anónimos por las bombas imperialistas y la de las mujeres azotadas por el abominable secreto de corroer sus vidas en pozos de hiel, sin poder acceder a la inscripción jurídica y sanitaria que supone la legalización del aborto y de sus derechos individuales y subjetivos. Esa implicación: ¿por qué me abandonaste?, resuena profundamente en el corazón de la lógica voraz de este capitalismo contemporáneo, extemporáneo, transnacional, absoluto, expropiador, dictatorial y perseguidor, donde ya ni siquiera el Estado es el sucedáneo, al modo marxista, de esa fehaciente moral cristiana del control de las almas, sino por el contrario un estallamiento de la dimensión misma de Estado -¿por qué me abandonaste?- en los términos en los que ha sido pulverizada su presencia en términos de cierta garantía constitucional, humanitaria, social y jurídica. Este capitalismo transnacional, especulador y financiero, el que se cocinó a fuego lento desde la Escuela de Chicago y a partir de la posguerra de 1945, rompe con la noción misma de humanidad y lo que entendemos por solidario intercambio humano, sujeto en la alternancia y la reciprocidad.

Pero, sobre todo, tanto el Cristo Crucificado como la Virgen del Pañuelo, son una interlocución desesperada a despertar, a escuchar la lógica del discurso y desentrañarla, es decir pudiéndola anudar de nuevo bajo otras circunstancias, a mirar los horrores convulsionados -y no como simple morbosa mirada incestuosa frente a la procacidad de los actos aberrantes-, a tomar la palabra, por eso por decir en lo comunitario que indefectiblemente construye la marea y la época.

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